Read Qotal y Zaltec Online

Authors: Douglas Niles

Tags: #Aventuras, #Juvenil, #Fantasía

Qotal y Zaltec (9 page)

BOOK: Qotal y Zaltec
13.73Mb size Format: txt, pdf, ePub
ads

—Creo que podré marchar como todos hasta que se ponga el sol —respondió—. Pero esta noche dormiré como un tronco.

El clérigo festejó la respuesta de Erix con una carcajada, y se acomodó en el suelo, al lado de la pareja.

—No hay ninguna duda de que te mereces un descanso —declaró el hombre—. Ojalá Qotal permita que las pesadillas no perturben tu sueño.

Erix miró en dirección al cielo para vigilar la presencia de Poshtli, que proseguía su vuelo sin prisa, siempre hacia el sur.

—En otra ocasión, habría discutido tus palabras —le dijo al clérigo—. Ahora, no puedo hacer otra cosa que no sea desear la realidad de las bendiciones de Qotal, que su retorno sea un hecho. —Lanzó un suspiro y después comentó, sin dirigirse a nadie en particular—: Sin esa esperanza, ¿qué otra cosa nos queda?

La mirada de Erix se cruzó con la de una anciana que avanzaba poco a poco por el sendero, cogida del brazo de un joven. La vieja le sonrió mientras se alejaba entre la multitud. Pero su rostro fue reemplazado por otros: una pareja de niños cogidos de la mano, un hombre con un bebé en brazos, un hombre y su mujer. Todos miraron a Erixitl en busca de un gesto de aliento y consuelo de su parte, y la muchacha intentó con desesperación comunicarles su propia esperanza.

—La fe únicamente puede aliviar tus cargas —declaró el sacerdote—. Las señales se han cumplido: ¡su retorno es inminente! ¡Acepta su ayuda, y conseguirás su fuerza inquebrantable!

—¡Pero tendrá que ser muy pronto! —replicó la mujer, con la mirada puesta en los oscuros ojos del clérigo. Xatli asintió. Había comprendido el mensaje.

—¡Amigos míos! —El grito llamó la atención del grupo hacia la cabeza de la columna, y vieron la fornida figura de Gultec que se acercaba. El Caballero Jaguar vestía su capa de piel moteada, y su rostro aparecía enmarcado en las fauces abiertas de su casco.

—¡Gultec! —exclamó Erix, recuperando los ánimos. El ágil Caballero Jaguar avanzó por la vera del camino, sin molestar a los refugiados que marchaban hacia el sur. En cuanto se reunió con sus amigos, se sentó en cuclillas y descansó, con una sonrisa satisfecha—. ¿Qué has encontrado?

—Agua. A un día y medio de aquí. Un lago muy grande, con marjales y hasta peces. —Los ojos del guerrero brillaron de alegría mientras comunicaba sus noticias—. Hacia el sudoeste... este camino lleva directamente hasta allí.

—¡Es una maravilla! —Erixitl miró hacia el cielo. La gran águila proseguía con sus círculos, esperándolos sin impacientarse.

—Quizá podamos permanecer allí durante unos cuantos días —dijo Halloran—. El tiempo suficiente para poder descansar y recuperar fuerzas.

—Sí —repuso Erix, distraída, mientras miraba otra vez al pájaro. Hal sabía que ella sólo aceptaría descansar siempre que el águila no los empujara a avanzar.

También estaba el problema de su padre. Cuando ambos habían ido a Nexal antes de la Noche del Lamento, el anciano parecía estar seguro en su casa, en lo alto de la sierra que dominaba Palul. Ahora la situación había cambiado y el caos reinaba por doquier, y la vida del ciego sin duda corría peligro. Erixitl sólo lo mencionaba de vez en cuando, pero Halloran sabía que pensaba mucho en Lotil. El también estaba preocupado por la suerte del viejo, pero comprendía que no podían ir en su búsqueda porque las hordas de la Mano Viperina los acosaban.

