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Authors: Jorge Molist

Presagio (2 page)

BOOK: Presagio
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No era el dibujo lo que le molestaba, sino aquel pensamiento que, insistente, volvía una y otra vez como mosca de verano. «¿Qué es lo que Muriel me oculta?»Miró a su alrededor. En la amplia sala había otros tableros de dibujo con taburetes altos, sillas y mesas ordinarias de oficina llenas de bandejas repletas de documentos, teléfonos y ordenadores. Mamparas de metro y medio establecían límites entre los puestos de trabajo y permitían una precaria intimidad a cada uno de los habitantes de aquel lugar, donde habitaban algunos de los grandes talentos creativos de Reynolds & Carlton, una de las mayores agencias de publicidad del país.

Carteles, fotos y la más variopinta colección de objetos colgaban de los muretes. Eran pequeños depósitos de inspiración, pequeños mundos, por los que Jeff se paseaba cuando se sentía encerrado entre cuatro paredes.

A través de la ventana podía ver más ventanas. Las del edificio de oficinas de enfrente; una jaula de acero y cristal tan monótona y uniforme como la que lo encerraba a él, allí, en el centro de la ciudad, en el llamado Downtown de Los Ángeles.

De repente sintió ese impulso. Arrugó uno de los papeles que le habían servido de boceto, formando con él una bola consistente. Se levantó apoyando los pies en la barra inferior del asiento y logró una magnífica vista de Sara que, inclinada dibujando sobre su mesa, dejaba ver parte de su espalda entre el corto jersey y un pantalón que presentaba un redondeado trasero.

Sonrió satisfecho al ver que la trayectoria de su proyectil se dirigía directamente a la cabeza de su colega y, fingiendo trabajar concentrado en su dibujo, se inclinó sobre la mesa.

—Jeff. ¡Tarado! —oyó quejarse, divertida, a su compañera y subordinada.

—¿Qué ocurre, Sara? —dijo Jeff incorporándose en su taburete y mostrando sorpresa al mirar por encima de la mampara—. ¿Terminaste los diseños que te pedí? ¡Bravo! Eso es rapidez.

Sara se lo quedó mirando con una amplia sonrisa. Jeff era un muchacho de unos veintiséis años, al que se le adivinaba un torso corpulento bajo su jersey de cuello alto. Rubio claro y con profundos ojos azules, sabía usarlos con gran eficacia cuando ponía esa cara de inocente sorprendido. Lucía pelo corto con un pequeño tupé y perilla a juego. Un aspecto muy apropiado para un prometedor creativo que cuidaba una imagen diferenciada pero que sin embargo no era insensible a la moda.

—¡Cómo quieres que lo haya terminado ya! —empezó a protestar Sara al cabo de unos instantes de contemplarlo—. ¡Me diste trabajo para dos días! ¡Eres un negrero! Y encima me has agredido físicamente hace un momento.

—Yo no he sido —contestó Jeff mostrándole las dos manos para que ella viera que las tenía limpias—. Quizá te hayan golpeado los remordimientos, tu mala conciencia, por no haber terminado aún mi encargo.

—¡Serás cabrón! —exclamó ella fingiendo enojo—. ¡Me tienes aquí encerrada once y doce horas al día y ni siquiera me das las putas gracias!

—No te preocupes, seré un buen jefe; me las ingeniaré para compensarte. Pero primero tienes que terminar el trabajo; lo necesito mañana al mediodía.

—Jeff, ¿estás loco? —repuso Sara, esta vez con aspecto de auténtico enfado.

—Por favor, lo necesito —dijo él con sonrisa humilde—. Me juego el empleo. ¿No me dejarás solo y abandonado ahora? Tú sabes lo importante que es la presentación del lunes, ¿verdad?

Sara lo miraba relajando la tensión del rostro. Y comprendió que no podía decirle que no a Jeff. Nunca podría.

—Tengo cita esta tarde con Ernest —protestó ella en tono quejumbroso—. No puedo quedarme.

