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Authors: Brian Herbert & Kevin J. Anderson

Tags: #Ciencia Ficción

Dune. La casa Harkonnen (87 page)

BOOK: Dune. La casa Harkonnen
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Stilgar entornó los ojos y miró a Liet.

—No permitiremos que la visión del Umma muera con él. Has de continuar su obra, Liet. Los fremen escucharán al hijo del Umma. Obedecerán tus órdenes.

Liet-Kynes asintió, aturdido, y se preguntó si su madre ya estaba enterada de la noticia. Intentó ser valiente, cuadró los hombros, mientras las implicaciones se abrían paso en su mente. No sólo seguiría siendo el emisario de los fremen en el proyecto de terraformación… Tenía una responsabilidad todavía mayor. Su padre había presentado los documentos pertinentes hacía mucho tiempo, y Shaddam IV los había aprobado sin comentarios.

—Ahora soy el planetólogo imperial —anunció—. Juro que la transformación de Dune continuará.

103

El hombre enfrentado a una decisión a vida o muerte ha de comprometerse, o de lo contrario seguirá atrapado en el péndulo.

De
En casa de mi padre
, de la princesa I
RULAN

La estatua del bisabuelo paterno de Leto, el duque Miklos Atreides, se alzaba en el patio del hospital de Cala City, manchada por el tiempo, el musgo y el guano. Cuando Leto pasó ante la imagen de su antepasado, al que no había conocido, inclinó la cabeza en señal de respeto y luego subió una escalera de peldaños de mármol.

Aunque cojeaba un poco, Leto se había recuperado casi por completo de las heridas físicas. Una vez más, podía enfrentarse a cada nuevo día sin la negrura de la desesperación. Cuando llegó al último piso del centro médico, apenas estaba cansado.

Rhombur había despertado.

El médico personal del duque, que había continuado tratando a Rhombur hasta la inminente llegada del médico Suk, le recibió.

—Hemos empezado a comunicarnos con el príncipe, mi duque.

Enfermeros con bata blanca aguardaban alrededor de la unidad de mantenimiento vital. Las máquinas zumbaban, como cada día desde hacía meses. Pero ahora era diferente.

El médico detuvo a Leto antes de que se precipitara hacia la unidad.

—Como ya sabéis, se produjeron graves traumatismos en la parte derecha de la cabeza del príncipe, pero el cerebro humano es un instrumento muy notable. El cerebelo de Rhombur ya ha trasladado las funciones de control a otras regiones. La información fluye a través de senderos neuronales. Creo que esto facilitará considerablemente la tarea del equipo cyborg.

Tessia se inclinó sobre la unidad y escudriñó el interior.

—Te quiero, Rhombur. No debes preocuparte por eso.

En respuesta, palabras sintetizadas surgieron de un altavoz.

—Yo… también… te… quiero… Y… siempre… lo… haré.

Las palabras eran claras y precisas, inconfundibles, pero con una breve pausa entre cada una, como si Rhombur aún no se hubiera acostumbrado a los procesos del lenguaje.

El duque se quedó como transfigurado.
¿Cómo pude pensar siquiera un momento en entregarte a los tleilaxu?

La unidad estaba abierta, revelaba los restos de Rhombur, erizados de tubos, cables y conexiones.

—Al principio —dijo el médico—, sólo pudimos hablar con él utilizando un código ixiano, pulsaciones y golpecitos. Pero ahora, hemos conseguido conectar el sintetizador de voz con su centro del lenguaje.

El único ojo del príncipe estaba abierto, y mostraba vida y conciencia. Durante largos momentos, Leto contempló el rostro casi irreconocible, y no supo qué decir.

¿Qué está pensando? ¿Desde cuándo es consciente de lo que le sucedió?

Palabras sintetizadas surgieron por el altavoz.

—Leto… amigo… ¿Cómo… están… los… lechos… de… joyas… coralinas… este… año? ¿Has… ido… a… bucear… últimamente?

Leto rió, casi mareado de alivio.

—Mejor que nunca, príncipe. Iremos juntos… pronto. —De repente, las lágrimas anegaron sus ojos—. Lo siento, Rhombur. Sólo te mereces la verdad.

Los restos del cuerpo de Rhombur no se movieron, y Leto sólo observó un músculo espasmódico que se agitaba bajo su piel. La voz artificial del altavoz no comunicaba sentimientos ni inflexiones.

—Cuando… sea… un… cyborg… encargaremos… un… traje… especial. Iremos… a… bucear… otra… vez. Ya… lo… verás.

Fuera como fuese, el príncipe exiliado había aceptado los dramáticos cambios sufridos por su cuerpo, hasta la perspectiva de los sustitutos cyborg. Su buen corazón y contagioso optimismo habían ayudado a Leto a superar los peores momentos posteriores a la muerte del viejo duque. Ahora, Leto le devolvería el favor.

—Muy notable —dijo el médico.

El ojo de Rhombur no se apartaba de Leto.

—Quiero… una… cerveza… Harkonnen.

Leto rió. Tessia le aferró el brazo. El príncipe aún debería soportar océanos de dolor, tanto físicos como psíquicos.

