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Authors: Brandon Sanderson

Tags: #Fantástico

El Aliento de los Dioses (81 page)

BOOK: El Aliento de los Dioses
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Y, sin embargo, eso eran. El regalo que había puesto fin a la Multiguerra.

Se volvió hacia Vasher. También él estaba apoyado en la muralla, con Sangre Nocturna en una mano. Su cuerpo había revertido a su forma mortal, con el pelo alborotado y todo.

—¿Qué fue lo primero que me enseñaste sobre el despertar? —preguntó ella.

—¿Que no sabemos mucho? ¿Que hay cientos, quizá miles de órdenes que no hemos descubierto todavía?

—Exacto —dijo ella, volviéndose para contemplar cómo las estatuas despertadas se perdían en la distancia—. Creo que tenías razón.

—¿Crees?

Ella sonrió.

—¿Podrán de verdad detener al otro ejército?

—Probablemente —contestó él, encogiéndose de hombros—. Serán lo bastante rápidos para alcanzarlos: los sinvida de carne no pueden marchar tan velozmente como los que tienen pies de piedra. He visto a esos seres antes. Son difíciles de batir.

Ella asintió.

—Entonces mi pueblo estará a salvo.

—A menos que ese rey-dios decida usar las estatuas sinvida para conquistarlos.

Ella bufó.

—¿No te ha dicho nadie que eres un cascarrabias, Vasher?

«Por fin —terció Sangre Nocturna—. ¡Alguien está de acuerdo conmigo!»

Vasher hizo una mueca.

—No soy ningún cascarrabias. Sólo se me dan mal las palabras.

Ella sonrió.

—Bueno, pues ya está —dijo él, recogiendo su mochila—. Ya nos veremos.

Y echó a andar hacia el camino que salía de la ciudad.

Vivenna le dio alcance y caminó junto a él.

—¿Qué pretendes? —preguntó Vasher.

—Voy contigo.

—Eres una princesa. Quédate con esa muchacha que gobierna Hallandren o vuelve a Idris y que te proclamen la heroína que los salvó. Así tendrás una vida feliz.

—No. No lo creo. Aunque mi padre me acepte de vuelta, dudo que pueda volver a vivir en un cómodo palacio o una ciudad tranquila.

—Pensarás diferente después de una temporada en los caminos. Es una vida difícil.

—Lo sé —dijo ella—. Pero… bueno, todo lo que he sido, todo lo que me educaron para ser, era una mentira envuelta en odio. No quiero volver a eso. No soy esa persona. No quiero serlo.

—¿Quién eres, pues?

—No lo sé —respondió ella, haciendo un gesto hacia el horizonte—. Pero creo que allí encontraré la respuesta.

Caminaron en silencio durante un rato.

—Tu familia se preocupará por ti —dijo Vasher finalmente.

—Lo superarán.

Él acabó por encogerse de hombros.

—Muy bien. En realidad no me importa.

Ella sonrió. «Es verdad. No quiero regresar», pensó. La princesa Vivenna estaba muerta. Había muerto en las calles de T'Telir. Vivenna la despertadora no tenía ningún deseo de traerla de vuelta.

—Bueno, no soy capaz de averiguarlo —dijo cuando se internaban en el camino que conducía a la selva—. ¿Quién eres? ¿Kalad, el que inició la guerra, o Dalapaz, que la terminó?

Él no respondió de inmediato.

—Es extraño —dijo por fin— lo que la historia le enseña a un hombre. Supongo que la gente no pudo comprender por qué cambié de pronto. Por qué dejé de luchar y por qué traje a los fantasmas para recuperar el control de mi propio reino. Así que decidieron que debía ser dos personas. Un hombre puede confundirse respecto a su identidad cuando suceden cosas así.

Ella asintió con un gruñido.

—Pero sigues siendo un retornado.

—Claro que lo soy.

—¿Dónde conseguiste el aliento? ¿El aliento por semana que necesitas para sobrevivir?

—Los llevé conmigo, además del que me convierte en retornado. En muchos aspectos, los Retornados no son lo que la gente cree. No tienen automáticamente cientos o miles de alientos.

—Pero…

—Pertenecen a la Quinta Elevación —dijo Vasher, interrumpiéndola—. Pero no debido al número de alientos, sino a su calidad. Los Retornados tienen un único y poderoso aliento. Un aliento que los lleva hasta la Quinta Elevación. Podríamos decir que es un aliento divino. Pero sus cuerpos se alimentan de aliento, como…

—La espada.

Vasher asintió.

—Sangre Nocturna sólo lo necesita cuando es desenvainada. Los Retornados se alimentan de aliento una vez por semana. Así que si no les das uno, esencialmente se comen a sí mismos, devorando su único aliento. Sin embargo, si les das aliento extra, además del divino, se alimentan de ésos cada semana.

