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Authors: Cilla Börjlind,Rolf Börjlind

Tags: #Intriga, #Policíaco

Marea viva (28 page)

BOOK: Marea viva
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—¿Sigues casado con Linn?

—Sí.

—¿Sabe algo de todo esto?

—No.

¿Era una amenaza velada? ¿Se proponía hacerle escuchar la cinta a Linn? ¿Podía ser tan perverso como para hacer algo así? Sea como fuere, Bertil no pensaba correr ese riesgo. Así pues, tomó una decisión.

Y ahora necesitaba estar solo.

Entonces llamó Latte.

Había llamado varias veces a lo largo de la noche. Bertil no había tenido fuerzas para contestar. Ahora lo hizo para acabar con esto de una vez por todas.

—¿Dónde estás? ¡Es una fiesta de lo más animada! —gritó Latte.

Había fiesta en Kubbligan. Una cofradía de dieciocho hombres maduros con estrechos vínculos entre sí: lazos de sangre, imperios empresariales, internados. Todos con una fe ciega en la discreción de los demás.

—¡Hemos alquilado todo el club!

—Escucha, no estoy de…

—¡Y Jackie nos ha suministrado un cargamento de
top of the line
! ¡Unas fuera de serie! ¡Y ninguna tiene más de veinticuatro! ¡Con final feliz estipulado en el contrato! ¡Tienes que venir, Bibbe!

—No estoy en forma, Latte.

—¡Pero lo estarás! Tenemos que celebrar la empresa del año, ¿no crees? ¡He conseguido cuatro enanos vestidos con ropa de ballet y Nippe ha hecho traer cinco kilos de caviar iraní en avión! ¡Claro que tienes que venir!

—No.

—¿Qué te pasa?

—Nada, solo que no estoy de humor. ¡Saludos!

Bertil colgó y apagó el móvil. Sabía que Latte volvería a intentarlo, y luego lo harían Nippe y el resto de compañeros de juegos. Cuando decidían festejar no había quien los detuviera. Nunca les faltaba dinero ni ideas extravagantes. Bertil había participado en varias fiestas en diversos ambientes estrafalarios. Hacía unos años habían celebrado una fiesta en un enorme granero en Östgötaslätten. Un granero lleno de coches de lujo increíblemente caros y césped artificial con cascadas y un bar móvil que se desplazaba por el recinto por raíles de acero jalonados. En cada coche había una chica semidesnuda sentada al volante, contratadas a Jackie Berglund para que estuvieran disponibles cuando a los compañeros de juegos les apeteciera.

Y ahora a Bertil no le apetecía en absoluto.

No pensaba acudir a ninguna fiesta.

De ningún modo.

Esa noche no.

14

La naturaleza había estallado en primavera y a principios de verano. Había sido una estación tremendamente soleada y calurosa. De haber tenido que cerrar entre la época en que florecían los cerezos y luego las lilas, como se hacía antes, las vacaciones de verano de 2011 habrían sido muy cortas.

Ahora florecían casi al mismo tiempo y temprano.

Sin embargo, había traído algo positivo, pues las aguas del lago Mälaren se habían calentado rápidamente. La gente se podía bañar en casi todo el lago. Al menos algunos, aunque Lena Holmstad no. El agua le seguía resultando demasiado fría. Estaba sentada en una roca caldeada por el sol con unos diminutos auriculares blancos en los oídos, disfrutando de un libro sonoro. Tenía una taza de café a su lado. Bebió un sorbo y se sintió feliz y satisfecha. Había sido una madre aplicada. Había organizado un picnic e ido en bicicleta con sus dos hijos hasta su lugar preferido en el lago de Kärsön, donde los niños se darían el primer baño del año.

Además, los bollos eran caseros.

Debería sacarle una foto a la cesta y colgarla en mi Facebook, pensó. Para que sus amigos pudieran ver qué madraza era.

