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Authors: James Luceno

Tags: #Aventuras, #Ciencia ficción

Agentes del caos I: La prueba del héroe (35 page)

BOOK: Agentes del caos I: La prueba del héroe
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Eyttyn contempló su monitor primario. La pantalla estaba llena de relucientes puntos rojos indicando los daños.

—No os separéis de vuestros respectivos compañeros —advirtió por la red—. Y no malgastéis munición hasta que estemos acorralados.

Describió un giro para colocar a uno de los letales yuuzhan vong ante sus armas. Puso la nave boca abajo y giró hacia estribor, poniendo al coralita en su mira y apretando con el dedo anular el gatillo auxiliar de los mandos. Los láseres giraban mucho más deprisa que en modo individual, y cada disparo brillaba con una intensidad escarlata que desmentía su potencia reducida. Desconcertado por tener que distinguir los disparos más potentes y letales entre la ráfaga de rayos casi inofensivos de los láseres cuádruples, el dovin basal del coralita tuvo un fallo, y una tanda de los dardos de energía de Eyttyn dio en el blanco.

El coralita se quebró en mil pedazos y desapareció.

Azul Seis quedó vengado, y Eyttyn atravesó la nube de restos dejados por el yuuzhan vong para aproximarse a otro coralita. Una andanada convergente y constante de disparos cogieron desprevenido al enemigo, destruyéndolo de paso.

El Escuadrón Azul se había quedado con sólo nueve miembros, y Eyttyn los agrupó en formación de flecha. Pero apenas se acercaron a la fragata se convirtieron en objetivo instantáneo de los cañones volcánicos. Otro Ala-X fue aniquilado, y luego otro más, pero para entonces Eyttyn estaba en posición de hacer un vuelo rasante. Giró a babor y lanzó un par de torpedos de protones, sólo para ver con absoluta estupefacción que las relucientes esferas se perdían a la deriva en el espacio vacío.

Ya se había acostumbrado a ver rayos láser y torpedos engullidos por las anomalías gravitatorias, pero aquello era muy diferente. Era como si la propia nave hubiera desaparecido.

Miró frenéticamente a su alrededor, pensando que igual se había desorientado y que la fragata estaba sobre él. Pero lo único que alcanzó a ver fue la oscuridad del firmamento. Los datos que le daba la unidad R2 le decían que, efectivamente, la nave yuuzhan vong se había marchado, pero era evidente que debía ser un error. Ninguna nave podía moverse tan rápido… Ni siquiera con microsaltos.

—¿Dónde está esa maldita cosa? —preguntó por la red.

—No lo sé, comandante —respondió Azul Dos—. Yo estaba a tus seis cuando desapareció… de repente.

—¿Algún dispositivo de invisibilidad? —sugirió Azul Once.

—Bueno, desde luego se ha hecho invisible —dijo Eyttyn—, pero creo que percibiríamos restos gravitatorios de una nave tan enorme.

—Hiperespacio —intervino Azul Diez.

—Me hubiera llevado consigo —dijo Eyttyn—. Es…

—Comandante —le interrumpió Azul Dos—. La he localizado.

Eyttyn apuntó los láseres del Ala-X a las coordenadas proporcionadas por Azul Dos, y, desde luego, allí estaba la fragata, a dos mil kilómetros de distancia.

Azul Once soltó un silbido de asombro.

—Esa nave ha saltado dos mil kilómetros en medio segundo. Eyttyn respiró hondo y apretó con fuerza los mandos.

—Ajustad el rumbo —ordenó—. Si lo que quieren es jugar al escondite, se lo concederemos.

El
Halcón Milenario
saltó al espacio real dentro del sistema de Bilbringi, en una zona llena de entornos orbitales y planetoides profusamente minados. Leia y Luke ocupaban los asientos delanteros, y Mara iba detrás de Luke, en la silla que normalmente se asignaba al oficial de comunicaciones. C-3PO iba en la silla del oficial de navegación, y R2-D2 se había colocado en la parte de atrás de la cabina, con el brazo mecánico conectado a una toma.

