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Authors: Joe Abercrombie

Tags: #Fantasía

La voz de las espadas (45 page)

BOOK: La voz de las espadas
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Vestía un gran manto de pieles y una túnica de cuero cuajada de oro, pero aquel despliegue de bárbaro esplendor sólo servía para conferirle un aspecto aún más salvaje, algo que no hacía sino corroborar la enorme espada que llevaba al cinto. Mientras levantaba la vista para admirar los imponentes muros que tenía delante, el norteño se puso a rascarse una inmensa cicatriz rosácea que asomaba tras la barba que cubría sus mejillas. Jezal advirtió que le faltaba un dedo. Como si hiciera falta un testimonio más de una vida preñada de salvajismo y violencia.

¿Iban a dejar que esa bestia primitiva entrara en Agriont cuando estaban en guerra con el Norte? ¡Era impensable! Pero Morrow se deslizaba ya hacia ellos:

—El Lord Chambelán les aguarda, caballeros, si hacen el favor de seguirme... —soltó de un tirón acompañando sus palabras con una pronunciada reverencia.

—Un momento —Jezal agarró al subsecretario del codo y le apartó un poco—. ¿Ése también? —preguntó con incredulidad señalando con la cabeza al salvaje del manto—. ¿Se ha olvidado de que estamos en guerra?

—¡Las órdenes de Lord Hoff son terminantes! —los anteojos de Morrow lanzaron un destello mientras se soltaba el brazo—. ¡Reténgalo aquí, si quiere, pero después tendrá que ser usted quien se las entienda con el Lord Chambelán!

Jezal tragó saliva. La idea no le resultaba nada apetecible. Miró al anciano, pero no pudo sostener su mirada. Tenía un aire misterioso, el aire de alguien que sabe algo que nadie puede adivinar, y aquello resultaba profundamente perturbador.

—¡Tiene... que dejar... aquí... las armas! —exclamó procurando hablar lo más lento y lo más claro posible.

—Muy bien —el hombre del Norte se sacó la espada del cinto y se la tendió. El peso de la espada, un arma grande, sencilla y de aspecto salvaje, hizo que a Jezal se le doblaran un poco las manos. Luego vino un largo cuchillo, después se arrodilló y se sacó otro de la bota. Extrajo un tercero de la parte inferior de la espalda, luego una fina cuchilla de la manga, y los depositó en los brazos extendidos de Jezal. El hombre del Norte sonrió de oreja a oreja. La visión era horripilante: las irregulares cicatrices se fruncieron y se contorsionaron haciendo que la deformidad de su rostro se acentuara aún más.

—Nunca se tienen suficientes cuchillos —gruñó con una voz ronca y chirriante. Nadie se rió, pero a él no pareció importarle.

—¿Vamos? —dijo el anciano.

—Sin demora —respondió Morrow dándose la vuelta.

—Voy con ustedes —Jezal soltó su cargamento de armas en las manos de Kaspa.

—No es necesario, capitán —protestó Morrow.

—Insisto. —Una vez que fuera conducido en presencia del Lord Chambelán, el norteño podía asesinar a quien le viniera en gana: eso ya no era problema suyo. Pero hasta que eso ocurriera, cualquier barbaridad que pudiera hacer sería responsabilidad de Jezal y no estaba dispuesto a que eso sucediese.

Los guardas se hicieron a un lado y la extraña comitiva cruzó las puertas. Delante iba Morrow, que de vez en cuando volvía la cabeza para hacer algún halago insustancial al anciano de la fastuosa túnica. Luego venía el joven paliducho, seguido de Sulfur. A cola, marchando pesadamente, iba el norteño de los nueve dedos.

