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Authors: Kou Nakamura

Tags: #Novela

cosas por las que llorar cien veces (6 page)

BOOK: cosas por las que llorar cien veces
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Salí a la carretera nacional y pasé de largo la gasolinera del otro día. Entonces había ido andando hasta allí con mucho esfuerzo, pero con la moto en marcha sólo tardé uno o dos minutos. Mi moto y yo avanzamos directos hacia el norte.

Mientras circulaba por la carretera nacional, miré el reloj que mi novia había abrochado en el manillar. Las dos y veinte. La haría rodar sólo veinte minutos más. Avancé comprobando el funcionamiento de todas las marchas. El ruido del motor de dos tiempos, que tan feliz había hecho a
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, sonaba con fuerza.

Cuatro años después tenía de nuevo en la palma de la mano la agradable sensación de dar gas. Cortando de esa manera el aire, podía sentir también, como si fuera real, la sensación de llevar a
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acurrucada contra el pecho.

Enfrente de mí, el semáforo se puso en rojo y me detuve. No sé si sería por haber acelerado a fondo, pero el motor cincelaba un sonido claro y pausado.

Había recuperado algo perdido. Lo pensé mientras levantaba la visera del casco. Lo desmontamos, lo limpiamos, volvimos a montarlo y recuperamos algo perdido.

El semáforo cambió a verde e hice que la moto corriera de nuevo.

EPISODIO INTERMEDIO

Me lo contó la sabiduría. Que la premisa mayor es que todo se acaba. Que la premisa de que el final llega vale tanto para la vida como para el amor. Así de lógico.

Por eso, creo que nuestro optimismo dependía de un compromiso. Si no hubiera sido así, nadie podría haber ido a ningún sitio. Ese mundo que recibía una felicitación de raíz tenía un compromiso con la realidad, con la sensualidad, con la obligación, era un derecho.

Nosotros seguimos. Como una intuición natural, una idea alegre, un mundo en positivo que sigue. Hacemos propuestas de matrimonio, silbamos, tenemos perros. Dudamos de la casualidad del presente y olvidamos la necesidad futura. Si no fuera así, sería imposible.

Yo digo que lo que perdemos son cosas insignificantes en comparación con la luz que hay en este momento. Lo digo sin dudar y sin acobardarme, de frente.

Pero ¿es así? ¿Es de verdad, de verdad, de verdad, de verdad, así?

SEGUNDA PARTE
El bloc de dibujo
Nueve

Circulé durante cuatro horas por la autopista para ver a
Book
.

La moto no tuvo ningún problema importante y me llevó hasta mi destino.

En el momento en que divisé la casa, di un acelerón. («¿Lo oyes? ¡
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!») Entré en el garaje y los gases del tubo de escape hicieron temblar la persiana metálica. Esperaba que
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acudiera, tras oír el ruido, pero nada en el aire me indicó que así fuera a suceder. Me quité el casco y apagué el motor. En mis oídos, que se habían acostumbrado al estruendo después de cuatro horas, el silencio sonó como algo nuevo.

«Ah...», dije, y me envolvió un sonido de diapasón metálico. «Ah...» Apoyé las manos en la cintura y arqueé la espalda hacia atrás; luego las llevé a las rodillas e hice estiramientos. Mientras desenmarañaba aquel cuerpo encerrado, me pareció que me iba acostumbrando al silencio. Me quité los guantes y los tiré sobre el sillín.

Salí del garaje y eché un vistazo por la puerta de servicio. Parecía que ni
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ni mis padres estaban en casa. ¿Habrían ido a la clínica veterinaria?

Después de cuatro años, me pareció que la casa había encogido. Avancé por el pasillo y el suelo chirrió. Dejé el equipaje y me lavé las manos y la cara. El agua estaba más fría que en Tokio. Me sequé y asomé la cabeza en la sala de estar.

«...
Book

Estaba en un rincón. En completo silencio,
Book
dormitaba arrimada a la cortina. Ni el ruido que había hecho con la moto ni el sonido de mis pasos habían alcanzado sus lastimados oídos.

«...
Book

Me acerqué y me agaché a su lado.

Miré aquella cara que dormía, que no había cambiado con el tiempo, y le acaricié el lomo. Aquella corriente de pelo suave y aquel cuerpo tibio. También ese tacto me hizo sentir nostalgia. Tal vez el pelaje se le había endurecido un poco.

Al cabo de un rato,
Book
abrió los ojos. Me miró con cara adormilada y, poco a poco, volvió a cerrarlos. Yo seguí acariciando su cuerpo hasta que, de repente, puso cara de sorpresa y se levantó. Entonces sacó la lengua y lamió la palma de mi mano.

—¡Cuánto tiempo sin verte!

Le hablé mientras le acariciaba la frente.
Book
se movió y la campanilla que llevaba colgada al cuello sonó, «tintín». Esta vez me lamió la otra mano y puso cara de decir «Perdóname». Cara de decir «Vienes a verme y mira como estoy; perdóname».

