Read Dune. La casa Harkonnen Online

Authors: Brian Herbert & Kevin J. Anderson

Tags: #Ciencia Ficción

Dune. La casa Harkonnen (88 page)

BOOK: Dune. La casa Harkonnen
5.06Mb size Format: txt, pdf, ePub
ads

En contra de su explícito adiestramiento en la Hermandad, de todos los sermones que Mohiam le había dado, Jessica había quebrantado una de las principales normas de la Hermandad. Pese a sus intenciones, pese a su lealtad a la Hermandad, se había enamorado de este hombre.

Se abrazaron, y Leto contempló el río durante largo rato.

—Veo a Victor, a Rhombur… las llamas. —Apoyó la cabeza contra sus manos—. Pensé que podría escapar de los fantasmas si venía aquí. —La miró, con expresión desolada—. No debí permitir que me acompañaras.

El viento empezó a soplar con fuerza en el angosto cañón, azotó la tienda, y gruesas nubes aparecieron en el cielo.

—Será mejor que entremos antes de que llegue la tormenta.

Corrió a cerrar la escotilla del tóptero, y justo cuando regresaba empezó a llover con fuerza. Se libró del chaparrón por poco.

Compartieron una ración alimenticia caliente dentro de la tienda, y más tarde, cuando Leto se acostó en el doble saco de dormir, todavía preocupado, Jessica se acercó y empezó a besarle el cuello. La tormenta se desató con toda su violencia, como si exigiera su atención. La tienda batía y matraqueaba, pero Jessica se sentía a salvo y caliente.

Cuando hicieron el amor, Leto se aferró a ella como un náufrago a una balsa, con la esperanza de encontrar una isla de seguridad en el huracán. Jessica respondió a su desesperación, temerosa de su intensidad, casi incapaz de estar a la altura de aquel estallido de amor. Leto era como una tormenta también, incontrolado y elemental.

La Hermandad nunca le había enseñado a dominar algo como esto.

Jessica, desgarrada emocionalmente, pero decidida, dio por fin a Leto el regalo más preciado que podía ofrecerle. Manipuló la química de su cuerpo a la manera Bene Gesserit, imaginó la fusión del esperma de Leto y su óvulo… y se permitió concebir un hijo.

Aunque había recibido explícitas instrucciones de la Hermandad de concebir sólo una hija, Jessica había retrasado el momento y reflexionado durante meses su trascendental decisión. Comprendió que ya no podía seguir siendo testigo de la angustia de Leto. Tenía que hacer esto por él.

El duque Leto Atreides tendría otro hijo.

105

¿Cómo me recordarán mis hijos? Ésta es la verdadera medida de un hombre.

A
BULURD
H
ARKONNEN

La nave industrial se elevaba en el cielo plomizo, a escasa distancia de la fortaleza del barón. Dentro de la bodega de carga de la nave, Glossu Rabban colgaba abierto de brazos y piernas. Sus muñecas y tobillos estaban sujetos por grilletes, pero nada más impedía que cayera a las calles de Harko City. Su uniforme azul estaba desgarrado, y tenía la cara contusionada y ensangrentada a causa de la pelea sostenida con los soldados del capitán Kryubi, los cuales le habían reducido siguiendo las órdenes del barón. Habían sido necesarios siete u ocho de los guardias más fornidos para controlar a la Bestia, y no habían sido considerados. Ahora, encadenado, el hombre tiraba de un lado a otro, en busca de algo que morder, algo a lo que escupir.

El barón Harkonnen se apoyó contra una barandilla, mientras el viento penetraba por la escotilla abierta, y miró con frialdad a su sobrino. Los ojos negros del obeso barón eran como charcos profundos.

—¿Te di permiso para matar a mi hermano, Rabban?

—Sólo era tu hermanastro, tío. ¡Era un imbécil! Pensé que sería mejor…

—Nunca intentes pensar, Glossu. No sirves para eso. Contesta a mi pregunta. ¿Te di permiso para matar a un miembro de la familia Harkonnen?

