DARTH VADER El señor oscuro (10 page)

BOOK: DARTH VADER El señor oscuro
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—No creo que sea muy difícil proporcionaros identidades falsas y torear a los soldados de la guarnición local.

—Normalmente, estaría de acuerdo —le interrumpió Shryne—. Pero esta vez hay un ingrediente nuevo en el puchero. Un tal Lord Vader. —Al ver que Garrulan no reaccionaba ante ese nombre, continuó—. Una especie de Grievous con armadura negra, sólo que más peligroso y parece que encargado de hacerle el trabajo sucio a Palpatine.

—La verdad es que no he oído nada de él —dijo Garrulan, evidentemente interesado.

—Oirás hablar. Y podría ser un problema para abandonar esta roca.

Garrulan se acarició el lekku.

—Bueno, entonces tengo que replantear mi oferta para evitar complicaciones imperiales. O quizá sólo haya que tomar precauciones adicionales.

15

E
l tejido blindado negro y una gran fuerza no eran las únicas cosas que distinguían a Darth Vader de Anakin Skywalker. Si Anakin tenía limitado el acceso a la sala de datos del Templo Jedi, Vader podía examinar cualquier dato que deseara, incluso estando a años luz de Coruscant, aunque fueran grabaciones archivadas, textos antiguos y holocrones creados por antiguos Maestros. De este modo pudo descubrir la identidad de los seis Jedi asignados a Murkhana al final de la guerra; los cuatro que habían muerto —los Maestros Loorne y Bol Chatak, y dos Caballeros Jedi— y los dos que seguían en libertad: Roan Shryne y Olee Starstone, padawan de Chatak, ahora presumiblemente al cuidado del más sabio y experimentado Shryne.

Starstone era una jovencita de oscuros rizos y atractiva sonrisa que hasta hacía poco parecía destinada a convertirse en una acólita del Templo, al ser seleccionada por la Maestra Jocasta Nu para servir de aprendiz en la sala de archivos. Poco antes de que empezase la guerra, y buscando ampliar su comprensión del resto de la galaxia, Starstone solicitó hacer trabajo de campo y acabó llamando la atención de Bol Chatak durante una breve visita a Eriadu.

Pero Chatak no la había aceptado como estudiante hasta el segundo año de la guerra, y sólo a petición del Sumo Consejo. Con tantos Caballeros Jedi participando en campañas militares en mundos apartados, el Templo no era lugar para una Jedi joven y capaz, que podía rendir mayores servicios a la República como guerrera que como bibliotecaria.

Starstone era prometedora en todos los aspectos. Era cándida, rápida como un vibrolátigo y una brillante investigadora a la que, en otras circunstancias, probablemente no se le habría permitido dejar el Templo. Pero entonces habría muerto allí, víctima de la hoja de Darth Vader o de los disparos láser de las tropas de asalto del comandante Appo.

Roan Shryne era algo muy distinto, y era su holoimagen la que ahora estudiaba Vader, a medida que la información sobre el Caballero Jedi de largos cabellos aparecía en un campo holoproyector aparte.

Habían reclutado a Shryne en el Borde Exterior, en el mundo de Weytta, que resultaba estar en la misma región que Murkhana. Su archivo contenía referencias de pasada a un «incidente» sucedido en su reclutamiento, pero Vader no había conseguido encontrar un relato detallado de lo acontecido.

En el Templo había demostrado tener talento para sentir la presencia de la Fuerza en los demás, y se le había animado a seguir un rumbo que lo habría llevado a la División de Adquisiciones del Templo. Pero, cuando fue lo bastante mayor como par se cuenta de lo que implicaba la adquisición, rechazó con firmeza cualquier nuevo tutelaje, por motivos que los expedientes tampoco dejaban claro.

El asunto se llevó ante el Sumo Consejo, que acabó decidiendo que se permitiese a Shryne buscar su propio camino en vez de imponérsele ese servicio. El camino que acabó siguiendo Shryne fue el estudio de las armas bélicas, tanto antiguas como modernas, del cual había surgido un gran interés por el papel que desempeñaban los sindicatos del crimen en el tráfico de armas ilegales.

Lo que le llevó inicialmente a Murkhana, poco antes de que estallara la guerra, fue la condena que hizo Shryne de los agujeros legales existentes en las leyes de la República, que permitían a la Federación de Comercio y otros grupos similares amasar ejércitos de androides. Allí había tenido tratos con un jefe del crimen con cierta reputación local, que acabó convirtiéndose en informador de Shryne sobre los recursos militares separatistas. Debido a esto, Shryne había realizado frecuentes viajes a Murkhana, incluso durante la guerra, tanto en solitario como con un aprendiz padawan.

Era un par de años mayor que Obi-Wan Kenobi y, al igual que éste, fue miembro periférico de lo que algunos Jedi habían dado en llamar la «vieja guardia», un grupo selecto en el que estaban incluidos Dooku, Qui-Gon Jinn, Sifo-Dyas, Mace Windu y otros más, muchos de los cuales habían sido parte o serían llamados a sentarse en el Sumo Consejo. Pero, a diferencia de Obi-Wan, nunca había estado al tanto de las discusiones o decisiones del Consejo.

