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Authors: Lois McMaster Bujold

Tags: #Ciencia-ficción, novela

En caída libre (5 page)

BOOK: En caída libre
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Leo hizo una pausa, mientras dos docenas de cabezas se inclinaban al mismo tiempo para resaltar este hecho, satisfactoriamente no ambiguo, sobre la autotranscripción de los tableros luminosos que sostenían con sus manos inferiores.

—Cuando digo que esta soldadura estaba en un tanque de almacenamiento de líquidos de relativamente baja presión, y no, por ejemplo, en una cámara de propulsión con presiones mayores, la ambigüedad de la definición se hace patente, ya que en un propulsor, el grado particular de defecto que aparece aquí habría sido crítico. Ahora bien. —Cambió el dispositivo de holovídeo y mostró una toma con luz roja—. Esta es una imagen de la misma soldadura, tomada de los datos registrados por un haz reflejado de impulsos ultrasónicos. Es bastante diferente, ¿verdad? ¿Alguien puede identificar
esta
discontinuidad? —Fijó la imagen en una zona brillante.

Volvieron a cruzarse varios brazos. Leo señaló a otro estudiante, un muchacho que llamaba la atención por su nariz aguileña, los ojos negros brillantes, los músculos marcados y una piel oscura que contrastaba con elegancia con la camiseta y pantalones cortos colorados.

—¿Sí, Pramod?

—Se trata de una laminación no ligada.

—Correcto —dijo Leo y pulsó los controles del proyector—. Pero fijaos en esta imagen. ¿Dónde están las pequeñas burbujas? ¿Alguien piensa que se han cerrado por arte de magia entre ambas pruebas? Gracias —contestó a todas las sonrisas que indicaban saber la respuesta—. Me alegra que no penséis eso. Ahora pongamos las dos proyecciones juntas.

El rojo y el azul se transformaron en un púrpura en los puntos de superposición, cuando el ordenador integró las dos imágenes.

—Y ahora vemos el problema —dijo Leo, aumentando la imagen otra vez—. Estas dos porosidades, junto con esta laminación, están en el mismo plano. Podéis observar la grieta fatal que ya comienza a propagarse en esta rotación. —Leo recalcó la grieta con una luz rosa brillante—. Esto, chicos, es un defecto.

Se oyeron
ooohs
de fascinación gratificante. Leo sonrió y continuó.

—Bien. Lo importante es que ambas pruebas eran válidas. Pero ninguna de las dos era completa ni suficiente en sí misma. Un mapa no es el territorio. Tenéis que tener en cuenta que los rayos X son excelentes para revelar huecos y relieves, pero inadecuados para detectar grietas, excepto en ciertas alineaciones casuales. Lo óptimo para este tipo de discontinuidades laminares que los rayos X no llegan a detectar es el ultrasonido. Las dos proyecciones, integradas en forma inteligente, ofrecieron una solución.

»Ahora. —Leo esbozó una sonrisa un tanto sombría y cambió la imagen llamativa por otra, esta vez de color verde monocromático—. Observad esto. ¿Qué es lo que veis?

Volvió a señalar a Tony.

—Una soldadura láser, señor.

—Eso parece. Tu identificación es bastante comprensible, y a la vez errónea. Quiero que todos vosotros memoricéis este trabajo. Miradlo bien. Porque puede ser el peor objeto con el que os podéis encontrar.

Parecían estar muy impresionados, pero al mismo tiempo completamente desconcertados. Les pidió silencio absoluto y completa atención.


Esto
—señaló con énfasis, y en su voz había desprecio—, es un registro de inspección falsificado. Y lo que es peor, es sólo uno de toda una serie. Cierto contratista de GalacTech que suministra cámaras de propulsión para las naves de Salto vio peligrar su margen de beneficio cuando se rechazó una entrega de gran volumen después de haber sido colocada en los sistemas. De manera que, en lugar de destruir el trabajo y hacerlo nuevamente, prefirieron confiar en los inspectores de control de calidad. Nunca sabremos con seguridad si el inspector general rechazó un soborno o no, porque no está aquí para decírnoslo. Le encontraron accidentalmente muerto, a causa de una aparente disfunción de su traje eléctrico, atribuido a los errores que él mismo habría cometido mientras intentaba vestirse en estado de ebriedad. La autopsia determinó un alto porcentaje de alcohol en el torrente sanguíneo, aunque mucho tiempo después se determinó que como el porcentaje era tan alto, no habría podido caminar, ni mucho menos vestirse solo.

»El inspector auxiliar fue quien aceptó el soborno. Las soldaduras pasaban como correctas por la verificación del ordenador, porque se trataba de la misma maldita soldadura, copiada una y otra vez e insertada en el banco de datos, en lugar de las verdaderas inspecciones, que, en su mayoría, nunca fueron llevadas a cabo. Se pusieron en funcionamiento veinte cámaras de propulsión. Veinte bombas de tiempo.