Rhombur pareció intuir el pesar de Leto, y su habla mejoró un poco.

—No… estés… triste… por mí. Alégrate. Aguardo… con ansia… mis… partes cyborg. —Leto se acercó más—. Soy… ixiano… Estoy… acostumbrado… a las máquinas.

Todo se le antojaba irreal a Leto, imposible. Y no obstante, estaba sucediendo. A lo largo de los siglos, los intentos de construir un cyborg siempre habían fallado, cuando el cuerpo rechazaba las partes sintéticas. Los psicólogos afirmaban que la mente humana se negaba a aceptar una intrusión mecánica tan drástica. El miedo introyectado se remontaba a los horrores de la era prebutleriana. En teoría, el médico Suk, con su intensivo programa de investigaciones en Richese, había solucionado estos problemas. Sólo el tiempo lo diría.

Pero aunque los componentes funcionaran como se prometía, Rhombur funcionaría poco mejor que los antiguos meks ixianos. La adaptación no sería fácil, y un control delicado nunca sería posible. A la vista de las heridas y minusvalías, ¿le abandonaría Tessia y regresaría a la Hermandad?

De pequeño, Leto había escuchado fascinado las historias que contaban Paulus y sus soldados veteranos sobre hombres gravemente heridos que habían llevado a cabo hazañas increíbles. Leto nunca lo había presenciado con sus propios ojos.

Rhombur Vernius era el hombre más valiente que Leto había conocido.

Dos semanas después, el doctor Wellington Yueh llegó de Richese, acompañado por su equipo de veinticuatro hombres y mujeres, y dos lanzaderas cargadas con equipo médico y suministros.

El duque Leto Atreides supervisó en persona el desembarco del grupo. El esquelético Yueh apenas tuvo tiempo de presentarse, pues de inmediato fue a encargarse de la descarga de las cajas llenas de instrumentos y prótesis.

Camiones terrestres transportaron al personal y el cargamento hasta el centro médico, donde Yueh insistió en ver al paciente de inmediato. El médico Suk miró a Leto cuando entraron en el hospital.

—Le recompondré de nuevo, señor, aunque tardará cierto tiempo en acostumbrarse a su nuevo cuerpo.

—Rhombur os obedecerá en todo.

Tessia no se había apartado del lado de Rhombur. Yueh avanzó con agilidad hacia la unidad, estudió las conexiones, las lecturas de diagnósticos. Después, miró al príncipe, quien le contempló con su único ojo, hundido en carne desgarrada.

—Preparaos, Rhombur Vernius —dijo Yueh acariciándose su largo bigote—. Tengo la intención de proceder a la primera intervención quirúrgica mañana.

La voz sintética de Rhombur flotó en la habitación, más suave ahora que la estaba controlando.

—Ardo en… deseos de… estrechar… vuestra mano.

104

El amor es una fuerza antiquísima, que cumplió un propósito en su tiempo, pero ya no es esencial para la supervivencia de la especie.

Axioma Bene Gesserit

Leto miró desde lo alto del acantilado y vio que la guardia estaba desplegada en la playa, tal como había ordenado, sin más explicaciones. Preocupado por el estado mental del duque, Gurney, Thufir y Duncan le espiaban como halcones Atreides, pero Leto sabía cómo darles esquinazo.

El sol brillaba en un cielo azul despejado, pero una sombra colgaba sobre él. El duque vestía una blusa blanca de manga corta y pantalones azules, ropa cómoda sin los distintivos de su rango. Respiró hondo y miró a lo lejos. Tal vez podría, ser un hombre durante un breve rato.

Jessica corrió hasta alcanzarle, ataviada con un vestido escotado.

—¿En qué estáis pensando, mi señor?

Su cara mostraba una profunda preocupación, como si temiera que saltara al abismo, igual que Kailea. Tal vez Hawat la había enviado para vigilarle.

Al ver a los hombres agrupados en la playa, Leto sonrió. Sin duda intentarían atraparle con sus brazos si caía.

—Estoy distrayendo a los hombres, para poder largarme. —Miró la cara ovalada de su concubina. No sería fácil engañar a Jessica, con su adiestramiento Bene Gesserit, y sabía que no debía intentarlo—. Ya estoy harto de charlas, consejos y presiones… He de escaparme para encontrar un poco de paz. Ella tocó su brazo.

—Si no les distraigo, insistirán en enviar un cortejo de guardias para que me acompañen. —Duncan Idaho empezó a adiestrar a las tropas en técnicas que había aprendido en la escuela de Ginaz. Leto se volvió hacia ella—. Ahora, podré escaparme.

—¡Ah! ¿Adónde vamos? —preguntó Jessica sin la menor vacilación. Leto frunció el entrecejo, pero ella le interrumpió antes de que pudiera protestar—. No permitiré que vayáis solo, mi señor. ¿Preferís ir con todo el cuerpo de guardia, o sólo conmigo?

Leto meditó en sus palabras y, con un suspiro, señaló el hangar de tópteros situado al borde de las pistas de aterrizaje cercanas.

—Supongo que es mejor que todo un ejército.