Era interesante que estuviera entre los Jedi enviados a Geonosis en la misión de rescate que fue la chispa que empezó la guerra. Durante aquella batalla, mataron a su antiguo Maestro, Nat-Sem, y al primer padawan de Shryne.

Y luego, a los dos años y medio de guerra, Shryne perdió a un segundo aprendiz en la Batalla de Manari.

En su expediente constaba que sus compañeros Jedi habían notado un cambio en él tras lo ocurrido en Manari, no sólo respecto a la guerra, sino al papel que los Jedi se habían visto obligados a representar —que habían sido manipulados para que los representara, se daba cuenta Vader ahora—, y muchos Jedi esperaban que abandonase la Orden, tal y como habían hecho otros muchos, ya fuera para acabar en el bando separatista o sencillamente para desaparecer.

Mientras estudiaba la imagen fantasmal de Shryne, Vader activó el comunicador de la cabina.

—¿Qué ha descubierto? —preguntó.

—Seguimos sin indicios de ningún Jedi, Lord Vader —dijo Appo—. Pero hemos localizado al jefe del crimen twi’leko.

—Buen trabajo, comandante. Resultará ser la pista que necesitamos.

 

 

Cash Garrulan buscaba el modo de descargar cuanto antes ochocientos electrobinoculares Neuro-Saav cuando Jally entró en el despacho para atraer su atención hacia los monitores de seguridad.

Garrulan miró con creciente irritación cómo veinte soldados clon descendían de un transporte rodante y tomaban posiciones alrededor de la vieja estructura que era su cuartel general.

—Y además son soldados de asalto —dijo Garrulan—. Los habrá enviado el gobernador regional para llevarse todo lo que puedan antes de irse. —Se puso en pie, barrió con la mano un puñado de tarjetas de datos de su mesa y las metió en un maletín abierto—. Dale a los soldados nuestro sobrante de municiones. Hagas lo que hagas, no te enfrentes a ellos. Si las cosas Se ponen difíciles, ofréceles más. Los electrobinoculares, por ejemplo. —Cogió la capa y se la echó a los hombros—. Pero no estoy dispuesto a pasar por la indignidad de un arresto. Cogeré la escalera de atrás y me reuniré contigo en el muelle.

—Buena idea. Nosotros nos ocuparemos de los clones.

Salió del despacho a toda prisa, cruzando el almacén y empujando el manillar de la puerta trasera, para encontrarse ante una enorme figura que llenaba el umbral. La figura enmascarada iba vestida de negro desde el enorme casco hasta las botas de caña, y apoyaba los puños en la cadera de una forma que le abría la capa.

—¿Va a alguna parte, virrey?

La voz ligeramente grave estaba aumentada por un vocalizador de algún tipo y subrayada por una respiración rítmica y profunda, obviamente regulada por la caja de control sujeta al amplio pecho acorazado de la figura.

Vader,
se dijo Garrulan. La monstruosidad tipo Grievous que Shryne llamó «un ingrediente nuevo en el puchero».

—¿Puedo preguntar quién desea saberlo?

—Es libre de preguntar —dijo Vader, pero lo dejó así.

Garrulan intentó ordenar sus pensamientos. Vader y sus soldados no habían ido a por sobornos. Iban tras la pista de Shryne. Aun así, pensó que todavía podía ganarse a Vader.

—No soy ni nunca he sido un separatista. Sólo resulta que vivo en un mundo que lo es.

—Tus antiguas alianzas no me conciernen —dijo Vader, que, tras alargar la mano y levantar en el aire a Garrulan, cargó con él hasta el despacho, donde lo depositó en una silla con ruedas que rodó hacia atrás y chocó contra la pared—. Póngase cómodo —dijo Vader.

Garrulan se frotó la nuca.

—Va a ser todo así, ¿verdad?

—Sí. Algo parecido.

Garrulan se obligó a respirar.

—Bueno, yo también le ofrecería asiento, pero no creo tener uno lo bastante grande.

El comandante de las tropas de Vader entró en la sala mientras éste examinaba los lujos del lugar.

—Le ha ido bien, virrey.

—Me las arreglo —dijo Garrulan.

Vader se inclinó sobre él.

—Busco a dos Jedi que escaparon de un transporte que debía llevarlos a Agon Nueve.

—Un lugar encantador. Pero ¿qué le hace pensar...?

—Antes de que diga otra palabra —le interrumpió Vader—, le aviso de que sé que conoce a uno de esos Jedi desde hace mucho tiempo.

Garrulan revisó sus planes de inmediato.

—Se refiere a Roan Shryne y la chica.

—Entonces, vinieron aquí.

Garrulan asintió.

—Me pidieron ayuda para salir de Murkhana.

—¿Qué arreglos hizo?

