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Authors: Lois McMaster Bujold

Tags: #Ciencia-ficción, novela

En caída libre (7 page)

BOOK: En caída libre
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Ahora el muchacho parecía abrirse un poco, quizá porque pensaba en su primer viaje interestelar. Mejor así. Leo se sintió aliviado.

—Estaré esperando ansiosamente ese momento, señor.

—Muy bien. Si mientras no te cortas un pie, bueno, una mano.

Tony inclinó la cabeza y sonrió.

—Trataré de no hacerlo, señor.

¿Qué significaba todo eso?, se preguntaba Leo, mientras observaba a Tony salir por la puerta. Seguramente el muchacho no estaría pensando en intentar independizarse, ¿o sí? Tony no tenía ni la menor idea de lo curioso que podría parecer fuera de su Hábitat familiar. Si tan sólo pudiera abrirse un poco más…

Se estremeció ante la sola idea de enfrentarse a él. Todos los integrantes del equipo del Hábitat parecían sentirse con el derecho de invadir los pensamientos de los cuadrúmanos. Ninguna de sus habitaciones podía cerrarse con llave. Tenían la misma intimidad que las hormigas debajo de un vidrio.

Trató de deshacerse de estos pensamientos críticos, pero no logró desprenderse de su incomodidad. Toda su vida había depositado la fe en su propia integridad técnica. Si seguía esa estrella, sus pies no tropezarían. Se había convertido en una costumbre natural. Había incorporado esa integridad técnica a su enseñanza al grupo de trabajo de Tony de forma casi automática. Y, sin embargo, esta vez parecía no ser suficiente. Era como haber memorizado la respuesta y descubrir que le habían cambiado la pregunta.

Pero, ¿qué otra cosa podían exigirle? ¿Qué más podían esperar que diera? Después de todo, ¿qué podía hacer un hombre?

Un espasmo de miedo le hizo pestañear. Las estrellas filosas se desintegraban, mientras la sombra amenazadora del dilema oscurecía el horizonte de su conciencia. Mas…

Se estremeció y dio la espalda a la inmensidad. Seguramente podía absorber a un hombre.

Ti, el copiloto de la lanzadera de carga, tenía los ojos cerrados. Tal vez es lo natural en estos momentos, pensó Silver, mientras le estudiaba el rostro a unos diez centímetros. A esa distancia, sus ojos no podían superponer las imágenes estereoscópicas, de manera que veía dos caras. Si miraba bien, podía hacer que el tipo tuviera tres ojos. Los hombres eran verdaderamente extraños. Sin embargo, los contactos metálicos implantados en la frente y las sienes no producían ese efecto de extrañeza. Parecían mis un adorno o un distintivo de rango. Silver cerró un ojo, luego el otro. Parecía que la cara del copiloto se moviera hacia atrás y hacia adelante en su visión.

Ti abrió los ojos un instante y Silver se puso inmediatamente en acción. Sonrió, entrecerró los ojos y adoptó el ritmo de sus caderas.

—¡Ooooh! —murmuró, tal y como Van Atta le había enseñado.
Quiero oír una respuesta, cariño
, le decía Van Atta, y entonces ella comenzaba a hacer la colección de ruidos que parecían complacerlo. También funcionaron con el piloto cuando se acordó de hacerlos.

Ti cerró los ojos y abrió la boca cuando la respiración se hizo más rápida. El rostro de Silver se relajó una vez más, agradecida por la intimidad. De todas maneras, la mirada de Ti no la hacía sentir tan incómoda como la de Van Atta, que siempre parecía sugerir que debía hacer algo más o diferente.

El piloto tenía la frente perlada de sudor. Un rizo de cabello castaño le caía sobre el contacto brillante. Mutante mecánico, mutante biológico, igualmente tocados por tecnologías diferentes. Tal vez ésa era la razón por la que Ti se había acercado a ella, porque también era un hombre extraño. Dos engendros juntos. Por otra parte, tal vez era porque el piloto de la nave de Salto no era demasiado exigente.

