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Authors: Félix Schlayer

Tags: #Histórico, otros

Diplomático en el Madrid rojo (18 page)

BOOK: Diplomático en el Madrid rojo
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Una vez en Madrid, de nuevo, busqué a algunos colegas y les pedí que me acompañaran a visitar al Ministro de Estado en funciones, Giner de los Ríos, que representaba a Álvarez del Vayo, durante la estancia de éste en Ginebra. Cuatro diplomáticos de países europeos se mostraron inmediatamente dispuestos a apoyarme en un intento de conseguir, por mediación del Ministro, la libertad de la Cierva. Para empezar, tuvimos que aguardar durante horas en el Ministerio, porque había Consejo, y se esperaba el regreso del Ministro de un momento a otro. Finalmente hacia las diez, nos decidimos a ir a su domicilio privado por suponer que se había marchado allí directamente después del Consejo de Ministros. Cuando llegamos nos enteramos de que acababa de salir en coche para el Ministerio. Otra vez nos fuimos allá. Finalmente, hacia las once, pudimos hablar con él. Le expliqué el asunto conforme a la verdad y dejé, naturalmente, bien claro que no había habido engaño por parte de La Cierva, sino que yo le había dado aquel documento, con plena conciencia de lo que hacía, porque estaba convencido de que en Madrid su vida corría peligro. El Ministro ya tenía conocimiento del caso, puesto que el Director General había informado de ello inmediatamente al Consejo de Ministros. Reconocía que los motivos de mi conducta estaban plenamente justificados y dijo que si de él sólo dependiera, daría el incidente por resuelto y La Cierva nos sería devuelto. Pero, como el Consejo de Ministros ya se había hecho cargo del asunto, él tendría que presentar mi solicitud, cosa que haría inmediatamente a la mañana siguiente, al continuarse la sesión. Prometió hacer de abogado de La Cierva y mío y recibirnos de nuevo por la tarde a las cinco para comunicarme el resultado. En cuanto a mis colegas, que se había mostrado tan amables conmigo, no pudieron irse a cenar hasta las doce de la noche.

Al día siguiente, por la tarde, me reveló el Ministro que tras una larga discusión en la que él había defendido mis puntos de vista, el Consejo de Ministros había decidido dar por resuelto el incidente relativo al documento falso y no volver sobre ello, por cuanto reconocía la nobleza de las razones que lo habían motivado, siendo así, además, que yo era persona grata en grado sumo para varios de los Ministros. En cuanto a devolver a La Cierva a la Legación, los Ministros opinaban, sin embargo, que era algo impracticable, puesto que, al fin y al cabo, había cometido un delito en materia de documento público (pasaporte) por el que tenía que ser juzgado. El Ministro confiaba en que se volvería sobre el asunto, al hacerle yo ver los peligros a los que estaba expuesto en tales circunstancias en las cárceles de Madrid, un hombre con ese apellido. Me aseguró que estaba dispuesto a intervenir en todo momento, en el Consejo de Ministros, en pro de su libertad.

En los días que siguieron, el Ministro confirmó la mencionada decisión del Consejo, tanto al Encargado de Negocios francés, que me había acompañado, como también al embajador de Méjico que en aquel momento era Vicedecano del Cuerpo Diplomático.

Esto ocurría en los días veintiséis y veintisiete, sábado y domingo respectivamente, de septiembre de 1936. El veintinueve se celebraba la reunión diplomática, en la Embajada de Méjico, por ausencia del Decano, Embajador de Chile. Esta Embajada se halla en una de las casas más bellas de Madrid, construida por un arquitecto alemán y es propiedad alemana. Antes de la reunión se sirvió agradablemente en el hermoso vestíbulo, una copa de Jerez. Aproveché esa convivencia, libre de trabas, con los colegas para poner en sus manos, a título preparatorio, copias de las observaciones hechas por mí:

«Hago constar que hace tres o cuatro días, las Milicias llevaron a distintos presos a los que el Gobierno había comunicado la pena de muerte, entre ellos dos primos de José Antonio Primo de Rivera (fundador de Falange Española en lugar de a la cárcel de Cartagena que era su destino, a El Plantío (población situada a quince kilómetros de Madrid, camino de la Sierra), y allí los habían matado. Tal hecho no es sino una repetición más de otras acciones criminales precedentes.

Hago constar que cada mañana, pueden verse en la calle de Cea Bermúdez, muy cerca de varias representaciones diplomáticas, numerosos cadáveres de hombres y mujeres, así también como en la carretera que va de la Dehesa de la Villa a la Puerta de Hierro.

Pero estos no son los únicos lugares frecuentados por los asesinos políticos o comunes, ya que el número total de cadáveres hallados, sin salirse del casco urbano de Madrid, alcanza, diariamente, la cifra de sesenta, lo cual nos permite suponer que el número de cadáveres que puedan encontrarse en las carreteras conducentes a los pueblos vecinos, exceda ampliamente de la misma. En estos últimos días las víctimas se cuentan ya por centenares.

Hago constar que estas últimas noches se sacaron presos de las cárceles de San Antón, a los que se asesinó en diferentes lugares; en un solo caso, producido recientemente, fueron asesinadas cincuenta personas en una sola noche.

