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Authors: Mario Puzo

Tags: #Intriga

El Último Don (46 page)

BOOK: El Último Don
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Athena se sentó al volante de su Mercedes SL300 y tomó la autopista del sur que conducía a San Diego, pero poco antes de llegar a la ciudad enfiló una estrecha carretera que se dirigía al interior a través de la montaña.

En quince minutos llegaron a un recinto vallado con alambre de púas. Dentro había seis edificios de ladrillo separados por unos espacios cubiertos de césped y unidos entre sí por unos caminos pintados de azul cielo. En uno de losprados había una veintena de niños jugando con un balón de fútbol. En otro, unos diez niños estaban lanzando al aire unas cometas. Un grupo de unos tres o cuatro adultos los miraban en silencio, pero la escena resultaba un poco extraña. Cuando el balón de fútbol se elevaba en el aire, casi todos los niños huían corriendo, mientras que en el otro prado las cometas subían y subían hacia el cielo pero nunca regresaban.

—¿Qué es este sitio? —preguntó Cross. Athena lo miró con expresión suplicante.

—Ahora acompáñame; por favor. Más tarde me podrás hacer preguntas.

Athena se acercó a la verja de la entrada y le mostró una placa de identidad dorada al guardia de seguridad. Después cruzó la verja, se dirigió al edificio más grande y aparcó.

Una vez dentro, Athena se dirigió al mostrador de recepción y le dijo algo al recepcionista en voz baja. Cross esperaba a cierta distancia, pero aun así no pudo evitar oír la respuesta.

—Estaba muy nerviosa, le hemos dado un abrazo y la hemos dejado en su habitación.

—¿Qué demonios es esto? —preguntó.

Athena no contestó. Lo tomó de la mano y lo acompañó por un largo pasillo de relucientes baldosas hasta llegar a un edificio anexo que parecía una especie de residencia.

Una enfermera sentada a la entrada preguntó sus nombres y asintió con la cabeza. Athena acompañó a Cross por otro largo pasillo con puertas a ambos lados. Al final, abrió una puerta.

Era un bonito y espacioso dormitorio lleno de luz, con los mismos extraños cuadros de color oscuro que colgaban en las paredes de la casa de Athena, sólo que allí estaban diseminados por el suelo. En una pequeña estantería de la pared había una colección de preciosas muñecas vestidas con los trajes almidonados típicos de la secta evangélica de los amish. En el suelo había además varios fragmentos de dibujos y pinturas.

Athena se acercó a una caja de gran tamaño, con la parte superior abierta y los lados y la base cubiertos con una gruesa y suave tela acolchada de color azul pálido. Cuando Cross se acercó para mirar, vio a una niña tendida en su interior. La niña no reparó en su presencia. Estába jugueteando con una borla que había en la cabecera de la caja y con la que juntaba las almohadillas laterales para que éstas la estrujaran.

Era una chiquilla de diez años, una minúscula copia de Athena pero carente por entero de emoción y expresión. Sus ojos verdes tenían una mirada tan vaga como los de una muñeca de porcelana. Cada vez que hacía girar los mandos para que los paneles acolchados la estrujaran, su rostro se iluminaba con una expresión de absoluta serenidad. No daba la menor muestra de haberlos visto.

Athena se acercó a la parte superior de la caja de madera y accionó los mandos para poder sacar a la niña de la caja. La niña parecía casi ingrávida.

Athena la sostuvo en sus brazos como si fuera un bebé e inclinó la cabeza para besarla en la mejilla, pero la niña hizo una mueca y se apartó.

—Está aquí mamá —dijo Athena. ¿No me vas a dar un beso? al oír su tono de voz, a Cross se le partió el corazón de pena. Era una súplica humillante. La niña empezó a agitarse en sus brazos. Athena acabó por dejarla suavemente en el suelo. La niña se puso de rodillas e inmediatamente cogió una caja de pinturas y un cartón de gran tamaño y empezó a pintar, absorta por completo en su tarea.

Cross observó cómo Athena utilizaba todas las dotes de actriz para intentar establecer una corriente de simpatía con su hija. Primero se arrodilló a su lado y trató de convertirse en su compañera de juegos y ayudarla a pintar, pero la niña no le hizo caso.

Después se incorporó y empezó a interpretar el papel de madre que le explica a su hija lo que ocurre en el mundo, pero la niña ni se dio cuenta. A continuación se convirtió en una aduladora persona adulta que alababa los dibujos de la niña, pero ésta se limitó a apartarse. Athena cogió un pincel e intentó ayudarla, pero la niña le arrebató el pincel de las manos en cuanto lo vio, sin decir ni una sola palabra.

Al final Athena se dio por vencida.

—Volveré mañana, cariño —dijo. Te lleyaré a pasear y te traeré una nueva caja de pinturas. Mira añadió con lágrimas en los ojos; se te están acabando los rojos.

Quiso darle un beso dedespedida, pero dos preciosas manitas la apartaron.

Se levantó y salió con Cross de la habitación

Athena le entregó las llaves del coche para regresar a Malibú y se pasó todo el rato llorando, con la cabeza entre las manos. Cross estaba tan sorprendido que no supo qué decir.