Como la respuesta no llegó con la velocidad necesaria, el barón movió una palanca del panel de control. El grillete del tobillo izquierdo de Rabban se abrió, y una pierna quedó colgando sobre el abismo. Rabban se retorció y chilló, incapaz de hacer nada. El barón consideraba la técnica primitiva pero eficaz, un buen método de aumentar el miedo.

—¡No, tío, no me diste permiso!

—¿No qué?

—No, tío… ¡Quiero decir, mi señor!

El corpulento hombre hizo una mueca de dolor cuando se esforzó por encontrar las palabras correctas, pues no alcanzaba a comprender lo que su tío deseaba.

El barón habló por una unidad de comunicación con el piloto de la nave.

—Llévanos sobre mi fortaleza y quédate a cincuenta metros sobre la terraza. Creo que el jardín de cactus necesita un poco de fertilizante.

Rabban le miró con expresión afligida.

—Maté a mi padre porque era un ser débil. Durante toda su vida, sus actos deshonraron a la Casa Harkonnen.

—Quieres decir que Abulurd no era fuerte… como tú y yo.

—No, mi señor barón. No estaba a la altura de nosotros.

—Y ahora has decidido llamarte Bestia. ¿Es eso correcto?

—Sí. Er, quiero decir, sí, mi señor.

A través de la escotilla abierta, el barón Harkonnen vio las agujas de la fortaleza. Justo debajo había un jardín donde a veces se regalaba con espléndidos banquetes en la intimidad, en mitad de aquellas plantas del desierto.

—Si miras hacia abajo, Rabban… sí, creo que ahora tienes una buena perspectiva, verás ciertas modificaciones que esta mañana he hecho en el jardín.

Mientras hablaba, los extremos metálicos de lanzas del ejército surgieron de la tierra, entre saguaros espinosos y chocatilla.

—¿Ves lo que he plantado para ti?

Rabban, que colgaba de los tres grilletes restantes, se retorció para mirar. Su cara expresó un absoluto horror.

—Observa que las lanzas están dispuestas formando un blanco en su centro. Si te lanzo bien, te empalarás en el centro exacto. Si fallo un poco, aún podemos ganar puntos, porque cada lanza lleva un número escrito en ella. —Se acarició el labio superior—. Ummm, tal vez podríamos arrojar esclavos para nuestros espectáculos. Un concepto emocionante, ¿no crees?

—Mi señor, no me hagáis esto, por favor. ¡Me necesitáis!

El barón le miró sin la menor emoción.

—¿Por qué? Ya tengo a tu hermano menor, Feyd-Rautha. Le nombraré mi heredero. Cuando tenga tu edad, no cometerá tantas equivocaciones como tú, eso seguro.

—¡Tío, por favor!

—Has de aprender a prestar atención a lo que digo, siempre y en todo momento, Bestia. Nunca hablo en vano.

Rabban se retorció y las cadenas tintinearon. Un aire frío se colaba en la bodega, mientras intentaba con desesperación pensar en algo que decir.

—¿Queréis saber si es un buen juego? Sí, er, mi señor, es muy ingenioso.

—¿Así que soy un hombre inteligente por haberlo inventado? Mucho más inteligente que tú, ¿verdad? —Infinitamente más inteligente.

—Entonces, nunca intentes oponerte a mí. ¿Lo has comprendido? Siempre iré diez pasos por delante de ti, preparado con sorpresas que jamás podrías imaginar.

—Lo comprendo, mi señor.

—Muy bien —dijo el barón, que disfrutaba con el terror que veía en el rostro de su sobrino—. Ahora te soltaré.

—¡Espera, tío!

El barón tocó un botón del panel de control, y los grilletes de ambos brazos se abrieron, de modo que Rabban quedó suspendido cabeza abajo en el aire, sujeto sólo por el grillete del tobillo derecho.

