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Authors: Jeff Lindsay

Tags: #Intriga, #Policíaco

El oscuro pasajero (29 page)

BOOK: El oscuro pasajero
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El interior estaba iluminado por dos fanales conectados a una batería. Contra la pared del fondo había una mesa de operaciones improvisada, hecha a base de embalajes. Inmovilizada sobre la mesa estaba mi querida hermana Deborah.

26

Durante unos segundos ni siquiera necesité respirar. Me limité a mirar. Largas y ajustadas tiras de cinta aislante rodeaban las piernas y brazos de mi hermana. Llevaba unos pantalones dorados y una blusa de seda transparente atada sobre el ombligo. El cabello recogido, muy tenso, y los ojos muy abiertos; respiraba por la nariz, en alientos cortos, ya que también la boca estaba cubierta por un pedazo de cinta que le cruzaba los labios y llegaba hasta la mesa, manteniéndole la cabeza quieta.

Intenté decir algo, pero me di cuenta de que tenía la boca demasiado seca para hablar, así que me limité a mirar. Deborah me devolvió la mirada. En sus ojos había muchas cosas, pero la más obvia era el miedo, y eso me retuvo en el umbral. Nunca antes había visto esa mirada en su rostro y no sabía bien cómo interpretarla. Di medio paso en dirección a ella y ella se debatió contra la cinta. ¿Asustada? Por supuesto… ¿pero de mí? Había venido a rescatarla. ¿Por qué tenía que temerme? A menos que…

¿Yo había hecho esto?

¿Y si Deborah se había presentado en casa esta noche, tal y como estaba previsto, mientras yo dormía la siesta, y se había encontrado con el Oscuro Pasajero al volante del Dextermóvil? ¿Y, sin ser consciente de ello, la había traído hasta aquí y la había atado de manera tan tentadora…? Pero eso no tenía sentido. ¿Después había corrido hacia casa para dejarme la muñeca Barbie, había subido y me había tendido en la cama para así despertar de nuevo como mi otro yo, como si estuviera enfrascado en alguna carrera de competición homicida? Imposible, pero…

¿Cómo si no había sabido llegar hasta aquí?

Sacudí la cabeza; no había forma humana de elegir este contenedor de entre todos los que había en Miami a menos que supiera de antemano dónde estaba. Y así había sido. La única explicación posible es que hubiera estado antes aquí. Si no esta noche con Deb, entonces ¿cuándo y con quién?

—Estaba casi seguro de que éste era el sitio correcto —dijo una voz, una voz tan parecida a la mía que por un momento creí haber pronunciado esas palabras y me pregunté qué habría querido decir con ellas.

Se me erizó el vello de la nuca y di otro medio paso hacia Deborah… y él salió de las sombras. La suave luz de las lámparas le alumbró y nuestras miradas se cruzaron; por un instante la habitación empezó a rodar y no supe dónde estaba. Mi visión oscilaba entre yo en la puerta y él en la pequeña mesa de trabajo improvisada, y me veía viéndole, para luego ver cómo él me veía. Tras un flash cegador me vi en el suelo, sentado inmóvil, y no supe qué significaba esa imagen. Era muy inquietante… y después era yo otra vez, aunque empezaba a dudar de lo que eso significaba.

—Casi seguro —dijo de nuevo, con una voz alegre y suave, parecida a la del niño perturbado del señor Rogers—. Pero si estás aquí, es que no me he equivocado. ¿No crees?

No me gusta reconocerlo, pero la verdad es que me quedé mirándole con la boca abierta. Estoy seguro de que casi babeaba. Me limité a mirarle. Era él. No cabía duda. Era el hombre que habíamos visto en las imágenes captadas por la webcam, el hombre que tanto Deb como yo habíamos confundido conmigo.

De cerca podía ver que en realidad no era yo; para nada, y sentí una oleada de gratitud al comprobarlo. Hurra, yo era otro. Todavía no estaba completamente loco. Era gravemente antisocial, sin duda, y esporádicamente homicida, correcto. Pero no estaba loco. Ese otro ser existía, y no era yo. Tres hurras por el cerebro de Dexter.