Ti se estremeció, respiró convulsivamente, la apretó contra su cuerpo. En realidad, parecía bastante vulnerable. El señor Van Atta nunca parecía vulnerable en ese instante. Silver, en realidad, no estaba segura de lo que parecía y lo que no.

¿Qué es lo que siente que yo no?, se preguntó Silver. ¿Qué me pasa? Tal vez era frígida, como la había acusado una vez Van Atta. Frígida, una palabra desagradable que le recordaba a maquinaria y los depósitos de basura fuera del Hábitat. Por eso había aprendido a hacer ruidos para complacerlo, a moverse con placer, a relajarse, como él le había enseñado.

Silver recordó que tenía otra razón para mantener los ojos abiertos. Miró detrás de la cabeza del piloto. La ventana de observación de la cabina de control oscurecida, donde ellos se encontraban, daba al compartimento de carga. El área entre la cabina de control del compartimento y la entrada a la escotilla de la lanzadera de carga estaba levemente iluminada y sin movimiento.

De prisa, Tony, diantre
, pensó Silver, preocupada.
No puedo mantener a este tipo ocupado todo el turno
.

—¡Uf! —exclamó Ti, al salir de su trance, abrir los ojos y sonreír—. Cuando os diseñaron para caída libre, pensaron en
todo
. —El piloto se soltó de los omóplatos de Silver y le acarició la espalda, las caderas y los brazos inferiores, para terminar con una palmada en las manos que apretaban sus musculosas caderas—.
Realmente
funcional.

—¿Cómo hacen los terrestres para no soltarse? —preguntó Silver, con curiosidad, sacando ventaja del hecho de haberse encontrado con un experto en la materia.

Ti se sonrió.

—La gravedad nos mantiene juntos.

—¡Qué curioso! Siempre pensé que la gravedad era algo contra lo que se tenía que luchar todo el tiempo.

—No, solamente la mitad del tiempo. La otra mitad, trabaja para ti —le dijo, tranquilizándola.

El piloto se separó de su cuerpo con cierta gracia. Tal vez estaba poniendo en práctica toda su experiencia como piloto. La besó en la garganta.

—¡Encantadora!

Silver se ruborizó y agradeció que el lugar estuviera poco iluminado. Ti pasó a concentrarse en su aseo. Un pequeño soplido y el condón impregnado de espermicida desaparecería por la salida de desperdicios. Silver tuvo que contener un leve lamento. Era una lástima que Ti no fuera uno de ellos. También era una lástima estar tan alejada de las que estaban programadas para ser madres. Una lástima…

—¿Le preguntaste a tu compañero, el médico, si realmente los necesitamos? —Ti le preguntó.

—No pude preguntárselo al doctor Minchenko directamente —contestó Silver—. Pero supongo que piensa que cualquier concepción entre un terrestre y uno de nosotros abortaría espontáneamente. Pero nadie lo sabe con seguridad. También podría salir un bebé con extremidades inferiores que no fueran ni brazos ni piernas, sino algo intermedio. (
Y probablemente, no me dejarían tenerlo.
) De todas formas, nos ahorra el tener que limpiar los fluidos por toda la habitación con una aspiradora manual.

—Es cierto. Bueno, de hecho, todavía no estoy preparado para ser papá.

Es incomprensible, pensó Silver, para un hombre de su edad. Debe de tener por lo menos veinticinco años. Mucho mayor que Tony, que era uno de los más viejos entre todos ellos. Silver tuvo cuidado de flotar de forma que el piloto quedara de espaldas a la ventana.
Vamos, Tony, si piensas hacerlo que sea ya

El viento frío de los ventiladores le puso la piel de gallina y se estremeció.