Jessica le siguió. Leto aún proyectaba oleadas de dolor. El hecho de que se hubiera detenido a meditar en el execrable precio exigido por los tleilaxu a cambio de un ghola de Victor demostraba lo cerca de la locura que había estado. Pero al final, Leto había tomado la decisión correcta.

Confiaba en que fuera el primer paso hacia la curación.

Dentro del hangar había diversos ornitópteros, algunos con las cubiertas de los motores abiertas. Los mecánicos trabajaban sobre plataformas a suspensión. Leto se encaminó hacia un tóptero de casco esmeralda con los halcones rojos Atreides en la parte inferior de las alas. Tenía una cabina con dos asientos, uno detrás de otro.

Un hombre con mono gris tenía metida la cabeza dentro del compartimiento de los motores, pero la sacó cuando el duque se acercó.

—Unos ajustes finales, mi señor.

Tenía el labio superior afeitado y una barba plateada rodeaba su cara, lo cual le dotaba de un aspecto simiesco.

—Gracias, Keno. —Distraído, el duque acarició el flanco de la nave—. El tóptero de carreras de mi padre —explicó a Jessica—. Lo llamaba
Halcón Verde
. Yo aprendí a pilotar con él. —Se permitió una sonrisa agridulce—. Thufir se ponía hecho una fiera, al ver al duque y a su único hijo corriendo tales peligros. Creo que mi padre lo hacía sólo para irritarle.

Jessica examinó el extraño aparato. Sus alas eran estrechas y curvadas hacia arriba, con el morro dividido en dos secciones aerodinámicas. El mecánico terminó sus ajustes y cerró la cubierta del motor.

—Preparado para partir, señor.

Después de ayudar a Jessica a acomodarse en el asiento de atrás, el duque Leto subió al delantero. Un cinturón de seguridad les rodeó por la cintura automáticamente. Las turbinas sisearon, y condujo el tóptero hasta una amplia pista de alquitrán. Keno les saludó con la mano. Un viento caliente revolvió el pelo de Jessica, hasta que la cubierta de plexplaz de la cabina se cerró.

Leto manipuló los controles con pericia, sin hacer caso de Jessica. Las alas verdes se acortaron para el despegue, y sus delicadas hojas encajaron entre sí. Las turbinas rugieron, y el aparato alzó el vuelo.

Leto extendió un poco las alas, giró con brusquedad a la izquierda y bajó hasta la playa, donde sus soldados aguardaban en formación. Levantaron la vista con expresión sorprendida cuando vieron pasar a su duque.

—Verán que volamos hacia el norte costeando la orilla —gritó Leto a Jessica—, pero cuando nos perdamos de vista, iremos al oeste. No podrán… no podrán seguirnos.

—Estaremos solos.

Jessica confiaba en que el estado de ánimo del duque mejoraría con este viaje improvisado, pero ella se quedaría con él pese a todo.

—Siempre me siento solo —contestó Leto.

El ornitóptero sobrevoló campos de arroz pundi y pequeñas granjas. Las alas se extendieron al máximo y empezaron a batir cómodos apéndices de un gran pájaro. Vieron huertos, el estrecho río Syubi y una modesta montaña del mismo nombre, el punto más elevado de la llanura.

Volaron en dirección oeste toda la tarde sin divisar ningún otro avión. El paisaje cambió, se hizo más escarpado y montañoso. Después de divisar un pueblo situado junto a un lago alpino, Leto examinó los instrumentos y cambió de dirección. Al cabo de poco rato, las montañas dieron paso a llanuras cubiertas de hierba y cañones abruptos. Leto redujo la extensión de las alas y se desvió a la derecha para descender hacia un desfiladero profundo.

—El cañón de Agamenón —dijo Leto—. ¿Ves las terrazas? —Señaló a un lado—. Fueron construidas por los primitivos habitantes de Caladan, cuyos descendientes aún viven ahí. Los forasteros casi nunca los ven.

Jessica distinguió a un hombre de piel marrón, de cara estrecha y oscura, antes de que se escondiera en un hueco rocoso.

Leto continuó descendiendo, hacia un ancho río de agua transparente. A la luz desfalleciente del día, volaron, sobre la corriente, entre las paredes de la garganta.

—Es muy bonito —dijo Jessica.

El río menguaba en un cañón lateral, flanqueado por playas arenosas. El ornitóptero se posó sobre una de las orillas con suavidad.

—Mi padre y yo veníamos a pescar aquí.

Leto abrió una escotilla lateral del tóptero y sacó una espaciosa autotienda, que se montó y estabilizó con estacas en la arena. Bajaron un colchón neumático y un saco de dormir doble, así como su equipaje y raciones alimenticias.

Estuvieron sentados un rato en la orilla, conversando, mientras las sombras del atardecer se posaban sobre la garganta y la temperatura descendía. Se acurrucaron juntos, y Jessica apoyó su cabello rojizo contra su cuello. Grandes peces saltaban en dirección contraria a la corriente.

Leto se empecinó en su sombrío silencio, lo cual provocó que Jessica escudriñara sus grandes ojos grises. Cuando notó que los músculos de su mano se tensaban, le dio un largo beso.

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