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Authors: Lian Hearn

Tags: #Avéntura, Fantastico

La Red del Cielo es Amplia (38 page)

BOOK: La Red del Cielo es Amplia
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Ahora, la niña entró corriendo, llevando una bandeja en las manos.

—Cuidado, ten más cuidado —dijo Shizuka, cogiendo la bandeja.

—¡Prima! —exclamó Yuki—. ¡Qué alegría verte!

Tenía un rostro expresivo, con ojos oscuros y cejas pobladas. No era hermosa, pero estaba llena de vida y energía. Su cabello era denso, y lo llevaba en trenzas.

—Madre ha dicho que tenías hambre. Hemos estado haciendo bolas de arroz rellenas. Toma, come. Ésta lleva ciruela salada y esta otra, pulpo seco.

Shizuka se hincó de rodillas y colocó la bandeja en el suelo. Yuki, arrodillada a su lado, aguardó con paciencia apenas contenida a que Shizuka terminara de comer; luego agarró una bola de arroz y se la metió a presión en la boca. Casi de inmediato se puso en pie de un salto y anunció que traería el té y, al salir corriendo de la habitación, se chocó con su madre. Seiko se las arregló a duras penas para rescatar la bandeja, cargada de platos y tazas; la colocó en el suelo y propinó una bofetada a su hija.

—Ve a decirle a tu padre que su sobrina está aquí —chilló—, y a ver si aprendes a moverte como es debido en una niña. Me desespera —se lamentó a Shizuka—. A veces creo que está poseída. Por descontado, su padre la consiente en todo. Lamenta que no sea un chico, y la trata como si lo fuera. Pero cuando crezca no va a ser un hombre, ¿verdad? Será una mujer, y tiene que aprender a comportarse como tal. Sigue mi consejo, Shizuka: si alguna vez tienes hijos, procura que sean varones.

—Ojalá pudiera elegir —comentó Shizuka con el rostro serio. Tomó el cuenco de té y bebió la infusión.

—Las simientes pueden eliminarse —comentó Seiko, haciendo referencia a la práctica común entre los aldeanos de dejar morir a los recién nacidos, sobre todo si ya tenían varias hijas.

—Pero los hijos de la Tribu son valorados por igual —respondió Shizuka—, las niñas igual que los varones.

De pronto sintió frío y ganas de vomitar. Un año atrás Seiko le había dado a beber una infusión de hierbas en aquella misma casa. Al acordarse, cada fibra de su cuerpo se estremeció.

—A condición de que tengan talento y sean obedientes —replicó Seiko con un suspiro.

Escucharon las pisadas de Yuki, que martilleaban por el patio como los cascos de un poni. La niña se detuvo abruptamente y se descalzó las sandalias en el entarimado de la veranda con exagerado recato. Entró en la habitación, hizo una reverencia a Shizuka y, empleando un lenguaje formal, anunció:

—Mi padre te atenderá en breve.

—Muy bien —dijo Seiko con aprobación—. Cuando quieres, sabes comportarte correctamente. Sé como tu prima. Observa lo guapa que está, la ropa tan elegante que viste. ¿Sabes una cosa? Con sus encantos, ha cautivado el corazón de un poderoso guerrero. Es imposible adivinar que tiene la inclemencia y la habilidad para la lucha propias de un hombre.

—¡Ojalá yo fuera un chico! —dijo Yuki a Shizuka.

—Si te soy sincera, yo también lo deseaba cuando tenía tu edad —respondió su prima—. Pero ya que nuestro destino ha sido nacer con un cuerpo de mujer, debemos sacar el mejor partido. Da gracias por haber nacido en la Tribu. Si te aplicas en los estudios y entrenas con empeño, tendrás una vida mejor que cualquier mujer de la casta de los guerreros.

"Y si eres obediente y haces exactamente lo que te manden", pensó para sí Shizuka.

—Este verano me marcho de aquí —anunció Yuki mientras los ojos le brillaban—. Voy a instalarme con mis abuelos, en la aldea secreta.

—¡Tendrás que portarte bien cuando estés allí! —le advirtió su madre—. No podrás acudir a tu padre cada vez que te quieras salir con la tuya.

—Será muy bueno para Yuki —comentó Shizuka, recordando los años que ella misma había pasado en Kagemura, la aldea de la Tribu situada en las montañas a espaldas de Yamagata, donde desarrolló su talento natural y adquirió las dotes extraordinarias propias de la Tribu—. Tiene un gran futuro por delante.

Incluso antes de acabar de hablar, Shizuka se arrepintió. Tuvo una premonición, como si estuviera tentando al destino. Temía que la vida de Yuki fuera, en efecto, demasiado corta.

—Ten cuidado —añadió, al tiempo que escuchaba los pasos de su tío en la veranda.

