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Authors: Lois McMaster Bujold

Tags: #Novela, Ciencia ficción

Una campaña civil (34 page)

BOOK: Una campaña civil
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No estaba seguro de que Ekaterin se lo estuviera pasando bien; había vuelto a guardar silencio y miraba de vez en cuando la silla vacía del doctor Borgos. Aunque las observaciones de lord Dono la hicieron reír, dos veces. La antigua lady Donna era un hombre sorprendentemente apuesto, advirtió Miles tras observarlo con atención. Ingenioso, exótico y posible heredero de un condado… y, ahora que lo pensaba, con una ventaja de lo más injusta a la hora de hacer el amor.

Los lacayos retiraron los platos para servir un filete de ternera artificial con una guarnición de pimienta muy suave, todo acompañado de un potente vino tinto. Llegó el postre: montañas esculpidas de una sustancia marfileña, cremosa y congelada, rematadas por un bellísimo conjunto de fruta escarchada. Miles agarró a Pym, que había estado evitando su mirada, por la manga, y se inclinó hacia delante para susurrarle:

—Pym, ¿esto es lo que creo que es?

—No se pudo evitar, milord —murmuró Pym a su vez, rechazando toda personalidad—. Ma Kosti dijo que esto o nada. Todavía está furiosa por las salsas, y dice que quiere hablar con usted después.

—Oh. Entiendo. Bien. Continúa.

Tomó su cuchara y dio un valiente bocado. Sus invitados lo imitaron, vacilantes, excepto Ekaterin, quien contempló su porción con sorprendido deleite y se inclinó hacia adelante para intercambiar una sonrisa con Kareen, sentada al otro lado de la mesa; Kareen le devolvió un misterioso pero triunfal signo. Para colmo, el postre estaba absolutamente delicioso y activó simultáneamente todos los primitivos receptores de placer en la boca de Miles. El dulce y potente vino dorado del postre lo acompañó con un aromático estallido en su paladar que se complementaba a la perfección con la congelada manteca de cucaracha. Habría chillado. Sonrió, tenso, y bebió. Su cena había mejorado, al menos.

Hablar de la boda de Gregor y Laisa permitió a Miles contar una divertida anécdota sobre sus deberes para obtener y transportar, un regalo de boda de la gente de su Distrito, una escultura de tamaño natural de un guerrillero a caballo, hecha con azúcar de arce. Esto arrancó por fin una sonrisita a Ekaterin, dirigida esta vez hacia la persona adecuada. Miles anotó mentalmente que tenía que hacerle una pregunta sobre los jardines; sin duda ella se animaría, estaba seguro, si sabía darle pie. Lamentó no haber contado con tía Alys para eso. Habría sido más sutil pero, según el plan original, ella no tendría que haber estado sentada allí…

La pausa de Miles había durado demasiado. Aprovechando su turno para acabarla, Illyan se volvió hacia Ekaterin.

—Hablando de bodas, señora Vorsoisson, ¿cuánto tiempo lleva Miles cortejándola? ¿Han fijado ya una fecha? Personalmente, creo que debería usted apretarle las clavijas y hacer que se lo ganara.

Un escalofrío se clavó en la boca del estómago de Miles. Alys se mordió los labios. Incluso Galeni dio un respingo.

Olivia alzó la cabeza, confundida.

—Creí que no debíamos mencionar eso todavía.

Kou, junto a ella, murmuró:

—Calla, cariño.

Lord Dono, con maliciosa inocencia Vorrutyer, se volvió hacia ella y preguntó:

—¿Qué no debíamos mencionar?

—Oh, pero si el capitán Illyan lo ha dicho, debe estar bien —concluyó Olivia.

Al capitán Illyan le hicieron trizas el cerebro el año pasado, pensó Miles. No está bien. Precisamente eso es lo que no está
.

Su mirada se volvió hacia Miles.

—O tal vez…

No
, terminó Miles por ella, en silencio.

