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Authors: James Luceno

Tags: #Aventuras, #Ciencia ficción

Agentes del caos I: La prueba del héroe (14 page)

BOOK: Agentes del caos I: La prueba del héroe
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—Siempre es un placer saber a qué se destinan mis impuestos.

La puerta reconoció a Han y se abrió. C-3PO estaba en el recibidor embaldosado, con los brazos separados del cuerpo y la cabeza ligeramente ladeada.

—El amo Solo… y un invitado. Bienvenido a casa, señor —y dijo a Roa—: Soy Cetrespeó, relaciones humano-cibernéticas.

Entrando en el recibidor abovedado, Roa susurró:

—Estoy esperando a oír el eco.

—Déjalo ya, por favor —dijo Han entre dientes—. Además, antes teníamos una casa más pequeña en Torre Orowood, pero cuando los chicos empezaron a crecer…

Roa le interrumpió.

—Por mí no hace falta que racionalices los lujos. Yo no viviría en Coruscant ni por todos los créditos del Banco de la Nueva República, pero puestos a residir aquí, hay que hacerlo a lo grande.

Han frunció el ceño y se volvió hacia C-3PO.

—¿Dónde está Leia?

—En el dormitorio principal, señor. Estaba ayudándola a hacer las maletas cuando me envió a recoger esto —C-3PO alzó un pañuelo de brilloseda que Han regaló a su mujer la última vez que viajaron a Bimmisaari.

—¿Maletas? ¿Adónde va?

—Lo cierto, señor, es que aún no se me ha informado del destino.

—Eso dificultará la elección de la ropa —comentó Roa.

C-3PO se giró hacia él. Si hubiera tenido las partes necesarias, sus relucientes fotorreceptores iluminados habrían parpadeado.

—¿Señor?

Roa se limitó a sonreír.

Han miró a Roa.

—Espera aquí mientras soluciono esto.

Roa asintió.

—Estoy totalmente de acuerdo.

—Amo Solo, señor, creo que tendré que acompañar a la señora Leia.

—¿Y qué? —le preguntó Han mientras se aproximaba a la escalera de caracol.

—Bueno, señor, ya sabe lo que pienso de los viajes espaciales, y pensé que podría intervenir en mi favor.

Han soltó una risilla.

—Lo siento mucho por ti, Trespeó.

C-3PO ladeó la cabeza con un gesto de sorpresa, encantado, ya que no había percibido en absoluto el tono sarcástico de Han.

—Pues muchas gracias, señor. Puede que la compasión no me salve de mis responsabilidades, pero anima mucho saber que al menos hay una persona que se preocupa lo suficiente como para decirlo. Hace tiempo que creo que usted es el más humano de todos los humanos. De hecho, la semana pasada le contaba a…

El parloteo incesante del androide persiguió a Han hasta el dormitorio principal, donde encontró a Leia colocando su ropa sobre la cama. Iba descalza y vestía una fina túnica de brilloseda. Llevaba el pelo recogido en la nuca, pero algunos mechones le colgaban por la cara.

—Últimamente te estás marchando cada vez que vengo. Igual deberías dejar la maleta siempre hecha.

Ella se quedó de piedra al verlo.

—¿Dónde has estado? Llevo toda la mañana intentando hablar contigo. Han se frotó la nariz.

—Paseando por mis recuerdos. Y de todas formas, tenía apagado el intercomunicador —señaló la maleta abierta—. Trespeó me ha dicho que os vais a alguna parte.

Leia se sentó en el borde de la enorme cama y se recogió un mechón de pelo detrás de la oreja.

Ni más ni menos que a Ord Mantell El problema de los refugiados se ha agravado. Escasez de comida, enfermedades, familias separadas… Y encima ahora cuestionan los motivos que tiene la Nueva República para ayudar. El consejo asesor me ha pedido que me reúna con los jefes de Estado de varios planetas de los Bordes Medio e Interior para discutir posibles soluciones.

—¿Qué sospechan?

—Mucha gente cree que, cuando nos hayamos librado de los yuuzhan vong, la Nueva República estará en posición de anexionarse cientos de planetas y sistemas.

—No si las cosas siguen yendo como hasta ahora.

—Lo sé —dijo Leia, preocupada.

Han contempló la maleta una vez más.

—¿No te cansas nunca de tus misiones por compasión?

—La compasión empieza por uno mismo —interrumpió C-3PO, y luego prosiguió—: No, esperen. Creo que la frase es: «La generosidad empieza por uno mismo». Vaya, creo que tengo interferencias. La ansiedad de hacer las maletas para un viaje espacial…

—¡Trespeó! —dijo Han, señalándole con un dedo amenazador.

El lenguaje corporal humano era uno de los millones con los que C-3PO estaba familiarizado, así que se calló inmediatamente.

Leia miró al androide y luego a Han.

—Las «misiones por compasión» son mi trabajo. Intento ayudar en lo que puedo.

Han asintió con despreocupación.

—La verdad es que no puede ser más muy oportuna, porque yo también voy a ausentarme un tiempo.