Cuando bajaron del vehículo, Athena ya parecía haber recuperado el control. Entró con Cross en la casa y se volvió a mirarle. Ésa es la niña que le dije a Boz que había enterrado en el desierto. ¿Me crees ahora?

Por primera vez, Cross creyó de verdad que ella podría llegar a quererle.

Athena lo acompañó a la cocina y preparó un poco de café. Se sentaron en la glorieta para contemplar el océano. Mientras se tomaban el café, Athena se puso a hablar sin la menor emoción en la voz ni en el semblante.

Cuando huí de Boz dejé a la niña al cuidado de unos primos lejanos, una pareja casada que vivía en San Diego. Parecía una niña normal. Entonces no sabía que era autista, y puede que no lo fuera. La dejé allí porque estaba firmemente decidida a convertirme en una actriz de éxito. Tenía que ganar dinero para las dos. Estaba segura de que tenía talento, y todo el múndo me decía que era muy guapa. Siempre pensé que cuando consiguiera triunfar podría recuperar a la niña.

Trabajaba en Los Ángéles y la iba a visitar a San Diego siempre que podía. Después empecé a abrirme camino y ya no la fui a ver tan a menudo; quizás una vez al mes. Cuando finalmente pensé que podía llevármela a casa acudí a la fiesta de su tercer cumpleaños con toda clase de regalos, pero Bethany ya no era la misma y parecía que se huhiera perdido en otro mundo. Era como si tuviera la mente en blanco. Me fue imposible establecer comunicación con ella. Me desesperé. Pensé que a lo mejor padecía un tumor cerebral, recordé la vez que Boz la había dejado caer al suelo y me dije que a lo mejor había sufrido una lesión en el cerebro y que ahora se empezaban a dejar sentir los efectos. Durante varios meses la llevé a distintos médicos, que la sometieron a toda clase de pruebas. La llevé a los mejores especialistas y le hicieron una exhaustiva exploración Después alguien, no recuerdo exactamente si fue el médico de Boston o un psiquiatra del hospital Infantil de Tejas, me dijo que era autista. Ni siquiera sabía lo que era eso y pensé que debía de ser una especie de retraso mental. El médico me dijo que no, que lo que sucedía es que vivía en su propio mundo, no era consciente de la existencia de las demás personas, no mostraba el menor interés por ellas y era incapaz de experimentar el menor sentimiento por nadie. Decidí trasladarla a esa clínica para tenerla cerca, y fue entonces cuando descubrí que era capaz de reaccionar a la máquina de los abrazos que tú has visto. Me parecía que eso le era beneficioso y tuve que dejarla allí.

Cross permaneció sentado en silencio mientras Athena proseguía su relato.

El hecho de ser autista significaba que la niña jamás podría quererme. Los médicos me dijeron sin embargo que algunos autistas son muy inteligentes e incluso geniales. Creo que Bethany es un genio, no sólo por sus pinturas sino también por otra cosa. Los médicos me dicen que después de muchos años de duro adiestramiento se puede enseñar a algunos autistas a interesarse por ciertas cosas, y más adelante por ciertas personas. Algunos pueden incluso vivir una existencia casi normal. En estos momentos Bethany no soporta la música ni ningún otro sonido, pero al principio no soportaba que yo la tocara y ahora ha aprendido a tolerarme, lo cual quiere decir que está mejor que antes.

Me sigue rechazando, aunque con menos violencia. Vamos haciendo progresos. Antes pensaba que era un castigo por haberla abandonado en mi afán por triunfar, pero los especialistas dicen que a pesar de que se trata de algo aparentemente hereditario, también puede ser adquirido; aunque no se conoce la causa. Los médicos me dijeron que no tenía nada que ver con que Boz la hubiera dejado caer al suelo o yo la hubiera abandonado, pero no estoy muy convencida. Querian tranquilizarme para que no me sintiera culpable, me dijeron que era un misterio de la vida, tal vez predestinado. Insistieron en que nada hubiera podido evitar que ocurriera y en que nada podría cambiar la situación. Pero algo dentro de mí se niega a creerlo.

Cuando me lo dijeron por primera vez, no podía quitármelo de la cabeza. Tuve que tomar unas decisíones muy duras Sabía que no podría rescatarla hasta que ganara un montón de dinero, así que la dejé en la clínica e iba a verla por lo menos un fin de semana al mes y algunos días laborables. Finalmente me hice rica y famosa, y todo lo que antes me importaba dejó de importarme. Lo único que yo quería era estar con Bethany. Aunque nada de eso hubiera ocurrido, de todos modos pensaba dejar el cine cuando finalizara el rodaje de Mesalina.

—¿Por qué? —preguntó Cross. ¿Qué querías hacer?

—En Francia hay una clínica especial con un médico muy bueno —explicó Athena. Pensaba trasladarme allí cuando terminara la película. Entonces apareció Boz y comprendí que me iba a matar y que Bethany se quedaría sola. Por eso decidí eliminarlo. La niña sólo me tiene a mí. Tendré que llevar este pecado sobre mi conciencia.