El rostro de Ekaterin, animado y divertido hacía unos instantes, se estaba convirtiendo en mármol tallado. No fue un proceso instantáneo, sino progresivo, implacable, geológico. Su peso contra el corazón de Miles fue aplastante.
Pigmalión al revés: convierto a las mujeres vivas en piedra blanca
… Él conocía aquella mirada dura y desierta; la había visto un mal día en Komarr, y esperaba no volver a verla jamás en su hermoso rostro.

El corazón herido de Miles se llenó de ebrio pánico.
No puedo permitirme perder a ésta, no puedo, no puedo
. Impulso adelante, impulso adelante y franqueza, así había ganado batallas anteriormente.

—Sí, ah, eh, bueno, bien, eso me recuerda, señora Vorsoisson, quería preguntarle… ¿quiere casarse conmigo?

Un silencio mortal se extendió sobre la mesa.

Ekaterin no respondió al principio. Durante un instante, pareció no haber oído sus palabras, y Miles casi cedió al impulso suicida de repetirlas más fuerte. La tía Alys se cubrió la cara con las manos. Miles pudo sentir que su sonrisa se volvía pastosa y le resbalaba por la cara.
Lo que debería haber dicho, lo que quería decir es… ¿quiere por favor pasarme la mantequilla de cucaracha? Demasiado tarde

Ella se desatascó sin disimulo la garganta y habló. Sus palabras cayeron de sus labios como lascas de hielo, afiladas y temblequeantes.

—Qué extraño. Y yo que pensaba que le interesaban los jardines. O eso me dijo.

Me mintió
, gravitó en el aire entre ellos, de un modo silencioso pero atronador.

Pues grita. Chilla. Tírame algo. Pisotéame de arriba a abajo, me estará bien, me dolerá pero puedo con eso

Ekaterin tomó aire y el alma de Miles tembló esperanzada, pero sólo fue para retirar la silla, colocar la servilleta junto al postre a medio comer, darse la vuelta y marcharse de la mesa. Se detuvo junto a la profesora lo suficiente para inclinarse y murmurar:

—Tía Vorthys, te veré en casa.

—Pero querida, ¿estarás bien…? —La profesora descubrió que le estaba hablando al aire, ya que Ekaterin continuó caminando. Apresuró el paso cuando se acercó a la puerta, hasta que casi echó a correr. La profesora se volvió e hizo un gesto a Miles de cómo-pudiste-hacer-esto o tal vez cómo-pudiste-hacer-esto-idiota.

El resto de tu vida se marcha por esa puerta. Haz algo
. La silla de Miles cayó hacia atrás de golpe cuando se levantó.

—Ekaterin, espere, tenemos que hablar…

No corrió hasta que atravesó la puerta, y se detuvo sólo lo suficiente para cerrarla, y para cerrar otras dos más que había en las habitaciones situadas entre la fiesta y ellos. La alcanzó en el pasillo de entrada, cuando estaba intentando en vano abrir la entrada: naturalmente, tenía una cerradura de seguridad.

—Ekaterin, espere, escúcheme, puedo explicarlo —jadeó.

Ella se volvió para dirigirle una mirada incrédula, como si fuera una cucaracha mantequera de librea Vorkosigan acabada de encontrar flotando en su sopa.

—Tengo que hablar con usted. Tiene usted que hablar conmigo —le exigió él, desesperado.

—Desde luego —dijo ella al cabo de un momento, los labios blancos—. Hay algo que tengo que decir. Lord Vorkosigan, renuncio a mi trabajo como diseñadora paisajística. A partir de este momento, ya no es mi jefe. Le enviaré los diseños y calendarios de plantación mañana, para que se los entregue a mi sucesor.

—¿Y de qué me servirán?

—Si un jardín era lo que realmente quería de mí, entonces es todo lo que necesita, ¿no?