—Por favor. —Los ojos azules del muchacho brillaban hermosos y suplicantes.

Ella soltó un resoplido. No podía negarse, no frente a aquella mirada. Sabía que tendría que encargar una pizza y quedarse hasta las doce de la noche.

—Jeff —continuó Sara—. ¿Por qué de repente tenemos que dibujar esos diseños de marca? ¿A qué viene de la noche a la mañana trabajar tantas horas de más cuando sabíamos desde hace un par de semanas que la presentación era el lunes?

—Lo siento. Pero de pronto se le ha ocurrido a alguna de esas mentes brillantes de Planificación Estratégica que debemos incluir en la presentación opciones de un diseño más moderno para esa maldita marca de comida para perros. Hay que hacerlo. El porqué yo no lo conozco. —Jeff hizo una pausa y luego le dedicó a Sara otra de sus sonrisas—. Preséntale mis disculpas a Ernest —añadió—. Dile que esta vez no ha sido culpa mía.

Sara se lo quedó mirando, hizo un gesto de desaliento y se fue hacia su teléfono murmurando en voz baja.

Jeff se sentó frente al tablero para retocar los dibujos de perros que describían el anuncio televisivo de quince segundos de la campaña publicitaria que presentarían a la Metropol, la segunda empresa de comida para mascotas del país. Oía a Sara que, con voz más alta de lo habitual, trataba de apaciguar a su amigo al teléfono. Jeff sonreía con tristeza al pensar que no le sería tan fácil tranquilizarlo hoy como cuando canceló su cita del martes. Pero seguro que Ernest reaccionaría peor cuando Sara le dijera que posiblemente tampoco podrían salir el fin de semana. Ella aún no lo sabía.

Para Reynolds & Carlton era muy importante conseguir la cuenta de la Metropol. En la competición participaban otras tres agencias de publicidad de primera línea y la lucha iba a ser muy dura. Jeff aceptaba que surgieran cambios, mejoras, retoques de última hora previos a una presentación de esa magnitud. Pero no podía entender que de pronto le encargaran algo tan complejo como una propuesta de diseño de marca cuando el cliente no la había pedido. Era extraño, o como mínimo inusual. Jeff estaba tan sorprendido como Sara.

Muriel no había dado ninguna explicación, pero a él y a su equipo aquello les supondría muchas horas de trabajo extra. ¿Qué estaba pasando? ¿Qué era lo que le ocultaba Muriel?

—Buen trabajo. —La mirada de ella cruzó por encima del amplio rectángulo de cartón donde Jeff había dibujado la secuencia del anuncio televisivo—. Es un mensaje original con el que sorprenderemos al consumidor. Pero lo que es aún mejor, seducirá a los ejecutivos de la Metropol, y eso es lo que cuenta.

—Gracias, Muriel —repuso Jeff con un toque de vanidad en la voz—. Sabes que siempre te hago buenos trabajos.

Ella no dijo nada pero sonrió. Había captado perfectamente el doble sentido de la afirmación del muchacho.

Aquella sonrisa hizo feliz a Jeff. ¡Era tan hermosa! Su cabello azabache contrastaba con unos ojos verdes seductores, que ella realzaba con un discreto maquillaje y una acertada elección de carmín en los labios.

La mesa de Muriel estaba en una amplia sala que compartía con otros ejecutivos de cuentas y su área de trabajo estaba limitada por unas mamparas semejantes a las de Jeff. Pero allí no había mesas de dibujo. «Claro —se decía Jeff—. Esta gente no sabría qué hacer frente a un tablero y un cartón en blanco.» No le caían demasiado bien, eran unos mandones sin sentido del arte y de la comunicación creativa. Pero Muriel era distinta. Era mucho más que una «ejecuta». Mucho más. No sólo por su personalidad seductora; no sólo por su inteligencia, o por su hermosura, ni por esa chispa tan especial en sus ojos y su sonrisa.