»Sólo cuando estalló la segunda, dieciocho meses más tarde, se descubrió finalmente todo el pastel. No se trata de rumores. Yo integraba el equipo que investigaba las causas más probables. Fui yo quien la descubrió, gracias al control más viejo del mundo: la inspección realizada sólo con los ojos y el cerebro. Cuando me senté allí, en esa silla de la estación, mientras pasaba todos los registros, uno por uno, reconocí la pieza por primera vez cuando la volví a ver, una y otra vez, porque el ordenador sólo reconocía que la serie estaba libre de defectos.

«Entonces descubrí lo que esos bastardos habían hecho…

Le temblaban las manos, como siempre sucedía a esa altura de su exposición, cuando le venían a la mente todos esos recuerdos. Las apretó sobre los costados del cuerpo.

—La valoración de la proyección fue falsificada en estas imágenes electrónicas. Pero las leyes universales de la física ofrecieron un análisis sangriento absolutamente real. Ochenta y seis personas murieron de repente. Y eso —señaló Leo una vez más—, no es simplemente un fraude, sino el peor y mas cruel de los asesinatos.

Recuperó el aliento.

—Lo más importante que os voy a decir es que la mente humana es el mejor mecanismo de control. Podéis tomar todas las notas que queráis sobre los datos técnicos. Cualquier cosa que olvidéis, podéis comprobarla. Pero debéis grabar esto en vuestros corazones, con letras de fuego: No hay
nada, nada, nada
más importante para mí, en los hombres y las mujeres que preparo, que su absoluta integridad personal. Ya trabajen como soldadores o como inspectores, las leyes de la física son unos impecables detectores de mentiras. Podréis engañar a los hombres. Pero nunca podréis engañar al metal. Eso es todo.

Exhaló y recuperó su buen humor. Miró a su alrededor. Los alumnos habían tomado su discurso con la seriedad necesaria. Bien. No había habido ninguna interrupción ni ninguna broma en las filas del fondo. Por cierto, todos parecían estar bastante sorprendidos y lo miraban con cierto terror.

—Así que ahora… —juntó las manos y se las frotó, como para romper el hechizo—, vayamos al laboratorio y desmontemos un soldador por haces y veamos si podemos encontrar algo que no funcione bien…

Todos salieron, en forma obediente, delante suyo, mientras conversaban entre sí.

Yei lo estaba esperando en la puerta. Apenas le sonrió.

—Una presentación impresionante, señor Graf. Se expresa muy bien cuando habla de su trabajo. Ayer pensé que debía de ser una persona muy callada.

Leo se ruborizó y se encogió de hombros.

—No es tan difícil, cuando uno tiene algo interesante de qué hablar.

—Yo nunca hubiera pensado que la ingeniería de la soldadura fuera un tema tan interesante. Usted es un entusiasta dotado.

—Espero que sus cuadrúmanos estén igual de impresionados. Me siento bien cuando puedo estimular a alguien. Es el mejor trabajo del mundo.

—Comienzo a pensar que es así. Su historia… —ella dudó—. Su historia del fraude ha causado un gran impacto. Nunca habían oído nada semejante. De hecho, yo tampoco.

—Fue hace muchos años.

—Realmente desagradable, de todas formas. —Su rostro dio señales de introspección—. Aunque espero que no demasiado.

—Bueno, yo creo que es muy desagradable. Es una historia real y yo estaba allí—. La miró—. Algún día les puede tocar a ellos. Sería un acto criminal y negligente si no los preparara bien.

—Sí. —La doctora esbozó una sonrisa.

El último de sus estudiantes había desaparecido por el corredor.

—Bueno, es mejor que los alcance. ¿Asistirá a todo mi curso? ¡Vamos! Aún voy a hacer de usted toda una soldadora.

Ella meneó la cabeza con pesar.

—De veras lo hace parecer atractivo. Pero me temo que tengo un trabajo de horario completo. Tendré que dejarlo solo. —Lo saludó con la cabeza—. Lo hará muy bien, señor Graf.

3

—¡Puaj! —exclamó Andy después de sacar la lengua y escupir una pelota de arroz con leche que Claire acababa de ponerle con una cuchara en la boca. La masa de alimento ejercía aparentemente la misma fascinación que un juguete nuevo, porque lo tomaba con las manos superiores y las inferiores y lo hacía girar—. ¡Eh! —protestó cuando su nuevo satélite se desintegró, en una simple pasta.

—Vamos, Andy —murmuró Claire, frustrada, en tanto le quitaba la comida de las manos y lo limpiaba con una toalla bastante sucia—. Vamos, Andy, tienes que probarlo. La doctora Yei dice que es bueno para ti.

—Tal vez está lleno —dijo Tony con solicitud.

El experimento nutritivo se llevaba a cabo en la habitación que habían dado a Claire después del nacimiento de Andy y que compartía con su bebé. Muchas veces extrañaba a sus antiguas compañeras de cuarto, pero, con pesar, admitía que la compañía había tenido razón. Su popularidad y la fascinación por Andy no habrían sobrevivido a tantas noches de comidas, cambios de pañales, ataques de gases, diarreas y fiebres misteriosas y otras tantas miserias nocturnas infantiles.