—Así que los dioses de Hallandren podrían ser alimentados más de una vez —dijo Vivenna—. Podrían tener un acopio de alientos, un almacén para mantenerlos con vida si no se les proporciona otro.

Vasher asintió.

—Pero eso no los haría depender tanto de su religión.

—Es una forma cínica de verlo.

Él se encogió de hombros.

—Así que vas a quemar un aliento a la semana —dijo ella—. ¿Para reducir nuestro acopio?

Él asintió.

—Tenía miles de alientos. Los consumí todos.

—¿Miles? Pero harían falta años y años para…

Se calló. Vasher llevaba vivo más de trescientos años. Si absorbía cincuenta alientos al año, eran miles de alientos.

—Eres un tipo caro de mantener —advirtió—. ¿Cómo logras no parecer un retornado? ¿Y por qué no mueres cuando entregas tus alientos?

—Ésos son mis secretos —dijo él, sin mirarla—. Aunque ya deberías haber deducido que los Retornados pueden cambiar de forma.

Ella alzó una ceja.

—Llevas sangre retornada. El linaje real. ¿De dónde crees que viene la habilidad de cambiar el color de tu pelo?

—¿Significa eso que podría cambiar más que mi pelo?

—Tal vez. Lleva tiempo aprenderlo. Pero date alguna vez una vuelta por la Corte de los Dioses de Hallandren. Descubrirás que los dioses parecen exactamente lo que creen que son. Los viejos parecen viejos, los heroicos se vuelven fuertes, las que piensan que una diosa hermosa debe estar bien dotada se vuelven innaturalmente voluptuosas. Todo se basa en cómo se perciben a sí mismos.

«¿Y así es como tú te percibes, Vasher? —pensó ella, curiosa—. ¿Como un hombre tosco, duro y desaliñado?»

Pero se abstuvo de mencionarlo; tan sólo siguió caminando, percibiendo la selva a su alrededor con su sentido vital. Habían recuperado la capa, la camisa y los pantalones de Vasher, los que Denth le había quitado. En las prendas había suficiente aliento para compartirlo entre ambos y llegar cada uno a la Segunda Elevación. No era tanto como a lo que ella estaba acostumbrada, pero resultaba mejor que nada.

—¿Adónde vamos, por cierto?

—¿Has oído hablar de Kuth y Huth?

—Claro —respondió ella—. Fueron tus principales rivales en la Multiguerra.

—Alguien está intentando restaurarlos. Una especie de tirano. Al parecer ha reclutado a un antiguo amigo mío.

—¿Otro?

Él se encogió de hombros.

—Éramos cinco. Denth, Shashara, Arsteel, Yesteel y yo. Parece que Yesteel ha vuelto a salir a la superficie.

—¿Es pariente de Arsteel? —dedujo Vivenna.

—Su hermano.

—Magnífico.

—Lo sé. Es quien descubrió cómo crear ícor-alcohol. He oído rumores de que ha desarrollado una nueva fórmula. Más potente.

—Todavía mejor.

Caminaron en silencio un rato más.

«Me aburro —dijo Sangre Nocturna—. Prestadme atención. ¿Por qué no me habla nadie?»

—Porque molestas —replicó Vasher.

La espada rezongó.

—¿Cuál es tu verdadero nombre? —preguntó Vivenna por fin.

—¿Mi verdadero nombre?

—Sí. Te llaman de muchas formas. Dalapaz. Kalad. Vasher. Talaxin. ¿Ese es tu verdadero nombre, el del sabio?

Él negó con la cabeza.

—No.

—Bueno, pues entonces, ¿cuál es?

—No lo sé. No puedo recordar la época antes de retornar.

—Oh.

—Cuando regresé, sin embargo, me dieron un nombre. El Culto de los Retornados, los que fundaron los Tonos Iridiscentes de Hallandren, me encontraron y me mantuvieron vivo con alientos. Ellos me dieron un nombre. No me gustó mucho. No me parecía adecuado.

—¿Y bien? —preguntó ella—. ¿Qué nombre era?

—Rompeguerras el Pacífico —admitió él.

Vivenna alzó una ceja.

—Lo que no soy capaz de comprender —dijo Vasher— es si fue algo profético, o si estoy intentando que se cumpla.

—¿Importa?

Él continuó caminando en silencio durante un rato.

—No —dijo por fin—. No, supongo que no. Pero ojalá supiera si hay algo espiritual en los retornos, o si es todo una casualidad cósmica.

—Probablemente no lleguemos a saberlo.

—Probablemente —concedió él.

Silencio.

—Tendrían que haberte llamado Amaverrugas el Feo —dijo ella.

—Muy maduro por tu parte. ¿De verdad crees que ese tipo de comentarios son adecuados para una princesa?

Ella sonrió de oreja a oreja.

—No me preocupa —dijo—. Y no me tendrá que preocupar nunca más.

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