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Authors: Elspeth Cooper

Tags: #Ciencia ficción, fantástico

Bajo la hiedra (52 page)

BOOK: Bajo la hiedra
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«Ese momento no debe demorarse mucho, hija. Tenemos que pensar en la siguiente generación, mientras aún es tiempo de siembra.»

—Conozco mi deber —le aseguró—. Pronto, te lo prometo. Ahora debo dormir, papá. Necesito descansar antes de sanarlo de nuevo. El escudo que he puesto en su mente requiere que lo renueve. Recuerda cosas que no tendría que conocer hasta estar lo bastante fuerte para afrontarlas.

«Entiendo. Cuídate hasta que vuelva a verte con mis propios ojos.»

—Tú también, papá. Te echo de menos.

La imagen que formaba el humo sonrió, y luego se convirtió únicamente en humo. La raíz de yarra se había consumido y estaba negra. Tanith cerró los ojos, aspiró con fuerza la aromática fragancia, llenando sus pulmones tanto como pudo. Y ésa había sido su meditación. Sentía aún un dolor en el alma, estaba inquieta, pero no se atrevía a cortar otra viruta. Demasiada raíz de yarra la dejaría amodorrada por la mañana, y no podía permitirse el lujo de no tener despiertos todos los sentidos cuando tuviera que adentrarse en la mente de Gair. Había ya demasiado en juego, tal vez más de lo que sabía Alderan.

Gair supo que había vuelto a soñar. Cuando despertó no tenía un recuerdo claro, tan sólo un vago presentimiento que atenuaba la explosión de luz primaveral que caía sobre su cama y hacía menos estridente el canto de los gorriones afuera, en el jardín. Aparte de eso, se sentía más fuerte que el día anterior.

Cuando se incorporó en la cama, las heridas tan sólo le causaron una o dos punzadas de dolor. Animado por ello, descolgó las piernas por el costado de la cama y se puso en pie. No tardó en perder el equilibrio y tuvo que sentarse de nuevo; pero llevó a cabo un segundo intento, se aferró al poste de la cama y el borde de la mesilla de noche para sostenerse, y esa vez tuvo mayor suerte.

Tenía la cicatriz del cuello tensa, tierna, pero las del brazo y el muslo se habían convertido en líneas de color claro. Incluso las rozaduras habían amarilleado; en uno o dos días más habrían desaparecido. Echó un vistazo a su alrededor en busca de algo que ponerse. No vio ni rastro de su ropa, pero en el interior del armario colgaba una sencilla túnica de lino. Se ataba la cinta alrededor de la cintura cuando oyó abrirse la puerta a su espalda. Se dio la vuelta. Tanith estaba bajo el dintel, con una bandeja tapada en las manos.

—No esperaba verte en pie —dijo, colocando la bandeja en la mesilla de noche.

—Al final lo he logrado. Tardé un poco en recordar el porqué de mi estancia aquí. —Gair regresó paso a paso a la cama y se sentó. Tanith inclinó la cabeza para apartarse de la luz directa y examinarle el cuello con manos frías y un tacto preciso.

—Se está curando bien.

—¿Tiene muy mal aspecto?

—No muy malo. Siempre quedará una cicatriz, pero no muy llamativa. Apenas la notarás en cuanto te libres de esto.

Le pasó las yemas de los dedos por la barba. Gair se rascó la barbilla.

—No veo el momento. Me pica.

—Más tarde te traeré una cuchilla. Ahora desayuna. Necesitas recuperar fuerzas. —Abrió la puerta para salir del cuarto.

—¿Tanith?

—Dime.

—Lamento lo de anoche. No sé si te parecí un ingrato. No sé cómo voy a poder agradecértelo.

—No te disculpes. Tú no has hecho nada malo.

—Aun así. —Gair se encogió de hombros—. Me siento mejor diciéndolo. Y gracias.

La sanadora sonrió, y sus ojos pardos relucieron como las piedras de un río cuando las baña también la luz del sol.

