Read La última jugada Online

Authors: Fernando Trujillo

Tags: #Suspense

La última jugada (6 page)

BOOK: La última jugada
3.05Mb size Format: txt, pdf, ePub
ads

—Lo veo —anunció Álvaro.

La decisión estaba tomada. No subiría más pero tampoco se retiraría. Separó sus fichas y las añadió al botín del centro. Era el momento de comprobar si había sabido juzgar la situación debidamente o Dante le había engañado como a un principiante.

—¡Qué divertido! —aplaudió la niña con entusiasmo mientras acariciaba a Zeta. El perro sonrió y le dio tal lametazo a la pequeña que casi la tira de la silla.

Álvaro ni se inmutó en esta ocasión. Estaba ante un momento decisivo y sólo quería conocer el desenlace de esta mano. Descubrió su pareja de ases.

—Bien, veamos qué tienes ahí.

Capítulo 5

Álvaro contuvo la respiración sin ser consciente de ello. Judith le dedicó una mirada imprecisa, difícil de descifrar, y creyó captar un destello de apoyo en sus frágiles ojos, de ánimo incluso, como si ella le transmitiese que deseaba su victoria, o tal vez la derrota de Dante.

—¡Cabrón con suerte! —rugió Dante tirando las cartas.

Álvaro se tranquilizó de golpe, soltando el aire de sus pulmones, y procedió a recoger el fruto de su triunfo sin apenas escuchar los insultos de Dante. Acababa de reafirmar sus aptitudes como jugador y no volvería a atravesar una crisis de confianza como la de antes, cosa que era de mucho más valor que el sustancioso puñado de fichas que ahora le pertenecían. Se sintió bien, más que bien. Era un jugador excepcional y siempre lo había sabido. Nadie podía engañarle.

—La suerte nunca viene mal —dijo Álvaro —. Esta vez he ido y tampoco me has dejado ver tus cartas. Tienes mal perder.

—¿Qué más da? —gruñó Dante—. Si no las enseño es porque no superan las tuyas, con eso te basta. No voy a dejar que te cachondees de mí.

A Álvaro le hubiese encantado hacerlo. El señor millonario, que había amenazado a una chica embarazada hacía unos momentos, estaba ahora prácticamente acabado. Ya no era tan prepotente. Ni con todo su dinero…

Una idea irrumpió en la cabeza de Álvaro sesgando el hilo de sus pensamientos y proporcionándole una imagen curiosa. Merecía la pena probar.

—Apenas te quedan fichas, grandullón —dijo Álvaro—. No me gustaría estar en tu pellejo.

—Aún no estoy vencido —repuso Dante—. Y no te pongas tan chulo o averiguaremos si el chucho de la niña puede detenerme antes de que salte sobre ti.

—No deberías ser tan violento —continuó Álvaro—. Después de todo, voy a ofrecerte un trato para recuperar parte de tus fichas. Tengo entendido que eres un gran hombre de negocios. ¿Te interesa escuchar mi propuesta?

—Si es una broma…

—No lo es.

—Entonces te escucho, aunque no veo qué puedes querer de mí. Nosotros cuatro sabemos que lo único importante ahora son esas fichas. Puede que el piojoso, no. Ese tipo raro a saber qué piensa, pero los demás somos razonablemente normales. Así que dime, ¿qué quieres?

—Dinero, naturalmente. Algo que a ti te sobra.

—¿Me tomas el pelo? Dinero… ¡Es absurdo! Es lo último que puedes querer en estas circunstancias. No me lo creo.

—No es para mí. Mi hermano y su mujer pasan por serias dificultades económicas que no voy a detallar. Si quieres recuperar este montón —Álvaro separó la mitad de las fichas que le había ganado—, sólo tienes que transferirles tres millones de euros. Tú decides.

—Vaya con el médico —dijo Dante—. Así que tienes corazón después de todo. El precio es un poco exagerado.

—Yo no lo veo así —repuso Álvaro—. Es una suma considerable, pero nada comparada con la que has robado a lo largo de los años con tus trapicheos ilegales. Si prefieres continuar la partida en tu posición actual puedes hacerlo.

