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Authors: Cilla Börjlind,Rolf Börjlind

Tags: #Intriga, #Policíaco

Marea viva (9 page)

BOOK: Marea viva
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—Pensándolo bien, creo que los eché antes del asesinato. Sí, así fue; cogieron un bote y huyeron al continente. Para proveerse de más droga, si quieres saber mi opinión.

Con eso desapareció la pista de Olivia.

—¡Tienes una memoria prodigiosa! —la alabó.

Betty respiró hondo y saboreó el elogio.

—Sí, supongo que sí, pero es que también llevamos un registro.

—Pero ¡aun así!

—Sí, al fin y al cabo me intereso por mis congéneres. Yo soy así, sencillamente. —Muy ufana, señaló la cabaña del final, la número 10—. Y allí estuvo la bobalicona de Estocolmo. Al principio. Más tarde se trasladó a un yate de recreo noruego en el puerto. Era una verdadera zorra, se exhibió ante esos pobres chavales de los bogavantes del muelle hasta dejarlos bizcos. La policía la interrogó también a ella.

—¿A título informativo?

—Sí, bueno, no lo sé, hablaron con ella primero, y luego me contaron que se la llevaron a Strömstad para proseguir el interrogatorio allí. Eso nos contó Gunnar.

—¿Quién es Gunnar?

—Gunnar Wernemyr, el policía de la isla; ya está jubilado.

—¿Cómo se llamaba? La zorra.

—Se llamaba… Pues no lo recuerdo, pero tenía el mismo nombre de pila que la esposa de Kennedy.

—¿Cuál?

—¿No sabes el nombre de la esposa de Kennedy? ¿La que luego se amancebó con el griego Onassis?

—Pues no.

—Jackie. Jackie Kennedy. Así se llamaba la zorra, Jackie; no recuerdo más. ¡Esa es tu cabaña!

Señaló una de las cabañas amarillas y acompañó a Olivia hasta la puerta.

—La llave está puesta por dentro. Si necesitas algo, Axel vive allí.

Indicó una casa recubierta de placas de amianto en lo alto de una colina. Olivia abrió la puerta y dejó su bolsa de deporte en el recibidor. Betty se quedó fuera.

—Espero que te guste.

—¡Está genial!

—Perfecto, pues. A lo mejor podríamos vernos en el puerto esta noche. ET tocará el trombón en Strandkanten, por si apareces por ahí. ¡Hasta luego!

Y empezó a alejarse. De pronto Olivia recordó lo que había pensado preguntarle todo el tiempo, pero que no había logrado colar.

—¡Señora Nordeman!

—Betty.

—Betty. Me preguntaba una cosa. Hubo un niño que vio todo lo que sucedió en la playa, ¿no es así?

—Ove, el niño de los Gardman; vivían en el bosque de allí. —Señaló—. La madre murió y el padre está en una residencia geriátrica en Strömstad, pero Ove conserva la casa.

—¿Está allí ahora?

—No; está de viaje. Es… ¿cómo era? Biólogo marino, eso. Pero suele venir de vez en cuando para ocuparse de la casa, cuando está en Suecia.

—Entiendo. ¡Gracias!

—Y tú, Olivia, piensa en lo que te he dicho acerca del tiempo: empeorará, no lo dudes, así que no se te ocurra subir a las rocas del lado norte, al menos no sola. Si quieres ir allí te recomiendo que le preguntes a Axel si puede acompañarte. Puede ser peligroso moverse por allí arriba y dar un mal paso.

Y por fin se fue.

Olivia se quedó mirándola. Luego miró de reojo hacia la casa de placas de amianto donde se suponía que vivía el hijo Axel. La idea de que un desconocido tuviera que acompañarla como paladín protector porque soplaba un poco de viento le resultó ligeramente cómica.

Se había comprado una maleta con ruedas en Strömstad. Con ruedas y un asa larga. Cuando subió a bordo del barco de Koster parecía un turista cualquiera.