—Caramba. ¿Crees que me he equivocado de botón?

—¡No! —Chilló Rabban—. ¡Me estás dando una lección!

—¿Y la has aprendido?

—¡Sí, tío! Déjame volver. Haré siempre lo que digas.

—Llévanos a nuestro lago privado —dijo el barón por el comunicador.

La nave sobrevoló la propiedad hasta detenerse sobre las aguas pestilentes de un estanque artificial. Siguiendo órdenes previas, el piloto descendió a una distancia de diez metros del agua.

Al ver lo que le esperaba, Rabban intentó agarrarse del grillete restante.

—¡Esto no es necesario, tío! He aprendido…

El resto de la frase de Rabban se perdió en un resonar de cadenas cuando el otro grillete se abrió. El hombre cayó al agua, agitando brazos y piernas.

—Creo que nunca tuve la oportunidad de preguntártelo —gritó el barón mientras Rabban se precipitaba al estanque—. ¿Sabes nadar?

Los hombres de Kryubi estaban apostados alrededor del lago con equipos de rescate, por si acaso. Al fin y al cabo, el barón no podía poner en peligro la vida de su único heredero preparado. Aunque jamás lo admitiría ante Rabban, estaba complacido por la pérdida del blandengue de Abulurd. Hacían falta redaños para matar al propio padre, redaños y falta de escrúpulos. Buenos rasgos Harkonnen.

Pero yo soy todavía más despiadado
, pensó el barón mientras la nave se dirigía hacia la pista de aterrizaje.
Acabo de demostrarlo, para impedir que intente matarme. La Bestia Rabban sólo ha de incordiar a los débiles. Y sólo cuando yo lo diga.

Aun así, el barón se enfrentaba a un reto mucho mayor. Su cuerpo continuaba degenerando a cada día que pasaba. Había tomado complementos energéticos de importación, que colaboraban en mantener a raya la debilidad y el abotargamiento, pero cada vez era necesario consumir más y más pastillas para lograr el mismo resultado, sin conocer los efectos secundarios.

El barón suspiró. Era muy difícil automedicarse, cuando no había buenos médicos a mano. ¿A cuántos había matado por su incompetencia? Había perdido la cuenta.

106

Algunos dicen que la impaciencia por algo es mejor que ese propio algo. En mi opinión, se trata de una completa tontería. Cualquier idiota es capaz de imaginar una recompensa. Yo prefiero lo tangible.

H
ASIMIR
F
ENRING
,
Cartas desde Arrakis

El mensaje confidencial llegó a la residencia de Arrakeen por una ruta tortuosa, de un Correo a otro, de Crucero a Crucero, como si el investigador jefe Hidar Fen Ajidica quisiera retrasar la entrega de la noticia a Hasimir Fenring.

Muy raro, puesto que los tleilaxu llevaban un retraso de veinte años.

Ansioso por leer el contenido del cilindro, al tiempo que ya pensaba en una serie de castigos si Ajidica se atrevía a dar más excusas, Fenring corrió a su estudio privado, situado en el piso más alto de la mansión.

¿Qué mentiras plañideras aducirá ahora ese enano?

Tras las ventanas protegidas por escudos de fuerza, que suavizaban el ardor del sol, Fenring se entregó al tedioso proceso de descodificar el mensaje, mientras canturreaba para sí. El cilindro había sido codificado genéticamente para que sólo respondiera a su tacto, una técnica tan sofisticada que se preguntó si los tleilaxu le estaban haciendo una demostración de sus habilidades. Los enanos no eran incompetentes… sólo irritantes. Supuso que la carta estaría plagada de más peticiones de material de laboratorio, así como de más promesas vacías.

Aun descodificadas, las palabras carecían de sentido, y Fenring comprendió que precisaban de una segunda descodificación. Experimentó una oleada de impaciencia, y después pasó otros diez minutos luchando con las palabras.