Detrás de él, con el pulgar metido en el cinto junto a la empuñadura de su espada para poder sacarla rápidamente y atento a cualquier movimiento brusco que pudiera hacer el bárbaro, marchaba Jezal. Pero, tras haberlo seguido durante un rato, tuvo que admitir que aquel hombre no parecía albergar la intención de matar a nadie. Lo que parecía sentir más bien era curiosidad, desconcierto e incluso cierta desazón. Cada dos por tres aminoraba el paso, alzaba la vista para contemplar los edificios que le rodeaban, sacudía la cabeza, se rascaba la cara y murmuraba algo entre dientes. Aparte de aterrorizar a algún que otro viandante al dirigirle una sonrisa, no parecía representar ninguna amenaza, y la vigilancia de Jezal se relajó, hasta que llegaron a la Plaza de los Mariscales.

Entonces el norteño se paró en seco y Jezal buscó a tientas su espada, pero lo único que hizo el salvaje fue quedarse mirando como hipnotizado una fuente que tenía delante. Avanzó lentamente hacia ella y, luego, con suma cautela, alargó uno de sus gruesos dedos y lo metió en el relumbrante chorro. El agua le salpicó la cara y el bárbaro se echó hacia atrás, derribando casi a Jezal.

—¿Un manantial? —susurró— ¿Pero cómo es posible?

¡Por favor! Aquel hombre era como un niño. Un niño de cerca de dos metros de altura y con una cara más machacada que la tabla de un carnicero.

—¡Hay tuberías! —Jezal dio un pisotón en el suelo— ¡Están... bajo... tierra!

—Tuberías —repitió en voz baja el salvaje sin dejar de mirar el espumoso chorro.

Los otros se les habían adelantado un poco y se encontraban ya cerca del imponente edificio que albergaba el despacho de Hoff. Jezal comenzó a alejarse de la fuente, con la esperanza de que aquel bárbaro descerebrado le siguiera. Con gran alivio, comprobó que así era. El salvaje le seguía sacudiendo la
cabeza
y musitando una y otra vez la palabra «tuberías».

Accedieron a la fresca penumbra de la antesala del despacho del Lord Chambelán. Había varias personas sentadas en los bancos que bordeaban las paredes, algunas de ellas con aspecto de llevar un buen rato esperando. Todos miraron fijamente a Morrow mientras conducía a la singular comitiva directamente a la entrada del despacho de Hoff. El secretario gafudo abrió las pesadas puertas de doble hoja y, haciéndose a un lado, aguardó a que el anciano calvo, su compinche del báculo, el lunático Sulfur y, finalmente, el salvaje de los nueve dedos, pasarán por delante de él.

Jezal hizo ademán de seguirlos, pero Morrow se plantó en medio del umbral para impedirle el paso.

—Gracias por su ayuda, capitán —dijo con una escueta sonrisa—. Ya puede regresar a su puesto. —Jezal echó un vistazo por encima del hombro del secretario y vislumbró la figura ceñuda del Lord Chambelán sentada detrás de un gran escritorio. A su lado estaba el Archilector Sult, con semblante adusto y suspicaz. También estaba el Juez Marovia; en su rostro arrugado se dibujaba una sonrisa. Tres miembros del Consejo Cerrado.

Entonces Morrow le cerró la puerta en las narices.

Luego

—He visto que tiene un secretario nuevo —dijo Glokta como de pasada.

El Archilector sonrió.

—Por supuesto. El antiguo no era de mi agrado. Tenía la lengua muy suelta, ¿sabe? —la mano de Glokta se detuvo antes de llevarse la copa de vino a los labios—. Se dedicaba a filtrar nuestros secretos a los Sederos —prosiguió Sult despreocupadamente, como si aquello fuera de dominio público—. Hace ya algún tiempo que estaba al tanto de ello. Pero no debe preocuparse, nunca se enteró de nada que yo no quisiera que supiera.

