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Authors: Nathaniel Branden

Cómo mejorar su autoestima (14 page)

BOOK: Cómo mejorar su autoestima
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Si me hiciera responsable de cada palabra que pronuncio...

Sí me hiciera responsable de mis sentimientos...

Si me hiciera responsable de mis acciones en todo momento...

Si me hiciera responsable de mi felicidad...

Si el único significado de mí vida es el significado que yo estoy dispuesto a darle...

Si estuviera dispuesto a respirar profundamente y experimentar plenamente mi propia energía...

Sí estuviera dispuesto a ver lo que veo y saber lo que sé...

En este momento está muy claro que...

Tal vez usted no se percate de que en algunas áreas de su vida es más autorresponsable que en otras. Quizás sea muy activo y responsable en el trabajo y muy pasivo en su casa, con su familia. Quizás sea muy responsable en cuanto a su salud y muy irresponsable con el dinero. Quizás sea activo en su desarrollo intelectual y pasivo en el plano emocional.

Considere las siguientes áreas:

Su salud.

Sus emociones.

La elección de sus parejas.

La elección de su cónyuge.

La elección de sus amigos.

Su bienestar económico.

El nivel de conciencia y responsabilidad que aplica en su trabajo.

El nivel de conciencia y responsabilidad que aplica en sus relaciones.

Su manera de tratar a la gente en general.

Su desarrollo intelectual.

Su carácter.

Su felicidad.

Su autoestima.

Ahora imagine una escala de uno a diez, en la que 10 equivale a lo que usted consideraría una autorresponsabilidad óptima y 1 al nivel más bajo de autorresponsabilidad imaginable. Califíquese en cada ítem anotando al lado la puntuación correspondiente. Puede diferenciar las áreas en que es necesaria una mayor elaboración.

Llegados a este punto, si piensa en una u otra de las áreas en las que no es muy responsable, tal vez se descubra protestando: "Pero no sé qué
hacer,
no sé
cómo
ser más responsable".

Por supuesto, muy rara vez esto es cierto.

En los primeros años de ejercicio de mi profesión, cuando los pacientes planteaban esta objeción, yo les mostraba qué era lo que podían hacer para participar de manera más activa en sus propias vidas. La experiencia me ha enseñado la falacia de este enfoque. Hoy, cuando los pacientes ya saben cómo completar las oraciones que les doy, por lo general les propongo el principio
Una de las formas en que puedo ser más responsable con respecto a
(rellenar con el área adecuada)
es...,
y les pido que lo completen a toda velocidad. Enseguida descubren lo bien informados que en realidad están.

He escuchado a muchas personas, de todas las extracciones sociales, completar este principio de oración con finales asombrosamente perspicaces, y he aprendido a escuchar con benévolo escepticismo las protestas de ignorancia e Incapacidad. Si usted se oye protestar, le sugiero que haga lo mismo.

Desde luego, a veces los demás nos aclaran ciertas posibilidades de acción, pero siempre hay algunas cosas que ya sabemos que podemos hacer.
Empiece por éstas.

Aceptar la responsabilidad de la propia existencia es reconocer la necesidad de vivir productivamente. Esta es una aplicación básica y muy importante de la idea de poseer una orientación activa hacia la vida.

No es el grado de nuestra capacidad productiva lo que está en discusión aquí, sino más bien nuestra decisión de ejercitar cualquier capacidad que tengamos. El trabajo productivo es el acto
humano
por excelencia. Los animales deben adaptarse a su ambiente físico; los seres humanos adaptan el ambiente físico a sí mismos. Tenemos la capacidad de conceder unidad psicológica y existencial a nuestra vida, integrando nuestras acciones con metas proyectadas a lo largo de ella.

No es la clase de trabajo que escojamos lo que incide en nuestra autoestima (siempre que, desde luego, ese trabajo no sea opuesto a la vida humana), sino la búsqueda de un trabajo que exija y exprese el empleo más cabal y consciente de nuestra mente y nuestros valores (suponiendo que tengamos la oportunidad de hacerlo).

Vivir productivamente es proporcionarnos una de las dichas y recompensas mayores que pueda experimentar el ser humano.

Vivir con responsabilidad (y con ello desarrollar una saludable autoestima) está muy relacionado con vivir activamente. Mediante las acciones se expresa y realiza una actitud de autorresponsabilidad. ¿Qué
acciones
puedo realizar para acercarme a la obtención de mis objetivos? ¿Qué
acciones
puedo realizar para avanzar en mi carrera? ¿Para mejorar mi vida amorosa? ¿Para que los otros me traten bien? ¿Para aumentar mis Ingresos? ¿Para ser más feliz? ¿Para cultivar mi desarrollo intelectual o espiritual?