—¿Quieres que te lleve a la orilla del río? —dije yo.

Book
entonó los ojos y acercó su cuerpo a mi rodilla. Del fondo de su garganta salió un sonido muy leve, «cuin». Su cara decía «Me gustaría ir, pero...». Era una expresión de «Me gustaría ir, pero parece que no va a poder ser».

Al cabo de un rato regresó mi madre, que, según dijo, había salido a hacer un recado por el vecindario.

Mientras tomaba té, me contó lo que había hecho
Book
durante esos cuatro años. Yo escuchaba mientras comía galletas de arroz y, de vez en cuando, miraba hacia la ventana.
Book
estaba allí, con cara de estar entre dormida y despierta, adormilada. Cuando nuestras miradas se encontraban, parecía poner cara de querer decir algo.

Saqué fotos para mi novia, que las esperaba en Tokio. Hasta la noche,
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y yo estuvimos todo el tiempo juntos.

—Bueno, me voy a ir ya.

Mientras miraba a
Book
, monté en la moto.

Aceleré el motor de dos tiempos y la perra pareció abrir la boca. «¿Te acuerdas?» Le acaricié la cabeza.
Book
, que poco a poco había ido poniendo cara de estar contenta, meneó la cola.

«Bueno, pues...», dije y aparté la mano de su cabeza. Algo pareció moverse dentro de su garganta.

Aceleré la moto y regresé a Tokio.

Diez

—¿Ah, sí? —dijo ella. Durante unos instantes, al otro lado del hilo telefónico siguió un silencio.

Luego se oyó cómo se sonaba la nariz. Al parecer, estaba llorando de nuevo.

—Aunque me dio la impresión de que se acordaba de la moto... —dije yo—. Sin duda, hice bien en volver.

—Es verdad —asintió, y sorbió por la nariz.

—En comparación, su estado de salud parece haber mejorado. Ahora puede caminar, aunque sólo lo haga por el jardín.

—¿En serio? ¡Qué bien!

De nuevo guardamos silencio.

Con el teléfono en una mano, abrí el bloc de dibujo. El retrato que ella había hecho de
Book
. Para ser un dibujo hecho con la imaginación, se parecía mucho.

—Cuando terminemos el ensayo, podríamos ir a ver a
Book
—sugerí yo.

Habíamos decidido hacer un ensayo del matrimonio.

—Eso será hacia el verano del año que viene. Tengo la impresión de que, para entonces,
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todavía seguirá con vida.

—Sí —dijo ella con voz animada.

«Creo que necesitamos hacer un ensayo —dijo ella aquel día dentro en el futón—. Estamos casados durante una semana y, si sale bien, estaremos un año casados.»

Decidimos vivir juntos durante un año, lo que para nosotros era como si ya estuviéramos casados. «El anuncio a los padres, los trámites en el ayuntamiento, las invitaciones para los amigos y todas esas cosas ya las pensaremos cuando terminemos el ensayo. Y más o menos una vez cada tres meses podríamos hacer una reunión de reflexión.»

—Hoy he abierto una cuenta corriente en el banco.

Miré fijamente la libreta que tenía en la mano. Una libreta roja. Abrí la tapa y vi lo que parecía una felicitación: «Apertura: 1.000 yenes», se leía.

«¿Quiere una libreta de algún personaje o prefiere una normal?» La mujer de la ventanilla me interrogó como si me estuviera preguntando sobre nuestro futuro. «¿Me las puede mostrar?», le dije, y ella puso cara de sorpresa. «Son personajes de Disney...», repuso. «Enséñemelas, por favor», dije yo de nuevo, y ella, tras mostrarse algo inquieta, se levantó, apartó la silla y regresó con una libreta (¿sería una petición tan extraña?).

En la libreta había una ilustración de un ratón, un pato y un perro bailando en fila que me resultaba familiar.

«Una libreta normal», pedí finalmente (no sé por qué, pero ella dijo que, en ese caso, la tarjeta también sería normal, como si eso fuera un inconveniente).

—Aparte del alquiler y los gastos comunes, ¿vamos a pagar algo con la libreta? —dije yo.

—Mmm —murmuró ella.

Cada mes, cada uno ingresaría una cantidad en esa cuenta. El alquiler y los gastos comunes los pagaríamos de ahí. Lo mejor era ingresar el dinero suficiente para que sobrara un poco, y con ello haríamos algo sencillo pero divertido.

—¿Como comprar comida para el gato?...

—¿Tendremos un gato?

—No, sólo estaba poniendo un ejemplo. Hay cosas para las que es mejor guardar sistemáticamente y otras que no. ¿No crees?

—¿El dinero para la comida del gato es algo para lo que hay que guardar sistemáticamente?

—Sí. Normalmente, sí.

—Mmm... —murmuré yo.

La comida y otras pequeñas compras las pagara cada uno de su bolsillo cuando fueran necesarias. Conque los gastos de ambos estuvieran equilibrados bastaba.

—¿Y cuando compremos una olla o un cazo?

—Depende.

—¿Y una olla de presión?

