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Authors: Patricia Sverlo

Tags: #Biografía, Histórico

Un rey golpe a golpe (4 page)

BOOK: Un rey golpe a golpe
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Una anécdota curiosa cuenta que, como parte de su estrategia para incorporar a la Iglesia, utilizaron los servicios de una conocida y atractiva rubia. La rubia, T. M., era monárquica de corazón. Había sido amante del mismo Alfonso XIII y del general Sanjurjo. Pero lo que interesa para la historia es que, en el momento en que Sainz Rodríguez requirió sus servicios, era la amante del nuncio monseñor Tedeschini, que, además de ir de putas, tenía la poca vergüenza de apoyar abiertamente a la República. La anécdota cuenta que Sainz Rodríguez, para neutralizar al nuncio, fue a visitarla, que ella lo recibió desnuda en la bañera y que, allí mismo, con él sentado en el borde de la bañera, despacharon el asunto. Pedro, con la habilidad que le era propia, obtuvo una declaración por escrito de la cortesana, con la que habría de conseguir que el Vaticano le retirara la confianza al nuncio republicano. Cuando creyeron que todo estaba listo, se produjo el que en principio se pensaba que sería un golpe de Estado rápido y contundente. Pero no fue así. Muchos militares fieles a la República no se unieron al Alzamiento, el pueblo salió a la calle y comenzó una terrible guerra civil.

Juan no se lo pensó dos veces, y apenas tardó unos pocos días en ponerse en camino para combatir junto a los traidores. El 1 de agosto cruzó la frontera por Dantxarinea, se puso el uniforme de los voluntarios nacionales en aquella zona (camisa azul y boina roja) e intentó llegar a filas. Pero el general Mola le detuvo. No le quería allí y le hizo volver por donde había venido. Don Juan no se dio por vencido y siguió insistiendo. El 7 de diciembre de 1936 le envió una carta a Franco, ofrecéndose para servir en el crucero Baleares.

Pero Franco le rechazó por segunda vez. Así pues, no tuvo más remedio que volver a Roma… a esperar. Y mientras los ciudadanos demócratas defendían la República de los golpistas de Franco, quienes contaban con el apoyo de las armas y las tropas de Hitler y Mussolini, su seguidor Don Juan tuvo a Juan Carlos, actual rey.

Nadie ha sabido explicar nunca, de manera satisfactoria y razonable, por qué los generales fascistas rechazaron la incorporación a sus filas del infante Don Juan, que era un marinero profesional formado en la Armada británica. Pero aquella decisión resultó ser providencial para el aspirante al trono. En primer lugar, porque el crucero Baleares fue hundido poco tiempo después. Y, en segundo lugar, porque finalmente pudo disfrazar su lucha por el poder como anti-franquista y de espíritu democrático, cuando el cambio le resultó conveniente. Aquel cambio de bando no tardó en llegar, impuesto por el curso que estaban tomando los acontecimientos nacionales e internacionales.

Los planes de los conspiradores preveían que Sanjurjo tomara el poder y que Alfonso XIII volviera al trono en pocos meses, para que después abdicara en favor de Don Juan. Pero Sanjurjo se mató en un accidente, y Franco pasó a dirigir la contienda. Franco alargó la guerra mucho más de lo que se habría podido esperar y, sobre la marcha, fue matizando sus intenciones.

En 1939, Alfonso XIII celebró la victoria de Franco como el que más y le felicitó generosamente.

Pero Franco ya estaba en otra línea. Sin duda quería que Alfonso XIII abdicara, porque le hacía responsable del desastre de la llegada de la República. Franco decía que no quería ser otro Primo de Rivera. Pero, además, sólo seis meses tras el final de la guerra, cuando estalló el conflicto en Europa, se situó junto a Hitler en una tendencia ideológica en la que la monarquía no tenía cabida.