Hago constar, que en 'Fomento 9', funciona un tribunal completamente ilegal que 'pone en libertad', en las primeras horas de la madrugada, a todos los que no han sido condenados, para que el populacho que espera en las puertas los despedace sin piedad.

Hago constar que en muchos ateneos y 'asociaciones' de denominaciones diversas se arrogan el derecho de apresar indiscriminadamente a personas, mantenerlas en cautividad y hacer con ellas lo que les plazca.

En las prisiones oficiales del Estado, se hallan en la actualidad: cinco mil presos en la cárcel Modelo, mil presos en la que fue Cárcel de mujeres (Ventas), dos mil presos en San Antón y Porlier y más de quinientas mujeres presas en Conde de Toreno 9.

Existen, además, una serie de prisiones privadas, de las que el Estado no se preocupa; por ejemplo un antiguo convento, en la calle de San Bernardo, frente a la Iglesia de Monserrat.

El domingo, temprano por la mañana, vi con mis propios ojos veinte cadáveres que yacían en las proximidades de mi Embajada. Calculo que en este día la cifra total de los asesinados en Madrid y en sus alrededores pasaría de los trescientos. Además, se había producido, un número incontable de secuestros de muchachitas cuyo apresamiento negaban, pero que retuvieron para fines inconfesables.

Hago constar que la noche del cinco al seis se recogieron ciento diez asesinados, sólo en el término municipal de Madrid».

Esta estadística, basada en datos obtenidos por mi mismo, no fracasó en su dolorosa impresión. Diferentes colegas del Cuerpo Diplomático me aseguraron que la transmitirían inmediatamente a sus respectivos Gobiernos.

Poco después de abierta la sesión, el Embajador de México pidió a los presentes que se expresaran acerca de la seguridad de los refugiados y de las Representaciones Diplomáticas, tema acerca del cual, y precisamente en esos días, se mantenían negociaciones con el gobierno, como más adelante se verá. Tomé la palabra y solté un largo discurso, dejando salir todo lo que tenía dentro. En forma extremadamente concisa, el acta de la sesión, refiere lo siguiente: «El Representante de Noruega, comunica que el señor de la Cierva, a quien había dado asilo, fue detenido en el Aeropuerto. Expuso el caso al Ministerio de Estado; el Ministro declaró que hacia todo lo posible para que el Señor De La Cierva regresara a su refugio pero que tropezaba con la oposición del Ministerio de la Gobernación (Interior). La Cierva se hallaba en la cárcel Modelo y en las actuales circunstancias creía (el que así hablaba) que la vida del mismo no estaba nada segura, ya que en cualquier momento se les podría ocurrir a los milicianos 'vengar', la toma de Toledo por los nacionales, mediante el asesinato de los presos. No quiere que al señor de La Cierva le ocurra una desgracia y ruega, por tanto, al Cuerpo Diplomático que insista en que sea devuelto a la Legación de Noruega. Opina que el Cuerpo Diplomático es el único representante de los sentimientos humanitarios en las circunstancias reinantes. En su opinión, ha de contarse con que antes de que las tropas nacionales tomen la capital, descargue una tormenta de odio sobre las distintas cárceles de Madrid, tormenta de la que el Cuerpo Diplomático, no sólo no puede desentenderse, sino que tendrá que empeñar todas sus fuerzas y posibilidades para que no llegue a producirse. Su propuesta es que el Cuerpo Diplomático pidiera que cuatrocientos o quinientos guardias civiles de más de cuarenta años, quedaran especialmente destinados a la defensa de dichas prisiones».

Mis argumentos, naturalmente, mucho más detallados, culminaban y se resumían en mi opinión de que el Cuerpo Diplomático sería culpable de complicidad ante la Historia si, en adelante, contemplase con resignación el abandono de las cárceles por el Gobierno a los asesinos, así como de los presos políticos, totalmente desprotegidos, a los milicianos anarquistas y comunistas. Si mis colegas hubieran visto la chusma que, en calidad de agentes de «Vigilancia y protección» se encargaba de los presos, no hubieran podido dormir tranquilos.

Al final de mi informe siguió una ovación cerrada. Todos los colegas aplaudían. Caso singular en los anales de nuestro Cuerpo Diplomático y muy satisfactorio para mí, por lo que suponía de capacidad de protección para los presos en peligro.

Se acordó nombrar una comisión para la redacción de una nota con destino al Gobierno, que fue leída y aprobada ocho días más tarde. En ella se encarecía que no se atentara contra la vida de nadie sin previa sentencia judicial y que esa situación de hegemonía del populacho no perdurara por más tiempo y, además que era preciso se nombrase otra clase de personal de vigilancia y de custodia de los presos, con más sentido de la responsabilidad que le incumbía, en cuanto a la protección de los mismos.