Así como, si deseamos aumentar nuestra autoestima, es necesario que pensemos en términos de
conductas,
si deseamos vivir más responsablemente es necesario que pensemos en términos de
acciones
muy específicas. Por ejemplo, no basta con decirse: "Debería ser más concienzudo". ¿Qué haré para ser más concienzudo? No basta con decir: "Debería adoptar una mejor actitud hacia mi familia".

¿Cómo se manifestará esa mejor actitud en una
conducta
específica?

La conducta puede ser mental o física. Pensar es una acción; concentrarse en una tarea es una acción; hacer una lista es una acción; manifestar algo a otra persona es una acción; y también lo es acariciar un rostro, transmitir el aprecio por medio de palabras, escribir una carta, reconocer un error, preparar un informe, revisar un libro de contabilidad o solicitar un empleo. La pregunta es siempre:

¿Es esa conducta apropiada con referencia al contexto? Ser autorresponsable es preocuparse por esa respuesta.

Por lo tanto, si deseamos practicar una mayor autorresponsabilidad en algún aspecto de nuestras vidas, es necesario que nos preguntemos: ¿Qué acciones puedo realizar en este ámbito? ¿Cuáles son mis opciones? Si no estoy esperando un milagro, o que alguien
haga algo,
entonces ¿qué puedo hacer yo? Si elijo no hacer nada, aceptar el statu quo, ¿estoy dispuesto a hacerme responsable de esa decisión?

Observe lo siguiente: si hay áreas de su vida en las que practica un nivel más alto de autorresponsabilidad que en otras, presumo que ésas serán las áreas en las cuales usted
se gusta más.
Las áreas en las que evita la responsabilidad son aquellas en las que usted se gusta menos.

Una vez más, le recomiendo que emplee la técnica de completar oraciones para verificarlo. Por ejemplo:

Practico una mayor autorresponsabilidad cuando…

Evito lo más posible la autorresponsabilidad cuando...

Cuando soy autorresponsable siento...

Cuando evito la autorresponsabilidad siento...

Si algo de lo que estoy escribiendo es cierto...

Comienzo a darme cuenta de...

Piense en ello durante los próximos siete días. Si practicara una mayor autorresponsabilidad, ¿qué cosas podría hacer de manera diferente? Escriba su respuesta en un cuaderno.

Después contemple la posibilidad de traducir en acción lo que ha escrito. No piense en comprometerse para toda la vida, sino sólo para la semana próxima... como un experimento. Descubra el efecto de esto en su sentido de sí mismo. Descubra el efecto que produce en su vida.

Si le gusta lo que descubre, inténtelo siete días más. Y luego otros siete.

Vivir de un modo auténtico

Las mentiras más devastadoras para nuestra autoestima no son tanto las que
decimos
como las que
vivimos.

Vivimos en una mentira cuando desfiguramos la realidad de nuestra experiencia o la verdad de nuestro ser.

Así, vivo una mentira cuando finjo un amor que no siento; cuando simulo una indiferencia que no siento; cuando me presento como más de lo que soy, o como menos de lo que soy; cuando digo que estoy irritado y lo cierto es que tengo miedo; cuando aparento indefensión y lo cierto es que soy un manipulador; cuando niego y oculto mi entusiasmo por la vida; cuando finjo una ceguera que niega mi comprensión; cuando pretendo poseer una información que no tengo; cuando me río y en realidad necesito llorar: cuando paso un tiempo inútil con gente que no me gusta; cuando me presento como la personificación de valores que no siento ni poseo; cuando soy amable con todos menos con las personas que digo amar; cuando me adhiero falsamente a ciertas creencias para gozar de aceptación; cuando finjo modestia; cuando finjo arrogancia; cuando permito que mi silencio implique asentimiento con respecto a convicciones que no comparto; cuando digo que admiro a una clase de persona pero duermo siempre con otra.

La buena autoestima exige
coherencia,
lo cual significa que el sí-mismo interior y el sí-mismo que se ofrece al mundo deben concordar.

Si elijo falsear la realidad de mi persona, lo hago para engañar la conciencia de los otros (y también a la mía propia). Lo hago porque considero inaceptable lo que soy. Valoro cualquier idea de otro por encima de mi propio conocimiento de la verdad. Mi castigo es que atravieso la vida con la atormentada sensación de ser un impostor. Esto significa, entre otras cosas, que me condeno a la angustia de preguntarme eternamente
cuándo me descubrirán.

Primero, me rechazo a mí mismo; esto está implícito en el hecho de vivir mentiras, en el de falsear la verdad de mi persona. Después, me siento rechazado por los demás, o busco posibles signos de rechazo, para lo cual soy generalmente rápido. Imagino que el problema se plantea entre los demás y yo. No se me ocurre que lo que más temo de los otros ya me lo he hecho a mí mismo.

La
honestidad
consiste en respetar la diferencia entre lo real y lo irreal, y no en buscar la adquisición de valores mediante el falseamiento de la realidad, ni la consecución de objetivos pretendiendo que la verdad es distinta de lo que es.

