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Authors: Miguel Delibes

Tags: #Drama

Cinco horas con Mario (7 page)

BOOK: Cinco horas con Mario
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VIII

No entregarás a su amo un esclavo huido que se haya refugiado en tu casa. Tenlo contigo en medio de tu tierra, en el lugar que él elija, en una de tus ciudades, donde bien le viniera, sin causarle molestias
, como la simple de la Doro “al señorito se le puede servir de balde”, hablar por hablar, tú lo sabes, Mario, que al señorito le sirvo yo, que ella ni se entera, así es la vida, mira, lo que se dice ni un vaso de agua, que no deja de tener gracia, luego por Navidades o por mi santo unas propinazas absurdas, la verdad, sobre todo cuando me estás viendo a mí descalza, arañando el céntimo, pero tú eres así, hijo, ya se sabe, para algunas cosas, a lo grande. Tenías que oír a Valen, Mario, se troncha, fíjate, de la devoción de la Doro por ti, con el cuento ese de “nuestro señor”, como si mentara a Jesucristo o poco menos, que aquí, para inter nos, es muy cortita la pobre Doro, fiel y cariñosa a su modo, pero muy cortita, que yo no me explico cómo en el extranjero admiten a esta clase de gente, Mario, que se van a cientos, fíjate, cada vez más, a saber qué harán allí, según Valen los trabajos más rudos, los que hacen aquí, pongamos por caso, los animales, ya ves, tirar de los carros, y así, que cuesta trabajo creerlo, desde luego, aunque yo de esos extranjerotes cualquier cosa. Engañados es lo que van, que a esta gente zafia, que ni se han molestado en aprender a leer ni nada, les dices el extranjero y los ojos en blanco, fíjate, que hay mucho papanatismo todavía, Mario, y con tal de cambiar cualquier cosa, que no es oro todo lo que reluce, que luego están rabiando y deseando de regresar, ¡a ver!, que como en España en ninguna parte. Porque, después de todo, ¿qué se les ha perdido en el extranjero, como yo digo? El caso es cambiar y hacer el tonto, aprender lo que no deben, eso, que buenos están los tiempos y aunque te rías, Mario, algún día España salvará al mundo, que no sería la primera vez. Yo me río con Valen, es un sol de chica, el otro día me para y me dice: “Me voy a Alemania; es la única manera de tener cocinera, señorita y doncella”, ya ves qué ocurrencia, que tú mismo reconoces que tiene sentido del humor y a juzgar por la otra noche debe de tener mucho, que me pusisteis nerviosa con tanto cuchicheo y tanto ji, ji, ji y ja, ja, ja, y eso todavía pase, pero cuando empezaste a disparar los corchos del champán contra las farolas, te hubiese matado, ¡qué espectáculo!, y que no es decir que fuese una reunión de tres al cuarto, Mario, que estaba allí la mejor gente. Bebiste de más, querido, que a mí eso me horroriza y no sería porque no te lo advirtiese, que me pasé la noche, “no bebas más, no bebas más”, pero tú ni caso, que una vez que te embalas no hay quien te pare, menos mal que Valen es de fiar. A mí, desde luego, me chifla Valen, ¿no te gusta a ti, cariño? Gastará mucho en potingues, yo no lo niego, que Bene la tira a matar, pero la luce, no es como otras, que Valen se da mucho arte para arreglarse, sobre todo los ojos. ¿Sabías tú que a Valen la limpian el cutis en Madrid una vez por semana? Date cuenta, Mario, con las ganas que yo tengo, y la dejan estupenda, ésta es la verdad, que parece mentira que una cosa como el cutis sea tan agradecida. Luego el reflejo la cae muy bien, que hay a quien no le va, a mí por ejemplo, fatal, acuérdate, y luego, con esa estatura que se gasta, no me choca nada que la gente se vuelva a mirarla, que llama la atención en la calle, a mí me gusta ir con ella por eso. Convéncete, Mario, de las compañeras del Instituto, la