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Authors: Ken Follett

Tags: #Novela Histórica

Los Pilares de la Tierra (40 page)

BOOK: Los Pilares de la Tierra
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La madre de Jack extendió paja limpia por el suelo y Jack encendió un fuego con el pedernal que siempre llevaba consigo. Cuando los otros no podían oírles, Jack preguntó a su madre por qué el prior no contrataba a Tom, cuando era evidente que había trabajo por hacer.

—Parece que prefiere ahorrar dinero durante todo el tiempo que la iglesia pueda seguir utilizándose —le dijo ella—. Si la iglesia se derrumbara se verían obligados a reconstruirla, pero como sólo se trata de la torre, pueden pasarse sin ella.

Cuando la luz del día empezaba a apagarse y llegaba al crepúsculo, llegó un pinche de cocina a la casa de invitados con un calderón de potaje y un pan tan largo como la estatura de un hombre, todo para ellos. El potaje estaba hecho con vegetales, hierbas y huesos de carne, y en su superficie sobrenadaba la grasa. El pan era pan bazo, hecho con todo tipo de grano, centeno, cebada y avena además de alubias y guisantes secos. Era el pan más barato, dijo Alfred pero a Jack, que hasta hace unos días nunca había probado el pan, le pareció delicioso. Jack comió hasta que le dolió la tripa y Alfred hasta que no quedó nada.

—De todas formas, ¿por qué se cayó la torre? —preguntó a Alfred cuando finalmente se sentaron junto al fuego para digerir su festín.

—Probablemente le caería un rayo —dijo Alfred—. O tal vez hubo un incendio.

—Pero en ella nada puede quemarse —protestó Jack—. Es toda de piedra.

—El tejado no es de piedra, estúpido —dijo Alfred desdeñoso—. El tejado es de madera.

Jack reflexionó un instante.

—¿Y si el tejado se quema entonces se viene abajo todo?

—A veces —dijo Alfred encogiéndose de hombros.

Guardaron silencio durante un rato. Tom y la madre de Jack estaban hablando en voz baja al otro lado del hogar.

—Es raro lo del bebé —dijo Jack.

—¿Qué es raro? —preguntó Alfred al cabo de un momento.

—Bueno, vuestro bebé se perdió en el bosque a millas de aquí, y ahora hay un bebé en el priorato.

Ni Alfred ni Martha parecieron dar importancia a aquella coincidencia, y Jack pronto se olvidó de ello.

Los monjes se fueron a dormir tan pronto como hubieron acabado de cenar, y no proporcionaron velas a los más humildes de los huéspedes, de manera que la familia de Tom permaneció sentada mirando el fuego hasta que se apagó. Entonces se tumbaron sobre la paja.

Jack permanecía despierto, pensando. Se le ocurrió que si la catedral ardiera esa noche todos sus problemas quedarían resueltos. El prior tendría que contratar a Tom para que reedificara la iglesia, todos ellos vivirían aquí, en esta hermosa casa, y tendrían potaje y pan bazo por los siglos de los siglos.

Si yo fuera Tom, pegaría fuego a la iglesia. Me levantaría sigilosamente, mientras todos durmieran, me escabulliría hasta la iglesia y le prendería fuego con el pedernal, luego volvería sin hacer ruido aquí mientras fuera extendiéndose y simularía estar dormido cuando sonase la alarma. Y cuando la gente empezara a arrojar baldes de agua a las llamas, como hicieron cuando el fuego en las cuadras del castillo del conde Bartholomew, yo me uniría a ellos como si también tuviera gran empeño en apagarlas.

Alfred y Martha estaban dormidos, Jack se dio cuenta por su respiración. Tom y Ellen hacían lo de siempre debajo de la capa (Alfred había dicho que se llamaba "joder"), y luego también ellos se durmieron. Al parecer Tom no pensaba en levantarse y prender fuego a la catedral.

Pero ¿qué iba a hacer? ¿Tendría la familia que recorrer los caminos hasta caer muertos de hambre?

