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Authors: Alfredo Grimaldos

La CIA en España (33 page)

BOOK: La CIA en España
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Los norteamericanos transportan en uno de sus aviones los misiles desde Oriente Próximo hasta el aeropuerto madrileño de Torrejón. Una vez allí, técnicos de la CIA colocan unos microchips en el interior del armamento, para que, vía satélite, indiquen en todo momento su posición. Los chivatos se instalan en un lugar que no pueda ser detectado por los compradores de ETA. Disponen de unas baterías con temporizador para que se activen días después de la entrega. De esa forma se evita que los dispositivos electrónicos sean detectados si los etarras, en el momento de la compra, disponen de aparatos de localización de señales. Los agentes norteamericanos también inutilizan las cargas explosivas de los proyectiles.

De ese modo, los responsables de la operación descubren que los misiles van a parar a los sótanos de la cooperativa Sokoa, situada junto al río Bidasoa, cerca de Hendaya y de la frontera española.

La Operación Sokoa, realizada con el imprescindible apoyo de la CIA norteamericana, se salda con la desarticulación del aparato financiero de ETA, que sufre uno de los mayores golpes policiales de su historia.

ETA y el Mossad

Durante el mandato de Adolfo Suárez, se celebra una reunión en el palacio de La Moncloa a la que asisten el propio presidente de Gobierno, el general Bourgón, entonces director del CESID, el vicepresidente para Asuntos de la Defensa, teniente general Manuel Gutiérrez Mellado, y un relevante miembro de los servicios de inteligencia españoles, el comandante José Luis Cortina. El futuro golpista ha entregado a sus superiores un informe del Mossad, el servicio secreto de Israel, sobre cómo combatir eficazmente a los etarras.
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En el informe se apunta, entre otras cosas, que la forma más eficaz de combatir a los terroristas es «atacarles en su propia madriguera». Es decir, extender la lucha al sur de Francia, con acciones concretas de secuestros y asesinatos de miembros de la organización vasca. También señala que las operaciones de ese tipo no deben salirse del entorno de los servicios secretos. Se evalúa, además, y se descarta expresamente, la utilización de mercenarios para ese tipo de operaciones. Los agentes israelíes, expertos en estas lides, consideran que las acciones las deben llevar a cabo exclusivamente comandos operativos del servicio.

Al parecer, a Bourgón no le gusta la idea y comenta: «Estas cosas se sabe cómo empiezan, pero no cómo terminan».
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Al finalizar esa reunión, Suárez decide no dar luz verde a la creación de grupos operativos para actuar contra ETA en el sur de Francia. No obstante, bajo su presidencia, la acción combinada de policías, guardias civiles y mercenarios, enmascarados con las siglas del Batallón Vasco Español (BVE) provocan numerosos muertos, en Euskadi y Francia durante los últimos años setenta y, sobre todo, en 1980. Más adelante, con González, los GAL continúan con ese tipo de acciones e incluso heredan a unos cuantos matones y policías de la época del BVE. Dentro de toda esa trama de «guerra sucia» auspiciada desde el Ministerio del Interior de José Barrionuevo y Rafael Vera, lo más cercano al plan propuesto años atrás por el Mossad será el GAL verde.
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«El Mossad es posiblemente el servicio de información más eficaz que existe», opina el coronel Arturo Vinuesa.
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«Cuando los servicios españoles quisieron echar a andar, fueron los judíos los primeros que dieron cursillos de inteligencia aquí, en el comienzo de los sesenta. Ya se sabe cómo es eso: el material lo prestaban ellos y ni qué decir tiene que estaba controlado. Los célebres "canarios", micrófonos que se ponían en los teléfonos y en las lámparas. Se hacía una incursión a una casa, se dejaban instalados ahí, en los puntos estratégicos y a esperar. A lo largo de los días el canario iba largando.»

De la misma opinión es otro antiguo agente de los servicios de inteligencia españoles: «Hay judíos en todo el mundo y el MOSSAD tiene muy fácil encontrar colaboradores en cualquier sitio. Lo mismo ocurre con los servicios del Vaticano, que también son muy eficaces. En definitiva, pertenecen al mismo tronco judeocristiano. Los miembros de los servicios de Israel no tienen nada que ver con la religión, son absolutamente pragmáticos. Y los rabinos que dirigen el país los considerarán muy impíos, pero los tienen para que les resuelvan los problemas».

Según Pilar Urbano,
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los contactos entre los servicios españoles y los israelíes comienzan en la Costa Adriática, en 1964. Allí tiene lugar un encuentro «turístico» entre el coronel Luis Martos Lalane, jefe de la Tercera Sección del Alto Estado Mayor —Contrainteligencia— y uno de los máximos responsables del Mossad en ese momentó, el general Zvir Zamir. «En paralelo, Nahum Admoni, representante del Mossad en París, habló varias veces con su homólogo del Alto Estado Mayor español en la capital francesa, el coronel Ignacio Aguirre de Cárcer, planteándole la conveniencia —incluso la necesidad— de establecer relaciones amistosas de ayuda mutua entre los servicios de inteligencia de Israel y España», escribe la periodista.