única, que hay que ver las reunioncitas de fin de curso, cuánta inconveniencia, ni manejar los cubiertos de pescado saben, que si no fuera por Valentina yo qué sé. Y debe de estar podrida de dinero porque vas por la calle con ella y lo que la apetece, cualquier cosa, como te lo digo, ni mirar los precios, que es de generosa… Es un cielo, Valen, ¡yo la quiero! Y Bene dice que la del dinero es ella, que yo no me explico la suerte de Vicente, ¡qué bodaza!, que no es que él esté mal, entiéndeme, pero una chica del atractivo de Valen y encima con dinero, es una lotería. Bene, la directora, dice que su trabajo le costó a Vicente, y no me extraña, que cuando se conocieron en Madrid, Valen salía con un italiano, que también a los italianos hay que echarles de comer aparte, madre qué éxitos, que yo no lo comprendo, la verdad, más o menos como nosotros, latinos al fin y al cabo, y, si me apuras un poco, menos varoniles. ¿Te acuerdas cuando llegaron aquí durante la guerra? ¡Qué emoción, cielo santo, no lo quiero ni pensar! Todas las chicas despepitadas, a ver, la novedad, y te daban el pego, que mira luego en Guadalajara, que Valen dice que Mussolini eligió a los más altos y así, los de mejor facha, para propaganda, no sé. Desde luego, el batallón o lo que fuera, que llegó aquí armó la revolución, qué tipazos, que todo el mundo era a tirarles flores cuando desfilaban, vaya acogida, no se quejarán, que después, cuando lo de Guadalajara, cambió la decoración, menudo pitorreo, todo para que ahora salga ese bebé de Aróstegui, que no ha visto la guerra ni en pintura, con todo lo joven rebelde que sea, que eso de Guadalajara demuestra que los italianos son civilizados porque no son guerreros por más que Mussolini les disfrazara de soldados. Y el tonto de Moyano, que adelantaría más rapándose esas barbas asquerosas, que los italianos son el no va más, que allí donde van ponen el mingo, que hasta han conquistado París con sus suéters y sus zapatos, que así conquista cualquiera, ya ves, qué bobada. Es lo mismo que con la belleza de las italianas, que habrá de todo, supongo, como en todas partes, ahora que es natural que en el cine saquen lo mejorcito, no van a ser tontos, pero el gancho de las películas italianas, que a mí no me la dan, es lo que enseñan ellas, Mario, que son unas guarras, no me digas, que de otro modo, mira las peliculitas aquellas de después de la guerra, qué horror, niños piojosos y muertos de hambre, todas iguales, que a mí, francamente, el cine para divertirme, que bastantes preocupaciones tiene ya la vida. Y te lo digo y te lo demuestro, Mario, que a sinvergonzonería pocos les ganarán, que en este aspecto todos estamos al cabo de la calle, que a saber qué arte se darán, pero aquí, en la guerra, estragos, las cosas como son, claro que los alojaron en casas particulares y eso es peligroso si una no tiene unos principios bien sólidos. Ve ahí el caso de Galli Constantino y, como ése, a cientos y no te exagero. Galli llegó a casa como a terreno conquistado, sonriendo, muy tostado, con su bigotito como un hilo y los ojos tan claros… Como guapo era muy guapo, que una cosa no quita a la otra, una medalla, y, luego, tan simpático, “bambina” por aquí, “bambina” por allá, que yo era muy joven entonces, ya ves, el 37, una cría, pero me encantaba oírselo. Galli fumaba todo el tiempo y como entonces las chicas ni idea, eso a Julia y a mí, nos parecía muy varonil, una niñería, tú dirás, pero entre eso y el uniforme, y las medallas que había ganado en Abisinia, imagina, contra los negros, que ésa sí que tuvo que ser una guerra horrible, pues deslumbradas, a ver, lógico. Me acuerdo que muchas tardes me quedaba yo sola en casa con Galli, porque papá y mamá se iban a dar una vuelta y Julia