Aunque su entrevista con Hitler en Endaya, el 23 de octubre de 1940, no fue ninguno éxito, la postura de Franco era claramente pro-Tercer Reich. En un último intento por salvar la situación, Alfonso XIII abdicó en favor de su hijo Juan en enero de 1941. Pero ya era demasiado tarde. Murió un mes después en Roma, y Don Juan inauguró una nueva etapa, asesorado por su consejo privado, en la que apostó por la rama anglófona, la de los aliados, en la nueva guerra que se veía venir.

En Lausana

Con la entrada de Italia en la Segunda Guerra Mundial, la ex-reina Victoria Eugenia fue declarada persona non grata, porque era una princesa británica. Y toda la familia se trasladó a la neutral Suiza, a Lausana, en 1942. «Juanito» tenía entonces 4 años.

No se sabe muy bien con qué medios, el nivel de vida mejoró sensiblemente en Lausana. Don Juan y su familia se instalaron de golpe en un palacete, y la ex-reina Victoria Eugenia residió en el Hotel Royal durante bastante tiempo, hasta que una misteriosa y abundante herencia de una amiga extranjera le permitió adquirir Vielle Fontaine, todo un palacio con un muro elevado y numerosos de árboles, con una casa exclusivamente para invitados, junto al lago Léman, donde vivió hasta su muerte en 1968. Figuraba por la letra R en la guía de teléfonos (entre «Reina de Saba, tapices y objetos de Oriente» y «Reina Juana, mercería», como «Reina (de España) Victoria Eugenia, avenue de la Élysée»). Como no existían las páginas amarillas, es imposible saber si habría salido en un orden parecido, clasificada profesionalmente en el apartado de monarquías, entre monaguillos y monjas. En Suiza, ya se sabe, son muy metódicos y trabajan con mucha precisión.

En Vielle Fontaine, la ex-reina Victoria Eugenia ofrecía cócteles a los que asistían hasta 200 personas: banqueros, nobles, artistas (entre los que estaba Charles Chaplin, que vivía cerca, en Vevey), y miembros de las familias reales sin trono de Rusia, Rumanía, Italia… El padre de «Juanito», acompañado a menudo por su mujer, según los informes de la Policía que los vigilaba, llevaba «una vida desarreglada, frecuentando cabarets y casinos, regresando con frecuencia a casa a las 4 y las 5 de la madrugada, bastante perturbado por los efectos del excesivo whisky y de los cócteles», afición que no escondió nunca.

Pero «Juanito» era demasiado joven para seguir todo aquello. Al cabo de un año de estancia en Suiza, confiaron su educación a Eugenio Vegas Latapié, y muy pronto, tras pasar por el colegio Rolle de Lausana, le mandaron a un internado, para atender a una educación que se presentaba difícil. El mismo día que ingresó en el colegio sus padres tuvieron una conversación con el director, el padre Marcel Ehrburger, a quien pidieron que tratara a su hijo con naturalidad y, si hacía falta, con severidad, como a cualquier alumno. No era un gran estudiante, y le tenían que presionar para que se esforzara, amenazándole con dejarle castigado en el internado los fines de semana sin poder viajar a Lausana para reunirse con sus padres y hermanos. Eugenio Vegas le acompañó como preceptor desde 1943. A pesar de las amarguras de los estudios, en el internado Saint-Jean de Friburgo, donde asistían niños de varias nacionalidades aunque predominaban los franceses, Juan Carlos hizo buenos amigos, como el príncipe Zourab Tchokotua, y Karim Aga Khan.

Como Franco continuaba sin dejar el poder, Don Juan comenzó a pensar que tendría que hacer algo para conseguir el trono. Jugó esta carta con el apoyo de los aliados, fundamentalmente de los Estados Unidos e Inglaterra. Por el regreso de la República sólo apostaba abiertamente la Unión Soviética de Stalin. El resto estaba en contra de la Alemana nazi, desde luego, y, de rebote, contra el fascismo español de Franco. Pero no hasta el punto de permitir que en España volviera al poder la izquierda surgida de las urnas el 16 de febrero de 1936 con la coalición del «Frente Popular». Por eso apoyaban formalmente el restablecimiento de la monarquía controlada de Don Juan.