En el ventanal en forma de abanico, el
Reina del Imperio
quedaba a estribor. En la zona cercana al Borde, el espacio local era una mezcla confusa de rayos láser, radiantes proyectiles, aceleradores de fusión, y explosiones cegadoras.

—Carguero corelliano no identificado —dijo una voz furiosa al otro lado del comunicador—. Aquí el capitán Jorlen, del portacruceros
Thurse
de la Nueva República. Han saltado al campo de batalla. Les sugiero que se agarren bien o que vuelvan al lugar de donde proceden.

—Capitán Jorlen —dijo Leia—. Soy la embajadora Leia Organa Solo.

—Embajadora, ¿qué demonios hace usted aquí? —el capitán parecía sorprendido, aunque no muy contento—. ¿Y cuándo va a instalar ese marido suyo un transpondedor autorizado? lo preguntaré cuando lo vea, capitán. Está en el
Reina del Imperio
. Hemos venido a echar una mano, si necesitan ayuda.

—Negativo, embajadora. Le ruego que mantengan su posición. Tenemos una fragata yuuzhan vong saltando de un lado para otro. Por lo que sabemos, igual salta hasta su regazo.

—Entendido, capitán, nos quedaremos aquí. Por ahora —dijo Leia casi sin aliento—. ¿Han impuesto alguna condición los asaltantes?

—No hemos contactado con ellos —dijo Jorlen, impaciente—. Suponemos que han venido a por pasajeros… para proveer de sacrificios a los yuuzhan vong.

—Entonces ¿qué hace aquí la nave yuuzhan vong, capitán?

—Eso me pregunto yo —musitó Jorlen.

—Hay algo ahí fuera —dijo Luke, señalando a un lugar apartado del crucero y de la batalla.

Al principio Leia no sabía si había percibido algo con la Fuerza o si lo había visto, pero cuando siguió la trayectoria que indicaba su hermano vio a lo que se refería e hizo que la vista apareciera aumentada en el monitor de la consola. La pantalla mostró un objeto de morro chato que recordaba a un caza de coral yorik, pero claramente reforzado por algún tipo de armadura negra.

—¿Una nave deshabilitada? —sugirió Mara.

—Podría ser —dijo Luke sin mirar a la pantalla, sino al ventanal—. Pero yo percibo algo más…

—¿Una mina espacial?

Luke negó con la cabeza.

—Un vacío.

Leia y Mara enfocaron la Fuerza hacia el vacío que había atraído la percepción de Luke. El Maestro Jedi estaba a punto de hablar cuando el panel de comunicación pitó una vez más.

—Embajadora Solo —dijo Jorlen—. Acabamos de recibir noticias del
Reina del Imperio
. Los asaltantes han mandado un ultimátum. A menos que el ejército de la Nueva República se retire, empezarán a lanzar pasajeros por las escotillas de vacío.

—¡No puedo creerlo! —dijo C-3PO, nervioso.

R2-D2 silbó a modo de lamento.

A Leia se le nubló la vista.

—¿Cuál ha sido su respuesta, capitán?

Jorlen tardó un momento en responder.

—La política de la Nueva República es contraria a negociar con piratas, embajadora. Siento que su marido esté a bordo, pero la batalla continúa. Además, si los asaltantes realmente van a por los pasajeros, su amenaza es absurda, ya que los pasajeros del
Reina
están de antemano destinados a morir.

—Eso no es ningún alivio, capitán.

—Discúlpeme, embajadora. Pero no habrá negociaciones mientras la nave de los yuuzhan vong esté presente.

—Entonces habrá que hacer algo al respecto.

En cuanto Leia cortó la comunicación, Luke dijo:

—Sea lo que sea ese objeto, de alguna manera es cómplice de los coralitas.

—¿Un Coordinador Bélico? —sugirió Leia.