Para Jeff era mucho, mucho más. Ella era su chica. La mujer por la que él había renunciado a todas las demás. Y no cambiaría el amor de Muriel ni por la aventura en general ni por ninguna mujer en concreto. Lo retaba, lo excitaba, enloquecía con ella.

—¿Has traído las propuestas gráficas para revistas y vallas publicitarias? —preguntó Muriel manteniendo el tono profesional, sin darse por enterada más que por su leve sonrisa de la doble intención de la respuesta de Jeff.

—Sí, aquí están. Geniales, como siempre, ¿verdad?

Ella lo miró con picardía, soltando a continuación una tos falsa.

—No está mal. Se aproxima bastante a lo que discutimos, pero tendrás que modificarlo.

—¿Qué?

—Mike dejó claro que quería que los perros fueran dálmatas para capitalizar en la moda cinematográfica. Y tú no sólo has dibujado dálmatas sino también huskies y hasta chihuahuas. Cuando él lo vea mañana por la mañana, tendremos problemas.

—¡Pero Muriel! ¡Qué tontería! Ni que esto fuera Disneylandia. En la vida real hay todo tipo de perros. Mike se equivoca.

—Jeff, es lo que acordamos.

—Sí, eso acordamos. Pero lo he pensado mejor.

—No es cuestión de que lo pienses mejor, Jeff —repuso ella hablando lentamente como una profesora que le repite la lección a un niño torpe—. Aquí trabajamos en equipo y bajo reglas preestablecidas. Cada uno hace la parte que le corresponde. Y a ti te correspondía pintar dálmatas.

—¡Pero Muriel! —exclamó él, irritado—. ¿No te das cuenta de que para cuando lancemos la campaña todo el mundo estará harto de ver dálmatas? Esos perros ya estuvieron de moda varias veces antes. Dálmatas en las camisetas, dálmatas en los platos, dálmatas en las bragas y en los calzoncillos... ¡Hasta en el puto papel higiénico! Van a explotar a los dálmatas hasta que todos lloremos de aburrimiento. Simplemente lo he pensado mejor y mi propuesta creativa supera en mucho lo que hablamos.

—Puede ser que tengas razón, Jeff. —Muriel lo miraba fijamente clavando sus ojos en los de él—. Pero nosotros te pedimos dálmatas.

—¿Cómo puedes ser tan tozuda? Tú entiendes mi argumento, ¿verdad?

—Claro que te entiendo —repuso la chica utilizando un tono más conciliador y suavizando con una sonrisa sus palabras—. Pero deberías haberlo hablado antes conmigo o con Mike. Bueno, acepto que le presentes a Mike tu versión como propuesta alternativa, pero aún necesitamos la de los dálmatas. O sea que tendrás que hacerla.

Se hizo el silencio mientras Jeff miraba ceñudo a través de la ventana. Muriel lo observaba con expresión dulce pero firme. Tendría que dibujar una versión blanca con manchitas negras; aun siendo tonto y sólo por esa estupidez que Mike llamaba «disciplina de equipo». Eso lo obligaría a trabajar también la mañana del sábado.

—¿Y qué me dices del diseño de marca? —repuso él al rato—. Tanto hablar de equipo y de que cada uno debe hacer su parte y de pronto apareces tú pidiéndonos urgentemente el desarrollo de varias propuestas creativas sobre el grafismo de Friendlydog. Eso no está en el sumario que nos dio el cliente ni en lo que acordamos en las reuniones de coordinación.

—Es una sorpresa para la Metropol. Un golpe escondido en la presentación.

—¿Una sorpresa, Muriel? ¿Un golpe escondido? —Jeff sintió que la irritación crecía en su interior—. ¿Y para hacer una gracia al cliente has decidido, sin más, que mi equipo se mate trabajando día y noche? Y luego yo no puedo cambiar, aunque sea por una buena razón, un solo elemento. ¡Maldita sea, yo soy el creativo!

—El diseño de la marca será clave en la presentación.