—Empiezas a caerme bien —dijo Dante—. Eres bueno con las cartas. Adivinaste perfectamente mi farol de antes, pero tratándose de negocios eres más bien patético. Podría negarme y rápidamente bajarías a un millón, o a medio, con tal de ayudar al muerto de hambre de tu hermano. Pero como no tenemos tiempo y el dinero es lo menos importante para nosotros, acepto.

—¡No lo hagas! —pidió Judith. Se sujetó la barriga con delicadeza y extendió el brazo sobre la mesa hasta apoyar su mano sobre la de Álvaro—. Vas a darle la oportunidad de ganar, ahora que está casi derrotado.

A Álvaro le dolió en el alma entristecer a Judith.

—Tengo que hacerlo. Es mi oportunidad de ayudar a mi familia y sacar algo positivo de todo esto.

—Conmovedor. ¿Cerramos el trato? —preguntó Dante tendiéndole la mano.

—De acuerdo —dijo Álvaro—. Llamarás ahora mismo a tu contable y le dirás que haga el ingreso. Entonces te daré las fichas. Estoy convencido de que a nuestra pequeña amiga no le importará.

—No tan deprisa —intervino Héctor—. Vas a enviar otros tres millones a otra cuenta que te voy a dar yo.

—El harapiento alucina —dijo Dante—. Anda, sigue embobado con la niña y no nos molestes. Estabas muy bien calladito.

—Díselo —le pidió Héctor a Álvaro—. Exígele que pague también lo mío. Álvaro se sorprendió mucho. Héctor acababa de abandonar su habitual despreocupación para dotar a su voz de un matiz apasionado y dramático. Estaba nervioso y se deshacía por conseguir esa bonita suma de euros. Era muy extraño. Lo último que hubiese pensado que interesaba a Héctor era el dinero.

—No estoy seguro. ¿Por qué debería ayudarte? Creía que no querías hablar conmigo, ni te importaba mi opinión.

—No te hagas la víctima —le acusó Héctor—. Tienes la ocasión de hacer algo bueno con el dinero de ese delincuente. Aprovéchala.

—Mi oferta no se extiende al indigente —dijo Dante—. Te lo advierto.

—Puede que tengas razón, Héctor —dijo Álvaro—. Pero yo quiero algo a cambio. Las fichas son mías y tienes que pagar por ellas.

—¿Cómo quieres que te pague?

—Con información —contestó Álvaro. Era la primera oportunidad que se le presentaba de averiguar algo acerca de Héctor, no la desaprovecharía—. Vas a contarme para quién es ese dinero y por qué estás aquí. ¿Entendido?

—No necesitas saber nada de mí para superarme en la partida. La respuesta descolocó un poco a Álvaro. No se la esperaba.

—Eso lo decido yo. Son mis fichas y tendrás que ganártelas. Sinceramente, no has hecho más que mostrarme desprecio. Así que o hablas o haz lo que ha dicho Dante, sigue mirando a la niña y no molestes.

Héctor se mordió el labio inferior con tanta fuerza que se tornó blanco. Estaba claro que lo había entendido. Tardó varios segundos en responder.

—El dinero es para una mujer y para su hijo —comenzó a relatar Héctor con los ojos desenfocados—. El niño tiene once años y le falta una pierna. Utiliza una prótesis, pero no puede evitar cojear y nunca podrá correr… Su madre es viuda. Sufrieron un accidente de tráfico hace cuatro años. Un conductor borracho les embistió tras saltarse un semáforo en rojo… —La voz de Héctor sonaba muy débil y hacía muchas pausas. Los demás escuchaban con atención sin interrumpir el visible esfuerzo que Héctor realizaba para seguir hablando—. Venían del cine los tres juntos. No había razón para que algo así sucediese… La colisión fue brutal… El coche dio dos vueltas de campana. La mujer perdió el sentido y la pierna del chico quedo atrapada bajo un amasijo de hierros… El crío gritó mucho, con todas sus fuerzas. Dos mujeres trataron de salvarle pero no pudieron. Cuando llegaron los bomberos el padre ya estaba muerto. Se ahogó en su propia sangre y el chico lo vio todo… Al final le rescataron junto a su madre, pero no pudieron salvarle la pierna y tuvieron que amputársela.