No lo era.

Tal vez turista, pero no cualquiera.

Era un hombre que había luchado con un caos creciente en su pecho durante todo el trayecto desde Gotemburgo y que no había conseguido dominarlo hasta subir al barco.

Sabía que no le quedaba mucho tiempo. Ahora estaba obligado a dominarse. Lo que tenía que hacer no daba margen para flaquezas y debilidades. Estaba obligado a armarse de valor.

Cuando el barco zarpó se quedó en blanco, frío, despojado de todo pensamiento, como las rocas que bordeaba el barco, deslizándose por el agua. De pronto pensó en Bosques.

Se habían abrazado.

Olivia se había echado en la modesta cama de la cabaña. Había dormido mal en el tren. Se estiró e inspiró el aire ligeramente impregnado de moho. Quizá no fuera moho, pensó, más bien olor a cerrado. Paseó la mirada por las paredes frías. Ni un cuadro, ni un póster, ni siquiera la típica vieja boya de cristal verde. A Betty nunca la entrevistarían en la revista de interiorismo
Hogares bellos
. Ni tampoco a Axel, si es que era él quien se encargaba de la decoración. Volvió a abrir el mapa. Lo había comprado antes de subir al barco en Strömstad. Un mapa bastante detallado de la isla, que incluía los nombres de muchos lugares. Nombres curiosos e interesantes. Skumbuktarna (Bahías Sombrías) en la parte superior del lado noroeste. ¡Bahías Sombrías, nada menos! Y no muy lejos de allí, Hasslevikarna (Ensenadas de las Avellanas). Su verdadero objetivo.

El escenario del crimen.

Porque de eso trataba su viaje, bien que lo sabía. Acercarse al escenario y estudiarlo.

¿Turista de asesinatos?

De acuerdo, pues lo era. Pero iría a la playa, de ello no cabía la menor duda. El lugar donde una solitaria joven había sido enterrada y ahogada. Con un niño en el vientre.

Olivia posó el mapa sobre el pecho y se dejó llevar por sus fantasías, alejándose en dirección a Hasslevikarna y la playa, el mar, la marea baja, la oscuridad y la joven desnuda en la arena; y el chiquillo en algún lugar de la oscuridad; y luego los autores del crimen, tres, eso ponía el informe de la investigación, basándose en el testimonio del chiquillo. Pero ¿podían confiar en que el niño había visto lo que aseguraba haber visto? ¿Un niño de nueve años asustado en plena noche? ¿O acaso no lo sabían de cierto? ¿Habrían supuesto que probablemente había visto lo que decía haber visto? ¿O lo habían aceptado tal cual? Al fin y al cabo, no tenían nada más de lo que partir. ¿Y si los asesinos eran cinco? ¿Una pequeña secta?

Vuelta a lo mismo.

No era especialmente constructivo.

Se levantó, consciente de que había llegado el momento.

Iba a hacer de turista de asesinatos.

Las advertencias de Betty sobre el mal tiempo eran correctas, salvo por el hecho de que la lluvia ya llegó por la tarde. Los vientos arreciaban sin misericordia y la temperatura había bajado considerablemente.

Un tiempo realmente asqueroso.

Olivia apenas pudo abrir la puerta al salir, y se cerró de golpe sin que la tocara. Su jersey de repuesto ayudaba bastante, pero el viento revolvía su cabellera y le costaba ver. Además, llovía a raudales. ¿Por qué coño no he traído el chubasquero? ¿Se puede ser tan despistada? O continental, como Betty habría dicho. Miró hacia la casa de Axel con el rabillo del ojo.

No, todo tenía su límite.

Eligió un sendero que se internaba en el oscuro bosque.

Un bosque tremendamente enmarañado y silvestre. Sin talar ni desbrozar durante décadas. Ramas duras y secas, enredadas entre sí, casi negras, aquí y allá interrumpidas por cercados herrumbrosos.