Entonces... usted sabía quién era el traidor. Siempre lo supo
. Glokta repasó mentalmente los acontecimientos de las últimas semanas, los separó y, probando distintas combinaciones, volvió a juntarlos a la luz de los nuevos datos hasta que todas las piezas encajaron, procurando a su vez que no se le notara lo sorprendido que estaba.
Dejó la confesión de Rews en un lugar donde pudiera verla su secretario. Sabía que los Sederos se enterarían de los nombres que figuraban en la lista y supuso cuál sería su reacción, consciente de que aquello los pondría en sus manos y le proporcionaría la pala con que sepultarlos. Entretanto, permitió que mis pesquisas se orientaran hacia Kalyne, a pesar de que sabía perfectamente quién era el verdadero soplón. Todo salió según sus planes
. El Archilector le miraba con una sonrisa de complicidad.
Apuesto a que sabe lo que estoy pensando ahora. Soy un simple peón de su juego
,
igual que el miserable gusano de su secretario
. Glokta reprimió las ganas de soltar una risa.
Puestos a ser un peón, ha sido una suerte que me haya tocado serlo en el bando vencedor. No sospechaba nada
.

—Le decepcionaría saber la mísera cantidad de dinero por la que nos traicionó —prosiguió Sult frunciendo asqueado los labios—. Apuesto a que Kault habría estado dispuesto a darle diez veces más si hubiera tenido la agudeza de pedírselo. Las jóvenes generaciones carecen totalmente de ambición. Se creen mucho más listas de lo que son —el Archilector observó a Glokta con sus acerados ojos azules.
Sí, mal que bien, yo también formo parte de esas jóvenes generaciones. Me tengo bien merecida esta cura de humildad
.

—¿Su secretario ha sido sancionado?

El Archilector depositó su copa en la mesa con tal suavidad que la base apenas hizo ruido al entrar en contacto con la madera.

—Oh, sí. Con toda severidad. No hace falta que perdamos más tiempo hablando de él. —
Seguro que no. Hallado un cadáver flotando junto a los muelles...
—Debo decirle que me dejó usted muy sorprendido cuando apuntó al Superior Kalyne como el origen de las filtraciones. Es un hombre de la vieja guardia. Seguro que alguna que otra vez se avenía a hacer la vista gorda en relación con algún asunto sin importancia, pero, ¿traicionar a la Inquisición? —Sult soltó un resoplido—. Eso nunca. Me temo que dejó usted que su animadversión personal afectara su juicio.

—Aparentemente era la única posibilidad —murmuró Glokta, pero de inmediato se arrepintió de haberlo dicho.
Idiota, idiota. En fin, ya no tiene remedio. Será mejor que mantengas la boca cerrada
.

—¿Aparentemente? —el Archilector chasqueó la lengua para expresar su disgusto—. No, no, no, Inquisidor. Aquí no nos dejamos llevar por las apariencias. De ahora en adelante será mejor que se atenga usted a los hechos. Pero tampoco se lo tome demasiado a pecho. Al fin y al cabo, yo mismo le permití que se guiara por su instinto y, visto el resultado, hay que reconocer que su metedura de pata nos ha dejado en una posición mucho más fuerte. Kalyne ha sido cesado —
Hallado un cuerpo flotando...
—, y el Superior Goyle viene desde Angland para ocupar el cargo de Superior de Adua.

¿Goyle? ¿Aquí? ¿Ese cabrón va a ser el nuevo Superior de Adua?
Glokta no pudo evitar que se le fruncieran los labios.

—Ustedes dos no son precisamente buenos amigos, ¿no es así, Glokta?

—Es un carcelero, no un investigador. La culpabilidad y la inocencia no le interesan. Tortura por placer.

—Vamos, Glokta. ¿No pretenderá hacerme creer que usted no experimenta ninguna excitación cuando extrae los secretos de sus prisioneros? ¿Cuando los hace cantar? ¿Cuando logra que firmen la confesión?

—No me produce ningún placer. —
Nada me lo produce
.

—Y, sin embargo, lo hace usted muy bien. En todo caso, Goyle está de camino y, al margen de lo que piense usted de él, es uno de los nuestros. Un hombre capaz, digno de toda confianza y dedicado en cuerpo y alma al servicio de la Corona y el Estado. En tiempos fue alumno mío, sabe.

