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Authors: Irving Wallace

La isla de las tres sirenas (7 page)

BOOK: La isla de las tres sirenas
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Según las notas que Tom‚ de todo cuanto me explicó Courtney, en los restantes aspectos de la vida se llegó a similares soluciones de compromiso, adoptando lo mejor que ofrecía el sistema polinesio y mezclándolo con lo mejor que tenían las radicales ideas de Wright. Así se llegó a un acuerdo en lo tocante a la educación, la religión, el esparcimiento y otras cuestiones importantes. Wright no permitió que coexistiesen dos sistemas distintos para una misma práctica, pues en su opinión esto sería una fuente de conflictos. O bien todos tenían que abrazar las prácticas polinesias, o las que él había imaginado.

Sin embargo, se efectuaron muchas transacciones por ambas partes.

Para evitar el hambre, los polinesios regulaban los nacimientos practicando el infanticidio. Si una mujer tenía más de un hijo en el espacio de tres años, los que sobrepasaban este número eran ahogados al nacer. Wright encontró esta practica aborrecible y consiguió que Tefaunni la declarase tabú. Por otra parte, Wright tuvo que hacer algunas concesiones a cambio de esto.

Confiaba en imponer el uso de justillos y faldas en las mujeres y de pantalones para los hombres, pero se vio obligado a abdicar del pudor en aras del faldellín de hierbas polinesio, más acorde con el clima para las mujeres, que por lo demás llevaban el torso desnudo, y las bolsas púbicas nada más para los hombres. Sólo en ocasiones muy especiales las mujeres llevaban faldas de tapa (2) y los hombres taparrabos. Courtney citó, sonriendo, algunos pasajes del antiguo diario de Wright, en el que éste hablaba del embarazo que sintieron su esposa y sus hijas cuando aparecieron por primera vez en la aldea con los pechos al aire, mientras el viento indiscreto levantaba sus faldellines de hierba, que apenas medían treinta centímetros de largo.

Se alcanzaron otras muchas soluciones de compromiso. Los polinesios defecaban en cualquier lugar del bosque. Wright se opuso a esta práctica, tachándola de malsana y se esforzó en introducir letrinas comunales, instalando dos de ellas, una a cada extremo de la aldea. Aunque los polinesios consideraban esta innovación como una completa tontería, la aceptaron para no disgustar a Wright. A cambio de ella, Tefaunni exigió que se mantuviese su sistema penal. Wright hubiera deseado desterrar a los delincuentes a un remoto barranco de la isla, del que no podrían moverse. Los polinesios no aceptaron, el criminal convicto de asesinato era condenado a la esclavitud, lo cual significaba que el asesino se convenía en sirviente en casa de la familia de su víctima, donde tenía que cumplir su pena por tantos años como hubiesen entre la edad que contaba la víctima a su muerte y setenta años. Wright no consideraba este castigo lo bastante ejemplar pero, reconociendo que era justo, lo aceptó. Tiene usted que saber que, según me dijo Courtney, esta pena aún se sigue imponiendo en Las Tres Sirenas.

No obstante, todo cuanto he expuesto hasta ahora palidece al lado de las costumbres relativas a relaciones sexuales, amor y matrimonio, según el acuerdo pactado entre Tefaunni, los cuarenta miembros de su tribu y Daniel Wright, en nombre y representación de su grupo de ocho personas. En lo tocante a estas cuestiones, los polinesios y los progresivos ingleses hallaron menos motivos de desavenencia y tuvieron que adoptar muy pocas soluciones de compromiso. Wright encontró que las prácticas sexuales de esta tribu no sólo eran extraordinarias, sino superiores a todo cuanto él sabía o había podido imaginar. Se adaptaban por completo a su propia filosofía. Ante todo eran de una gran sencillez y daban buen resultado. Gran parte de aquellas ideas representaban casi exactamente las reformas que Wright había soñado introducir, y muy pocas modificaciones o reajustes fueron necesarios. Según calcula Courtney, aproximadamente un setenta por ciento de las costumbres sexuales hoy en vigor en Las Tres Sirenas, son principalmente polinesias en su origen y sólo un treinta por ciento fue introducido por Wright.

Llegados aquí no está de más añadir que los descendientes de Tefaunni y Wright forman actualmente un solo pueblo y una sola raza. Durante varios años, el polinesio y el inglés gobernaron conjuntamente. A la muerte del jefe indígena, Wright se convirtió en jefe único. En cuanto él falleció a una edad muy avanzada —sobrevivió a su propio hijo—, el mayor de sus nietos, vástago de una unión mixta, fue nombrado nuevo jefe. Las uniones mixtas se fueron sucediendo, con el resultado de que hoy en día no existe separación entre blancos y polinesios. Únicamente puede hablarse del pueblo de Las Sirenas, que practica un unánimemente el sistema exacto de relaciones amorosas que fue acordado por los fundadores de la pequeña nación, hace más de un siglo y medio.