—De nada —respondió ella, inclinando un poco la cabeza. Después cerró la puerta al salir.

Fiel a su palabra, tras el desayuno Tanith llevó una muda limpia a Gair, agua caliente, jabón y una cuchilla para afeitarse. Se aseguró de que a Gair que no le temblaran mucho las manos y de que no se fuera a cortar la garganta con la cuchilla, y luego lo dejó asearse en paz.

Gair se tomó su tiempo para vestirse. Aunque se sentía mucho mejor y no le faltaba apetito, no había recuperado del todo el equilibrio. Le habían ajustado la ropa que le había llevado Tanith, pero ni un retal había salido de su armario. La túnica y los calzones eran de buena lana verde oscuro, y la camisa de lino era de una tela más cara que cualquier cosa que hubiese llevado en días festivos, con un brocado de hilo de plata en el cuello y los puños. Incluso la ropa interior era nueva. Únicamente las botas eran suyas, y por supuesto les habían sacado brillo a conciencia.

Se afeitaba bajo la nariz cuando fue consciente de que alguien lo estaba mirando. Al principio pensó que se trataba de Tanith, o de alguno de los sanadores, pero cuando volvió la cabeza vio que estaba solo. Qué extraño. Intentó olvidar la sensación de aquella presencia, pero no se la sacó de encima. Era como un picor fuerte que le recorría la nuca hasta la otra mejilla y toda la mandíbula, cada vez con mayor insistencia.

En el exterior, los gorriones dieron la alarma. Sombras pequeñas cruzaron por la ventana y el jardín se sumió en el silencio. Gair miró por encima del espejo. Posado en la rama de un abedul había un cernícalo que clavaba en él sus ojos dorados.


¡Kiek, kiek, kiek, kiek!
—Con el pico abierto, inclinaba la cabeza con cada llamada—.
¡Kiek, kiek, kiek!

Desapareció en un borrón de plumas manchadas. Gair limpió la cuchilla, luego se enjuagó y se secó la cara. Cuando se disponía a ponerse la camisa oyó que alguien rascaba la ventana. Al volverse, sorprendió al cernícalo en el alféizar.


¡Kiek, kiek, kiek!

Gair se ajustó la camisa y llevó la mano al pestillo. En cuanto abrió lo bastante la ventana, el cernícalo entró para posarse en la cama. Allí su forma dio un estirón para convertirse en una mujer con el pelo muy corto y piel de color canela; vestía una blusa y calzones gastados. Sus ojos azul marino comunicaban a partes iguales inquietud y frustración.

—¿Estás sordo o es que has decidido ignorarme? —le preguntó—. ¡Llevo una hora llamándote!

—No sabía quién era.

—¿Y quién iba a ser, mentecato?

Enroscó los brazos a su alrededor y tiró de él con intención de tumbarlo a su lado. Medio cayó, perdido el equilibrio, pero logró sentarse en la cama. Ella tomó su rostro en las manos y le dio un largo beso.

—No me dejan verte —dijo—. Pensé que te estabas muriendo.

—A juzgar por lo que me han contado, estuve a punto.

¿Quién era? Era evidente que lo conocía, y que lo conocía bien. Por los santos, ¡menudo beso! Pero no recordaba su nombre, extraviado en las nubes de tormenta de su mente. Pero la conocía, de eso estaba seguro. Conocía su rostro, su perfume, el tacto de su cuerpo en su piel. Ella lo miraba con ansiedad, y las nubes se retiraron cuando un recuerdo las atravesó lento e imparable como un brote maduro. Se abrió con una concisión silenciosa, y Gair vio un cernícalo que lo asía por las garras y que daba trompicones con él en el aire limpio, cálido.

—Aysha —dijo, sonriendo.

Pero los recuerdos no cesaron al pronunciar su nombre. Dos lobos corrieron y forcejearon en la nieve que iluminaba la luz de la luna. Dos águilas surcaron el cielo. La piel perlada en sudor de los amantes, estremecidos en una unión que los dejaba sin aliento. Recuperó más y más recuerdos, y en todos estaba ella. Aturdido de pronto, se aferró al hombro de Aysha.