tenía clase de violín, y me encantaba, y él me cogía las manos, sin mala intención, por supuesto, no te den celos, pero a mí se me ponía el corazón a cien, y me contaba cosas de Pisa y de Abisinia, y de sus hijos, Romano y Ana María como “los figlios” del Duce y me decía “bambina” y yo loca, que Transi, para qué te voy a contar, muerta de envidia, “preséntamele, hija, no seas egoísta”. Lo único que me disgustaba de Galli, ya ves, antes de pasar lo que pasó, eran las cremas y los tarros del cuarto de baño, que mamá, pesadísima, la pobre, “¿dónde se ha visto un hombre con tantos potingues?”, que Julia, chitón, y a papá, figúrate, le daba de lado, que a papá lo que le sacaba de quicio, era que Galli le hiciera saludar a la romana después del parte, cuando sonaban los himnos, imagínate papá, lo menos marcial del mundo, y, al acabar, Galli, “¡viva la España!” y “¡viva la Italia”!, que todos, viva, pero muy bajito, muertos de vergüenza, que era una juerga. Y una noche que Galli no estaba, que muchas noches ni venía a cenar, a saber dónde iría, buen pájaro estaba hecho, papá, “que le resultaba un poco teatral”, que allí verías a Julia, yo no sé si estaría enfadada por otra cosa, cómo se puso, qué teatral ¿por qué? que “se es o no se es” que yo no sé bien lo que quería decir pero a papá le dejó parado, la verdad, pero es que ni abrir la boca. El caso es que Julia y yo salíamos con Galli casi todas las tardes en el Fiat descapotable y luego Transi me daba la lata, “qué majo es; ¡ay hija! no seas así, preséntamele; no seas egoísta”, pero yo ni caso, figúrate, conforme las gastaba Transi. Y Galli nos compraba helados y pasteles, y una tarde nos metió en una librería y compró una gramática italiana para las dos, yo qué sé el dinero, que Galli, aparte de generoso, tenía una buena cualidad, rara en un hombre, fíjate, nunca le vi enfadado, que inclusive cuando yo me reía porque él pronunciaba mal, él, tan terne, “¿per chè ride, bambina? ¿per chè?”, y entrecerraba los ojos de unas formas que me volvía loca, no te enfades, Mario, que lo digo en buen plan. Fue una temporada regia, la verdad, a todas partes con el Fiat descapotable, toda la gente sudando, que fue cuando pensé, cuando me case, lo primero, un coche, ya ves si viene de atrás, porque papá era muy refractario y, aunque podía, nunca le dio por ahí, a saber, una manía como otra cualquiera, pero yo me dije, “cuando me case, lo primero un coche”, ya ves qué ilusa, la que me esperaba, para que luego venga Encarna con que si te llevo o te traigo, para un capricho que he tenido en la vida, que te pones a ver y en esta casa no se ha hecho más que tu santísima voluntad, ni más ni menos. Fuera de los nombres de los chicos, la administración, los colegios y cosas así, yo un cero a la izquierda, no me vengas ahora, que lo que más me duele, Mario, es que por unos cochinos miles de pesetas, me quitaras el mayor gusto de mi vida, que yo no te digo un Mercedes, que de sobra sé que no estamos para eso, con tanto gasto, pero qué menos que un Seiscientos, Mario, si un Seiscientos lo tienen hoy hasta las porteras, pero si les llaman ombligos, cariño, ¿no lo sabías?, porque dicen que los tiene todo el mundo. ¡Cómo hubiera sido, Mario!, de cambiarme la vida, fíjate; no quiero ni pensarlo. Pero ya, ya, un automóvil es un lujo, una cátedra no da para tanto, me río yo, como si no supiera que los que te frenaban eran los de la tertulia, pero mira don Nicolás, consejos vendo y para mí no tengo, un Milquinientos, que es lo que yo digo, una cosa es predicar y otra dar trigo, que mucho igualdad y todas esas historias pero ya le ves a él, el cuento de siempre, que si tú te lo propones, un Gordini, a ver, y no quito ni tanto así, que oportunidades no te han