—¿Arreglos? —Garrulan gesticuló abarcando el despacho—. Yo no conseguí todo esto por accidente. Me sorprendió ver a Shryne con vida. Le dije que yo no ayudo a traidores. De hecho, informé de su visita a las autoridades locales.

Vader se volvió al comandante, que asintió y entró en al almacén.

—No me mentirá, virrey —Vader no preguntaba.

—No sin conocerlo antes mejor.

El comandante volvió.

—Sí llamó a la guarnición local, Lord Vader.

Era imposible determinar si Vader estaba o no satisfecho.

—¿Sabe adónde fue Shryne desde aquí? —dijo Vader.

Garrulan negó con la cabeza.

—No lo dijo. Pero conoce bien Murkhana, y yo sólo soy uno de sus contactos locales. Claro que eso ya lo sabrá usted.

—Quería oírlo de usted.

Garrulan sonrió para sus adentros. Vader se había tragado el anzuelo.

—Encantado de ayudarle... Lord Vader.

—Si usted fuera Shryne, ¿cuál sería su próximo movimiento?

—Bueno, eso sería especular, ¿no? —respondió, relajándose un poco—. Da la impresión de que me pide mi opinión profesional sobre el asunto.

—¿Y si es así?

—Sólo pensaba que igual podía ganar algo con esto.

—¿Qué quiere, virrey? Parece tener ya más de lo que necesita.

Garrulan adoptó un tono más serio.

—Eso son cosas materiales —dijo, con gesto displicente—. Necesito que hable bien de mí al gobernador regional.

Vader asintió.

—Eso puede arreglarse, siempre que su opinión profesional sirva para algo.

Garrulan se inclinó hacia delante.

—Hay un koorivar llamado Bioto que se dedica al contrabando y otros negocios. Posee una nave muy rápida llamada
Gemelo
. —Hizo una pausa mientras el comandante volvía a desaparecer, sin duda para hablar con Control de Tráfico Espacial—. Si yo tuviera prisa por saltar al espacio con las menores dificultades posibles, recurriría a Bioto.

—Lord Vader —dijo de pronto el comandante—. El CTE informa de que el
Gemelo
despegó hace poco de la plataforma de Murkhana. Tenemos la ruta de vuelo prevista.

Vader se volvió, su capa ondeó.

—Llame al
Exactor,
comandante. Ordene que la intercepten. —Salió a la sala principal sin decir otra palabra, para detenerse tras dar unas zancadas—. Es muy listo, virrey —dijo, medio volviéndose hacia Garrulan—. No olvidaré esto.

Garrulan inclinó la cabeza en señal de respeto.

—Tampoco yo, Lord Vader.

Un momento después de que se fuera Vader, volvió Jally, resoplando de alivio.

—No es alguien con quien me gustaría enfrentarme, jefe.

—Tiene su propio estilo —dijo Garrulan, poniéndose en pie—. Olvida el resto de esta basura. Prepara la nave para el despegue. Hemos acabado en Murkhana.

16

L
a nave de Vader entró en la bodega principal del
Exactor
con las alas plegadas sobre el fuselaje, apagando las luces al posarse en la brillante cubierta. No lejos de allí, rodeado por soldados clon, estaba apareado el
Gemelo,
un transporte de mercancías un tanto voluminoso, fuertemente armado con cañones turboláser y un hipermotor de última generación. Los soldados también vigilaban a la tripulación de siete hombres, la mayoría de Koorivar, que tenían las manos en la cornuda cabeza mientras los soldados completaban el registro de la nave. Los contenedores que ya se habían bajado de ella eran amontonados a estribor del
Gemelo
, a la espera de ser examinados por escáner.

Vader y Appo descendieron por la rampa de la lanzadera y se dirigieron hacia donde estaba la tripulación. Un soldado señaló al capitán, y Vader se le acercó.

—¿Cuál es su cargamento, capitán?

El koorivar le miró fijamente.

—Exijo hablar con el oficial al cargo.

—Está hablando con él.

El capitán pestañeó sorprendido, pero se las arregló para contener su tono furioso.

—No sé quién es usted, pero le prevengo de que si mi nave tiene daños por culpa de su rayo tractor, presentaré una queja formal ante el gobernador regional.

—Tomo nota, capitán —dijo Vader—. Y estoy seguro de que el gobernador regional se interesará por usted en cuanto sepa que transporta armas prohibidas. —Se volvió hacia el oficial al cargo de los soldados—. ¡Escóltelos al calabozo!

—Lord Vader —dijo Appo cuando se llevaban a la tripulación—, seguridad informa de que han encontrado dos humanos en un compartimento secreto bajo la cocina de la nave.

Vader se volvió en dirección al transporte.

—Interesante. Veamos lo que ha descubierto seguridad.

Para cuando Vader y Appo llegaron al lado de babor de la nave, un grupo de soldados salía ya de la nave llevando a dos humanos bajo custodia. El hombre era alto y de pelo largo, muy protector de la joven que iba a su lado. La pareja iba vestida de forma similar con túnicas y turbantes típicos de la brigada de mercenarios que había luchado por los separatistas de Murkhana.

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