Leia se le quedó mirando.

—¿Adónde vas?

—No estoy seguro.

Leia alzó las cejas.

—¿No estás seguro?

—Así es —dijo Han, mirando hacia el salón, en el que Roa admiraba una estatua de cristal que Leia había comprando en Vortex.

Leia siguió la mirada de Han.

—¿Quién es?

—Un viejo amigo.

—¿Tiene nombre?

—Roa.

—Bueno, es un comienzo —dijo Leia en tono jocoso—. No sé adónde vas, pero al menos sé con quién estás… Por si acaso tengo que contactar contigo —hizo una pausa—. ¿Te llevas el
Halcón
?

Han negó con la cabeza.

—Cógelo cuando quieras.

Leia le miró fijamente.

—¿Han, de qué va todo esto?

—Vamos en busca de un amigo mutuo.

—¿Y tenéis que salir ya?

Han le clavó la mirada.

—Es ahora o nunca, Leia. Es así de simple —cogió una maleta del armario y empezó a llenarla de ropa.

Leia le miró un largo instante.

—¿No puedes quedarte al menos hasta que vuelva Anakin? Llevas toda la semana evitándolo.

Han siguió dándole la espalda.

—Despídete tú por mí.

Leia se puso delante de él.

—Él y tú tenéis que deciros mucho más que un simple adiós. Está confundido, Han. Dices que no debería sentirse responsable por lo que pasó en Sernpidal, pero tu silencio y tu ira le indican todo lo contrario. Tienes que ayudarle a recuperarse.

Han se la quedó mirando.

—¿Para qué me necesita? Tiene la Fuerza —entrecerró los ojos—. ¿Qué me dijo Luke? Que como los niños son Jedi, yo acabaría por no poder mantenerme a su altura. Y eso es exactamente lo que ha ocurrido. Me han sobrepasado.

—Luke no quería decir eso —Leia se acercó a él—. Han, escúchame. La necesidad de Anakin de vengar a Chewie tiene tanto que ver con complacerte a ti como con perdonarse a sí mismo. Necesita tu comprensión y tu apoyo. Necesita tu amor, Han. Ni siquiera la Fuerza puede darle eso.

Han resopló.

—Si intentas hacer que me sienta culpable, lo estás consiguiendo.

—No intento hacer que te sientas culpable. Sólo intento… —se detuvo y dejó caer los hombros—. Olvídalo, Han. ¿Sabes qué? Quizá te venga bien alejarte por un tiempo.

Han no respondió, se acercó a la unidad de la pared y empezó a rebuscar en uno de los cajones. Al cabo de un rato encontró su vieja pistola láser DL-44, de treinta años. Pasó el pulgar por el núcleo del puente superior y se metió el arma en la funda, cortada ex profeso para dejar al descubierto el seguro del gatillo.

Leia le vio meter el arma en la maleta.

—Prométeme que eso es para un concurso de puntería —dijo ella, preocupada.

A primera vista, el maletín que colgaba de la mano del humano de complexión atlética y pantalones baratos parecía una maleta corriente, algo en lo que no se fijarían los ladronzuelos de la terminal de Bagsho, en Nim Drovis. La firmeza con la que agarraba el maletín podría haber revelado a más de uno que el contenido era más valioso de lo que parecía, pero el hombre bastaba para disuadir hasta al ladrón más desesperado. Caminaba con total confianza, y la amplia chaqueta que llevaba no ocultaba del todo la anchura de sus hombros. Y, además, era obvio que intentaba pasar desapercibido a toda costa.

Cruzó la aduana sin incidentes y siguió las indicaciones hasta el transbordador que le llevaría a las Instalaciones Médicas del Sector.

Nim Drovis había cambiado desde la época en la que Ism Oolos dirigía el complejo. La Nueva República había financiado una estación meteorológica para regular las abundantes y habituales lluvias, en compensación por los efectos de la plaga de la Semilla de la Muerte durante el reinado de Seti Ashgad, en el cercano Nam Chorios, y los Jedi habían negociado un acuerdo entre los drovianos y las tribus gopso’o. Los líquenes y hongos que crecían de forma descontrolada estaban ahora bajo control, y los canales de la Ciudad Vieja ya no eran los pantanos fétidos de antaño. La cría de babosas se había convertido en el negocio del siglo.

Cuando llegó al renovado centro médico, el hombre del maletín se regocijó en silencio al ver la cantidad de guardias drovianos armados que se movían por las cercanías, con los rifles láser entre los tentáculos o las pinzas. Tras someterse al escáner de la entrada, se le permitió el acceso a la espaciosa zona de recepción gestionada por drovianos y humanos, algunos de los cuales podían descender de los alderaanianos que en un principio colonizaron Nim Drovis.

El hombre se acercó a la recepcionista droviana del mostrador principal.

—Tengo una cita con el doctor Saychel.

—Dígame su nombre —dijo ella con la boca llena de zwil.

—Cof Yoly.

Ella le indicó que tomara asiento. Un rato después le pidió que volviera al mostrador, donde una voz humana se dirigió a él desde un intercomunicador.