faltado, mira Fito, en mejor plan no cabe, y aun sin recurrir a eso, Mario, porque tú escribes bien, todo el mundo lo dice, pero de unas cosas que no entiende nadie y cuando se entiende, peor, de una gentuza que hasta huele, desarrapados y muertos de hambre. Y eso a la gente, no, Mario, que la gente es muy avisada y no le gusta que le vayan con problemas, que bastantes tienen ya, que me he hartado de decírtelo. ¡Si vieses con qué ilusión te propuse lo de Maximino Conde! Contármelo Oyarzun y salir pitando fue todo uno, que llegué sin aliento, tú lo viste, total para nada, aunque no me negarás que era un argumento formidable, muy humano y así, quizá un poquitín verde, pero tampoco había necesidad de llevarlo al extremo, creo yo, nada de líos gordos, bastaba con enamorarle de la hijastra, ¿me comprendes?, y una vez que ella cede y, por así decir, se le entrega, a Maximino, o como se fuera a llamar en la novela, le haces reaccionar en decente y de este modo quedaba un libro inclusive aleccionador. Pero contigo, cariño, sobran razones, igualito que hablarle a una pared, “sí”, “no”, “está bien”, ni notas, ni interés, ni escucharme siquiera, que esto es lo que peor llevo, que los hombres no sois más que unos soberbios, os creéis en posesión de la verdad y a nosotras ni caso. Y mal que os pese, de la vida entendemos las mujeres un rato largo, Mario, si sabré yo los libros que leen mis amigas, que tú siempre, “pocos serán”, con ese desprecio, que no es que yo vaya a decir que sean muchos, que ni tiempo tenemos para leer el periódico, pero si quitas a Esther, los que leen no son de guerras, desde luego, ni sociales o eso, sino de pasiones y de amor, no falla. Y además es lógico, querido, que el amor es un tema eterno, métetelo en la cabeza, mira Don Juan Tenorio, eso no se pasa, no son modas de un día, que tú me dirás sin amor qué sería del mundo, ni existiría, a ver, natural, se le habría llevado la trampa.

IX

El reino de los cielos es semejante a un rey…
qué rey ni qué niño muerto, una cosa que me he preguntado mil veces, Mario, cariño, si a ti la Monarquía no te daba frío ni calor, ¿a santo de qué armaste el trepe que armaste con Josechu Prados? Porque no me digas a mí, que a Josechu, a bueno, no le gana nadie, de una familia de aquí, de toda la vida, figúrate los Prados, conocidísimos, que hizo la guerra en primera línea, honrado a carta cabal, ¿a qué ton dar la nota? ¿Por qué buscarle las vueltas? Al fin y al cabo si él era el jefe de mesa o como se llame, a ti qué te iba ni te venía, con su pan se lo coma, él era el responsable, ¿no? Bueno, pues tú que nones, que a contar, uno por uno y a contar, que ni sé cómo tuviste valor después de la prueba de confianza, tú dirás, que si te eligieron fue como persona representativa, pero tú ya fuiste a regañadientes, Mario, y con ganas de alborotar, eso no hay quien me lo saque de la cabeza. Y si a Josechu le da por decir que el noventa por ciento de “síes”, el cuatro de “noes” y el seis de abstenciones, en blanco o como se diga, pues bueno, él era el jefe, ¿no?, que diga misa si quiere, ¿qué te importaba a ti, al fin y al cabo? Pero no, es lo mismo que el lechazo de Hernando de Miguel, o la gresca con Fito, el espíritu de la contradicción, cariño, es tu sino, porque si, en definitiva, aquello no te gustaba, que tampoco había para tanto me parece a mí, pudiste decirlo de buenas maneras, con educación, pero nunca pasar a mayores, haciéndoles cara, que si tú dices “no me gusta pero acepto la decisión de la mayoría”, pues todos contentos, fijo, que después de todo, ésa es la democracia si no te he entendido mal. “No puedo prestarme a eso”, así, a boca llena, con mayúsculas, hijo, como en tus libros, para que se oyera bien, que se entere