Él ensayó las posibles respuestas antes de expresarlas.

quedaba descartado. Así que era
no
. Espera un momento…

—¿No podría haber querido ambas cosas? —sugirió esperanzado. Continuó con más convicción—. No le estaba mintiendo. No estaba diciendo todo lo que tenía en la cabeza, porque, maldición, usted no estaba preparada para escucharlo, porque todavía no se ha recuperado de ser exprimida durante diez años por ese capullo de Tien, y yo pude verlo, y usted pudo verlo, e incluso su tía Vorthys pudo verlo, y ésa es la verdad.

Por la sacudida que dio su cabeza, había pinchado en hueso. Pero ella sólo dijo, con voz mortífera:

—Por favor, abra la puerta, lord Vorkosigan.

—Espere, escuche…

—Ya me ha manipulado lo suficiente —dijo ella—. Ha jugado con mi… mi vanidad…

—Vanidad no —protestó él—. Habilidad, orgullo, impulso… cualquiera podía ver que sólo necesitaba una oportunidad…

—Está usted acostumbrado a salirse con la suya, ¿verdad, lord Vorkosigan? Siempre a su gusto —ahora su voz era horriblemente desapasionada—. Plantarme una trampa delante de todo el mundo…

—Eso ha sido un accidente. Illyan no se enteró, verá, y…

—¿Y todos los demás lo sabían? ¡Es usted
peor
que Vormoncrief! ¡Bien podría haber aceptado su oferta!

—¿Eh? ¿Qué hizo Alexi… quiero decir, no, pero… sea lo que sea lo que usted quiera, yo quiero dárselo. Ekaterin. Lo que necesite. Lo que sea.

—No puede darme mi alma —ella se quedó mirando, no hacia él, sino hacia adentro, un paisaje que él no podía imaginar—. El jardín podría haber sido mi regalo. También me lo ha quitado.

Sus últimas palabras hicieron que Miles cesara en sus gimoteos. ¿Qué? Espera, ahora estaban llegando a algo, elusivo, pero completamente vital…

Un gran vehículo de tierra se detenía ante la mansión. No esperaban a más visitantes; ¿cómo habían conseguido pasar ante el guardia de SegImp sin notificar a Pym? Maldición, interrupciones no, no ahora, cuando ella estaba empezando a abrirse, o al menos a abrir fuego…

Al hilo de estos pensamientos, Pym llegó corriendo al recibidor.

—Lo siento, milord… lamento interrumpir, pero…

—Pym —la voz de Ekaterin fue casi un grito, quebrada, desafiando las lágrimas que la acechaban—.
Abra la maldita puerta y déjeme salir
.

—¡Sí, señora! —Pym se puso firmes, y su palma apretó la placa de seguridad.

Las puertas se abrieron. Ekaterin salió como una tromba, la cabeza gacha, para chocar con el pecho de un hombre fornido de pelo blanco que llevaba una camisa pintoresca y un par de gastados pantalones negros. Ekaterin rebotó, y el inexplicable desconocido la tomó por las manos. Una mujer alta y de aspecto cansado, con arrugadas faldas de viaje, el pelo rojizo atado a la nuca, apareció junto a él, diciendo:

—¿Qué demonios…?

—Discúlpeme señorita, ¿está usted bien? —preguntó el hombre del pelo blanco con voz de barítono. Miró inquisitivamente a Miles y entró en el vestíbulo.

—No —jadeó ella—. Necesito… quiero un autotaxi, por favor.

—Ekaterin, no, espere —dijo Miles.

—Quiero un autotaxi
ahora mismo
.

—El guardia de la puerta le pedirá uno —la tranquilizó la mujer del pelo rojo. La condesa Cordelia Vorkosigan, Virreina de Sergyar
(mamá)
miró de manera aún más ominosa a su gimoteante hijo—. Y la llevará hasta que esté a salvo. Miles, ¿por qué acosas a esta joven? —y añadió, vacilante—: ¿Interrumpimos negocios o placer?