Su primera obligación era con su mujer y el hijo que crecía en su vientre. Necesitaba encontrar un lugar seguro para instalar el hogar donde nacería el niño. Pero por ahora esto era un imposible, y el saberlo le producía un profundo dolor.

—Espero que podamos disfrutar de ese tiempo —añadió Gultec—, pero creo que no podrá ser. Es posible que tenga que dejaros.

—¿Dejarnos? ¿Por qué? —Erixitl miró al Caballero Jaguar sin ocultar su aprecio por el hombre.

—Tengo una deuda con aquel que es mi amo en todos los sentidos, en un lugar muy lejos de aquí. Me concedió la libertad para viajar a Nexal y conocer la amenaza que se cernía sobre el mundo. Siempre estoy atento a su llamada, y cuando me llama debo obedecer.

—¿Te ha llamado? —preguntó Halloran.

—No, pero siento... cosas en el aire a mi alrededor, en la tierra que piso. El terror camina por Maztica, un terror que supera todo lo que ya conocemos y tememos. Estoy seguro de que no tardaré en recibir la llamada para que regrese a Tulom—Itzi.

Erix asintió, y miró al guerrero con los ojos velados por la pena.

—No podemos escapar por mucho tiempo a los requerimientos del destino —dijo.

—O de los dioses. —Gultec sonrió y miró en otra dirección, aunque sus próximas palabras también eran para Erixitl—. Quizá podamos utilizar toda la ayuda que se nos ofrece.

Erix suspiró. De pronto, volvió la espalda a sus amigos y a todos los mazticas, y se alejó de la procesión. Halloran fue tras ella.

La cogió de la mano y la acompañó en silencio, mientras caminaban lentamente por el terreno cubierto de rocas y espinos. Él comprendía su necesidad de alejarse de la masa de refugiados. Intentó consolarla y protegerla con su presencia.

Por fin, Erix se sentó sobre un peñasco. No jadeaba, pero en su rostro se marcaban las huellas del cansancio. Halloran se sentó a su lado.

—Necesitan tantas cosas —dijo Erix, después de un largo silencio—. Y lo único que les podemos ofrecer son esperanzas. ¿Cuándo ocurrirá algo? ¿Cuánto tiempo más tendremos que esperar?

—Estamos vivos y sanos —respondió Halloran—. Lo único importante es seguir así. ¡Lo demás vendrá por añadidura! —«¡Así lo espero!», pensó para sí.

Mientras la gente de Maztica proseguía su marcha, Erix se apoyó contra su marido, y él la estrechó entre sus brazos. Entonces, Halloran vio a un jinete que galopaba hacia ellos. Al escuchar el ruido de los cascos, Erix se puso tensa y abandonó su asiento.

—Hola, mi señora..., Halloran —saludó el jinete, que era el capitán Grimes, mientras se apeaba—. Tenemos malas noticias.

—¿De qué se trata? —preguntó Erixitl.

—Un muchacho acaba de reunirse con los exploradores de la retaguardia. Al parecer, estaba con un grupo de rezagados. Fueron atacados y asesinados todos, incluso los niños. Dio algunos detalles. Tengo la impresión de que los atacantes fueron orcos y ogros.

—¿A qué distancia? —quiso saber Hal.

—No lo sé. Dijo que ocurrió esta mañana; por lo tanto, no puede haber sido más que a unos pocos kilómetros de aquí.

—Nos falta mucho más que eso para llegar al próximo pozo —les recordó Erix.

—Hay otra cuestión —señaló Halloran, con la mirada puesta en el cielo—. Gultec dijo que el agua se encontraba hacia el sudoeste, ¿no es así?

—Sí —contestó Erix. Siguió la mirada de su esposo, y en el acto comprendió la preocupación de Halloran.

El águila se había desviado de su camino, y ahora volaba a gran velocidad. Esta vez su rumbo era hacia el este.

Zochimaloc se despertó temprano. Salió de su pequeña casa y atravesó el jardín envuelto por la niebla matinal. Unos segundos más tarde caminaba por la amplia avenida cubierta de hierba que conducía hasta el observatorio.