Luke apartó la mirada del ventanal para contemplar a su hermana.

—Un dovin basal.

Leia adoptó una expresión de determinación y se concentró en los mandos.

—Está vivo. Pero no por mucho tiempo.

Las explosiones sacudían el
Reina
cuando Han se asomó por un pasillo que daba a la escotilla de acceso al hangar. Dos hombres protegían esa entrada armados con pistolas láser y redes aturdidoras. Han consideró la posibilidad de sacar su propia pistola, que seguía escondida en la maleta, pero entonces recordó que tenía el cargador vacío.

—Esto no va bien —dijo a Droma y a las yuuzhan vong disfrazadas—. Han sellado todas las entradas. —Se apartó, se apoyó contra la pared y miró a derecha e izquierda—. Necesitamos un agujero en el que escondernos. Con todo lo que está ocurriendo ahí fuera no pasará mucho tiempo antes de que la Brigada de la Paz se rinda o intente huir.

Les llevó hacia unos tubos de descenso y se asomó a uno de ellos con precaución. Abajo se veía el suelo de una bodega de carga.

—Por si no te has dado cuenta —dijo Droma—, han desactivado los túneles.

—Pues vamos a buscar un cable —dijo Han—. Son sólo ¿cuánto? ¿Quince metros o así hasta abajo?

Droma le miraba con una ceja arqueada.

—Como si es de aquí a Coruscant.

El sonido de pasos acercándose resolvió rápidamente el dilema. Apartándose de los túneles de descenso, los cuatro entraron en pasillos que se entrecruzaban, donde fueron recibidos por el sonido de más pasos, junto con un coro de voces estruendosas. Se apresuraron a esconderse tras otra esquina, buscando en todas partes un sitio donde hacerlo.

El ruido de pasos decididos a su izquierda fue en aumento, y un instante después, los que hablaban a gritos entraron en su campo de visión. Han recorrió con la vista a los asaltantes. Reck Desh era reconocible incluso después de tantos años, con aquella pose arrogante y los brazos completamente tatuados. Junto a él había cinco ejemplos perfectos y bien armados de la Brigada de la Paz, y una criatura larguirucha que podría ser un yuuzhan vong y seguramente lo era, cubierto por una capucha que le venía demasiado grande.

Reck puso a uno de sus hombres en la intersección de los pasillos y continuó avanzando.

Han sitió que se le alborotaba la sangre y escuchó el latido de su propio corazón. Pensó en Chewie, en Lwyll, en Roa y en Fasgo. Dejó que la mochila le resbalara del hombro al suelo, se agachó inmediatamente y sacó la pistola láser descargada.

Droma le contempló con preocupación creciente.

—Pensé que la idea era robar una nave y salir del crucero.

—Eso puede esperar —gruñó Han—. Esto es personal.

—¿Personal? —susurró Droma con enfado—. Me veo obligado a recordarte que tu arma…

—Cuéntale eso a quien le interese —le interrumpió Han.

Observó la pistola, apretando los labios con furia, soltó aire y se levantó. —¿Qué hace? —preguntó Elan a Droma, preocupada.

Droma se encogió de hombros con resignación.

—Tiene una necesidad irrefrenable de enfrentamiento, aunque no sea necesaria.

Han se giró hacia ellos.

—Encontrad un sitio donde esconderos. Volveré a buscaros.

Han se acercó a la intersección por la que habían pasado Reck y compañía, con precaución y el arma alzada. El hombre que Reck había dejado no se dio cuenta de la presencia de Han hasta que notó el cañón de la pistola apretada contra el cuello.

—No hagas ni un ruido —le advirtió Han.

El hombre se puso tenso y tragó saliva.

La mano derecha de Han cogió la pistola del asaltante.

—Te relevo de tu arma, soldado.

El hombre asintió.

—Es tu fiesta, colega.

Han sonrió.

—Qué bien lo has entendido.

—¿Y ahora qué?

