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Authors: David Eddings

Tags: #Fantástico

El caballero del rubí (9 page)

BOOK: El caballero del rubí
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—De acuerdo —convino Sparhawk—. Evitemos conflictos innecesarios.

Poco después de franqueado el umbral de una triste mañana nublada, llegaron a la frontera y entraron sin incidentes en la región sureña de Kelosia. El campesinado se hallaba aquí en condiciones aún más miserables que en el noroeste de Elenia. Las casas y edificaciones auxiliares tenían techos de tierra, sobre los cuales pastaban ágiles cabras. Kurik miraba con ademán reprobador, pero sin decir nada.

Cuando el atardecer comenzaba a ensombrecer el paisaje, coronaron una colina y vieron las vacilantes luces de un pueblo situado en el valle.

—¿Una posada tal vez? —sugirió Kalten—. Me parece que el hechizo de Sephrenia empieza a perder efecto. Mi montura se tambalea y yo no me siento en mejor estado.

—Seríais incapaz de dormir en una posada kelosiana —le advirtió Tynian—. Las camas suelen estar ocupadas por toda clase de desagradables animalillos.

—¿Pulgas? —infirió Kalten.

—Y piojos y chinches tan grandes como ratones.

—Me temo que deberemos correr ese riesgo —decidió Sparhawk—. Los caballos no podrían continuar mucho rato y no creo que el Buscador nos ataque en el interior de un edificio. Por lo visto, prefiere el campo. —Poniéndose a la cabeza, descendió la colina en dirección al pueblo.

En las calles sin pavimentar los pies se hundían en el fango. Al llegar a la única posada de la población, Sparhawk transportó a Sephrenia hasta el porche mientras Kurik lo seguía con Flauta. Las escaleras que subían hasta la puerta estaban rebozadas de barro y la alfombra situada frente a ella no evidenciaba frecuencia de uso. Los kelosianos, al parecer, no se inmutaban por el barro. El oscuro interior del establecimiento estaba turbio a causa del humo y apestaba a sudor rancio y comida podrida. El suelo había sido cubierto en un tiempo con juncos pero, salvo en los rincones, éstos estaban enterrados en fango seco.

—¿Estáis seguro de que no queréis volver a planteároslo? —preguntó Tynian a Kalten al entrar.

—Tengo un estómago bastante resistente —replicó Kalten—, y he notado el olor a cerveza.

La cena que les ofreció el posadero era al menos comestible, aunque demasiado guarnecida con col hervida, y las camas, meros jergones de paja, no estaban tan infestadas de chinches como Tynian había augurado.

Se levantaron de madrugada y abandonaron el cenagoso pueblo bajo un lóbrego cielo.

—¿Nunca brilla el sol en esta parte del mundo? —inquirió agriamente Talen.

—Es primavera —le respondió Kurik—. Siempre llueve y hay nubes en primavera. Es bueno para las cosechas.

—Yo no soy un rábano —replicó el muchacho—. No necesito que me rieguen.

—Formula tus quejas a Dios —dijo Kurik encogiéndose de hombros—. Yo no soy responsable del tiempo que hace.

—Dios y yo no mantenemos unas relaciones muy estrechas —apuntó con facundia Talen—. Él está ocupado y yo también. Los dos intentamos no inmiscuirnos en los asuntos del otro.

—Este chico es un insolente —observó Bevier con desaprobación—. Joven —le dijo—, no es decente hablar así del Señor del Universo.

—Vos sois un honrado caballero de la Iglesia, sir Bevier —arguyó Talen—. Yo no soy más que un ladrón callejero. Los dos seguimos normas distintas. El gran jardín florido de Dios necesita unas cuantas malas hierbas para realzar el esplendor de las rosas. Yo soy un hierbajo. Estoy convencido de que Dios me lo perdona, dado que formo parte de su grandioso designio.

Bevier lo miró con indefensión y luego estalló en risas.