Rebuscó el móvil, pero en ese momento apareció Daniel corriendo. Empapado, su hijo mayor tenía los labios azulados. Quería las gafas de bucear y el tubo. Lena se quitó los auriculares, señaló una bolsa y le aconsejó que se secara un poco para entrar en calor antes de volver al agua.

—¡Si tengo calor!

—Pero niño, ¡si te castañetean los dientes!

—¡Oh!

—¿Dónde está Simon?

Lena miró hacia el agua. ¿Dónde estaba su hijo pequeño? Unos segundos antes lo había visto por última vez. El pánico le surgió de golpe. El pequeño Simon no se veía por ninguna parte. Se levantó bruscamente y volcó la taza de café sobre el móvil.

—¿Qué haces, mamá? —Daniel cogió el móvil empapado de café—. Pero si está allí.

Entonces Lena lo vio. Una cabecita que se balanceaba, un niño que nadaba a lo lejos con el chaleco salvavidas puesto, en el lado izquierdo del lago. Debajo de las rocas. Demasiado lejos, le pareció a Lena.

—¡Simon! ¡Vuelve aquí! ¡Ahí es demasiado profundo para ti!

—¡Qué va! —replicó el niño de cinco años—. ¡Mira! ¡Toco el fondo!

Y se enderezó con cautela para no perder el equilibrio. El agua le llegaba al estómago. Daniel se acercó a su madre.

—¿Toca el fondo? Qué extraño.

Lo era. Lena sabía que allí el agua era muy profunda. La gente solía saltar desde las rocas. Daniel también lo sabía.

—¡No te muevas, Simon! ¡Voy a buscarte!

Daniel se lanzó al agua con sus gafas de bucear y su tubo y empezó a nadar hacia su hermano. Lena observó a sus hijos y sintió cómo su pulso volvía a la normalidad. ¿De qué se asustaba si el pequeño llevaba el chaleco salvavidas, si solo habían pasado unos segundos? Es asombroso lo histérica que se vuelve una con los años. En cuanto tienes el primer hijo te sobreviene el modo de pensamiento catastrófico.

Daniel ya casi había alcanzado a su hermano Simon, que tenía un poco de frío y se abrazaba.

—¡Simon! ¿Sobre qué estás subido? —preguntó Daniel.

—Creo que una piedra. Está un poco resbaladiza, pero es grande. ¿Mamá está enfadada?

—No. —Daniel llegó a su lado—. Simplemente se preocupa. Miraré un poco y luego volvemos a la orilla.

Hundió la cabeza en el agua con las gafas de buceo y respiró por el tubo. Le encantaba bucear, aunque allí no fuera tan chulo como en Tailandia. Entre el agua turbia logró distinguir los pies de su hermano, apoyados sobre… ¿Qué? Se acercó para ver mejor y entonces lo divisó bien.

De pronto Lena vio la cabeza de Daniel emerger del agua.

—¡Mamá! —gritó—. ¡Hay un coche aquí abajo! ¡Simon está subido encima de un coche! ¡Y hay un señor dentro!

Eran casi las once. Había dormido como un lirón más de ocho horas. Atravesada, con la ropa puesta. Odiaba despertarse vestida. Se desnudó y se disponía a meterse en la ducha cuando cayó en la cuenta.


¿Elvis?

No había ningún
Elvis
en el apartamento. Miró hacia el patio.

Ni rastro de gato.

Se dio una ducha y dejó que el agua templada se llevara parte de las vivencias de la noche. Una parte, porque todavía quedaban muchas. Tanto de la caravana como del ascensor. ¿Tenían aquellos hijos de puta algo que ver con la desaparición de
Elvis
? ¿Habían entreabierto la ventana para que el mínimo se escapara? ¿Qué debía hacer?

Llamó a la policía y denunció la desaparición de su gato. El animal llevaba un chip, pero no tenía collar. El agente que la atendió se mostró bastante compasivo y le prometió que se pondrían en contacto con ella en cuanto se enteraran de algo.