Los embajadores de Chile y de Méjico entregaron personalmente, esta nota al Ministro de Estado (Asuntos Exteriores) el cual afirmó que precisamente se estaban retirando del frente a cuatro mil ex-policías y se les iba a destinar a la protección de las prisiones. Naturalmente, tampoco esta promesa se cumplió, si bien en ningún caso hubiera servido para nada ya que los asesinatos de presos se ejecutaron en noviembre con la firma de Organismos del Gobierno: no había guardias que pudieran oponerse a la criminalidad de Ministros y Directores Generales. ¡Con esto no se había contado!

¿Fue como réplica a la mencionada incómoda nota que el Cuerpo Diplomático envió al Ministerio de Estado, lo que molestó a Álvarez del Vayo para que a los cuatro días, remitiera otra nota, esta amenazadora, contra los representantes diplomáticos que albergaban y protegían a los refugiados? (que eran casi todos). Se le podría atribuir tal cosa, a juzgar por el odio mortal, con que, a partir de aquel momento, me persiguió, como autor moral de la misma.

Tras una odiosa polémica, contra el derecho de asilo, terminaba la Nota con la siguiente amenaza: «Habida cuenta de que el ejercicio del derecho de asilo ha dado lugar a notorios abusos, es voluntad del Gobierno hacer constar, ante los miembros del Cuerpo Diplomático acreditado en Madrid, que se ve obligado a poner fin a la actitud de extraordinaria tolerancia, mantenida hasta la fecha, frente al ejercicio de tal derecho y a reservarse, a su vez, la facultad de proceder contra los abusos ya cometidos, en la forma que en cada caso requieran los supremos intereses de la República».

Lo que el propio Álvarez del Vayo pretendía con esto, era concederse carta blanca para valiéndose de abusos sin precisar más detalles, justificar por adelantado violencias contra las representaciones diplomáticas, que él mismo maquinaba en complicidad con el Ministro de la Gobernación (Interior) Galarza.

Contra lo dicho había que actuar contundentemente si no queríamos que nuestra ya precaria situación se hiciera insostenible. Resolvimos que las tres embajadas presentes visitaran personalmente, con arreglo al derecho que les asistía como tales diplomáticos, al propio Presidente de la República para preguntarle si estaba enterado de ese documento diplomático tan importante y si lo aprobaba.

La visita se celebró ya al día siguiente, dieciséis de octubre. El presidente Azaña nada sabía, ni del documento ni de la actitud hostil del Gobierno con respecto al derecho de asilo. El mismo dijo (según consta en Acta), que, con arreglo a su opinión personal, el Cuerpo Diplomático estaba realizando una obra extraordinariamente interesante y humanitaria y que, estimaba que esa obra tendría que adquirir toda la amplitud y extensión que fuera posible. Estaba completamente de acuerdo con nosotros y, en ese terreno, iría él aún más lejos lo que habíamos ido. Pero el Presidente de la República y Jefe de Estado no tenía posibilidad de influir directamente en el Gobierno.

De todo ello se redactó una Nota exhaustiva en la que se presentaron al Ministro los casos en los que la propia España había ejercido, en otros países, el derecho de asilo; pero sobre todo se relacionaban, con nombre y apellidos, los muchos casos de funcionarios de alta categoría y políticos, nada menos que del propio Gobierno de la República, que habían pretendido acogerse al asilo ofrecido por la Representaciones Diplomáticas durante esta misma guerra civil. La respuesta a esta Nota era, al parecer, tan difícil que nunca llegó. Por el momento se había sorteado el peligro oficial; seguía latente el que podía ofrecer el populacho.

Dos meses más tarde fue asaltada una Legación, pero en torno a ese caso había circunstancias tan especiales que podrían calificarse válidamente de «abusos». Un hombre, cuya nacionalidad era tan discutible como sus artimañas, había abierto, bajo la bandera del país de referencia, viviendas y más viviendas para las que se ingeniaba en obtener el reconocimiento de extraterritorialidad y que iba llenando de refugiados. Cobraba un precio diario por la manutención; en boca del pueblo, aquello no se llamaba «Legación» sino «Pensión…». Un día, la policía, abrió varios de estos complejos de viviendas y llevó a prisión a la mayoría de sus «huéspedes». Pero la propia Legación quedó, en este caso también, intacta y asumida después por otro país.

Lo que sí conseguí fue que, pocos días después de la junta diplomática que celebramos el 29 de septiembre, volvió a plantearse en el Consejo de Ministros el asunto La Cierva pero quedó sin resolver. Todavía hubo que trabajarse a unos cuantos Ministros para vencer la resistencia del Ministro Galarza. Fui, por tanto, en busca del Ministro del aire; Indalecio Prieto, a quien conocía bien, y le pedí que intercediera. Se declaró personalmente dispuesto a cualquier acto de buena voluntad ya que conocía al padre de La Cierva desde hacía muchos años por su carrera política y que, desde luego, a pesar de ser opuestas sus ideas políticas no sentía enemistad alguna contra él. Pero en cuanto a la influencia que él pudiera ejercer sobre el Ministro, dijo que no me hiciera ilusiones, porque él era «la oveja negra» de ese Gobierno, y bastaría que abogara por algo para que Largo Caballero quisiera lo contrario. Me dijo que probara con su amigo Negrín, que era más idóneo para el caso.

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