Han apretó la pistola cargada contra la espalda del hombre y cogió la suya por la empuñadura, alzándola por encima de la cabeza.

—Esto te dolerá un poco —dijo.

El hombre se giró ligeramente.

—¿El qué…?

Han golpeó con fuerza al pirata en la nuca, y éste cayó al suelo. Luego se encaminó en la dirección por la que se había alejado Reck. Al llegar a otra intersección, escuchó voces más adelante. Se pegó a la pared, se agachó un poco y se asomó por la esquina. Reck y el posible yuuzhan vong estaban a tan sólo unos diez metros. Sin más plan en mente que resolver de una vez el asunto pendiente con Reck, Han dobló la esquina. Pero al mismo tiempo escuchó algo detrás de él y se giró para ver qué era. Un humano fornido vestido de viajero espacial le apuntaba con un rifle disruptor Tenloss.

Han se echó a la derecha para esquivar un disparo. El asaltante volvió a disparar, pero falló. Han vio a Reck por el rabillo del ojo, volviéndose hacia él, mientras se metía por otro pasillo y se ponía justo ante el punto de mira de las pistolas láser de otros dos miembros de la Brigada. Saltó a la izquierda, disparando a ciegas, y después, dando una gran zancada, se lanzó hacia el más grande de los dos. El pirata gruñó dolorido y se tambaleó hacia atrás, soltando el arma. Pero Han se dio contra el suelo con más fuerza de la que había planeado, y se quedó sin aliento. Cuando consiguió ponerse a cuatro patas, ya tenía encima al otro pirata, junto con el portador del Tenloss.

Han se revolvió, luchando con todas su fuerzas, pero no tardó en quedar inmovilizado boca abajo, con la bota del más grande plantada en la nuca.

Con la visión parcial que tenía del pasillo, Han vio que Reck y la criatura se acercaban rápidamente a la escena.

—Muy bien, héroe —dijo el pirata grandullón—. Levántate.

La presión de su nuca cesó, y Han soltó aire. Sintió el sabor de la sangre y de repente se dio cuenta de que notaba un intenso dolor palpitante en la mano derecha. Mientras se ponía en pie, apareció otro pirata, escoltando a Droma, Elan y Vergere a punta de pistola.

—He encontrado a estos tres corriendo aterrorizados —informó a Reck.

—Estábamos buscando el baño —oyó Han decir a Droma con toda la naturalidad—. Nunca están cerca cuando los necesitas.

Reck avanzó un par de pasos y miró a todos los presentes. Para sorpresa de Han, Reck no pareció reconocerlo, pero quizá fuera porque estaba muy ocupado examinando a Droma.

—¿Eres un… ryn? —dijo Reck.

Droma realizó una ligera inclinación.

—La cosa que casi nunca consigue encontrar ningún buscador de prendas. Reck ignoró el comentario, miró a Vergere y negó con la cabeza.

—No entiendo nada.

Vergere adoptó una expresión inocente.

—A mí eso me pasa mucho.

Reck siguió mirando y llegó hasta Elan. Poco a poco, una sonrisa de seguridad empezó a dibujarse en sus labios. Se giró e hizo una señal a su delgado cómplice.

El larguirucho extrajo de una pesada caja portátil, cogiéndola por los pelos de la nuca, una criatura de dientes afilados y mal carácter que parecía el cachorro de un ng’ok y un quillarat. Han oyó a Elan dar un respingo y vio que se le abrían los ojos como platos cuando el larguirucho le acercó a la cosa. De repente, una capa de piel comenzó a retirarse del cuerpo de Elan, de su nariz, de sus mejillas, y se metió por el cuello de la camisa que Droma le había encontrado. Abultándose mientras se retiraba de su cuerpo, la capa de piel se separó de las costuras de su falda y se deslizó por sus piernas desnudas para quedar en el suelo, arrastrándose en busca de refugio y dejando a Elan con todo su esplendor tatuado a la vista.

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