—¿Tienes frío? —le preguntó Ti y le frotó los brazos para darle calor. Luego le acercó la camisa y los pantalones cortos azules del otro lado de la habitación, donde ella los había dejado. Silver se vistió rápidamente, al igual que él, y Silver observó, fascinada, cómo se ponía los zapatos. Esas cosas tan pesadas y rígidas. Pero los pies tampoco eran flexibles. Le recordaban mazos. Esperaba que supiera cómo dominarlos en el aire.

Ti, sonriente, desenganchó su maletín del estante en la pared, donde lo había puesto cuando se habían refugiado en la cabina de control, media hora antes.

—Tengo algo.

Silver saltó de alegría y juntó las cuatro manos.

—¡Oh! ¿Has conseguido más discolibros de esa mujer?

—Sí, aquí tienes —Ti sacó unos cuadrados de plástico del maletín—. Tres títulos nuevos.

Silver se abalanzó sobre ellos y leyó las solapas con ansiedad. Novelas ilustradas Arco Iris:
La Locura del señor Randan
,
Amor en el Mirador
,
El señor Randan y la Novia Comprada
, todos de Valeria Virga.

—¡Maravilloso!

Rodeó el cuello de Ti con su brazo superior derecho y le dio un beso espontáneo y vigoroso.

El sacudió la cabeza, fingiendo desesperación.

—No sé cómo puedes leer esa bazofia. No obstante, creo que la autora es, en realidad, un colectivo.

—Es
fabulosa
—Silver defendió con indignación su literatura favorita—. Está tan, tan llena de color, de lugares y tiempos extraños… Muchos transcurren en el viejo planeta Tierra, en esos tiempos en que
todos
vivían abajo. Es sorprendente. La gente estaba rodeada de animales. Esas criaturas enormes llamadas caballos los llevaban sobre sus espaldas. Supongo que la gravedad cansaba a la gente. Y esa gente rica, como los ejecutivos de las compañías, los «señores» o «excelencias», vivían en casas fantásticas, pegadas a la superficie del planeta. Y no había nada de esto en la historia que nos enseñaron. —Su voz denotaba cierta indignación.

—Pero esto no es historia —objetó Ti—. Es ficción.

—Tampoco se parece a la ficción que nos dan aquí. Eso está bien para los niños. A mí me encantaba
El Pequeño Compresor que Podía
… Hacíamos que la niñera nos lo leyera una y otra vez. Y la serie Bobby BX-99 también era linda…
Bobby BX-99 Resuelve el Misterio del Exceso de Humedad

Bobby BX-99 y el Virus de los Planetas
… Fue entonces cuando solicité especializarme en Hidroponía. Pero los terrestres son mucho más interesantes. Es tan… tan… cuando leo esto. —Se aferró a los cuadrados de plástico—. Es como si esto fuera real y yo no —suspiró profundamente Silver.

Aunque tal vez el señor Van Atta se parecía un poco al señor Randan… elevada jerarquía, autoritario, genio vivo… Silver se preguntaba por qué el mal carácter en el señor Randan siempre le parecía tan emocionante y atractivo, tan fascinante. Se le revolvía el estómago cada vez que el señor Van Atta se enfadaba. Tal vez las mujeres terrestres eran más valerosas.

Ti se encogió de hombros, divertido y a la vez sorprendido.

—Supongo que te sienta bien. No veo que haya ningún daño. Pero esta vez te he traído algo mejor… —Volvió a hurgar en su maleta de viaje y sacó una prenda de tela color marfil, con ribetes de satén—. Creo que podrías usar perfectamente una blusa de mujer. Tiene un motivo de flores y como estás en Hidroponía, pensé que te gustaría.

—¡Oh! Las heroínas de Valeria Virga se sentirían muy cómodas con esta blusas. —Silver extendió la mano como para cogerla, pero se retuvo—. Pero… pero no puedo aceptarla.

—¿Por qué no? Aceptas los libros. No es tan cara.

Silver, que comenzaba a tener una idea de cómo funcionaba la cuestión del dinero gracias a sus lecturas, sacudió la cabeza.