En este contexto, el infante Jaime, el sordomudo, que se había casado con Manuela Dampierre y había tenido dos hijos, rectificó por primera vez su decisión de renunciar al trono. Su hijo primogénito, Alfonso de Borbón Dampierre, llegó a ser el candidato patrocinado por la Alemana nazi a una regencia controlada por Franco, para mantener a éste y a la Falange en el poder.

Durante un breve período, pareció que los aliados iban a apostar por derrocar al Régimen de Franco y colocar en su lugar la monarquía de Don Juan, como mejor estrategia para proteger sus intereses.

O por lo menos eso creía Don Juan. Pero mientras duró la guerra, estuvieron más interesados en intentar evitar que la España de Franco entrara en el conflicto al lado de Alemania. Se dedicaron febrilmente a esta tarea los servicios secretos británicos en España, que compraron la complicidad de banqueros, generales y políticos. Entre otros, en un puesto destacado, se hallaba Juan March, que era el gestor principal para contactar en España con quien hiciera falta, y para hacer los pagos correspondientes a militares del sistema con el fin de que se manifestaran en contra de entrar en la guerra y convencieran de ello al Generalísimo. Según avanzaba la Segunda Guerra Mundial, y tan pronto como el Caudillo pudo adivinar la derrota alemana, se fue poniendo del lado de los aliados y se mantuvo al margen de la confrontación A cambio, quería seguir mandando, y los aliados estuvieron de acuerdo. El apoyo a Don Juan sólo fue una manera de ejercer presión sobre el dictador. Fue una etapa de tensos tiras y aflojas. Impulsado por los aliados, en mayo de 1945, Franco envió a Suiza a José María de Areilza, conde de Mutriku, miembro del Consejo Nacional de la Falange, para comunicar al conde de Barcelona la rápida restauración de la monarquía pero sin identificar al futuro monarca, cosa que Don Juan rechazó.

El 4 de febrero de 1945, en plena euforia por la victoria final, Churchill, Roosevelt y Stalin se reunieron en Crimea, en la conferencia de Yalta, para decidir la suerte del mundo, la división de Alemania, la creación de la ONU, las nuevas fronteras y el reparto de influencias. En Yalta, España fue una pequeña anécdota. Pero los aliados consideraron que el hecho de que se restaurara la monarquía en la persona de Don Juan era una solución razonable. Al acabar Yalta, el conde ya creía que era rey.

Completamente lanzado a esta aventura, Don Juan decidió condenar el régimen totalitario de Franco en el Manifiesto de Lausana del 19 de marzo de 1945, en el que dejaba bien clara su postura.

Aunque, respecto a esta condena hecha por el presunto demócrata Don Juan, de la que tanto se ha escrito después, tampoco había para tanto. «Sólo la Monarquía Tradicional puede ser instrumento de paz y de concordia para reconciliar a los españoles; sólo ella puede obtener respeto en el exterior, mediante un efectivo estado de derecho, y realizar una armoniosa síntesis del orden y de la libertad en que se basa la concepción cristiana del Estado», decía el manifiesto. Eso sí, harto de esperar durante seis años desde el final de la guerra, cada vez más desesperanzado, que Franco cumpliera el plan inicial y le colocara como rey una vez consolidado el poder, no le costó demasiado hablar de «disconformidad e insolidaridad» con el Régimen: «Por estas razones, me revuelvo, para descargar mi conciencia del agobio cada día más apremiante de la responsabilidad que me incumbe, a levantar mi voz y requerir solemnemente al General Franco para que, reconociendo el fracaso de su concepción totalitaria del Estado, abandone el poder y dé libre paso a la restauración del Régimen tradicional de España, único capaz de garantizar la Religión, el Orden y la Libertad». Su criterio de progreso para el pueblo pasaba por la monarquía, la religión, pero no la libertad religiosa, y el traspaso de poderes al margen de lo que habían determinado las elecciones generales antes del golpe militar de 1936. Todo un paradigma de los criterios sobre la libertad a que hacía referencia.