El aire era denso en las selvas del Lejano Payit. Los grandes edificios de Tulom—Itzi se erguían como centinelas entre la bruma, y los brillantes azulejos, fuentes y objetos de
pluma
que adornaban las estructuras parecían ser todos iguales, con sus contornos difuminados por la niebla.

El anciano trató en vano de librarse de la sensación de amenaza que se respiraba en el ambiente. Decidido, prosiguió su camino hacia el observatorio. Estaba seguro de que allí encontraría, al igual que en muchas ocasiones anteriores, la respuesta a sus preguntas en el estudio de las estrellas.

A esa hora tan temprana, la ciudad permanecía en silencio, pero no habría mucho más ruido durante el resto del día. Los grandes edificios aparecían entre la niebla y volvían a desaparecer, monumentos a los cien mil hombres o más que habían construido Tulom—Itzi y trabajado los campos circundantes.

Ahora la mayor parte de los habitantes se habían ido, y la enorme ciudad albergaba una población diez veces inferior a aquel número.

Pero el silencio y la ausencia de gente le resultaban agradables; le parecía vivir en una biblioteca o en un museo dedicado al estudio de las personas, y no entre sus congéneres.

Ahora era consciente de que la brecha entre Tulom—Itzi y el mundo que la rodeaba estaba a punto de cerrarse violentamente. Tenía el presentimiento desde hacía años, y, por este motivo, había buscado al Caballero Jaguar Gultec, y le había confiado la preparación de los hombres de la ciudad para la guerra. Gultec había cumplido con su obligación, a pesar de que Tulom—Itzi no era una nación de guerreros.

Gultec se había marchado, y Zochimaloc comprendía la importancia de la misión de su estudiante. No obstante, muy pronto sería necesario pedirle que regresara a su casa.

El viejo maztica entró en el observatorio. El edificio, con su cúpula de piedra labrada, estaba en el centro de Tulom—Itzi, como un símbolo de paz y sabiduría. Zochimaloc caminó hasta el centro de la sala circular y miró a través de las aberturas en el techo. Según las horas y las estaciones, determinados conjuntos de estrellas aparecían en los agujeros.

Pero hoy no le interesaban las estrellas. Zochimaloc necesitaba un conocimiento más profundo y práctico. Cogió un puñado de
plumas
de la bolsa colgada a su cintura, encendió una pequeña hoguera en el suelo, y después dejó caer otro puñado de
plumas
alrededor del fuego.

Las
plumas
captaron la luz y brillaron con mil tonalidades distintas. En la pared circular de la sala, las sombras de las
plumas
aparecieron como figuras oscuras, que marchaban alrededor del observatorio, alrededor de Tulom—Itzi.

Marchaban como una columna de hormigas gigantes.

Durante un buen rato, Zochimaloc tocó la tierra bajo su cuerpo y percibió su angustia. Olas de dolor se desprendían del suelo. Una nueva plaga se disponía a asolar Maztica, y la primera víctima sería Tulom—Itzi.

Horas más tarde, cuando todavía faltaba mucho para la aurora, salió la luna. Un rayo de luz plateada entró por una de las aberturas orientales del techo, y al cabo de un rato iluminó a Zochimaloc.

La luna se puso, y el anciano permaneció inmóvil hasta que, por fin, la primera luz del alba tiñó de azul el horizonte. Entonces cerró los ojos y movió los labios.

—Gultec, te necesitamos —susurró.

Hoxitl celebró entusiasmado la magnitud de la matanza, sin dejar de lanzar unos aullidos tremendos mientras sus esbirros recorrían el campo de batalla, descuartizando los cadáveres hasta que sus víctimas dejaron de parecer humanas.

—¡Que ésta sea su lección! —gritó la bestia enorme que había sido el patriarca de Zaltec—. ¡Serán menos humanos que nosotros! ¡Y prevalecerá el poder de Zaltec!

El ejército de bestias permaneció en el campo cubierto de sangre durante toda la noche. Una gran cantidad de monstruos se unieron a él, ya que el grupo atacante sólo constituía una avanzadilla. Hoxitl estaba satisfecho por la manera como habían acabado con un enemigo que los superaba en número.