Atravesaron con inflexible empeño la zona suroriental de Kelosia, cumpliendo turnos para explorar el terreno que habían de cruzar y subir a los cerros para otear el campo circundante. El cielo continuó plomizo mientras proseguían hacia el este. Vieron campesinos —siervos en realidad— trabajando en los campos con las más rudimentarias herramientas. Había pájaros que anidaban en los setos y de vez en cuando advirtieron ciervos pastando entre rebaños de achaparrado ganado.

En los lugares frecuentados, Sparhawk y sus amigos no volvieron a ver soldados eclesiásticos ni zemoquianos. Aun así, conservaron la cautela, evitando a la gente en la medida de lo posible y perseverando en su vigilancia, puesto que sabían que el Buscador de negro sayo era capaz de recurrir incluso a los tímidos siervos para someterlos a su voluntad.

A medida que se aproximaban a la frontera con Lamorkand, recibían informes cada vez más alarmantes concernientes a los disturbios que agitaban aquel país. Los lamorquianos no eran el pueblo más estable del mundo. El rey de Lamorkand gobernaba únicamente con la tolerancia de los barones, en gran medida independientes, quienes en épocas de desorden se guarecían tras las murallas de imponentes castillos. Las seculares enemistades hereditarias eran comunes, y los desalmados barones cometían pillajes y saqueos con total impunidad. En la mayoría de los aspectos, Lamorkand persistía como tal en un estado de perpetua guerra civil.

Una noche en que establecieron su campamento a unas tres leguas de la frontera de aquel país, el más desorganizado de los reinos occidentales, Sparhawk se levantó inmediatamente después de una cena en que dieron cuenta del último de los cuartos traseros de vaca que le habían dado a Kalten.

—Bien —planteó—, ¿adónde nos dirigimos? ¿Cuál es la causa de la agitación que reina en Lamorkand? ¿Tenéis alguna idea?

—Yo pasé los últimos ocho o nueve años en Lamorkand —respondió seriamente Kalten—. Son gente extraña. Un lamorquiano está dispuesto a sacrificar cuanto posee para cumplir una venganza… y las mujeres son incluso peores que los hombres. Una típica muchacha lamorquiana dedicará su vida entera…, y la totalidad de la fortuna de su padre, a aguardar la ocasión de clavar una lanza en el cuerpo de quien rechazó su invitación en una danza de alguna fiesta invernal. Yo pasé todos esos años allí y, durante todo ese tiempo, jamás oí reír a nadie ni los vi sonreír. Es el sitio más triste de la tierra. Está prohibido que el sol brille en Lamorkand.

—¿Es normal esta guerra generalizada de la que hablan los kelosianos? —inquirió Sparhawk.

—Los kelosianos no son los más indicados para enjuiciar las peculiaridades de los lamorquianos —contestó con aire pensativo Tynian—. Únicamente la influencia de la Iglesia, y la presencia de los caballeros eclesiásticos, ha impedido que Kelosia y Lamorkand se embarcaran en una guerra que los llevaría a la extinción mutua. Se detestan entre sí con un encarnizamiento que consideran casi sagrado en su ferocidad irracional.

—Elenios —suspiró Sephrenia.

—Tenemos nuestros defectos, pequeña madre —concedió Sparhawk—. Entonces vamos a topar con dificultades al cruzar la frontera, ¿no es cierto?

—No del todo —opinó Tynian, acariciándose la barbilla—. ¿Aceptaríais otra sugerencia tal vez?

—Siempre recibo de buen grado las sugerencias.

—¿Por qué no nos ponemos las armaduras oficiales? Ni siquiera el barón lamorquiano de mirada más extraviada movería a enfado a la Iglesia por voluntad propia, dado que los caballeros eclesiásticos podrían aplastar Lamorkand occidental con sólo proponérselo.

—¿Y qué ocurriría si alguien nos obliga a poner las cartas boca arriba? —preguntó Kalten—. Después de todo, sólo somos cinco.