—Aquí el doctor Saychel. ¿Ha preguntado por mí?

—Sí. Creo que he contraído triquinitis en Ampliquen.

—¿Y por qué no se trató allí?

—El centro médico se negó a aceptar mi seguro.

Saychel se quedó en silencio un momento.

—Entre por la puerta de la izquierda del mostrador y siga las indicaciones para llegar al laboratorio.

Las indicaciones le hicieron pasar por delante de primitivas salas de consulta y de operaciones, entrar y salir de edificios de madera, llevándolo finalmente a un laberinto de pasillos medio iluminado, donde doce años antes se pusieron en cuarentena a las víctimas de la plaga de la Semilla de la Muerte. Saychel, el jefe de estación de Nim Drovis, llevaba un traje anticontaminación parcialmente sellado y unas gafas de macrolente.

—Bienvenido a Bagsho, mayor Showolter —dijo Saychel calurosamente—. Jamás pensé ver por aquí a alguien de su rango.

—Pues fui yo quien ganó al tirar la moneda —dijo Showolter.

—Creo que puedo comprender el interés de todos.

Showolter y Saychel se conocían de Coruscant, donde trabajaron juntos en un piso franco en las entrañas del Distrito Gubernamental, codeándose ocasionalmente con gente como Luke Skywalker, Han Solo y Lando Calrissian. La espesa cabellera rubia de Saychel se había tornado un blanquecino casco amarillo, y tenía las mejillas enrojecidas por los capilares rotos.

—Estoy seguro de que eres tú —dijo Saychel—, pero quiero comprobarlo. Showolter asintió y abrió los brazos para someterse al escáner que Saychel sacó de uno de los bolsillos del traje de aislamiento.

—Para eso le pagamos, profesor.

El escáner localizó rápidamente el implante que Showolter llevaba en el bíceps derecho y verificó su identidad.

—¿Dónde están nuestros dos trofeos? —preguntó Showolter.

Saychel le condujo a través de una puerta con seguridad retinal, hasta un enorme ventanal de transpariacero que daba a la parte trasera del laboratorio. Los dos supuestos desertores yuuzhan vong se encontraban en la sala a la que daba la ventana, vestidos con ropa de hospital, sentados en camas separadas y conversando tranquilamente en lo que Showolter creía su idioma. En la sala había también una mesa, sillas y una unidad portátil de aseo.

Al observar a la hembra yuuzhan vong, los ojos castaños de Showolter se abrieron interesados.

—No pensé que el enemigo fuera capaz de producir algo tan atractivo.

—Sí —asintió Saychel, mirando a través del transpariacero—, es un espécimen atractivo.

—¿Y el otro qué es? ¿Su mascota o su compañero?

—Un poco las dos cosas, creo. En cualquier caso, son inseparables. Y la «mascota», a falta de una palabra mejor, parece tan lista como su dueña.

—¿Tan lista? ¿Es hembra?

—Sin duda alguna. Puede que pertenezca a una especie autóctona de la galaxia natal de los yuuzhan vong, o puede que la hayan generado de forma artificial…, genéticamente.

—¿Algún problema con el traslado?

Saychel negó con la cabeza.

—No me preguntes de dónde los sacaron, pero el equipo del
Soothfast
los sacó del pozo en una jaula de energía. Los pusimos aquí después de terminar los escáneres y las pruebas iniciales.

—He leído los informes. ¿Alguna sorpresa?

Nada digno de mención.

—¿Y la cápsula de salvamento?

—Es igual que los cazas yuuzhan vong, aunque carece de armamento. Está compuesta de una especie de coral negro, y se mueve impulsada por un dovin basal… que, por desgracia, había fallecido a su llegada —Saychel señaló una mesa cercana donde una masa azul de un metro de ancho y en forma de corazón flotaba en un gran recipiente lleno de líquido conservador.

—Es más interesante que vuestro motor retropropulsor estándar.

—Bastante —dijo Saychel muy serio.

Showolter miró a un segundo recipiente, más pequeño, que contenía un dispositivo marrón del tamaño de una cabeza humana, coronado por una especie de cresta.

—¿Qué es esa cosa?

Saychel se acercó al recipiente.

—Se adapta a la descripción de un villip… Un comunicador orgánico.

—¿Está vivo?

—Eso parece.

—Y… ¿ha dicho algo?

—No, pero no se me ha ocurrido preguntarle nada.

Showolter frunció el ceño, masajeándose inconscientemente el bíceps derecho, y luego miró a los prisioneros.

—¿Han recibido alimento?

—Lo normal. Aunque lo cierto es que a la pequeña parece gustarle nuestra comida.

—Quizá sea así como ganemos esta guerra: con comida.

—He oído sugerencias más absurdas.

—¿Habéis conseguido hablar con ellas?

—La yuuzhan vong…, su nombre es Elan, por cierto, habla Básico. Dice que aprenderlo fue parte de su formación.

—¿Formación de qué?

Saychel sonrió.

—Agárrate. Es Sacerdotisa.

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