—Gracias.

Se abstuvo de mencionar el episodio del ascensor. No sabía muy bien cómo explicarlo sin entrar en lo que tenía entre manos. Espiar a la propietaria de una tienda chic en Östermalm con motivo de un trabajo escolar sobre un asesinato sin resolver perpetrado en la isla de Nordkoster en 1987. No era un asunto precisamente claro.

En cambio, decidió visitar a Stilton para ver cómo se encontraba. Tenía la sensación de que estaba mucho peor de lo que había demostrado la noche anterior. A él sí podría contarle lo del ascensor. Al fin y al cabo, él sabía quién era Jackie Berglund.

Olivia se comió un trozo de pan crujiente con paté de caviar de camino al coche. El sol le puso de mejor humor. Bajó la capota, se sentó al volante, se colocó los auriculares y arrancó.

En dirección a Ingenting.

La sensación única de conducir un descapotable recibiendo el sol y el viento en la cara le sentó bien. Eso se llevó parte del malestar de la noche y poco a poco fue recuperándose. ¿Tal vez debería comprar algo para llevar? No parecía la autocaravana mejor surtida del mundo. Se detuvo en el Seven Eleven por unos cuantos sándwiches y pastas. Cuando se apeó y pasó junto al capó le sorprendió un extraño olor. Provenía del motor. Un olor que no reconocía. Que no sea algo que se ha quemado, alguna correa o algún manguito, hoy no, por favor, no después de la noche que he tenido, rogó, y abrió el capó.

Cinco segundos más tarde vomitó en medio de la calle.

Los restos de su amado
Elvis
estaban calcinados en un lado del bloque del motor. El calor durante el trayecto de Söder a Solna había transformado al gato en un trozo de carne ennegrecida y candente.

Una grúa estaba sacando el coche gris del lago de Kärsön. El agua corría por la puerta del conductor. El cadáver había sido llevado a tierra por unos submarinistas e introducido en un saco azul sobre una camilla. Toda la zona estaba acordonada. Unos técnicos forenses estaban buscando rodadas en la pendiente sobre las rocas.

Y bastantes cosas más.

Una mujer levantó la cinta de plástico policial y se acercó a la camilla. Era la inspectora jefe en persona. La investigación de un par de asesinatos más y la coincidencia con el período vacacional los había dejado cortos de investigadores en ese momento y les había obligado a llamar a Mette Olsäter, de la Brigada Criminal estatal. Carin Götblad le tenía una simpatía especial que venía de lejos. Sabía que el caso estaría en buenas manos. La hoja de servicios de Mette era larga e impecable. Este debía de ser, más o menos, su caso de asesinato número cincuenta. Que se trataba de asesinato u homicidio había quedado claro bastante pronto. Consideraron la posibilidad de que el hombre se hubiera suicidado hasta que lo depositaron en la camilla y el forense constató que tenía una brecha considerable en el occipucio. Lo suficientemente grave para imposibilitar que hubiera conducido el coche él mismo. También habían encontrado rastros de sangre en una roca a unos metros de la pendiente.

Probablemente del cadáver.

Mette constató que alguien debía de haber llevado el coche hasta ese lugar. Tal vez el hombre ya estaba muerto por entonces, o si no, murió allí. De eso tendrían que dar razón la sangre y el forense. Luego habían colocado al hombre al volante y se habían ocupado de que el coche se despeñara y acabara bajo el agua.

Hasta aquí, todo estaba bastante claro.

Hipotéticamente.

En cambio, la identidad del hombre era un asunto más peliagudo. No llevaba ningún objeto personal que lo identificara. Mette pidió al forense que bajara la cremallera y volviera a descubrirle el rostro. Lo examinó un buen rato, y luego rebuscó en su memoria fotográfica. Casi dio con algo. No del todo, ningún nombre pero sí una vaga sensación de que lo había visto antes, mucho tiempo atrás.