Por lo que se refiere a este sistema amoroso, lamento decirle que Courtney no se extendió en detalles acerca de muchas de las costumbres que hoy están en boga, pero lo que me dijo me parece más que suficiente para merecer la atención de un antropólogo. He aquí algunas de las prácticas que él me refirió:

Los adolescentes comprendidos entre los catorce y los dieciséis años reciben una educación sexual práctica. Según comprendí, les explican el mecanismo de las relaciones sexuales en teoría. Antes de dar por terminada su enseñanza, observan la cópula y participan en ella. Courtney insistió en que la forma de enfocar la cuestión no tiene nada de malsana.

Cuando llegan a la pubertad, se practica una incisión en el prepucio de los muchachos, similar a la circuncisión, a fin de exponer el glande. Cuando la herida ha cicatrizado, el adolescente efectúa su primer comercio sexual con una mujer algo mayor que él, que le guía y le enseña la técnica adecuada. Por lo que se refiere a las jóvenes adolescentes, en cambio, se empieza a extenderles el clítoris durante varios años. Cuando esta extensión alcanza más de dos centímetros, se considera a la joven preparada para tomar las primeras lecciones prácticas de relaciones sexuales. Este ensanchamiento del clítoris no tiene nada que ver con la magia, el motivo es únicamente aumentar el goce sexual. Por otra parte, la virginidad se considera en Las Sirenas como una desgracia y un defecto. Pero teniendo en cuenta las observaciones que yo mismo he efectuado en las islas de La Sociedad y en Australasia, estas prácticas no son raras.

En la isla de Las Sirenas existe una gran mansión, que recibe el nombre de Cabaña de Auxilio Social. Su función es doble. La utilizan los solteros, las viudas y las mujeres libres para pasar los ratos de ocio y hacerse el amor.

La segunda función de esta cabaña, que sólo se me dejó entrever, es algo de carácter más singular e incluso sorprendente, según pude deducir. En realidad, proporciona los medios de —repito las propias palabras de Courtney, tal como figuran en mis notas— "proporcionar satisfacción en cualquier momento a los hombres o mujeres casados que lo soliciten". Sea lo que fuere lo que hay que entender por esto, no parece ser algo tan licencioso y orgiástico como pudiera parecer a primera vista. Courtney dijo que este "servicio rendido por la Cabaña de Auxilio Social era una cosa juiciosa, lógica y sometida a reglas muy severas". No quiso extenderse más sobre este tema, limitándose a observar que en Las Tres Sirenas no existían hombres ni mujeres físicamente cohibidos o desdichados.

Las uniones matrimoniales se conciertan por común consentimiento de los contrayentes. El jefe celebra la ceremonia de unión, el novio, por su parte, invita a los amigos y parientes de ambos sexos que desea asistan a la boda. Al empezar la ceremonia, el novio pasa por encima de su suegra, tendida en el suelo, lo cual simboliza la ascendencia que tendrá sobre ella. Terminada la ceremonia, el novio toma a su esposa en brazos e invita a todos los asistentes masculinos a la boda, que no tengan consanguinidad con los contrayentes, a que gocen de la desposada, el novio es el último en participar en esta ceremonia. Este último rito de incorporación, si la memoria no me es infiel, también se practica en otras varias islas de la Polinesia, especialmente en el archipiélago de Las Marquesas.

Los trámites para el divorcio, según me dijo Courtney, pueden contarse entre las prácticas más avanzadas de Las Tres Sirenas. Courtney se mostró excesivamente parco en sus manifestaciones, pero me dijo que un grupo de ancianos conocido por la Jerarquía concedía el divorcio no por simple petición de una de las partes interesadas o por simples pruebas testificales, sino que sólo se permitía el divorcio después de someter a una "larga observación", a los solicitantes. Estas palabras despertaron mi interés pero Courtney no quiso darme más detalles.

Tanto Courtney como Moreturi se refirieron a una festividad anual que se celebraba a finales de junio y duraba una semana. Aunque ambos mencionaron una competición deportiva, una danza ceremonial, un concurso de belleza al que los participantes asistían desnudos, ninguno de ambos quiso extenderse acerca de las finalidades primordiales de este festival.

Lo único que Courtney dijo fue lo siguiente: "Los antiguos romanos celebraban anualmente las Saturnales, como aún siguen celebrando los indígenas samoanos de Upolu. La fiesta que se celebra en Las Sirenas no es exactamente lo mismo. Sin embargo, es una forma de liberación, en cierto modo, de licencia para matrimonios que llevan muchos años casados y también para hombres y mujeres solteros. ¿No le parece a usted que hay demasiado adulterio y divorcio en América y Europa? Pues en Las Sirenas estos males apenas se conocen. En la civilización, las personas casadas se hallan dominadas con excesiva frecuencia por la inquietud, el aburrimiento y la desdicha. Esto allí no ocurre. Lo que nosotros llamamos mundo civilizado tiene mucho que aprender de estos pueblos considerados primitivos". Esta fue la única referencia indirecta que hizo mi interlocutor a este enigmático festival.