Cuando todos estuvieron dormidos y pudo escuchar a los cuatro respirar con el ritmo lento y regular propio de un profundo y tranquilo sueño, a Jack se le ocurrió que él podía pegar fuego a la catedral. La sola idea hizo latir descompasadamente su corazón de miedo; podía levantarse con gran sigilo. Todas las ventanas de la casa de invitados estaban herméticamente cerradas para prevenir el frío, y la puerta estaba asegurada con una barra, pero probablemente podría quitarla y deslizarse sin despertar a nadie. Era posible que las puertas de la iglesia estuvieran cerradas, pero con toda seguridad habría alguna forma de entrar, sobre todo para alguien pequeño.

Una vez dentro él sabía cómo llegar al tejado. Había aprendido un montón de cosas durante las dos semanas con Tom. Éste se pasaba el tiempo hablando de construcciones, dirigiendo sobre todo sus observaciones a Alfred y, aunque éste no estaba interesado, Jack sí lo estaba. Descubrió, entre otras cosas, que todas las iglesias grandes tenían escaleras construidas en las paredes con el fin de poder llegar a las partes más altas en caso de reparaciones. Buscaría una escalera y subiría al tejado.

Se incorporó en la oscuridad, sin dejar de escuchar la respiración de los demás; podía reconocer la de Tom por el ligero silbido provocado, según decía su madre, por años de inhalar polvo de piedra.

Alfred emitió un fuerte ronquido y después dio media vuelta y se quedó de nuevo silencioso.

Cuando hubiera prendido el fuego tendría que volver rápidamente a la casa de invitados ¿Qué harían los monjes si le pescaban? En Shiring, Jack había visto a un muchacho de su edad atado y azotado por robar un cono de azúcar en una especiería. El muchacho había lanzado alaridos y la vara elástica le había hecho sangrar el trasero.

Aquello parecía mucho peor que los hombres matándose en una batalla, como hicieron en Earlcastle, y la imagen del chico sangrando le había atormentado. Le aterraba pensar que pudiera sucederle lo mismo.

Si hago esto,
se dijo,
no se lo contaré a alma viviente.

Volvió a tumbarse, se ciñó bien la capa y cerró los ojos.

Se preguntaba si la puerta de la iglesia estaría cerrada. De ser así, podría entrar por una de las ventanas. Nadie podría verle si se mantenía en la parte norte del recinto. El dormitorio de los monjes se encontraba en la zona sur de la iglesia, oculto por el claustro y por ese lado no había nada salvo el cementerio.

Decidió ir y echar un vistazo, sólo para ver si era posible.

Vaciló un momento y luego se levantó. La paja nueva crujió bajo sus pies. Escuchó de nuevo la respiración de los cuatro durmientes. Todo permanecía en el más absoluto silencio. Los ratones habían dejado de moverse entre la paja. Dio un paso y escuchó de nuevo. Los otros dormían. Perdió la paciencia y dio tres pasos rápidos hacia la puerta. Cuando se detuvo los ratones habían decidido que no tenían nada que temer y habían empezado a escarbar de nuevo, pero la gente seguía durmiendo.

Palpó la puerta con las yemas de los dedos y luego deslizó las manos hacia abajo en busca de la barra. Era un travesaño de roble que descansaba sobre dos soportes parejos. Puso debajo de él las manos y lo levantó. Era más pesado de lo que había pensado y luego de levantarlo menos de una pulgada lo dejó caer de nuevo. El golpetazo, al volver a caer sobre los soportes, sonó muy fuerte. Se quedó rígido escuchando. La respiración sibilante de Tom dejó de oírse por un momento.
¿Qué diré si me cogen?
pensaba desesperado Jack.
Diré que iba a ir afuera... que iba a ir afuera... ya sé, diré que iba a hacer mis necesidades.
Se tranquilizó al haber pensado ya en una excusa.