—¿Ah, sí? ¿Y cómo lo sabes? ¿Cómo sabes que el diseño de la marca es tan importante para ellos si ni siquiera lo han mencionado?

—Lo sé, simplemente.

—¿Así, sin más? Pero algún fundamento habrá, espero. Mi equipo está invirtiendo horas y horas en ese desarrollo, ¿y tu único argumento es que lo sabes? ¿Y eso es todo? —Levantaba la voz—. Me niego a continuar el diseño. Voy a decirles a Sara y a James que se vayan a casa. En eso seguro que Mike me apoya. ¿No éramos un equipo? ¿Y ahora quieres que por un capricho tuyo, una inspiración, abuse de mi gente y les haga trabajar todas las noches? ¡Pero si tú estás haciendo exactamente lo que acabas de censurarme!

Muriel lo miró unos momentos en silencio con aquellos ojos dulces que lo hacían estremecerse.

—Sé que no está en el sumario —dijo ella al fin—. Sé que es trabajo adicional a lo acordado y sé que no tienes por qué hacerlo. Pero tú conoces lo importante que es esa presentación. Si obtenemos la cuenta de la Metropol, será un hito en nuestras carreras profesionales. ¡Por favor, Jeff!

—¿Pero por qué el diseño de marca precisamente? ¿Por qué no nos centramos en la estrategia de comunicación y en presentar desarrollos paralelos a dicha estrategia? No lo entiendo. ¿De dónde has sacado esa idea?

—No le des más vueltas. No podrás entenderlo racionalmente. —Muriel le acarició la mano y él sintió que su tensión se relajaba—. Es mi instinto femenino. Debe de ser eso, pero estoy convencida de que el diseño de marca será fundamental. Hazlo por mí, como un favor personal. —Ahora Muriel sonreía con un toque malicioso en sus labios—. Te lo pagaré, no te arrepentirás. Por favor.

Él fijó su vista en los labios de ella, que se acercaban, y empezó a sentir una presión en la entrepierna mientras recordaba que no habían hecho el amor desde el fin de semana por culpa de ese maldito trabajo. Jeff supo que no tenía alternativa.

—Sí, ¿pero quién le va a compensar a mi gente las horas extras? —protestó levemente.

—Cuando ganemos la cuenta estoy segura de que el presidente se sentirá generoso. Apoyaré lo que tú propongas para ellos.

Jeff se sentía vencido, pero no convencido. Ella lo utilizaba. No era normal lo del diseño de marca ni aquella explicación sobre el instinto. ¿Por qué estaba Muriel tan segura? Jeff tuvo la certeza de que ella no se lo había contado todo, de que había algo más. ¿Qué le estaba ocultando?

Debía de ser la carta que estaba esperando. Aquél envoltorio llamó su atención al recoger el correo; era un sobre blanco, con sus señas impresas y sin remitente. La expresión expectante del hombre lo hacía entreabrir la boca, mostrando unos caninos afilados que parecían los de un perro. Una vez en su apartamento, se dirigió a la cocina y esparció las cartas encima de la mesa. Empujando a un lado las misivas bancarias, las que prometían facturas y publicidad, cogió un cuchillo con sus gruesas manos y, con sumo cuidado, fue abriendo el sobre.

El folio estaba prácticamente en blanco, a no ser por una sola palabra: «Acepto».

«¡Bien! —exclamó el hombretón golpeando su puño derecho contra la palma de la otra mano en señal de alegría—. Sabía que tragarías, amigo.»Alcanzó un vaso de la alacena y, presionando con él la palanca del frigorífico, dejó que cayeran unos cubitos de hielo y se sirvió una generosa cantidad de whisky.

«Esto hay que celebrarlo —murmuró, satisfecho—. No se ganan diez mil dólares todos los días. A tu salud —dijo lanzando un brindis hacia la ventana—. Y por tu éxito.»Una semana antes había ido a un cibercafé y, sentándose frente a un ordenador libre, escribió un mensaje que rezaba así:

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