hasta el apuntador, que si no dices las cosas a voces, revientas, como yo digo, y dale con que a contar y a contar, y si no contamos, no hay acta , el chantaje, qué bonito, que siempre has sido un hombre disparatado, Mario, y a ti lo que te gusta por vivir es meter bulla, desafiar a la ciudad, aquí estoy yo, y aunque todos digáis blanco, yo digo negro, pues porque sí, porque se me antoja, que te tengo muy calado. Y no es eso, Mario, calamidad, que para vivir en el mundo hay que ser más flexible, tener un poquito de correa, que mucho predicar tolerancia y después hacéis lo que os da la realísima gana, porque, después de todo, si tú hubieras sido un republicano de toda la vida, un republicano cien por cien, vaya, me lo explico, pero si te has pasado la vida diciendo que República y Monarquía no son más que palabras, y que tanto daba la una como la otra y que lo importante es lo que hubiera debajo, ¿a qué ton dar la campanada de no firmar el acta? ¿Por qué hacerle un feo semejante a Josechu Prados que nunca tuvo con nosotros más que atenciones? No tiene sentido, convéncete, que aquello fue garrafal, que dice Vicente Rojo que el pobre Josechu llegó al Círculo descompuesto, blanco como la pared y que tartamudeaba al hablar y todo, para haberle dado algo, qué horror, acuérdate de su padre, una hemiplejía, que se pasó media vida en un sillón de ruedas, pobre señor, todo porque una criada le soltó cuatro frescas. Hay que andarse con más cuidado, Mario, tonto del higo, que por las bravas no se va a ninguna parte, convéncete, y hay que vivir en el mundo, que Josechu, muy buena persona, pero también tiene su orgullo, a ver, somos humanos, y te la guardó, acuérdate de lo de la casa, por las buenas un alma de Dios, pero que no se te ocurra llevarle a contrapelo, si es de cajón. ¿Sabes lo que dijo la otra noche Higinio Oyarzun y mira que ya ha llovido? Pues dice que dijo, Josechu, ¿comprendes?, que eras un puritano pero que aquel día no te partió la cara, como te lo digo, en atención a la amistad que sus padres tuvieron con los míos, date cuenta, el bochorno, que no sé cómo te las arreglas pero, por fas o por nefás, te has cargado a la ciudad entera, cariño, que ésa es la herencia que me dejas, tú dirás, ahora, si no fuera por papá, una pensión, a ver, la viudedad ni para el piso, que ésa es otra cosa que está mal, yo misma lo comprendo. Me haces gracia con eso de que con la verdad por delante se va a todas partes, me río yo, que contigo no hay razones, porque ¿quieres decirme dónde has ido tú cariño?, coche todo el mundo y tu mujer, a patita, es que no tienes ni dónde caerte muerto, ¡válgame Dios! una cubertería de alpaca a todo tirar, que hasta vergüenza me da el decirlo. ¿Crees tú que eso es vida? Con la mano en el corazón, Mario, ¿crees tú que habrá muchas mujeres que hubieran aguantado este calvario? Te digo mi verdad, pero el que no lo reconozcas es lo que peor llevo, que en veintitrés años de matrimonio que se dice pronto, no hayas tenido una sola palabra de gratitud, porque había otros hombres, Mario, y tú lo sabes, que no me faltó dónde elegir, y aún les hay si me apuras, que después de casada no me hubieran faltado proporciones, y si yo te contase, que éste es el chiste, pero como una es una mujer de su casa, una mujer como debe ser, vosotros a descansar, que eso es lo que explotáis los hombres; la bendición, un seguro de fidelidad, como yo digo, habéis comprado una fregona, una mujer que de dos os saca cuatro, ¿qué más vais a pedir? Así es muy cómodo, que, mientras, vosotros, ¡hala!, todo el monte es orégano, lo que os da la gana. Como eso de que llegaste al matrimonio tan virgen como yo, mira, guapín, eso se lo cuentas a un guardia, una bola así, y venga, “no me lo