Pero se me parecía mucho. Quizás unos tres o cuatro centímetros más alto, y más ancho de hombros y pecho, como si hubiera estado haciendo pesas recientemente. Eso, combinado con la palidez de su cara, me hizo pensar que tal vez hubiera estado en la cárcel en fecha no muy lejana. Tras la palidez, sin embargo, su cara era muy parecida a la mía: la misma nariz, las mismas mejillas; la misma mirada en los ojos, indicando que las luces quizás estuvieran encendidas, pero que no había nadie dentro. Incluso el pelo tenía algo en común con el mío. No podía decirse que fuéramos idénticos, pero sí muy parecidos.

—Sí —dijo él—. La primera vez resulta toda una impresión, ¿verdad?

—Un poco —dije—. ¿Quién eres? ¿Y por qué está todo tan…? —Dejé la frase en el aire, porque no sabía cómo seguir.

Hizo una mueca, una mueca de decepción muy propia de Dexter.

—Vaya. Estaba seguro de que lo habías adivinado.

Negué con la cabeza.

—Ni siquiera sé cómo llegué hasta aquí.

Sonrió con dulzura.

—¿El otro conducía esta noche? —Mientras sentía cómo un escalofrío me recorría la nuca, él emitió una risita, un sonido mecánico que no merecería mención de no ser porque la voz de lagarto que salía del fondo de mi cerebro la repitió, idéntica, nota por nota—. Y eso que hoy no hay luna llena…

—Bueno, tampoco hay luna vacía —dije. No puede definirse como una réplica ingeniosa, pero al menos era un intento, y en esas circunstancias ya era algo. Me di cuenta de que me invadía una sensación de ebriedad al ser consciente de que por fin tenía ante mí a alguien que lo sabía. No hacía comentarios a lo tonto que por casualidad daban en el blanco. Mi blanco era también el suyo. Lo sabía. Por primera vez podía mirar al espacio que separaba mis ojos de los de otra persona y decir sin preocupación alguna: Es como yo. Fuera lo que fuera yo, él lo era también.

—En serio —dije—. ¿Quién eres?

Su cara compuso una sonrisa propia de Dexter-el-Gato-de-Cheshire, pero como se parecía tanto a la mía, percibí que no había en ella felicidad real.

—¿Qué recuerdas de antes? —dijo él. Y el eco de esa pregunta rebotó en las paredes del contenedor y casi me hizo estallar el cerebro.

27

—¿Qué recuerdas de antes? —me había preguntado Harry.

Nada, papá
.

Excepto…

El cerebro se me llenó de imágenes. ¿Visiones mentales? ¿Sueños? ¿Recuerdos? En cualquier caso, se trataba de imágenes muy claras. Y sucedían aquí… ¿en esta habitación? No, imposible. Este contenedor no podía llevar mucho tiempo aquí, y yo no lo había pisado antes. Pero la estrechez del espacio, la corriente fría que salía de la bomba de aire, la luz débil… todo formaba una sinfonía que me daba la bienvenida a casa. No había sido en este mismo lugar, claro, pero las imágenes eran tan claras, tan parecidas, tan completamente ajustadas, excepto por…

Parpadeé; una imagen flotaba sobre mis ojos. Los cerré.

Y vi el interior de un contenedor distinto, en el que no había cartones. Había… cosas encima de ella… De… ¿mamá? Le veía la cara y ella se escondía, mirando entre las cosas, mostrando sólo su cara, una cara inmóvil, imperturbable. Y al principio tenía ganas de reírme por lo bien que se había escondido mamá. No podía verle el cuerpo, sólo la cara. Debía de haber hecho un agujero en el suelo, y miraba desde allí, pero… ¿por qué no me contestaba ahora que ya la había visto? ¿Por qué ni siquiera parpadeaba? No contestó ni cuando la llamé a gritos; no se movió, no hizo nada. Sólo mirarme. Y, sin mamá, estaba solo
.