Siguió el estrecho sendero. La única ventaja era que el viento no soplaba tan fuerte allí dentro. Solo llovía. Al principio había utilizado el mapa para protegerse la cabeza del agua, hasta que cayó en la cuenta de que era una decisión estúpida: aquel mapa constituía su única guía para encontrar el lugar al que se dirigía.

Primero pasaría por la casa del niño. Ove Gardman. Según Betty, tenía que estar por allí, en el bosque, algo de lo que Olivia empezaba a dudar. No había más que maleza tupida, oscuros árboles retorcidos y cercas.

De pronto apareció.

Una modesta cabaña de madera negra. Dos plantas en medio del bosque, en un claro extrañamente reducido. Con una pendiente escarpada en la parte de atrás y ningún jardín. Observó la casa. Tenía un aspecto abandonado y un poco fantasmagórico, al menos con el tiempo reinante: tormenta y oscuridad creciente. Se estremeció levemente. ¿Por qué quería ver esa casa? Al fin y al cabo sabía que el niño, o el hombre que debía de ser en la actualidad, tendría más de treinta años, y además sabía que no estaba allí. Se lo había contado Betty. Sacudió la cabeza, pero igualmente sacó su móvil y tomó un par de fotos de la casa. A lo mejor podría adjuntarlas a su trabajo, pensó.

La casa de Ove Gardman.

Se recordó que tenía que llamarlo cuando volviera a la cabaña.

Le llevó media hora llegar a Skumbuktarna. Estaba obligada a verlo. Al menos para poder descartarlo, llegado el caso. A saber si alguien había estado en Skumbuktarna entonces.

Ya había llegado, o casi, y entendió inmediatamente lo que Betty le había advertido: el mar estaba agitado, la lluvia caía a mansalva de las oscuras nubes, el viento ululaba implacable, las gigantescas olas del mar del Norte rompían contra las rocas y se lanzaban sobre la costa. No lograba dilucidar de cuánta distancia se trataba.

Se agazapó debajo de una roca y miró hacia el mar. Creía estar a resguardo. De pronto llegó una enorme ola que alcanzó la roca y le cubrió las piernas. Al sentir la presa de la fría resaca le entró el pánico y gritó.

De no haber topado contra una grieta habría acabado en el mar. Pero de eso no se dio cuenta hasta mucho después.

Salió corriendo, muerta de miedo.

Lejos del mar, tierra adentro.

Corrió y corrió hasta que tropezó con un montículo rocoso y cayó de bruces. Se apretó contra el suelo, contra la Madre Tierra, resollando, con una herida sangrante en la frente.

Tardó un buen rato en darse la vuelta y cuando lo hizo, dirigió la mirada hacia el mar enfurecido en Skumbuktarna y comprendió lo idiota que era.

Luego empezó a temblar de la cabeza a los pies.

Empapada.

Para ser una velada de trombón con ET, el por lo demás renombrado restaurante estaba bastante vacío. Strandkanten. O tal vez precisamente por eso. Algunos lugareños sentados a las mesas con vasos de cerveza, ET en una esquina con su trombón, y luego Dan Nilsson.

Estaba sentado a una mesa que daba al mar. El viento lanzaba la lluvia contra las ventanas. Se había dirigido hasta allí en cuanto desembarcó. No porque tuviera hambre ni sed, ni para resguardarse del mal tiempo, sino para reunir fuerzas.

Todas sus fuerzas.

Sabía que existía una remota posibilidad de que lo reconocieran; había tenido una casa de veraneo en la isla hacía muchos, muchos años. Pero era un riesgo que estaba obligado a correr.

Ahora estaba sentado con una cerveza delante. Una de las camareras le susurró algo a ET durante una pausa de su actuación: el tipo de la ventana parecía un policía. ET le contestó que su rostro le resultaba conocido. Pero Nilsson no lo oyó. Sus pensamientos estaban en otro lugar. En el lado norte de la isla.