—No creo que tuvieran motivos para hacerlo —objetó Tynian—. La neutralidad de los caballeros de la Iglesia en estas disputas locales es legendaria. Puede que la armadura oficial sea precisamente lo que prevenga posibles malentendidos. Nuestro objetivo es llegar al lago Randera, no involucrarnos en caprichosas contiendas entre sujetos de mentes calenturientas.

—Tal vez funcione, Sparhawk —apoyó Ulath—. De todos modos, vale la pena intentarlo.

—De acuerdo, adoptaremos esta estrategia —decidió Sparhawk.

Al levantarse a la mañana siguiente, los cinco caballeros desempaquetaron sus armaduras y comenzaron a ponérselas ayudados de Kurik y Berit. Sparhawk y Kalten llevaban armaduras negras con sobrevestes plateadas y severas capas negras. Las piezas metálicas del atuendo de Bevier, bruñidas, despedían un brillo argentino, y su sobreveste y capa eran de un blanco prístino. Tynian iba blindado en simple acero macizo, pero la sobreveste y capa que lo cubrían era de un luminoso azul celeste. Ulath se desprendió de la sencilla cota de malla que había llevado en el camino y la sustituyó por otra que le llegaba casi hasta la rodilla y unos pantalones también de malla. Asimismo se deshizo del simple yelmo cónico y la capa de viajero verde y se vistió en su lugar con una sobreveste verde y un yelmo de aspecto impresionante coronado de un par de curvados y sinuosos cuernos que, según había afirmado, procedían de un ogro.

—¿Y bien? —pidió opinión Sparhawk a Sephrenia cuando acabaron de enfundarse en sus galas—. ¿Qué aspecto tenemos?

—Muy impresionante —los halagó.

Talen, sin embargo, los observó con ojo crítico.

—Parecen herrajes con piernas —comentó a Berit.

—Compórtate educadamente —lo reprendió Berit, encubriendo una sonrisa tras el dorso de la mano.

—Es desalentador —dijo Kalten a Sparhawk—. ¿Crees que de veras le parecemos tan ridículos a la plebe?

—Probablemente.

Kurik y Berit cortaron lanzas en un cercano bosque de tejos y las remataron con puntas de acero.

—¿Llevamos pendones? —inquirió Kurik.

—¿Qué opináis? —preguntó Sparhawk a Tynian.

—No vendrían mal. Supongo que es mejor adoptar la apariencia más impresionante posible.

Montaron con cierta dificultad, ajustaron los escudos y, situando en posición bien visible las lanzas de las que pendían los pendones, emprendieron la marcha.
Faran
comenzó de inmediato a hacer cabriolas.

—Oh, para de hacer eso —le ordenó, molesto, Sparhawk.

Poco después de mediodía llegaron al puesto fronterizo. A pesar de su evidente suspicacia, los guardias permitieron la entrada a los caballeros de la Iglesia, que, ataviados con sus armaduras de ceremonia, lucían expresiones de inexorable arrojo en los rostros.

La ciudad lamorquiana de Kadach se encontraba en la ribera opuesta de un río. Había un puente, pero Sparhawk resolvió no atravesar aquella desolada y horrible urbe y, en su lugar, consultó su mapa y giró hacia el norte.

—El río se bifurca más arriba —anunció a los otros—. Podremos vadearlo allí. De todas maneras es aproximadamente ésa la dirección que seguimos, y las ciudades están llenas de gente que quizá mostraran disposición a hablar de nosotros a ciertos extranjeros.

Cabalgaron hacia las tierras septentrionales, sorteando los numerosos arroyos que afluían al cauce principal. Fue al cruzar uno de esos riachuelos, ya de tarde, cuando avistaron un gran grupo de guerreros lamorquianos en la otra orilla.

—Desplegaos —ordenó concisamente Sparhawk—. Sephrenia, llevaos a Talen y a Flauta hacia atrás.

—¿Piensas que tal vez actúen por cuenta del Buscador? —preguntó Kalten, dirigiendo la mano al asta de su lanza.