Pero no… no del todo. Giré la cabeza, y el recuerdo giró conmigo. No estaba solo. Alguien estaba allí. Al principio era muy confuso porque era yo, pero a la vez otro que se parecía a mí. Los dos nos parecíamos a mí

¿Qué hacíamos en esa caja? ¿Por qué no se movía mamá? Tenía que ayudarnos. Estábamos sentados en un denso charco de, de… Mamá, muévete, sácanos de aquí, de toda esta

—¿Sangre…? —susurré.

—Te acuerdas —dijo él a mi espalda—. Me alegro tanto.

Abrí los ojos. Los golpes de mi cabeza seguían. Casi podía ver aquella otra habitación superpuesta sobre ésta. Y en esa otra habitación el pequeño Dexter se sentaba allí. Podía poner los pies en ese lugar. Y el otro yo se sentaba a mi lado, pero no era yo, claro; era alguien distinto, alguien que yo conocía tan bien como a mí mismo, alguien llamado…

—¿Biney…? —dije vacilante. El sonido era el mismo, pero el nombre no acababa de sonar bien.

Asintió con un alegre movimiento de cabeza.

—Así me llamabas. En esa época te costaba decir Brian. Decías Biney. —Me acarició la mano—. No pasa nada. Es agradable tener un apodo. —Hizo una pausa, sonriendo, pero con los ojos puestos en mi cara—. Hermanito.

Me senté. Él tomó asiento a mi lado.

—¿Qué…? —fue todo lo que pude decir.

—Hermanos —repitió él—. La gente nos tomaba por gemelos. Naciste sólo un año después que yo. Nuestra madre no era muy precavida. —Por su rostro se extendió una sonrisa, amplia y feliz—. En más de un sentido.

Intenté tragar. No pude. Él, Brian, mi hermano, prosiguió.

—En parte sólo son deducciones —dijo él—. Pero tuve un poco de tiempo libre, y cuando me animaron a que aprendiera a hacer algo útil, lo aproveché. Me volví muy bueno buscando cosas en el ordenador. Encontré los antiguos archivos policiales. Nuestra querida mamá salía con un grupo de gente muy traviesa. Andaban en negocios de importación, como yo. Claro que el producto que importaban era un poco más sensible. —Alcanzó una de las cajas de cartón y de ella sacó un puñado de gorras con una pantera enfurecida grabada en ellas—. Mis productos vienen de Taiwán. Los suyos, de Colombia. Mi conclusión es que mamá y sus amigos intentaron iniciar algún proyecto por su cuenta con algún material que no era estrictamente propiedad suya; sus socios no acabaron de encajar bien su espíritu de independencia y decidieron desanimarla.

Devolvió con cuidado las gorras a la caja y sentí que me miraba, pero no podía volver la cabeza. Un momento después, desvió la cabeza.

—Nos encontraron aquí —dijo él—. Justo aquí. —Bajó la mano al suelo y tocó el lugar exacto donde aquel pequeño no-yo había estado sentado hace tanto tiempo—. Dos días y medio después. Adheridos al suelo sobre un dedo de sangre seca. —Su voz era ronca, horrible; pronunció aquella palabra, sangre, exactamente igual que lo habría hecho yo, con un odio profundo y despectivo—. Según los informes de la policía, había también varios hombres. Probablemente tres o cuatro. Nuestro padre podía haber sido cualquiera de ellos. La sierra mecánica dificultó mucho la identificación, claro. Pero están bastante seguros de que sólo había una mujer. Tú tenías tres años; yo, cuatro.

—Pero… —dije. No me salió nada más.

—Cierto —prosiguió Brian—. Y me costó mucho encontrarte. En este estado se toman muy en serio la confidencialidad de las adopciones. Pero te encontré, hermanito, ¿verdad que sí? —Volvió a acariciarme la mano, un extraño gesto que me resultaba desconocido. Claro que también era la primera vez que veía a un hermano de sangre. Quizás era un gesto que debía practicar con mi hermano, o con Deborah… Y, de repente, con un súbito ataque de remordimiento, me di cuenta de que me había olvidado por completo de Deborah.

Miré hacia ella: a unos dos metros, pulcramente sujeta.