—¿Cree que estaba vivo cuando puse el motor en marcha?

—Es imposible saberlo…

La mujer policía le ofreció otro pañuelo a Olivia. Poco a poco, Olivia iba reponiéndose del shock. El encargado de la tienda Seven Eleven había llamado a la policía, que había acudido rápidamente. Con la ayuda de un chico que trabajaba en la tienda habían sacado los restos de
Elvis
y los habían metido en una bolsa de plástico. A Olivia la llevaron a comisaría en el coche policial. Una vez allí, poco a poco había conseguido contar lo ocurrido. Los hombres que la habían amenazado en el ascensor. La puerta abierta de su apartamento, la desaparición del gato y la relación entre todo lo ocurrido. Luego había que proporcionarles una descripción de los hombres, lo que no resultó tarea fácil. Apenas había podido verlos en la penumbra. De momento no había mucho más que se pudiera hacer policialmente.

—¿Dónde está mi coche? —preguntó Olivia.

—Está aquí, en el patio, lo hemos traído hasta aquí. Pero tal vez sea mejor que…

—¿Podrían llevármelo a casa?

Eso hicieron, quizás atendiendo a que Olivia era una colega en ciernes. Ella, por su parte, no quiso acompañarles.

No quería volver a sentarse nunca más en su coche.

Mette Olsäter estaba en el Instituto Forense junto a un médico, ante un cadáver. Hacía poco más de una hora la memoria de Mette había retrocedido en el tiempo para ofrecerle una imagen: la de un hombre desaparecido hacía mucho tiempo y que ella misma había buscado.

Nils Wendt.

Tenía que ser él, pensó. Unos cuantos años mayor y en una camilla. Ahogado y con la parte posterior de la cabeza hundida. Pero, por lo demás, con una fisionomía que apuntaba a su primera intuición.

Esto promete ser interesante, pensó, y examinó el cadáver desnudo.

—Tiene bastantes rasgos característicos que pueden ayudarnos a su identificación, ¿no?

El forense la miró.

—Un antiguo empaste de oro en el maxilar superior, una cicatriz por una operación de apéndice, una cicatriz en la ceja y luego esto de aquí. —Señaló una marca de nacimiento angulosa en la parte exterior del muslo izquierdo. Mette se inclinó sobre el cadáver. Le pareció reconocer la marca, mas no supo dónde ubicarla.

—¿Cuándo murió?

—¿Sin confirmar?

—Sí.

—Durante el último día.

—¿La herida en la cabeza pudo hacérsela golpeándose contra la roca?

—Es posible. Volveré con más información.

Mette Olsäter convocó una reunión de urgencia para un equipo reducido. Mezcló a un par de viejos zorros y a un par de talentos jóvenes que todavía no tenían vacaciones. Se instalaron en una sala de investigaciones de Polhemsgatan.

Y pusieron manos a la obra.

De forma metódica.

Tenían agentes buscando testigos en la zona de Kärsön. Otros buscaban a familiares de Nils Wendt. Habían encontrado a una hermana que residía en Ginebra. No había tenido noticias de su hermano desde los años ochenta, pero verificó la descripción que le habían dado. La cicatriz de la ceja era una reminiscencia de la infancia. Ella había empujado a su hermano contra una estantería.

De momento, eso era todo. Ahora se trataba de contar con todos los informes lo más rápido posible. Sobre todo, el informe técnico.

Estaban trabajando a destajo con el coche gris.

Mette resumió la desaparición de Wendt en 1984 a los jóvenes del equipo, Lisa Hedqvist y Bosse Thyrén. La desaparición tuvo lugar poco después de que se encontrara el cadáver del periodista sueco Jan Nyström en un coche. También este hundido en un lago, a las afueras de Kinshasa, entonces Zaire.

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