Athena hizo una pausa y miró con una sonrisa a Cross. Ésto es peor que los culebrones; ¿verdad? —dijo con una leve sonrisa en los labios.

Cross contempló el océano, que mostraba una brillante y aceitosa tonalidad azul bajo la luz del sol. Recordó aquel rostro infantil que parecía una máscara y que jamás se abriría al mundo.

—¿Y qué es la caja donde estaba tendida? —preguntó. Athena se rió.

—Es lo que me da esperanza contestó. ¿Qué triste, verdad? Es una caja muy grande. Muchos niños autistas la utilizan cuando están deprimidos. Es como el abrazo de una persona, pero no tienen que establecer contacto ni relacionarse con otro ser humano. Athena respiró hondo. Cross; algún día yo ocuparé el lugar de aquella caja. Ésa es ahora la única finalidad de mi vida. Si no fuera por eso, mi vida no tendría el menor sentido. Tiene gracia; ¿verdad? Los estudios me dicen que recibo miles de cartas de personas que me quieren. En púhlico, la gente me quiere tocar. Los hombres me dicen constantemente que me aman. Todos me quieren menos Bethany, y ella es la única persona a quien yo quiero,

—Te ayudaré en todo lo que pueda —dijo Cross.

—Pues entonces llámame la semana que viene —dijo Athena. Procuremos estar juntos todo lo que podamos hasta que termine el rodaje de Mesalina.

—Lo haré —dijo Cross. No puedo demostrarte mi inocencia, pero eres lo que más quiero en la vida.

—¿Pero de verdad eres inocente? —preguntó Athena.

—Sí, —contestó Cross.

Ahora que Athena le había demostrado su inocencia, no podía soportar la idea de que ella lo supiera. Pensó en Bethany y en su inexpresivo rostro tan artísticamente bello, con sus duros perfiles y sus ojos tan claros como espejos; un insólito ser humano totalmente libre de pecado.

Por su parte, Athena también había juzgado a Cross. De entre todas las personas que conocía, él era el único que había visto a su hija desde que los médicos diagnosticaran su autismo. Había sido una prueba muy dura.

Uno de los peores sobresaltos que había experimentado en su vida fue descubrir que a pesar de su belleza y de su talento (y también de su gentileza, dulzura y generosidad, pensaba ella, burlándose de sí misma), sus más íntimos amigos, los hombres que la amaban y los parientes que la adoraban, se alegraban de sus desgracias.

Fue cuando Boz le puso un ojo a la funeraria y todos comentaron que éste era un hijo de puta y un inútil, pero ella descubrió en sus ojos una chispa de satisfacción. Al principio le pareció que eran figuraciones suyas y que era demasiado susceptible, pero cuando Boz volvió a dejarle el ojo morado captó una vez más la mismas miradas y se sintió terriblemente dolida pues esa vez lo había comprendido sin el menor asomo de duda.

Estaba segura de que todos la querían, pero por lo visto nadie podía resistir la tentación de un pequeño toque de malicia. Grandeza en cualquiera de sus formas provoca envidia.

Una de las razones por las cuales le tenía un especial cariño a Claudia era porque ésta jamás la había traicionado con aquella rada.

Por eso mantenía a Bethany tan apartada de su vida cotidiana. No soportaba la idea de que las personas que la querían pudieran mirarla con aquella fugaz expresión de satisfacción. Como si se alegraran de que hubiera sido castigada por su belleza.

Así pues; pese a que conocía el poder de su belleza y lo utilizaba, al mismo tiempo lo despreciaba. Ansiaba el día en que las arrugas empezaran a surcar su rostro perfecto y cada una de ellas marcara un camino que ella había seguido o un viaje al que había sobrevivido, y en que su cuerpo comenzara llenarse, aflojarse desparramarse para que de este modo ella pudiera proporcionar consuelo a los seres que apreciaba y sus ojos se humedecieran para la compasión por todos los sufrimientos que había contemplado las lágrimas que jamás había derramado. Entonces le saldrían arrugas de expresión alrededor de la boca de tanto reírse de sí misma de la vida. ¿Qué libre se sentiría cuando ya no tuviera las consecuencias de su belleza física y se alegrara de haberla perdido y haberla sustituido por una serenidad más duradera...

Por eso había observado atentamente a Cross de Lena mientras éste contemplaba por primera vez a Bethany y había visto una inicial sorpresa, pero nada más. Sabía que Cross estaba perdidamente enamorado de ella y no había visto en sus ojos la menor impresión de satisfacción en el momento de enterarse de la desgracia de Bethany.

Claudia estaba firmemente decidida a cobrarse su marcador sexual con Elí Marrion; lo avergonzaría hasta conseguir que entregara a Ernest Vail el porcentaje que éste exigía sobre la versión cinematográfica de su novela. Era una posibilidad muy remota pero estaba dispuesta a abdicar un poco de sus principios. Bobby Bantz era implacable en la cuestión de los pórcentajes brutos; pero Elí Marrion era imprevisible y tenía debilidad por ella. Además era costumbre en el mundillo cinematográfico que las relaciones sexuales; por muy fugaces que fueran, se pagaran con una cierta cortesía material.

BOOK: El Último Don
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