Últimamente, también había extrañado a Tony. En las últimas seis semanas, apenas lo había visto. Su nuevo instructor de soldadura lo tenía muy ocupado. El ritmo de vida parecía ser más acelerado en todo el Hábitat. Algunos días casi no había tiempo ni siquiera para respirar.

—Tal vez no le gusta —sugirió Tony—. ¿Ya has intentado mezclarlo con otras sustancias?

—Todo el mundo es un experto —suspiró Claire—. Excepto yo… De todas maneras, ayer comió un poco.

—¿Qué gusto tiene?

—No sé. Nunca lo he probado.

Tony le sacó la cuchara de la mano y la introdujo en el recipiente. Tomó una de las pelotas y se la metió en la boca.

¡Tony! —exclamó Claire, indignada.

¡Puaj! —Tony se atragantó—. Dame una toalla. Ahora entiendo por qué lo escupe. Esto le provoca náuseas.

Claire recuperó la cuchara y flotó hasta la pequeña cocina, donde la introdujo en los agujeros del dispensador de agua y lo enjuagó.

—Gérmenes —dijo, en un tono que acusaba a Tony.

—¡Pruébalo tú!

Ella olió la taza de alimento, como si siguiera dudando.

—Creeré en tu palabra.

Mientras tanto, Andy había capturado su mano inferior con las superiores y se la estaba mordiendo.

—Se supone que todavía no tienes que comer carne —suspiró Claire, al mismo tiempo que lo enderezaba. Andy respiró profundamente, como si se preparara para protestar, pero de pronto se abrió la puerta y apareció un nuevo objeto de interés.

—¿Cómo anda esto, Claire? —preguntó la doctora Yei. Sus piernas, inútiles en caída libre, colgaban de su cadera, relajadas, mientras entraba en la cabina.

El rostro de Claire se iluminó. Le gustaba la doctora Yei, Siempre parecía que las cosas se tranquilizaban cuando ella estaba cerca.

—Andy no quiere comer el arroz con leche. Prefiere el plátano chafado.

—Bueno, en la próxima comida dale harina de avena en lugar de arroz —dijo la doctora Yei. Flotó hacia Andy y extendió la mano. El bebé la tomó con sus manos superiores. La doctora logró soltarse. Entonces Andy se la cogió con las manos inferiores y sonrió—. Su coordinación motriz inferior está progresando. Apuesto a que será como la superior cuando cumpla un año.

—Y ese cuarto diente le salió anteayer —dijo Claire, mientras lo señalaba.

—Así la naturaleza te dice que es hora de que comas arroz con crema —le explicó la doctora al bebé, con una seriedad fingida. Andy se aferró a su brazo y fijó la mirada en sus pendientes de oro. Se había olvidado por completo de la comida—. No te preocupes demasiado, Claire. Siempre existe esta tendencia a querer apurar las cosas con el primer hijo, como si uno quisiera asegurarse de que puede hacerlo todo. Será más tranquilo con el segundo. Te garantizo que todos los bebés comen el arroz con leche antes de los veinte años, hagas lo que hagas.

Claire se rió. En el fondo, se sintió tranquilizada.

—Es sólo que el señor Van Atta me estuvo preguntando sobre el progreso de Andy.

La doctora Yei frunció los labios, como si estuviera escondiendo una sonrisa—. Entiendo.

Defendió su pendiente del resuelto ataque de Andy, poniéndolo fuera de su alcance. En el aire, un paroxismo frustrado de movimientos natatorios lo hizo girar. Abrió la boca para protestar. La doctora Yei inmediatamente lo ayudó, pero ganó tiempo y extendió solamente las yemas de la mano.

Andy volvió a dirigirse al pendiente, con una mano sobre la otra.

—Sí, bebé, cógelo —lo alentó Tony—. Bueno —la doctora Yei se dirigió a Claire—, en realidad he pasado por aquí para daros buenas noticias. La compañía está tan contenta por cómo han salido las cosas con Andy que han decidido adelantar la fecha de tu segundo embarazo.

Detrás de la doctora Yei, el rostro de Tony irradiaba felicidad. Sus manos superiores se agitaban en señal de victoria. Claire intentó hacerle señas para que se calmara, pero no pudo evitar reírse.

—¡Fantástico! —exclamó Claire, llena de satisfacción. De manera que la compañía pensaba que lo estaba haciendo bien. Había tenido días de angustia, en los que pensaba que nadie reconocería el esfuerzo que estaba haciendo—. ¿Cuándo sería?

—Tú sabes que no tienes los ciclos mensuales porque estás criando a Andy. Mañana por la mañana tienes una entrevista con el doctor Minchenko en la enfermería. El te dará una medicina para que te vuelvan los ciclos. Puedes comenzar a intentarlo en el segundo ciclo.

—¡Oh, Dios! Tan pronto. —Claire hizo una pausa y observó al pequeño Andy mientras recordaba cómo, el primer embarazo le había consumido todas las energías—. Creo que podré hacerlo, pero, ¿qué pasa con esa diferencia ideal de veintisiete meses de la que hablabas?

La doctora Yei eligió cuidadosamente las palabras.

—Existe una tendencia en todo el Proyecto a aumentar la productividad. En todas las áreas.

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