Con treinta años de familiaridad, Miles no tuvo problemas para descifrar aquel críptico comentario que significaba:
¿Hemos entrado de lleno en un interrogatorio oficial que ha salido mal, o es una de tus pifias personales otra vez?
Dios sabía qué habría entendido Ekaterin. Una nota positiva: si Ekaterin nunca volvía a hablarle, no tendría que explicarle el peculiar sentido del humor betano de la condesa.

—Mi cena —rezongó Miles—. Acaba de hacer aguas.

Y se hunde. Se cree que todos los que iban a bordo han perecido
. Era redundante preguntar
¿qué estáis haciendo aquí?
La nave de salto de sus padres había llegado, obviamente, a la órbita con antelación, y éstos dejaron al resto de su séquito para que los siguiera al día siguiente, mientras ellos se iban a dormir directamente a su propia cama. ¿Cómo había ensayado que sería aquel encuentro vitalmente importante, completamente crítico para él?

—Mamá, papá, permitidme que os presente…
¡ella se marcha!

Mientras una nueva distracción surgía del pasillo situado a espaldas de Miles, Ekaterin se perdió en las sombras camino de la verja de entrada. Los Koudelka, que quizás habían deducido inteligentemente que la fiesta se había terminado, se retiraban en masa, pero la conversación espera-hasta-que-lleguemos-a-casa ya estaba en marcha. La voz de Kareen protestaba, la del comodoro la anuló, diciendo:

—Tú te vienes para casa ahora mismo. No vas a quedarte ni un minuto más en esta casa.


Tengo
que volver.
Trabajo
aquí.

—Ya no, tú no…

La voz apurada de Mark los seguía.

—Por favor, señor, comodoro, señora Koudelka, no deben echar la culpa a Kareen…

—¡No podéis detenerme! —exclamó Kareen.

La mirada del comodoro Koudelka se posó en los recién llegados cuando el grupo desembocó en el vestíbulo.

—¡Ah… Aral! —exclamó—. ¿Te das cuenta de lo que ha hecho tu hijo?

El conde parpadeó.

—¿Cuál? —preguntó tranquilamente.

El corazón de Mark se animó cuando oyó esta afirmación casual de su identidad. Incluso en medio del caos que amenazaba con destruir sus esperanzas, Miles se alegró de haber visto la breve expresión de asombro que asomó en aquellos rasgos gordos y distorsionados.
Oh, hermano. Sí. Por eso mis hombres siguen a este hombre

Olivia tiró de la manga de su madre.

—Mamá —susurró apremiante—, ¿puedo ir a casa con Tatya?

—Sí, querida, creo que sería una buena idea —contestó Drou distraída, mirando al frente. Miles no estaba seguro de si acotaba los potenciales aliados de Kareen en la batalla que se avecinaba o sólo el escándalo que era de esperar.

René y Tatya parecían felices de escapar en silencio bajo el fuego de cobertura, pero lord Dono, que de algún modo se había unido al grupo, se detuvo lo suficiente para decir alegremente:

—Gracias, lord Vorkosigan, por una velada memorable.

Hizo un gesto cordial a los condes Vorkosigan, mientras seguía a los Vorbretten a su vehículo de tierra. Bueno, la operación no había cambiado el vil gusto de Donna/Dono por la ironía, desgraciadamente…

—¿Quién era ése? —preguntó el conde Vorkosigan—. Me resulta familiar…

Un distraído Enrique, con los pelos de punta, entró en el vestíbulo por le entrada casera. Llevaba un recipiente en la mano, y lo que Miles pudo bautizar como Peste-en-un-palo en la otra: una vara con un pegote de fibra empapada de empalagoso olor en un extremo, que agitaba por el suelo.

—Aquí, cucarachita, cucarachita —arrullaba—. Venid con papá, sed buenas chicas… —Se detuvo y miró preocupado debajo de una mesita—. Cucarachita, cucarachita…

—Eso sí que pide a gritos una explicación —murmuró el conde, observándolo fascinado.

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