—No es por eso. Es que, bueno… ya sabes, no creo que la doctora Yei esté de acuerdo con nuestros encuentros. Ni tampoco otras personas. —En realidad, Silver estaba segura de que la palabra «desaprobación» definiría las consecuencias si se descubrían sus transacciones secretas con Ti.

—¡Mojigatos! —protestó Ti—. No vas a empezar a dejar que te digan lo que tienes que hacer, ¿no es cierto? —Su enojo también traslucía cierta ansiedad.

—Tampoco voy a comenzar a decirles lo que ya estoy haciendo —señaló Silver—. ¿Y tú?

—Claro que no. —Ti sacudió las manos en una negación absoluta.

—Así que estamos de acuerdo. Desgraciadamente —señaló la blusa con pesar—, esto es algo que no puedo esconder. No podría usarla sin que alguien me preguntara de dónde la había sacado.

—Sí —dijo el piloto, en un tono que podía esconder la aceptación de un hecho irrevocable—. Sí, supongo que tendría que haberlo pensado antes eso. ¿Crees que la puedes esconder durante un tiempo? He tenido mis permisos en Rodeo porque los tipos con antigüedad han cogido los viajes a Orient IV. Pronto recibiré las calificaciones del comandante de mi lanzadera y volveré a la categoría de piloto de Salto en sólo unos pocos ciclos.

—Tampoco la puedo compartir —dijo Silver—. Lo bueno que tienen los libros y los vídeos, además de ser pequeños y fáciles de esconder, es que pueden pasarse por todo el grupo sin que se gasten. Nadie queda relegado. Así tengo facilidades cuando quiero tener un poco de tiempo para mí. —Con un movimiento de la mano indicó la intimidad que estaban disfrutando en ese momento.

—Bueno —dijo Ti. Hizo una pausa—. No sabía que los prestabas.

—¿No compartir? —le dijo Silver—. Eso estaría muy mal.

Lo miró y le devolvió la blusa, rápidamente, antes de sentirse tentada. Estuvo a punto de seguir explicando, pero luego lo pensó mejor.

Era mejor que Ti no supiera sobre la conmoción que hubo cuando uno de los libros, que un lector había olvidado accidentalmente, había caído en manos de uno de los terrestres que integraban el equipo del Hábitat y se lo había entregado a la doctora Yei. Alertados, habían logrado esconder el resto del material de contrabando, pero la intensidad de la búsqueda había hecho que Silver fuera más prudente y que tomara conciencia de lo serio que era su delito ante los ojos de las autoridades. Hubo dos inspecciones sorpresa más desde entonces, pero no se descubrieron más libros.

El mismo señor Van Atta la había llamado —a ella— y le había instado a hacer un trabajo de espionaje entre sus compañeros. Había comenzado a confesar, pero se detuvo justo a tiempo. La furia de Van Atta le causó mucho miedo. «Voy a crucificar a ese maldito cuando le ponga las manos encima», había dicho Van Atta. Tal vez el señor Van Atta y la doctora Yei y todo su personal juntos no le causarían tanto miedo a Ti, pero no podía arriesgarse a perder su única fuente de placeres terrestres. Ti, por lo menos, estaba dispuesto a compensar lo que era, en efecto, el trabajo de Silver, el único bien invisible que no constaba en ningún inventario. Quién sabe si otro piloto querría cualquier tipo de cosas mucho más difíciles de sacar del Hábitat.

Un momento largamente esperado en el área de carga llamó la atención de Silver. Y tú pensabas que corrías riesgos por unos cuantos libros, pensó Silver. Esperad a que esa mierda se aleje…

—No obstante, gracias —dijo Silver, con prisas, y le dio a Ti un beso de agradecimiento. Él cerró los ojos, un reflejo maravilloso, y Silver aprovechó para mirar por la ventana de la cabina de control. Tony, Claire y Andy acababan de desaparecer por la escotilla de la lanzadera en el tubo flexible.

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