—Está bien —dijo mi hermano—. No quería empezar sin ti.

La primera pregunta coherente que hice puede sonarles muy rara, pero la hice:

—¿Cómo sabías que querría? —Lo que tal vez sonó como si de verdad quisiera… y desde luego, no quería explorar a Deborah. Seguro que no. Y, sin embargo… aquí estaba mi hermano mayor, con ganas de jugar, una oportunidad genuinamente única. Más que por el hecho del parentesco, por el hecho de que era igual que yo—. No podías saberlo —dije, dando a la frase mayor incertidumbre de la que habría creído posible.

—No lo sabía. Pero pensé que era bastante probable. A los dos nos sucedió lo mismo. —Sonrió con más ganas y levantó el dedo índice—. Un Acontecimiento Traumático. ¿Conoces el término? ¿Has leído algo sobre monstruos como nosotros?

—Sí —dije—. Y Harry, mi padre adoptivo… Pero nunca me contó qué había sucedido exactamente.

Brian agitó una mano en el aire.

—Esto sucedió, hermanito. La sierra mecánica, las partes del cuerpo volando, la… sangre. —Lo dijo con el mismo énfasis temeroso—. Dos días y medio entre todo esto. Un milagro que sobreviviéramos, ¿no? Casi suficiente para hacerte creer en Dios. —Sus ojos centellearon y, por alguna razón, Deborah se movió emitiendo un sonido ahogado. Él la ignoró—. Creyeron que eras lo bastante pequeño como para recuperarte. Yo estaba justo por encima del límite de edad. Pero ambos sufrimos un Acontecimiento Traumático clásico. Todos los autores están de acuerdo. Eso me hizo lo que soy… y pensé que quizá había hecho lo mismo contigo.

—Lo hizo —dije—, exactamente lo mismo.

—¿No te resulta entrañable? Cosa de familia.

Le miré. Mi hermano. Esa palabra extraña. Estoy seguro de que no habría podido decirla en voz alta sin tartamudear. Era tan difícil de creer… pero a la vez era absurdo negarlo. Se parecía a mí. Nos gustaban las mismas cosas. Incluso compartíamos el mismo estilo de chistes.

Sacudí la cabeza.

—Lo sé —dijo él—. Cuesta un minuto hacerse a la idea de que somos dos, ¿verdad?

—Quizás un poco más —dije—. No sé si…

—Vaya, hermanito, ¿ahora tienes miedo? ¿Después de lo que pasó? Dos días y medio aquí sentados. Dos niños, sentados durante casi tres días sobre un mar de sangre. —Sus palabras me hicieron sentir vértigo, mareo, me aceleraron el corazón y restallaron en mi cabeza.

—No —balbuceé, sintiendo su mano apoyada en mi hombro.

—No importa —dijo él—. Lo que importa es lo que suceda ahora.

—Lo que… suceda —dije.

—Sí. Lo que suceda. Ahora. —Emitió un sonido breve, seco y sofocado que pretendía pasar por risa. Supuse que no había aprendido a fingir tan bien como yo—. Supongo que debería decir algo como: «¡Llevo toda la vida esperando este día!». —Repitió el mismo graznido—. Claro que ninguno de los dos habría podido vivir sintiendo las cosas de verdad. La realidad es que no sentimos nada, ¿verdad que no? Nos hemos pasado la vida representando un papel. Moviéndonos en este mundo declamando frases y fingiendo que somos como el resto de seres humanos, pero no lo somos. Y siempre, siempre, siempre buscando el modo de sentir algo… Buscando, hermanito, un momento como éste. ¡Sentimiento real, genuino, auténtico! Quita el aliento, ¿no crees?

Lo creí. La cabeza me daba vueltas y no me atrevía a cerrar los ojos por miedo a lo que me esperaba si lo hacía. Y, aún peor, mi hermano estaba a mi lado, observándome, pidiéndome que fuera yo mismo, que fuera como él. Y, para ser yo mismo, para ser su hermano, para ser quien era de verdad, tenía que… teníamos que… Mis ojos se volvieron, solos, hacia Deborah.

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