—Lo averiguaremos dentro de un minuto. No hagáis nada precipitado, pero mantened las armas prestas.

El cabecilla de la banda era un individuo fornido que llevaba un jubón de malla, un yelmo de acero con una prominente visera semejante al hocico de un cerdo y resistentes botas de cuero. Avanzó solo hacia el arroyo y se levantó la visera para mostrar que no tenía intenciones hostiles.

—Creo que es normal, Sparhawk —señaló con calma Bevier—. No tiene la misma cara inexpresiva que los hombres que matamos en Elenia.

—Bien hallados, caballeros —saludó el lamorquiano.

Sparhawk hizo avanzar un poco a
Faran
entre la ondulante corriente.

—Bien hallados en efecto, mi señor —replicó.

—Éste es un encuentro providencial —continuó el lamorquiano—. Se me antojaba que deberíamos cabalgar hasta la misma Elenia para encontrar caballeros de la Iglesia.

—¿Y a qué se debe vuestro interés por los caballeros de la Iglesia, mi señor? —preguntó con cortesía Sparhawk.

—Solicitamos un servicio de vos, caballero… Un servicio del que depende directamente el bienestar de la Iglesia.

—A la cual dedicamos nosotros nuestras vidas —apostilló Sparhawk, esforzándose por ocultar su irritación—. Explicadnos con más detalle en qué consiste ese necesario servicio.

—Como todo el mundo sabe, el patriarca de Kadach es el sumo candidato al trono del archiprelado de Chyrellos —aseveró el lamorquiano.

—No lo había oído —dijo en voz baja Kalten desde atrás.

—Chitón —murmuró Sparhawk por encima del hombro—. Proseguid, mi señor —invitó al lamorquiano.

—Infortunadamente, las contiendas civiles están asolando actualmente Lamorkand occidental —reanudó el lamorquiano.

—Me gusta «infortunadamente» —musitó Tynian a Kalten—. Tiene una agradable sonoridad.

—¿Vais a callaros los dos? —espetó Sparhawk. Después volvió a posar la mirada en el hombre del jubón de malla—. Los rumores nos han informado de esta discordia, mi señor —replicó—. Pero sin duda éste es un asunto local en el que no está implicada la Iglesia.

—Os explicaré de qué se trata, caballero. El patriarca Ortzel de Kadach se ha visto obligado, a causa de los disturbios que acabo de mencionar, a buscar refugio en la fortaleza de su hermano, el barón Alstrom, a quien tengo el honor de servir. Las feroces discordias civiles se multiplican aquí en Lamorkand, y nosotros prevemos con asaz certidumbre que los enemigos de mi señor Alstrom asediarán dentro de poco su plaza fuerte.

—Nosotros sólo somos cinco, mi señor —observó Sparhawk—. Seguramente nuestra ayuda sería irrelevante en un estado de sitio prolongado.

—Ah, no, caballero —lo disuadió el lamorquiano con una sonrisa de desdén—. Podemos protegernos a nosotros mismos y el castillo de mi señor Alstrom sin la asistencia de los invencibles soldados de la Iglesia. El castillo de mi señor Alstrom es inexpugnable y sus enemigos pueden estrellarse tantas veces como quieran contra sus muros por espacio de una o varias generaciones sin alarmarnos. Como he dicho, no obstante, el patriarca Ortzel es el sumo candidato al archiprelado…, llegado el momento del fallecimiento del venerado Clovunus, el cual quiera Dios postergar por un tiempo. Por ello os encargo a vos y a vuestros nobles compañeros, caballero, que custodiéis a Su Ilustrísima hasta la ciudad santa de Chyrellos para que, una vez sana y salva allí, pueda participar en la elección en el momento en que esa triste necesidad se haga realidad. Con tal objeto, os acompañaré en seguida a vos y a vuestros camaradas caballeros a la fortaleza de mi señor Alstrom de manera que podáis haceros cargo de dicha noble tarea. Partamos pues.

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