—¿De veras?

—Sí. ¡Le antecedió a usted en el puesto... Así que ya ve que no son tan malas las perspectivas de futuro! —el Archilector se rió de su propia gracia. Glokta esbozó una sonrisa—. En conjunto todo ha salido bastante bien y se merece usted una felicitación, por la parte que le toca. Ha hecho usted un buen trabajo. —
Lo bastante bueno como para seguir vivo al menos
. Sult alzó su copa y brindaron sin alegría mirándose con suspicacia por encima del borde de sus copas.

Glokta carraspeó.

—El Maestre Kault mencionó algo interesante antes de su lamentable muerte.

—Cuente.

—Al parecer, los Sederos tenían un cómplice en sus maquinaciones. Un cómplice bastante importante. Un banco.

—Hummm, basta con darle la vuelta a un Sedero para encontrarse un banco debajo. ¿Qué pasa con eso?

—Verá, estoy convencido de que esos banqueros estaban al tanto de todo. Del contrabando, de los fraudes, incluso de los asesinatos. Creo que los alentaron, incluso es posible que fueran ellos mismos quienes dieran las órdenes para así poder obtener mejores intereses de sus préstamos. ¿Le parece que inicie una investigación, Eminencia?

—¿Qué banco es?

—El Valint y Balk.

El Archilector pareció pensárselo durante unos instantes mientras miraba a Glokta con sus acerados ojos azules.
¿Está informado de las actividades de los susodichos banqueros? ¿Sabe de ellos mucho más que yo? ¿Qué fue lo que dijo Kault? ¿Quiere traidores, Glokta? Busque en el Pabellón de los Interrogatorios
...

—No —soltó Sult de golpe—. Esos banqueros tienen muy buenos contactos. Hay demasiada gente que les debe favores y sin el testimonio de Kault será muy difícil que podamos probar algo. Ya tenemos lo que necesitábamos de los Sederos y, además, tengo una misión más apremiante para usted.

Glokta alzó la vista.
¿Otra misión?

—Había pensado interrogar a los prisioneros que hicimos en la Sede del Gremio, Eminencia, puede que...

—No —el Archilector interrumpió a Glokta agitando una de sus manos enguantadas—. Eso puede llevar varios meses. Haré que Goyle se encargue del asunto —miró ceñudo a Glokta—. Si a usted no le parece mal.

¿De modo que soy yo el que ara el terreno, el que planta las semillas y el que riega las cosechas y luego viene Goyle a recoger los frutos?
Glokta agachó humildemente la cabeza:

—Por supuesto que no, Eminencia.

—Bien. Supongo que estará informado de los extraños visitantes que llegaron ayer a Adua.

¿Qué visitantes?
La espalda le había estado martirizando bastante durante las últimas semanas. El día anterior se las había arreglado para salir de la cama para ver luchar al cretino de Luthar, pero todo el resto del tiempo se lo había pasado confinado en su minúscula habitación, prácticamente inmovilizado.

—No sabía nada —se limitó a responder.

—Bayaz, el Primero de los Magos —Glokta volvió a esbozar una sonrisa, pero el Archilector no se reía.

—Será una broma, ¿no?

—Ojalá lo fuera.

—Un charlatán, ¿no cree, Eminencia?

—¿Qué iba a ser si no? Pero se trata de un charlatán muy especial. Lúcido, coherente, astuto. La farsa está muy bien montada.

—¿Ha hablado usted con él?

—Lo he hecho, sí. Y resulta increíblemente convincente. Sabe muchas cosas, muchas cosas que no tendría por qué saber. No se le puede desestimar así sin más. Ignoro quién es, pero desde luego tiene recursos y muy buenas fuentes de información —el Archilector torció el gesto—. Le acompaña un renegado del Norte, un pedazo de animal.

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