agradezcas, fue ante todo por timidez”, ¡qué timidez ni qué ocho cuartos!, como si no os conociéramos, los hombres, todos iguales, ya se sabe, que tú, dale, con que tus torpezas eran la mejor demostración, ¡música celestial!, que lo que pasa es que entre una perdida y una decente todavía hay distancia, y, en el fondo, todavía queda algo digno en vosotros y es lo que sale a flote cuando os casáis, ni más ni menos, ni menos ni más. ¡Virgen tú! Pero ¿es que crees que me chupo el dedo, Mario, cariño? Y no es que yo vaya a decir que tú seas un vicioso, que eso tampoco, pero, vamos, algún desahogo de vez en cuando… Luego lo de Madrid, el viaje de novios, que me hiciste pasar una humillación que no veas, un desprecio así, que empiezo por reconocer que yo estaba asustada, que sabía que tenía que pasar algo raro, por lo de los hijos, a ver, pero creí que era una vez sólo, palabra de honor, y estaba resignada, te lo juro, sea lo que sea, pero tú te acostaste y “buenas noches”, como si te hubieras metido en la cama con un carabinero, figúrate, tanto control, tanto control, que ni a Valen se lo he contado y yo a Valen, te lo puedes imaginar, que no es lo mismo que Esther, que Esther aunque amiga de toda la vida, es otra cosa, mucho menos comprensiva, dónde va, y hay temas de ésos, un poco picantes, que con ella son tabú, mucho presumir de moderna y de leída y no es más que una rancia, que con ella, ya ves, lo pienso muchísimas veces, a lo mejor habías congeniado, que sois tal para cual, hijo, como fabricados con el mismo molde. Por de pronto a Esther la pareces inteligente y lee libros de esos raros, tostonazos que no se traga nadie, que me acuerdo cuando “El Patrimonio”, Valen se tronchaba y Esther, la sabihonda, que era un libro simbólico, date cuenta, qué sabrá ella, y cuando te dio la depresión o eso, ídem de lienzo, que tú, pesadísimo, con la frivolidad y la violencia, que lo que Valen decía, “mujer, ¡qué manera tan pesimista de ver las cosas!”, pues Esther, hijo, que te comprendía muy bien, cómo no, y que abriésemos una revista a ver de qué otras cosas hablaba que no fuese de princesas de vacaciones o de matanzas en el Congo. Un pico de oro, cariño, que ella no hablará mucho pero cada vez que abre la boca es para poner punto final, madre, ¡qué ínfulas!, parece un predicador. “Mario tiene cosas dentro, pero entre todas le quitáis las voluntades”, lo dijo Blas, punto redondo, anda que por mí, mira, buena prisa me di en contarte la historia de Maximino Conde y como si no, que si yo hubiera sabido escribir, Mario, ¡qué novela! Lo que la pasa a Esther es que no te ha visto en zapatillas, que es como hay que veros a los hombres, que al poneros las zapatillas os quitáis la careta, como yo digo. Cada vez que sale este tema, me acuerdo de mamá, que en paz descanse, Mario, que ella decía que, antes de casarse, la mujer debería ver unos meses a su novio en zapatillas y así se evitarían muchos desengaños. Date cuenta, no es porque yo lo diga, Mario, pero mamá estaba en todo, lo que es la experiencia, que una a los diecisiete se cree que está de vuelta y todo eso la parecen chocheces y luego pasa lo que pasa, todas tropezamos, en la misma piedra, que no es que yo me queje, a ver si nos entendemos, pero cuando, la primera vez, te diste media vuelta y me dijiste buenas noches, me quedé fría, que nunca me hizo nadie un feo así, que yo no seré una Sofía Loren, lo reconozco, pero tampoco para un desprecio semejante. Paquito Álvarez, ya te lo digo desde aquí, nunca hubiera hecho eso conmigo, y no digamos Elíseo San Juan, o el mismo Evaristo sin ir más lejos, que será todo lo degenerado que tú quieras, que hasta dicen que tiene una maleta con plumas de gallina y pone espejos y cosas raras, pero