Donde había estado antes.

Un lugar que debía volver a visitar esa misma noche.

Y luego, otro lugar.

Y una vez hecho esto, estaría listo.

O todo lo contrario, confuso.

No lo sabía.

Era lo que tenía que descubrir.

Además de empapada, medio conmocionada y sangrando por la frente, había sufrido una catástrofe menor: había perdido el mapa. O mejor dicho, aquella ola gigantesca se lo había llevado. Ya no tenía ningún mapa. No sabía por dónde ir. A la luz del sol y con el clima templado de junio, Nordkoster no es una isla grande, pero en medio de una tormenta, una lluvia torrencial y una oscuridad creciente es lo bastante grande para extraviarse.

Más para alguien del continente.

Con sus bosques, brezales y rocas que aparecían de improviso.

Sobre todo, para alguien que nunca había estado antes.

Como Olivia.

Se encontraba en medio de la nada. Con un bosque oscuro delante y rocas resbaladizas a sus espaldas. Y puesto que su móvil, por lo demás fantástico, había perecido ahogado bajo una tromba de agua, no tenía demasiadas opciones.

Más allá de seguir avanzando.

En una u otra dirección.

Así pues, echó a andar, temblorosa, en una o en otra dirección.

Varias veces.

Dan Nilsson sabía exactamente qué camino tomar, a pesar de que la tormenta había oscurecido el día. No necesitaba ningún mapa. Tiró de su maleta con ruedas por el camino de grava, torció hacia el interior de la isla y tomó el sendero que sabía que estaba allí.

Que conducía al lugar al que se dirigía.

El primer lugar.

No solía tener miedo a la oscuridad. Había dormido sola en la casa de Rotebro desde que era muy pequeña. Lo mismo en la casa de campo. Al contrario, le resultaba plácido cuando caía la noche y las luces se apagaban. Y estaba sola.

Sola.

Ahora también. Pero en circunstancias algo distintas. Ahora estaba sola en un entorno peligroso y desconocido. La tormenta retumbaba y la lluvia no amainaba. Apenas era capaz de ver unos metros más allá. Solo veía un caos de árboles y rocas. Resbalaba en el musgo, tropezaba contra las piedras, las ramas pequeñas le azotaban el rostro sin previo aviso y trastabillaba en profundas grietas. Y también oía ruidos. El ulular del viento y el estruendo del mar no la asustaban, después de todo sabía qué eran. Pero ¿y los demás sonidos? Esos repentinos bramidos que atravesaban la oscuridad ¿Serían ovejas? Era imposible que unas ovejas balaran así. Y luego ese débil grito que había oído entre los árboles hacía un momento, ¿de dónde provenía? No creía que ningún niño hubiera salido con ese temporal. De pronto volvió a oír el grito, esta vez más cerca, y luego otro grito. Se pegó al tronco de un árbol y escudriñó la oscuridad. ¿Eran ojos lo que vislumbraba a lo lejos? ¿Un par de ojos? ¿Amarillos? ¿Serían cárabos? ¿Había cárabos en la isla de Nordkoster?

Entonces vio la sombra.

Un relámpago lejano arrojó un destello sobre el bosque y dejó al descubierto una sombra que se deslizaba entre los árboles, apenas a unos metros de ella.

O eso le pareció.

Y se espantó.

El bosque volvió a sumirse en la oscuridad. No sabía qué había visto entre los árboles.

¿Un ser humano?

El hombre que arrastraba su maleta con ruedas a través del frondoso bosque era un ser humano. Un ser humano concentrado. La lluvia le había aplastado el pelo rubio en greñas empapadas sobre el rostro. No le gustaba nada. Se había encontrado en medio de tormentas peores que esta, en otros lugares del mundo y en situaciones muy distintas, en misiones mucho más desagradables para él. Poseía cierta capacidad empírica para adelantarse a los acontecimientos. No sabía si le serviría de algo en esta ocasión.

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