Cuando el verdadero texto salió a la luz por fin, Fenring lo contempló con sus grandes ojos. Parpadeó dos veces, y volvió a leer la nota de Ajidica. Asombroso.

El jefe de la guardia, Willowbrook, apareció en la puerta, picado por la curiosidad. Conocía las frecuentes conspiraciones y la misión secreta del conde, pero también era consciente de que no debía hacer demasiadas preguntas.

—¿Queréis que os pida una frugal colación, amo Fenring?

—Lárgate —dijo Fenring sin volverse—, de lo contrario ordenaré que te asignen al cuartel general de los Harkonnen en Carthag.

Willowbrook puso pies en polvorosa.

Fenring se sentó con el mensaje en las manos, memorizó cada palabra y destruyó el papel. Le encantaría transmitir la noticia al emperador.
Por fin.
Sus labios se curvaron en una sonrisa.

Incluso antes de la muerte del padre de Shaddam, el plan se había puesto en marcha. Ahora, después de décadas, el trabajo había dado fruto por fin.

«Conde Fenring, nos complace informaros que la secuencia final de desarrollo parece satisfacer nuestras expectativas. Estamos seguros de que el Proyecto Amal ha culminado con éxito, y la siguiente ronda de análisis lo demostrará. Esperamos iniciar la producción a gran escala dentro de escasos meses.

»El emperador no tardará en contar con su suministro de melange barato e inagotable, un nuevo monopolio que pondrá a sus pies a los grandes poderes del Imperio. Todas las operaciones de recolección de especia en Arrakis carecerán de importancia».

Fenring intentó contener una sonrisa de satisfacción. Se acercó a la ventana y contempló las calles polvorientas de Arrakeen, la aridez y el calor imposibles. Entre las masas de gente, distinguió soldados Harkonnen con su uniforme azul, mercaderes de agua vestidos con chillones colores y cuadrillas de recolectores de especia, altivos predicadores y mendigos harapientos, una economía basada en un solo recurso: la especia.

Pronto, nada de eso importaría a nadie. Arrakis, y la melange natural, pasarían a ser una curiosidad histórica. El planeta desierto ya no interesaría a nadie… y él podría dedicarse a cosas más importantes.

Aspiró una profunda bocanada de aire. Sería estupendo largarse de esta roca.

107

Aunque la muerte lo cancela todo, la vida en este mundo es algo glorioso.

Duque P
AULUS
A
TREIDES

Un hombre no debería asistir al funeral de su hijo.

De pie en la proa de la barcaza funeraria Atreides, el duque Leto llevaba un uniforme blanco, con todos los distintivos que simbolizaban la muerte de su hijo. A su lado, Jessica se había puesto el hábito negro de la Bene Gesserit, que no podía ocultar su belleza.

Detrás, un cortejo de embarcaciones seguía a la barcaza funeraria, todas adornadas con flores y cintas de colores para celebrar la vida de un niño cuyos días habían finalizado de forma trágica. Soldados Atreides flanqueaban las cubiertas de los barcos de escolta, con escudos ceremoniales metálicos que centelleaban cuando rayos de sol atravesaban la capa de nubes.

Leto tenía la vista fija en el horizonte, y se protegía los ojos con la mano. Victor había amado el mar. A lo lejos, donde las aguas se fundían con el horizonte curvo, Leto vio tormentas eléctricas y fragmentos de cielo, tal vez una congregación de elecranes que habían acudido para acompañar el alma del niño hasta un nuevo lugar sepultado bajo las olas…

BOOK: Dune. La casa Harkonnen
5.06Mb size Format: txt, pdf, ePub
ads

Other books

The Borribles by Michael de Larrabeiti
All I Ever Wanted by Vikki Wakefield
No Way to Treat a First Lady by Christopher Buckley
Beijing Comrades by Scott E. Myers
Hot Ice by Gregg Loomis
The Cat Who Went Underground by Lilian Jackson Braun
Loyalty Over Royalty by T'Anne Marie