Cuando intentamos vivir de una manera poco auténtica, siempre somos nuestra primera víctima, ya que, en definitiva, el fraude va dirigido contra nosotros mismos.

Es obvio que las mentiras más comunes de la vida cotidiana perjudican la autoestima: "No, no comí una tercera porción de tarta de fresas"; "No, no me acosté con fulano"; "No, no cogí ese dinero"; "No, no falseé los resultados de la prueba", etcétera. La conclusión es siempre que la verdad es vergonzosa, o peor que vergonzosa. Ese es el mensaje que nos transmitimos
a nosotros mismos
cuando decimos mentiras semejantes. Pero éste es el nivel de deshonestidad más obvio. Aquí debemos considerar una clase de deshonestidad mucho más profunda, tan íntimamente vinculada (así es como lo sentimos) a nuestra supervivencia que renunciar a ella suele ser un desafío de mucha más envergadura.

Para evitar una posible mala interpretación, digamos que vivir auténticamente no significa practicar una sinceridad compulsiva. No significa anunciar cada pensamiento, sentimiento o acción posibles, sin tener en cuenta si el contexto es apropiado o no, o su relevancia. No significa confesar verdades de manera indiscriminada. No significa dar opiniones que no nos han pedido sobre el aspecto de otras personas, ni formular
necesariamente
críticas exhaustivas, aunque nos las hayan pedido. No significa
ofrecerse
a brindar información a un ladrón sobre unas joyas escondidas.

Por otro lado, debemos reconocer que la mayoría de nosotros hemos sido educados casi desde el mismo día en que nacimos, para no saber qué es vivir auténticamente.

La mayoría de nosotros fuimos criados y educados de modo que nos era muy difícil apreciar la autenticidad. Desde niños aprendimos a negar lo que sentíamos, a usar una máscara, y en definitiva a perder el contacto con muchos aspectos de nuestros sí-mismos Interiores. Nos volvimos
inconscientes
de gran parte de nuestros si-mismos interiores, en nombre de la adaptación al mundo que nos rodea.

Nuestros mayores nos empujaron a rechazar el miedo, la ira y el dolor, porque tales sentimientos los incomodaban. A menudo no sabían cómo responder cuando se rompía la supuesta armonía familiar. Muchos de nosotros fuimos obligados también a ocultar (y por último a eliminar) nuestra excitación. Les ponía nerviosos. Nuestros mayores se volvían desagradablemente conscientes de algo que habían olvidado mucho tiempo atrás. La excitación altera la rutina.

Los padres emocionalmente distantes e Inhibidos tienden a educar hijos emocionalmente distantes e Inhibí—dos, no sólo mediante sus mensajes explícitos sino mediante su propia conducta, que Indica al hijo qué es lo correcto, lo adecuado y lo socialmente aceptable.

Además, puesto que en la Infancia existen muchas cosas temibles, Inquietantes, dolorosas y frustrantes, aprendemos a emplear la represión emocional como un mecanismo de defensa, como un medio de hacer la vida más tolerable. Aprendemos con demasiada rapidez a evitar las pesadillas. Para sobrevivir, aprendemos a "hacernos los indiferentes", como si estuviéramos muertos.

Una de las experiencias más dolorosas y desorientadoras de la infancia, que la gente se siente impulsada a reprimir, es el descubrimiento de que la mayoría de los adultos miente. Esto también puede convertirse en una barrera para la comprensión y la valoración de la autenticidad.

Oigo que mi madre me sermonea sobre las virtudes de la honestidad, y luego oigo que le miente a mi padre. Mi padre anuncia cuánto desprecia a alguien y luego no hace más que adular a esa persona durante toda la cena. Veo que una profesora niega flagrantemente la verdad a otro alumno, en lugar de reconocer que ha cometido una equivocación.

Que yo sepa, ningún psicólogo ha estudiado nunca el impacto traumático que causa en los jóvenes la magnitud de las mentiras de los adultos. Y sin embargo, cuando planteo el tema en las terapias e invito a mis pacientes a reflexionar, la mayoría sostiene que fue una de las experiencias más devastadoras de sus primeros años de vida.

Muchos jóvenes llegan a la conclusión de que crecer significa aprender a aceptar la mentira como algo normal, es decir, aceptar y admitir la irrealidad como un modo de vida.

Pero sí nos entregamos a esta forma de sacrificio mental, si nos permitimos ser gobernados por el miedo, si adjudicamos más importancia a lo que creen los otros que a lo que nosotros sabemos que es cierto si valoramos más
pertenecer al grupo
que
ser,
no alcanzaremos la autenticidad. Para alcanzarla son necesarios el coraje y la independencia, sobre todo cuando es tan raro encontrar esas cualidades en los demás. Pero esto no debería desalentarnos; si las personas auténticas constituyen una minoría, también la constituyen las personas felices: y las que gozan de una buena autoestima; y las que saben amar.

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