—De la libreta, ¿no?

—Ya veo. Lo que tenga sentido presupuestar lo compramos de la libreta, ¿no?

—Sí, más o menos.

—Entonces, la pecera la compramos con la libreta.

—Sí, ¿no?

—¿Y cuando veamos una película?

—Depende.

—¿Y si compramos una plancha para cocinar?

—Me da la impresión de que, si la compramos de la libreta, nos saldrán unos
okonomiyaki
[12]
más ricos.

—Ya veo, ya veo. Creo que lo he entendido.

Cerré la libreta y la metí en el bloc de dibujo.


Namaneko
[13]
,
namaneko
—dijo ella.

—¿Eh? ¿Y eso qué es?

—No, nada especial.

—Mmm, pues me gusta.

—¿El
namaneko
?

—Sí, el
namaneko
.

—Así que te gusta el
namaneko
, ¿eh?

El 7 de julio ella se trasladaría a mi apartamento. Aunque fuera un ensayo, teníamos que escoger un día propicio y, entre los dos, decidimos la fecha
[14]
.

Miré el reloj y eran las doce pasadas. Nos dimos las buenas noches y colgamos el teléfono.

Once

Comenzamos los preparativos para el 7 de julio.

Mi apartamento era de dos habitaciones. Quizá resultaría pequeño pero, de momento, nos parecía suficientemente grande.

Lo ordené y agrupé cuanto pude mis cosas. Mientras vivía solo, sin darme cuenta, había ido acumulando un montón de objetos. Cosas que me estorbaban pero que me provocaban nostalgia. Después de deshacerme de algunas y guardar bien otras, me pareció que quedaba espacio suficiente para ella.

Por cierto, en su apartamento ella tenía poquísimas cosas. La primera vez que estuve allí, me sorprendió. Era como si lo hubieran recortado con unas tijeras, la ropa y las cosas de su trabajo estaban todas guardadas en los armarios. Aquí y allá, había un mínimo de objetos comprados en las tiendas de todo a cien; en el recibidor, un adorno del templo del pabellón dorado de Kyoto.

Según ella, no podía deshacerse de la sensación de estar en un domicilio provisional. Su apartamento estaba más o menos a medio camino entre la casa de su familia en
Chiba
[15]
y un lugar incierto adónde iría a vivir, como si fuera una estación de paso. Así pues, era mejor no comenzar a vivir de verdad allí.

Empezó a trasladar, poco a poco, sus reducidas pertenencias a mi apartamento. A veces, entre semana, se presentaba de repente por la noche, dejaba algunas cosas y volvía a marcharse. Por el contrario, los fines de semana iba a menudo a la casa de Chiba. Según decía, allí tomaba cerveza con su padre y tenía la sensación de estar preparando el ajuar. En cualquier caso, los preparativos para el 7 de julio parecían seguir adelante.

Los fines de semana que ella no estaba, yo llamaba a algún viejo amigo y salíamos a tomar algo. Nos contábamos, el uno al otro, lo ocupados que estábamos en el trabajo, e intercambiábamos noticias de amigos comunes.

• Parece ser que el mundo de la construcción es muy duro.

• Moose y Bach se han separado.

• Con el dinero de las horas extras, no está mal.

• El Capitán ha desaparecido.

• A. está escondiendo algo.

• Al menor de los Okada lo han hecho profesor de gimnasia.

• A Kobune lo han nombrado encargado de una tienda de discos de segunda mano.

• Mako y Oya se han casado.

Tras intercambiar informaciones de esas que no se ponen ni en las tarjetas para felicitar el Año Nuevo, llegaba el momento de decir «Hasta la próxima» y separarse. Lo del Capitán me preocupaba un poco, pero que a Kobune lo hubieran ascendido era para alegrarse. A Mako y a Oya, felicidades. Lo del menor de los Okada me daba igual, pero a A. tenía que llamarlo.

Que Moose y Bach se hubieran separado era toda una sorpresa. Él era el que me había presentado a mi novia. Yo era amigo de Moose y ella de Bach. Ellos nos habían juntado tres años antes.

Bach la trajo y ella se me presentó con un «Mucho gusto». Pensé que tenía una voz muy bonita. «El gusto es mío», dije yo.

Terminadas las presentaciones básicas, fuimos a comer. Ella comió algo parecido a pasta y yo algo parecido a arroz con bechamel. De lo que comieron Moose y Bach no me acuerdo.

Moose dijo de mí que era un buen tipo y contó dos o tres anécdotas sin importancia. Ella, sin mostrar el más mínimo interés, decía «¿Ah, sí?», y Bach me miraba como si me estuviera examinando. Moose no era un mal tipo, pero tampoco estaba siendo de gran utilidad.

Ella no reaccionaba a las palabras de Moose, no se sabía si lo estaba pasando bien o no, pero en su cara parecía haber el atisbo de una sonrisa. Pensé que tenía buen carácter. Y, en cuanto a su relación con Bach, no sé por qué pero no parecían llevarse demasiado bien.

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