Desde luego, la mayoría de los humanos no eran más que personas indefensas, pero este hecho no tenía importancia para él. Por el contrario, lo consideraba su mayor ventaja. Sus tropas podían avanzar deprisa y lanzarse al ataque, sin la rémora de heridos o incapacitados. En cambio, los refugiados se movían poco a poco e intentaban proteger a los enfermos, los ancianos y los niños, un grupo que no podía ofrecer ninguna ayuda en el combate.

Hoxitl recordó vagamente los grandes sacrificios que, en su época de sacerdote, realizaba para celebrar las victorias. ¡Qué desperdicio había sido capturar y mantener vivos a los prisioneros hasta el momento de la ejecución ritual, cuando resultaba mucho más gratificante y apropiado matarlos en el campo de batalla!

La idea caló en la mente astuta del monstruo. Hoxitl comenzó a entender los motivos por los cuales los ejércitos de Maztica habían sufrido tanto en sus batallas con el invasor extranjero. Los legionarios no se preocupaban de hacer prisioneros.

—¡Divertíos, hijos míos! ¡Celebrad el triunfo! —aulló en su nuevo idioma. Los orcos, ogros y trolls comprendían a su amo, porque también ellos hablaban la extraña lengua que habían aprendido durante la Noche del Lamento.

»¡Complaceos y dad gracias a Zaltec por su bondad! —vociferó el monstruo—sacerdote, en un tono que asustó a los humanoides cubiertos de sangre e inmundicias.

»¡Sí, habéis oído bien: gracias a Zaltec!

La voz de Hoxitl resonó en el pequeño valle, y él mismo se sorprendió al notar el poder que estremecía su cuerpo al mencionar el nombre del dios. Pensó en el monolito de Nexal, la estatua que había cobrado vida para encarnar todo el poderío y la furia asesina de su dios.

—¡Haremos la guerra para mayor gloria de su nombre a todo lo largo y ancho del Mundo Verdadero! —chilló la bestia. El sacerdote arrancó el corazón de un cadáver y lo levantó hacia el cielo.

Zaltec escuchó sus palabras y rugió complacido.

De las crónicas de Coton:

Ante la proximidad del retorno de Qotal, el Mundo Verdadero recupera la esperanza.

Permanezco junto al plumista ciego, Lotil, y escuchamos los resoplidos de las bestias fuera de la casa. El caballo de los legionarios está en la misma habitación que nosotros, mientras los monstruos de la Mano Viperina recorren los campos.

Asaltan todas las casas en la sierra que domina Palul; roban, queman y destrozan. Cada vez que encuentran un trozo de carne salada, o un tesoro oculto, celebran el hallazgo con unos aullidos terribles.

No tengo miedo por lo que pueda pasarme, pero me preocupa el anciano. La bendición del Plumífero me protege, y, si es su voluntad que muera en este caos, que así sea. Sin embargo, el plumista no puede sufrir el mismo destino. Se lo necesita para algo más importante. No sé de qué se trata, pero me quedaré con él e intentaré ayudarlo a cumplir con su misión.

Por alguna razón que desconozco, los monstruos pasan junto a la casa de Lotil, y no entran. Por lo tanto, esperamos a que se vayan, dando gracias por haber salvado la vida.

Una vez más, presiento que el regreso del Plumífero es inminente.

5
Un dios vivo

Las aves marinas volaban en círculos por encima de las grandes velas blancas; graznaban sin cesar mientras se zambullían en picado en la estela de las naves. Don Váez había zarpado de Murann al mando de una orgullosa flota de veinticinco galeones, y más de mil quinientos soldados ansiosos de riquezas.

BOOK: Qotal y Zaltec
13.73Mb size Format: txt, pdf, ePub
ads

Other books

Black Apple by Joan Crate
Love in a Cold Climate by Nancy Mitford
Gift of the Goddess by Denise Rossetti
Highland Destiny by Hannah Howell
Adam of Albion by Kim McMahon, Neil McMahon
His Majesty's Hope by Susan Elia MacNeal