Oyó a Tom darse la vuelta y esperó oír de un momento a otro su voz profunda y sorda. Pero no llegó, y Tom empezó de nuevo a respirar tranquilamente.

Los bordes de la puerta se destacaban bajo un plateado fantasmal. Debe de haber luna, se dijo Jack. Agarró de nuevo el travesaño, respiró hondo e hizo un esfuerzo por levantarlo. Esa vez estaba preparado para soportar su peso. Lo levantó y lo atrajo hacia sí aunque sin levantarlo lo suficiente y no pudo sacarlo de los soportes. Lo levantó una pulgada más y quedó libre. Lo mantuvo contra el pecho, aliviando de este modo el esfuerzo de los brazos. Luego dobló lentamente una rodilla, después la otra y dejó el travesaño en el suelo. Permaneció en esa posición unos momentos, intentando calmar su respiración, mientras sentía aliviarse el dolor de los brazos. Los demás no hacían ruido alguno, salvo los del sueño.

Jack abrió cauteloso una rendija de la puerta. Chirriaron los goznes de hierro al tiempo que entraba un soplo de aire frío. Se estremeció. Ciñéndose la capa abrió la puerta un poco más. Salió por la abertura y cerró tras de sí.

La nube se estaba abriendo y la luna aparecía y desaparecía en el turbulento cielo. Soplaba un viento frío. Por un momento Jack se sintió tentado de volver al calor sofocante de la casa. La enorme iglesia, con su torre derribada, planeaba sobre el resto del priorato, plateada y negra, bajo la luz de la luna, con sus poderosos muros y minúsculas ventanas, dándole un aspecto de castillo. Era fea.

Todo estaba tranquilo. Fuera de los muros del priorato, en la aldea, tal vez estuvieran trasnochando algunas personas, bebiendo cerveza al resplandor del hogar o cosiendo a la luz de velas de junco, pero en este otro lado nada se movía. Aun así Jack vaciló, mirando a la iglesia que le devolvió acusadora la mirada como si supiera lo que tenía en la cabeza. Apartó con un encogimiento de hombros esa sensación fantasmal y atravesó la ancha pradera hasta el extremo oeste.

La puerta estaba cerrada.

Dio vuelta hasta el lado norte y miró las ventanas de la iglesia. Las ventanas de algunas iglesias estaban cubiertas con tejido transparente para que no pasara el frío, pero éstas no parecían tener nada. Eran bastante grandes para que él pudiera deslizarse a través de ellas, pero estaban demasiado altas para alcanzarlas. Exploró con los dedos las piedras, buscando grietas en el muro donde la argamasa se hubiera desprendido, pero no eran lo bastante grandes para poder afirmar los pies. Necesitaba algo para utilizarlo como escalera.

Pensó en coger algunas piedras desprendidas de la torre y construir una escalera improvisada, pero las que no estaban rotas eran demasiado pesadas y las que estaban rotas eran demasiado desiguales. Tuvo la impresión que durante el día había visto algo que podría servir perfectamente a su propósito, pero por más que se devanaba los sesos no lograba recordarlo. Era como intentar ver algo por el rabillo del ojo, siempre quedaba fuera de la vista. Miró hacia las cuadras a través del cementerio iluminado por la luna y de repente lo recordó. Un pequeño bloque de madera con dos o tres escalones para ayudar a subir a la gente baja a los grandes caballos. Uno de los monjes estuvo subido en él para cepillar las crines de un caballo.

Se encaminó a las cuadras. Era un lugar que probablemente no cerraban por la noche porque apenas había algo de valor que mereciera la pena robar. Caminaba sigiloso, pero a pesar de todo los caballos le oyeron y uno o dos empezaron a bufar y toser. Jack se detuvo asustado. Tal vez hubiera palafreneros durmiendo en el establo. Se paró un momento, aguzando el oído para descubrir algún ruido de movimiento humano, pero no se oyó ninguno y los caballos se quedaron tranquilos.