Ni Courtney ni Moreturi quisieron darme más detalles acerca de las costumbres amorosas imperantes en Las Sirenas. Resumiendo, Courtney dijo que en ningún lugar de la Tierra, que él supiese, el amor se practicaba con menos embarazo, tensión y temor. Aquí tiene usted todo cuanto he podido saber, doctora Hayden. Acaso sienta curiosidad por saber más detalles acerca de Thomas Courtney, pero yo no podré satisfacerla. No quiso decirme nada acerca de sí mismo, aparte de reconocer que había ejercido como abogado en Chicago, que había llegado casualmente a Las Sirenas y que decidió quedarse allí, después de que sus habitantes lo aceptaron. Lo encontré atractivo, culto, a menudo cínico al referirse a la sociedad exterior y muy adicto al pueblo que lo había adoptado. Es una verdadera suerte, en mi opinión, que conozca la existencia de usted, haya leído sus obras y sienta respeto por ellas. Me pareció dispuesto a confiar en usted y creo que se trata de un hombre sincero y honrado, pese a que nuestro encuentro fue de breve duración y no puedo dar seguridades al respecto.

Esta es la más extensa carta que he escrito en mi vida. Confío en que la causa que me ha impulsado a escribirla justifique su extensión. No sé cuál es actualmente su situación, doctora Hayden, pero si aún continúa llevando una vida activa, en este caso se abren ante usted las puertas de una nueva e incitante cultura, dentro de las limitaciones que he expuesto.

Le ruego me responda lo antes posible, con preferencia a vuelta de correo. Dispone usted de cuatro meses para efectuar sus preparativos, aunque no creo que el plazo sea excesivo. Si usted piensa venir, dígamelo enseguida e infórmeme de la fecha aproximada. Comuníqueme también cuántas personas la acompañarán, para que yo pueda dar inmediatamente todos estos datos al capitán Rasmussen, que los transmitirá a Courtney y al jefe actual, Paoti Wright. Estos adoptarán entonces las medidas necesarias para alojarla a usted y sus acompañantes cuando lleguen. Si por cualquier circunstancia este proyecto no pudiese llevarse a cabo, tenga la bondad de decírmelo también cuanto antes, porque en este caso, y muy a pesar mío, se lo aseguro, trataré de poner estos hechos en conocimiento de otros etnólogos que conozco.

El costo de esta expedición, dejando aparte el transporte, no creo que sea excesivo. Los habitantes de Las Sirenas les proporcionarán alojamiento y comida. Los honorarios que cobrar Rasmussen por sus servicios no serán muy elevados. En cuanto a mí, no voy a pedirle nada, excepto que me crea y, naturalmente, los tres mil dólares que he perdido al no facilitar esta información a Mr. Trevor y su compañía de Canberra.

Confiando en que a la recepción de esta carta se encuentre usted en buena salud y llena como siempre de entusiasmo, y en espera de recibir su pronta respuesta, queda cordialmente su seguro servidor,

ALEXANDER EASTERDAY

Maud Hayden bajó lentamente la carta, como si ésta la hubiese hipnotizado dejándola sumida en trance, hasta tal punto la absorbió su lectura.

Sin embargo, en su interior sentía el calor provocado por una creciente excitación ante lo que la aguardaba, y, cerca de la piel, sus extremidades nerviosas cosquilleaban y vibraban. Esta sensación de sentirse viva, con todos los sentidos alerta, no la había experimentado durante los cuatro años que transcurrieron desde la muerte de su marido y colaborador.

Las Tres Sirenas…

Aquellas fragantes y lozanas palabras, tan maravillosas como el "Sésamo ábrete", y las imágenes que evocaban en su mente, no requerían aceptación ni previa aprobación por parte de su segundo yo intuitivo. Su yo exterior, compuesto de fría lógica (con sus balanzas invisibles que pesaban lo que era bueno y lo que era malo para ella), conocimiento, experiencia y de una objetividad profesional, abrazó efusivamente aquella invitación inesperada.

Después, cuando estuvo algo más calmada, se recostó en la butaca giratoria para pensar en el contenido de la misiva y especialmente en las prácticas que Courtney había referido a Easterday. Las costumbres conyugales de otras sociedades siempre habían ejercido gran fascinación sobre ella. La única expedición que desde la muerte de Adley había pensado efectuar, era un viaje a la India Meridional para convivir con la tribu Nayar. Las mujeres de esta tribu, después de contraer matrimonio, apenas terminada la ceremonia, echaban de su casa al esposo durante algunos días para admitir acto seguido a una nube de amantes no pertenecientes a la tribu, depositando los hijos que éstos les engendraban en casa de sus parientes. Esta costumbre despertó por breve tiempo el interés profesional de Maud, pero al pensar que tendría que estudiar todas las costumbres sociales de los Nayar aparte de sus costumbres conyugales, abandonó el proyecto. Aunque también se daba cuenta de que no había sido éste el verdadero motivo que la indujo a abandonarlo. En realidad no quería ir a un lugar tan remoto como la India llevando aún luto reciente por su difunto esposo.

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