—¿Qué pasa? ¿Qué sucede, Gair?

Demasiados recuerdos, muy vívidos. Un torbellino de fragmentos de vidrio roto, un ruido estruendoso que le perforaba el cerebro. Un millar de fragmentos de tiempo, sin conexión entre sí, sin estructura. Cada una de esas piezas lo alcanzó con la punzada de una piedra de granizo en la piel desnuda, y atravesó su conciencia como una gota de lluvia. Cerró con fuerza los ojos. Por la diosa que iba a vomitar.

—Estás sudando. Iré a buscar a Saaron.

Hizo ademán de levantarse, pero él no quiso soltarla. Si se soltaba caería.

—No, no lo hagas. Por favor.

La náusea ascendió por la garganta de Gair, llenándole la boca de saliva. Tragó de nuevo con fuerza, a medida que el flujo de recuerdos siguió zarandeándolo un instante tras otro, colmándole de emociones. No podía respirar, ni pensar. No podía hacer más que soportar el embate.

Cuando por fin amainó fue capaz de abrir de nuevo los ojos. Ella lo tomó en sus brazos y le acarició el pelo. Cuando Gair se incorporó, la preocupación enturbiaba la mirada de Aysha.

—Me has asustado —dijo ella, dándole un pellizco en el hombro—. No vuelvas a hacerlo.

—Lo siento. —Gair se acarició las sienes.

—¿Qué ha pasado? ¿Era él?

—No. Recuperé de pronto los recuerdos. Te reconocí, pero no recordaba tu nombre. Entonces lo recordé todo de golpe.

—Pero ¿qué diablos te hizo?

Gair exhaló un largo suspiro y se frotó las mejillas con las manos.

—Tanith lo llama una exploración. Como cuando los físicos te hurgan en el cuerpo, pero dentro de la cabeza. Dice que me curaré con el tiempo.

—Tendrías que haberme permitido ir en busca de un sanador.

—Estoy bien.

—¡No lo estás! —exclamó Aysha. Se pasó la mano por los ojos, pero no lo hizo lo bastante de prisa para evitar que él reparase en la humedad que resplandecía en sus pestañas—. Hablé con ellos, leahno. Me contaron que agonizabas. Dijeron que, incluso si salías de ésta, podrían quedarte secuelas, que tal vez no recordases nada en absoluto. ¿Cómo te dejaste atrapar de ese modo? ¿Cómo? —Pronunció las palabras al tiempo que le propinaba golpes, dándole en el hombro con el puño. Sollozó—: ¿Cómo permitiste que te hiciera tanto daño?

—Lo siento, Aysha. —Gair la abrazó. Luego le dio besos en el pelo sedoso, antes de apartarla—. Lo siento mucho. No tenía ni idea de que estaba ahí fuera, ni de que me reconocería a pesar de haber adoptado otra forma. No tenía ni idea de que fuera tan fuerte.

Ella pegó el rostro a la camisa nueva de él, sacudida aún por los sollozos.

—Cuando no encontré tus colores y no respondías a mi llamada me temí lo peor. —Su voz insinuó las lágrimas no derramadas.

—Sigo aquí.

—Sólo porque tienes la suerte del Innombrable. Tendría que matarte con mis manos por los problemas que me has dado.

—Yo no quería que sucediera todo esto, Aysha.

—Lo sé. Pensé que te había perdido.

Ella se secó rápidamente las lágrimas, se pellizcó las mejillas y se peinó el cabello con la mano. Entonces le dedicó algo parecido a la sonrisa de siempre.

—Esa camisa te sienta bien, mejor aún de lo que esperaba —dijo más animada—. El hilo plateado te resalta los ojos.

—¿La has hecho para mí?

—Te la había guardado para regalártela por San Winifrae, pero necesitabas ropa nueva para cuando despertaras, así que pedí al sastre que te la enviase antes.

—Es la mejor camisa que he tenido. Gracias.