No veía el bloque de madera por ningún sitio. Tal vez estuviera adosado a la pared. Jack atisbó entre las sombras que proyectaba la luna. Resultaba difícil ver algo. Se acercó cauteloso a la cuadra recorriéndola de arriba abajo. Los caballos volvieron a oírle y en aquellos momentos su proximidad les ponía nerviosos. Uno de ellos relinchó. Jack se quedó rígido. Se oyó una voz de hombre:
Tranquilos, tranquilos.
Mientras permanecía allí como una estatua espantada, vio el bloque de madera ante sus mismas narices, tan cerca que si hubiera dado un paso más habría caído sobre él. Esperó unos momentos. De las cuadras no llegaba ruido alguno. Lo cogió y se lo cargó al hombro. Atravesó de nuevo la pradera en dirección a la iglesia. Las cuadras quedaron en silencio. Cuando hubo llegado al escalón superior del bloque, descubrió que seguía sin ser lo bastante alto para alcanzar la ventana. Era irritante. Ni siquiera llegaba para ver a través de ella. Aún no había tomado la decisión final de llevar a cabo aquella hazaña, pero no quería que consideraciones prácticas se lo impidieran. Quería decidir por sí mismo. Hubiera deseado ser tan alto como Alfred.

Todavía podía probar otra cosa; retrocedió y tomando carrerilla, saltó a la pata coja sobre el bloque y tomó impulso hacia arriba. Llegó fácilmente al alféizar de la ventana y se agarró al marco de madera. Se aupó con un impulso hasta encontrarse a horcajadas sobre el alféizar. Pero cuando intentó deslizarse a través del hueco se encontró con una sorpresa. La ventana estaba bloqueada por una reja de hierro que no había visto desde fuera, seguramente porque era negra. Jack la palpó con las manos, arrodillado sobre el alféizar. No había forma de entrar por la ventana. Probablemente la habrían puesto a cosa hecha para evitar que la gente entrara cuando la iglesia estuviese cerrada.

Saltó al suelo decepcionado, cogió el bloque de madera y lo llevó de nuevo adonde lo había encontrado. Esta vez los caballos no hicieron el menor ruido.

Contempló la torre derribada en el lado noroeste, a mano izquierda de la puerta principal. Trepó cuidadosamente por encima de las piedras hasta el extremo del montón, atisbando en el interior de la iglesia, buscando la manera de entrar a través de los escombros. Cuando la luna se ocultó detrás de una nube esperó, tiritando, a que reapareciera. Le preocupaba el que su peso, no obstante lo pequeño que era, desequilibrara la posición de las piedras y se produjera un deslizamiento que despertaría a todo el mundo, si antes no le mataba.

Al reaparecer la luna examinó el montón y decidió arriesgarse. Empezó a subir con el corazón en la boca. La mayoría de las piedras estaban firmes, pero una o dos se balancearon bajo su peso. Era el tipo de ascensión con el que hubiera disfrutado a plena luz del día, pudiendo recibir ayuda en caso necesario y con la conciencia tranquila. Pero en aquellos momentos estaba demasiado nervioso y su habitual paso firme le había abandonado. Se deslizó por una superficie suave y estuvo a punto de caer. Fue cuando decidió detenerse. Se encontraba a bastante altura para mirar hacia abajo al tejado del pasillo que se prolongaba a todo lo largo del lateral norte de la nave. Esperaba que tal vez hubiera un agujero en el tejado, o posiblemente una brecha entre éste y el montón de escombros, pero no fue así. El tejado se mantenía incólume entre las ruinas de la torre y no parecía que hubiese brecha alguna por la que colarse. Jack se sintió decepcionado a medias, aunque también a medias aliviado.

Empezó a bajar de espaldas, mirando por encima del hombro en busca de puntos de apoyo. Cuanto más cerca estaba del suelo, mejor se sentía. Saltó los últimos pies y aterrizó contento en la hierba.

BOOK: Los Pilares de la Tierra
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