precisamente por eso. Y no es que me cogiera de nuevas ni mucho menos, que siempre he oído decir que la noche esa es de campeonato, que no se disfruta, que es un trago, pero no sé de nadie, ni de uno, fíjate, que se diese media vuelta y buenas noches. Y no me vengas con que por respeto y que hay ocasiones en que hay que dominar al bruto, porque nos duela o no, animales somos, Mario, y, lo que es peor, animales de costumbres, que una mujer, por muy sanos principios que tenga, en una situación así, acepta antes una brutalidad que un desprecio, y a mí ya me conoces. Lo de la noche de bodas, Mario, te pongas como te pongas, es algo que no olvidaré por mil años que viva, vamos, hacerme eso a mí, que todavía el P. Fando que una delicadeza, ya me ha visto a mí el pelo, que buenos se están poniendo estos curitas jóvenes, que no dan importancia a nada, sólo a si los obreros ganan mucho o poco, que me apuesto la cabeza a que les parece peor que un patrono niegue una paga extraordinaria a que abrace a una mujer que no es la suya, que a esto hemos llegado, Mario, aunque sea triste reconocerlo, que estamos perdiendo el sentido de la moral y así nos crece el pelo, dichoso Concilio, con lo tranquilos que estábamos. ¿Pues no salen ahora con que los protestantes van a abrir una capilla aquí, en la esquina? Pero ¿es que estamos bien de la cabeza, imagínate, con cinco criaturas? ¿Con qué tranquilidad les va una a dejar salir de casa? Es que no quiero ni pensarlo, Mario, que esto nos pasa porque no sois como debierais, la gente no medita ya en el Más Allá, ni tiene principios ni nada que se le parezca. Pero si lo teníamos en casa, Mario, recuerda, “cuéntame tus aventurillas de soltero, aunque me duelan. Te perdono de antemano”, yo creo que en mejor plan, porque estaba dispuesta a tragarme el cáliz hasta las heces, te lo prometo, que quizá sea una tonta, pero no lo puedo remediar, las gasto así y de repente, un buen día, me entran ganas de perdonar a todo el mundo, y lo iba a hacer, te lo juro, dejarte hablar y, luego, un beso y “lo pasado, pasado”, pero tú, chitón, reservado hasta con tu mujercita, que es lo que peor llevo, y cuando insistí, con mayúsculas, hijo, como en tus libros: “ERA TAN VIRGEN COMO TÚ, PERO NO ME LO AGRADEZCAS; FUE ANTE TODO POR TIMIDEZ”. ¿Qué te parece? Si hay una cosa que me saque de mis casillas, Mario, es tu desconfianza, entérate de una vez, porque si aquella noche me dices la verdad, te hubiera perdonado igual, aunque me costase, te lo juro por lo que más quieras. Lo mismo que con lo de Encarna en Madrid, que no hace falta ser mal pensada, y no te digo ahora, pero fíjate hace veinticinco años, con la euforia, una cerveza y unas gambas, que no, Mario, cambia de disco, ni que fuera tonta, ¿crees que no conozco a Encarna? Y luego con el éxito y todo eso, para qué querías más, donde te llevase, a ver, si me hago cargo, pero, lo mires por donde lo mires, es una indecentada, entre cuñados, aunque sólo fuese por respeto a la sagrada memoria de Elviro, que con la viuda de José María, si hubiera estado casado, parecería lo mismo pero no es lo mismo, es otra cosa, ya ves, un hombre sin creencias. Por más que callemos la boca, todo acaba sabiéndose, Mario, que el mundo es un pañuelo como decía la pobre mamá, y con Encarna, hasta hace cosa de quince años, ha habido cosas que no están claras, cariño, que según tú todo es caridad, pero a saber, que yo no digo que la sobre ni que vaya a ponerse a trabajar, Dios me libre, pero sé que la dabas dinero y ella lo cogía, que te puedo indicar hasta el lugar y la fecha sí es que lo quieres más claro, que una, a la chita callando, se acaba enterando de todo.

BOOK: Cinco horas con Mario
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