Pero el manifiesto resultó contraproducente para los objetivos que perseguía. Por un lado, el dictador prohibió con graves amenazas que se publicara la declaración. La censura actuó de manera implacable. Ni siquiera el
ABC
pudo hacer la más mínima alusión a un texto que sí recogieron los diarios del extranjero. Por otro lado, los aliados dejaron colgado a Don Juan. El cambio empezó cuando murió el presidente Roosevelt, el 12 de abril de 1945, dos meses después de la conferencia de Yalta. Su sucesor en el cargo, Truman, no asumió los compromisos alcanzados. En aquellos momentos estaba más preocupado por el peligro de la expansión de Stalin en Europa. Así pues, decidió que Franco siguiera en el poder. Después de Potsdam, estaba claro que los aliados no intervendrían y que el Generalísimo se había salvado. Truman decidió congelar las decisiones de Yalta. No quería una monarquía débil en España que pudiera ser tomada por Stalin y que dejaría a Centroeuropa en medio de una tenaza comunista.

Traslado a Estoril

Don Juan, con el apoyo de su consejo privado de incondicionales, no se lo acababa de creer. No quería o no podía darse cuenta de que sólo cumplía la función de muro de contención del franquismo. Sin renunciar a su objetivo de conseguir el trono, inició un cambio de estrategia que pasaba, en primer lugar, por el cambio de residencia. El 1 de febrero de 1946 los condes de Barcelona se trasladaron a Estoril. Salieron de Lausana casi de madrugada, en automóviles con las luces apagadas, escoltados por un coche de la policía, y se fueron en avión vía Londres.

Los hijos fueron más tarde. Al principio se quedaron a cargo de la abuela (la ex-reina Victoria Eugenia), en el palacete de Lausana. Todos menos «Juanito», a quien dejaron internado en el Colegio Maria Saint Jean de Friburgo. Sólo tenía 18 años, pero sus padres parecían sinceramente preocupados por unos estudios que se estaban convirtiendo en una tortura. Le habían dicho que si no sacaba buenas notas, el fin de semana no le mandarían a ver a la abuela. Con Juan Carlos estaba su preceptor, Eugenio Vegas, que se quedó en un hotel de la ciudad.

En Estoril, mientras tanto, existían presiones de la embajada española sobre el gobierno portugués para que no les ampliaran los visados de estancia en Portugal y dificultaran la llegada desde Suiza de los cuatro niños. Por este motivo, para intentar solucionarlo, el 15 de marzo Don Juan recibió la visita de Juan March. March tenía varias empresas de navegación y hablaron de organizar el viaje en barco de los niños, puesto que no podían atravesar Francia y España. March era, además, quien ayudaba a sobrevivir a Gil-Robles, otro exiliado en Estoril y colaborador de Don Juan, al haberlo colocado como abogado de Explosivos Trafaria, una empresa que dependía de Explosivos Río Tinto. Por su parte, Don Juan presionaba a Salazar, amenazando con el escándalo que supondría su expulsión, porque no se iría voluntariamente.

Las relaciones con Nicolás Franco, entonces embajador de España en Portugal, de quien había de obtener autorización para que vinieran sus hijos, fueron tensas. En abril se reunieron Nicolás Franco y Salazar. El embajador advirtió que Franco consideraba inconveniente la estancia de Don Juan en Portugal, porque esto obligaría al Gobierno español a vigilar estrechamente a las personas que le quisieran venir a ver. Pero Salazar insistía en el desinterés creciente de Inglaterra y los Estados Unidos por la monarquía y en lo inocua que era la estancia de la familia real Borbón.

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