Y comienzan los contactos. El coronel Martos envía a Israel a dos oficiales recién destinados al «Alto»: el comandante Espinazo, de la Guardia Civil, y el capitán Marquina, del Ejército de Tierra, legionario y paracaidista. Por su parte, el Mossad destina en Madrid a Moisés Bensisuán. Muy en precario, pero con la cobertura del AEM garantizada. La primera base operativa del Mossad en España —en rigurosa clandestinidad— es un modesto chalet en la colonia Mirasierra, en la zona norte de Madrid.

Posteriormente, el delegado del Mossad, como el de la CIA, convierte el Servicio de Contrainteligencia español en una delegación suya. Los primeros veintidós agentes de la AOME los adiestra aquí en España el Mossad. «Además de suministrarnos micrófonos, igual que la CIA, los israelíes formaban a nuestros agentes e interrogaban a algunos de nuestros objetivos con su famoso polígrafo», explica el coronel Perote.
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«Todos recordarán un programa de televisión que se llamaba
La Máquina de la Verdad
, dirigido por Julián Lago, y a un tal "señor Cohen", que era quien manejaba el aparato. Pues a ese hombre, quince años antes, le tuve que pasear por la judería de Toledo un día, para agradecerle los favores que nos hacía.»
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Múgica Herzog, entre la CIA y el Mossad

Uno de los políticos españoles mejor relacionados con los israelíes, desde siempre, es el donostiarra Enrique Múgica Herzog, de ascendencia judío-polaca por parte de madre. Un antiguo compañero suyo del Colegio de los Maristas de San Sebastián, algo más joven que el dirigente del PSOE, recuerda que, a principios de los setenta, Múgica les ofrecía a él y a otros jóvenes viajar, con todos los gastos pagados, a visitar un kibutz, «para ver cómo es el socialismo en Israel». «Manejaba mucho dinero, que le llegaba de Tel Aviv. Y también de Alemania, de los países nórdicos... El de Italia, lo recibía en sacos», recuerda este viejo conocido del actual Defensor del Pueblo. «Yo le preguntaba si no tenía miedo de que le desplazaran de su privilegiado puesto. Y él me contestaba: "Mientras tenga la llave de la caja yo, no hay problema".»

Nacido en 1932, Enrique Múgica se afilia al clandestino PCE con veintiún años, y en 1956 es detenido por su participación en el Congreso Universitario. En prisión, coincide con Francisco Bustelo, miembro de la ASU (Agrupación Socialista Universitaria). «De todos los que estuvimos allí, el único que hizo carrera política fue Enrique Múgica», recuerda Bustelo.
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«Entonces era sólo un militante comunista más y le habían detenido en San Sebastián, con lo que tardó en incorporarse a nuestro gremio de Carabanchel. Sus correligionarios nos contaron que le habían destrozado a golpes en los interrogatorios, y recuerdo la angustia con la que le esperábamos llegar tumefacto y quebrantado. Llegó, sí, pero tan sonriente, rubicundo e impecable como siempre, y aquélla fue la primera vez que me consideré engañado.»

Pronto abandona la militancia comunista y, en 1963, se afilia al PSOE. Cuatro años después es elegido, por primera vez, miembro de la Comisión Ejecutiva del partido, en el Congreso de Toulouse.

Después, en Suresnes, participa en el golpe de Estado que permite a Felipe González, con el apoyo de los norteamericanos y los alemanes, arrebatar la Secretaría General de la organización a Rodolfo Llopis. Múgica consigue el cargo de secretario de Coordinación. Además, desde entonces es el encargado de asuntos militares del partido.

Alcanza su acta de diputado por primera vez en las elecciones generales de 1977 y es nombrado presidente de la Comisión de Defensa del Congreso. Ocupa ese cargo el 15 de junio de 1978, cuando el teniente general Tomás Liniers Pidal, máximo responsable del Ejército de Tierra, realiza unas escandalosas declaraciones en Argentina, durante un viaje oficial en el que condecora al dictador local, Jorge Videla. «Bien tranquila puede estar Argentina de la legitimidad de su empresa», manifiesta Liniers. «Argentina y España sufren hoy los ataques más aviesos del materialismo ateo y cuando, ante esta situación, debemos emplear la fuerza, nos han criticado por el empleo de la violencia, sin darse cuenta de que la legitimidad del empleo de la fuerza sólo la historia puede juzgarla.»
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Enrique Múgica califica estas declaraciones simplemente de «poco afortunadas». No hay críticas públicas, ni petición de sanciones ni interpelación parlamentaria.