Y le besó la frente. Ella acercó sus manos a la cara de Gair y lo tocó con el canto, pero lo que encontró la llevó a torcer el gesto.

—Te han escudado —explicó ella—. Por eso no daba contigo. Te oculta los colores. También te mantiene aislado del canto.

Cuando quiso alcanzarlo no halló más que silencio. Estaba ahí, sentía su presencia igual que la había sentido siempre, pero no podía oírlo. Las nubes lo envolvían por completo. Qué extraño que se hubiese acostumbrado a recurrir al canto y dejar que ese poder líquido lo llenase. Sin él se sentía desconsolado.

—¿Hasta qué punto te hizo daño? —quiso saber Aysha.

—Nada que no pueda curarse —respondió Gair, que se apartó la camisa del cuello—. Esto fue lo peor.

Ella le rozó la cicatriz con la yema de los dedos.

—¿Duele?

—Ya no.

—¿Y qué me dices de tus recuerdos? ¿Están dañados?

—No estoy muy seguro. Tanith dice que averiguará más cuando vuelva a curarme.

—Entonces, rezaré a la diosa para que te cure pronto. Te he echado de menos.

«En todas tus formas.»

La imagen que deslizó en su mente hizo que se sonrojara hasta la raíz del cabello. Los ojos de Aysha bailaban. La besó para disimular el rubor, e hizo promesas con sus labios que no veía el momento de cumplir.

—¿Vendrás a visitarme luego? Tengo que ver a Alderan.

Ella asintió.

—¿Le preguntarás por Savin?

—Sí. Creo que ya es hora de que me cuente la verdad. Es la segunda vez que Savin intenta matarme, y quiero saber por qué. No he hecho nada para merecérmelo. ¿Llegaste a conocerlo?

—No. Cuando llegué a este lugar hacía tiempo que se había marchado, pero he oído lo que contaban los demás maestros. —Los ojos azules le inspeccionaron el rostro—. Ten cuidado con él. No es lo que parece.

Las palabras eran tan parecidas a las que había pronunciado Savin en el jardín situado en la terraza de la fonda, que por un instante Gair tuvo la impresión de que Aysha se refería a Alderan.

—Lo haré, pero no puedo prometerte que vaya a mostrarme muy amable cuando vuelva a toparme con él.

Una sonrisa se dibujó en sus labios.

—No esperaba menos de un leahno.

Cuando intentó ponerse en pie, ella tiró de su brazo con ambas manos.

—No voy a permitir que nos separen —susurró antes de darle un beso—. Eso no volverá a pasar.

Su pasión lo sorprendió al tiempo que despertaba viejos anhelos. Recuperó los recuerdos de ella en sus brazos, anegándolo en una miríada de sensaciones. No supo decir hasta qué punto ella vertía todos esos recuerdos, pero tuvo que esforzarse para resistirse.

—Más tarde —dijo con voz ronca. Ya no sentía ninguna debilidad en las extremidades. Era puro fuego.

—Más tarde —aceptó ella, acariciándole el pecho. Su tacto quemaba a través del tejido de lino.

Después ella adoptó la forma de un cernícalo y echó a volar por la ventana.

31

ALDERAN

G
air bajó la escalera hasta el descansillo de la segunda planta y apoyó la espalda en la pared. El breve paseo hasta las habitaciones de los maestros estaba resultando más difícil de lo que había esperado. Recordaba bastante bien el camino, y normalmente los corredores y las escaleras no pasaban una factura tan elevada a su debilitado cuerpo, pero el asalto a sus recuerdos había sido suficiente para desear encogerse y cubrirse la cabeza con los brazos.

Cada rostro que veía era un llamado al recuerdo: de pronto se le llenaba la mente de vibrantes colores al rememorar una clase, una broma, algún instante de cualquiera de sus pruebas. En cuanto hacía a un lado uno de esos conjuntos, otro acudía a su mente, pendientes unos de otros como la cuerda infinita de pañuelos de llamativos colores de un prestidigitador.

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