—Es una historia horrible —dijo Judith, comprensiva—. Lo siento.

—¿Son familiares tuyos? —preguntó Álvaro—. ¿Por qué te interesan tanto?

—Porque yo era el conductor que les destrozó la vida.

Aquello explicaba bastantes cosas. Álvaro meditó un poco sobre el efecto que aquel accidente había causado en Héctor y no pudo evitar un brote de compasión en su interior. Debía de ser terrible soportar la carga de haber destruido una familia. Y el modo en que se había expresado indicaba claramente que asumía toda la responsabilidad.

—Fue un accidente —dijo Judith—. No puedes atormentarte de ese modo. Su padre no resucitará ni al chico le crecerá una pierna nueva si te derrumbas.

Héctor se volvió hacia ella y habló despacio, con una voz devastadora.

—¿Crees que no lo he pensado? ¿Acaso imaginas que puedes pronunciar palabras que no me hayan dicho miles de veces mis psiquiatras o yo mismo? No te molestes. Yo estuve allí, tú no. El padre y la pierna del chico no fueron lo único que murió o salió gravemente herido de aquel accidente.

—Págale —le dijo Álvaro a Dante, impasible—. Otro millón a la cuenta que Héctor diga o no hay trato.

—¿Qué? Esto no es asunto suyo —replicó Dante—. Podría haberse inventado esa historia apelando al bobalicón que llevas dentro. No hay que ser un genio para darse cuenta de lo blando que eres.

—Es posible que sea un blando, pero para tu desgracia voy a ser inflexible en esto. O pagas o continúas la partida sin estas fichas y observas cómo te destrozo.

—Muy bien, doctor, pagaré, pero sólo para poder venceros y hacerte tragar ese buen corazón que tienes. En el fondo, me estás dando otra oportunidad de enfrentarme con vosotros.

Dante agarró de mala manera las fichas de Álvaro y le arrebató las correspondientes al trato. Luego sacó su teléfono móvil y llamó a su contable.

—Es el momento de hacer un descanso —dijo Álvaro.

Miró a la niña para comprobar si estaba de acuerdo o quería que siguiesen jugando. La silla estaba vacía. Con la discusión, ni se había dado cuenta de que se había bajado. La encontró en una esquina de la estancia con su amigo inseparable. Lanzaba una pelota de tenis, que rodaba sorprendentemente lejos dado su diminuto brazo, y Zeta salía disparado tras ella. El perro la cogía entre sus afilados dientes y regresaba junto a la niña una y otra vez. Era muy silencioso para ser tan grande, y nunca chocaba con ningún mueble.

Álvaro le dio un papel a Dante con la cuenta en la que quería el ingreso y luego se alejó de la mesa. Le apetecía estar solo un rato y reflexionar sobre los últimos acontecimientos y el curso que estaba tomando la partida. El misterio de Héctor sólo se había desvelado en parte. Ahora podía comprender mejor la clase de persona a la que se enfrentaba. Alguien abatido por una tragedia personal debería ser un rival fácil de superar, ni siquiera debería considerarle un rival. Aún así, allí había mucho más, y prueba indiscutible de ello era que Héctor no jugaba. ¿Sería parte de un plan? ¿Estaría esperando un momento favorable? Desde luego a él le despistaba y eso era peligroso. Luego meditó sobre las palabras de Dante respecto del supuesto fingimiento de Héctor. Repasó su triste historia y sus expresiones al contarla, y concluyó que no era probable. Ni el mejor de los actores podría reflejar tanto dolor a tan corta distancia. Y no dudaría de nuevo de sus dotes de observación. No, Héctor no mentía. Sólo restaba averiguar…

—Has sido muy generoso —dijo Judith.

Álvaro no la había oído acercarse, absorto como estaba en sus cavilaciones. La joven estaba de pie frente al sofá que él ocupaba.