En mayo de 1979, el Gobierno de Adolfo Suárez nombra jefe del Estado Mayor del Ejército al general Gabeiras, saltándose a algunos compañeros del escalafón, lo que ocasiona malestar entre los militares más derechistas del Ejército. Según relata Fernando Reinlein, Múgica, como portavoz de Defensa del Partido Socialista, les explica su visión del asunto, a Pedro J. Ramírez y a él, en el Salón de los Pasos Perdidos del Congreso de los Diputados. «Nos comentó el "error" cometido por Gutiérrez Mellado con el nombramiento de Gabeiras. Y nos expuso su propia visión de la jugada: "Yo hubiese nombrado a Milans y luego lo hubiese enamorado para la democracia".»
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En esa época, Múgica comienza a cultivar la amistad del secretario de la embajada norteamericana en Madrid, Ray Cadwell, con quien se le ve frecuentemente. Y para que todo cuadre mejor, participa en la famosa comida de Lérida, auspiciada por el alcalde socialista de la ciudad, Antoni Ciurana, en la que el general Armada les comunica a su compañero de partido Joan Raventós y a él sus planes golpistas. Dentro del Gobierno que tenía previsto formar Armada el 23-F, a Múgica le correspondía la cartera de Sanidad.

El fracaso de la «opción Armada» le deja sin Ministerio de momento, y precisamente a consecuencia de la comida de Lérida, su partido le mantiene en barbecho una temporada y no accede al Gobierno en 1982. Más tarde, en 1988, será ministro de Justicia. Y en 2000, con José María Aznar en la presidencia del Gobierno, Múgica se convierte en Defensor del Pueblo.

Epílogo

La caída del muro de Berlín en 1990, la desaparición del Telón de Acero y el fin de la «amenaza comunista» no suponen, ni mucho menos, una disminución de las actividades de la CIA en todo el planeta. Según datos oficiales facilitados en abril de 2006 por Mary Graham, asesora de John Negroponte, el director nacional de Inteligencia de Estados Unidos, el conglomerado de espías y analistas de los servicios de información norteamericanos que trabajan dentro y fuera de ese país ocupa a casi cien mil personas.
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El presupuesto de este enorme aparato asciende a 44.000 millones de dólares anuales (cinco veces el presupuesto de Defensa español). Entre los dieciséis organismos que continúan integrando la complicada trama de los servicios de inteligencia estadounidenses están la CIA, la Agencia Nacional de Seguridad, la Agencia de Inteligencia Geoespacial, los organismos de inteligencia del Pentágono, el Departamento de Estado y el FBI, además de otros grupos menos conocidos de diversos departamentos ministeriales.

Según un agente del Centro Nacional de Inteligencia (CNI) español, en nuestro país la CIA ha ido cediendo terreno al FBI durante los últimos años. «A raíz de los atentados del 11 de septiembre de 2001, se produjo un desembarco masivo en España de funcionarios del FBI», explica este oficial. «Sobre todo la costa de Málaga y también algunas zonas de Levante están plagadas de "canarios". Los yanquis han sembrado aquello de estaciones de escucha para intentar controlar los movimientos islamistas y sus finanzas.»

Pero ya antes de los atentados contra las Torres Gemelas de Nueva York, los norteamericanos afianzan y refuerzan su presencia en España. En enero de 2001, la secretaria de Estado del presidente Bill Clinton, Madeleine Albrigth, y el ministro de Asuntos Exteriores de José María Aznar, Josep Piqué, suscriben en Madrid un acuerdo lacayuno, que será ratificado el 10 de abril de 2002, dentro de la habitual línea de subordinación histórica de los gobiernos españoles al Imperio, por el que se permite la ampliación de las bases de Morón y Rota y se conceden al poderoso socio del otro lado del Atlántico aún más facilidades de uso de estas instalaciones militares, que revalidan su importancia estratégica para Estados Unidos tras la primera guerra del Golfo y la de los Balcanes. La sumisión de Aznar ante Estados Unidos alcanza su máxima expresión en 2004, cuando se retrata junto a Bush con los pies encima de una mesa, forma parte del trío de las Azores y presta el incondicional apoyo del Gobierno del PP a la invasión norteamericana de Irak.

El Gobierno de Estados Unidos quiere cubrir cuanto antes las deficiencias detectadas en 1991 durante la guerra del Golfo, en la que despliega casi medio millón de soldados a más de 12.000 kilómetros de su territorio. Y para mejorar su logística, el Mando Aéreo do Transporte (USTRANSCOM) centra su atención en dos bases europeas, que son designadas puntos de apoyo prioritarios: Ramstein, en Alemania, y Rota, en España. Eso significa que la presencia de la VI Flota en las costas gaditanas se va a incrementar a partir de ese momento.

Piqué y el nuevo secretario de Estado, Colin Powell, firman definitivamente los preacuerdos de enero de 2001 y Rota se convierte en la principal base de Estados Unidos para operaciones en el Mediterráneo y África. Además, se amplía la cobertura legal para que actúen en España los servicios de inteligencia norteamericanos. Una de las principales novedades de los textos suscritos queda recogida en el artículo 12 del Protocolo de Enmienda del Convenio de Cooperación para la Defensa entre España y Estados Unidos, que autoriza a los servicios de investigación criminal de la Marina y la Fuerza Aérea a mantener personal en España para realizar, «en cooperación con las Fuerzas y Cuerpos de Seguridad del Estado», investigaciones «sobre asuntos de interés mutuo que afecten a personal o bienes de EE.UU.» en España.
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