—Pensé que no te gustaba que Dante siguiera en la partida.

—Y no me gusta —dijo ella—. Pero entiendo por qué lo has hecho. Eres una persona generosa, probablemente el mejor de todos nosotros.

Las palabras de Judith desataron un gran alivio en su interior. A Álvaro le encantó escuchar el buen concepto que ella tenía de él. Fue plenamente consciente del esfuerzo tan desmesurado que le suponía mantener a raya sus emociones al estar próximo a ella. Eso no era bueno para el juego. Debería aislarse, descartar sus sentimientos como malas cartas que no le servían de nada y conservar la mente fría. Lo juicioso sería irse, recurrir a una excusa educada y regresar con los demás. Sin embargo, era absolutamente incapaz de hacerlo.

—¿Quieres sentarte? —dijo apartando un par de cojines.

Judith le dio las gracias, se acercó y se puso de espaldas al sofá. Con una mano se sujetó la tripa mientras con la otra se apoyaba contra el respaldo y controlaba el descenso de su cuerpo.

—Permite que te ayude —se ofreció Álvaro, y se acercó resuelto a sujetarla para facilitarle la tarea.

—¡No! —gritó ella, alarmada—. Puedo yo sola. —Álvaro volvió a sentarse sobresaltado—. Perdóname, es que me pongo muy nerviosa con mi pequeño.

—No te preocupes, te entiendo.

—De verdad que lo lamento. No sé por qué, pero no me gusta que me toquen.

—Instinto de protección. Eso me lleva a pensar…

—En cómo estoy aquí si voy a ser madre. ¿Me equivoco?

—No te equivocas. La verdad es que me resulta difícil de comprender. Los beneficios para ti y para tu hijo son evidentes si ganas, pero estás arriesgando…

—Me violaron —dijo Judith enterrando el rostro entre sus manos—. Ocurrió cuando regresaba a mi casa. Un hombre enorme saltó sobre mí y me arrastró a un callejón aislado. Le golpeé todo lo fuerte que pude pero no sirvió de nada. Abusó de mí, me utilizó y luego se marchó, sin prisa… Casi me muero del susto cuando descubrí que estaba embarazada… Y cuando por fin lo asimilé, me enteré de que tengo un aneurisma en el cerebro y dos años como máximo. Entonces me hablaron de esta partida y supe que era mi única esperanza. Rompí con mi novio por si perdía y dejé todos mis asuntos en orden. Discúlpame este arranque. Es que yo… necesitaba hablar de ello y pensé que tú podías comprenderme.

—Lo siento mucho. Yo no tengo hijos, ni demasiada experiencia preocupándome por los demás, pero creo que de estar en tu posición actuaría de la misma manera. —No se le ocurrió nada mejor para reconfortar a aquella joven asustada. Imaginó por un segundo a un hombre inmenso violando aquel cuerpo delicado y le invadió una ola de rabia. También sintió que debía corresponder a la sinceridad de Judith con su propia historia—. Mi caso es infinitamente más sencillo. Estoy sano como una rosa, así que entiendo que dentro de dos años sufriré un accidente de algún tipo. Me temo que no hay nada más que saber de mí.

En el fondo, Álvaro consideraba que su vida estaba vacía, sin ningún contacto humano importante, ni siquiera con su familia, y con un trabajo que había dejado de apasionarle hacía mucho tiempo. En su opinión, una persona sin pasión, sin ilusiones, no debería tener la vida de otros en sus manos. Jugar a las cartas había sido lo único a lo que había dedicado tiempo y esfuerzo, demasiado a decir verdad. El resumen de su vida había sido una dejadez progresiva de todo cuanto merecía la pena por la avaricia de ganar dinero con el póquer. Era bastante patético y no consideró que a Judith le agradase conocer ese aspecto de él.

BOOK: La última jugada
3.05Mb size Format: txt, pdf, ePub
ads

Other books

The Duke's Legacy by Wendy Soliman
Before I Wake by Robert J. Wiersema
Six Earlier Days by David Levithan
Faithful by Kim Cash Tate
Lyra's Oxford by Philip Pullman