—Desconoce esa palabra —gruñó Seiko, pero cogió la mano de Yuki con afecto y la acarició; luego, sacó a su hija de la habitación. En ese momento Shizuka entendió que Seiko, a pesar de sus reproches, amaba a su hija tan profundamente como lo hacía su marido.

—Bienvenida, Shizuka; ha pasado mucho tiempo —dijo su tío, empleando el saludo habitual de manera mecánica—. Confío en que te encuentres bien de salud.

Kenji paseó la vista por su sobrina y ésta notó que era capaz de adivinarlo todo acerca de ella. Le devolvió la mirada con sus ojos entrenados para apreciar los más mínimos cambios en la expresión y la conducta, para descifrar el lenguaje del cuerpo, lo que resultaba especialmente difícil en el caso de su tío, ya que era un auténtico experto a la hora de enmascararse a sí mismo y adoptar cualquier otra personalidad.

—Vayamos más adentro —indicó él—. Nadie nos oirá ni nos molestará.

En el centro de la vivienda había una habitación secreta, oculta tras un tabique falso que se movía girando uno de los tachones decorados de las vigas. Kenji apartó el tabique hacia un lado sin esfuerzo y volvió a colocarlo desde el interior. Encajó a la perfección sin apenas hacer ruido. La habitación era estrecha y la luz, taciturna. Kenji se acomodó en el suelo con las piernas cruzadas, y Shizuka se arrodilló enfrente. Él sacó un pequeño paquete de la pechera de su túnica y lo colocó en el suelo.

—Éste es un documento de importancia excepcional —anunció—. Acabo de traerlo yo mismo desde Inuyama. Se trata de una carta de Sadamu a Noguchi Masayoshi. Se supone que no debo enterarme del contenido, pero, naturalmente, he abierto la carta y la he leído. Tienes que dársela a Kuroda Shintaro, únicamente. Él se encargará de entregársela al señor Noguchi.

Shizuka hizo una leve reverencia.

—¿Se me permite conocer el mensaje?

Kenji no respondió directamente.

—¿Cómo van las cosas entre tú y Arai?

—Creo que me ama —dijo ella en voz baja—. Se fía de mí por completo.

—Muy satisfactorio —repuso Kenji—. Por descontado, nadie imaginaba que esto iba a suceder cuando te enviamos a Kumamoto; pero no podía haber salido mejor. ¡Bien hecho!

—Gracias, tío Kenji.

—¿Y tú? Confío, por supuesto, en que no vayas a perder la cabeza por él.

—Puede que exista algún peligro —admitió Shizuka—. Es imposible no corresponder a un hombre que te ama.

Kenji soltó un bufido de desprecio.

—Ten cuidado. Puede que Arai se vuelva contra ti con tanta rapidez como se enamoró, sobre todo si piensa que le engañas o por alguna razón se siente ofendido. Es un idiota tan grande como cualquier otro guerrero.

—No, no es ningún idiota —replicó ella—. Es irascible e impulsivo, pero tiene una mente astuta y mucha valentía.

—Bueno, el caso es que su coqueteo con Otori Shigeru ha irritado a Sadamu sobremanera. Debes aconsejarle que se mantenga apartado de los Otori y haga una declaración manifiesta de su apoyo a los Tohan; de lo contrario, el año que viene, por estas mismas fechas, se encontrará despojado de su posición, si es que sigue vivo.

—Entonces, ¿Iida declarará la guerra a los Otori este mismo año?

—A partir de ahora, puede declararla en cualquier momento. Avanzará hasta el este del País Medio en cuanto el caudal del río Chigawa aminore; imagino que dentro de unas tres o cuatro semanas. El informe que enviaste el año pasado sobre los encuentros de Shigeru con Arai y con la señora Maruyama ofreció a Sadamu la excusa que necesitaba para atacar sin previo aviso. Declarará que los Otori le provocaron y que ellos mismos se estaban preparando para una guerra contra los Tohan. Todo el mundo sabe que Shigeru ha estado reuniendo tropas durante los últimos meses. —Kenji dio unos golpecitos en el paquete—. Pero tu informe hizo que Sadamu se detuviese a pensar sobre los territorios del oeste y el sur. En primer lugar solicitó el apoyo de Shirakawa, confiando en que acogiera a los Tohan para un ataque en la retaguardia; pero Shirakawa es un pusilánime y prefiere esperar a ver en qué dirección corre el viento antes de tomar una decisión, e Iida necesita un aliado firme en el sur. De ahí esta carta —Kenji esbozó una sonrisa no exenta de regocijo, aunque en su voz se apreciaba una insólita nota de pesar—. Me encanta la traición —comentó con voz plácida—, sobre todo entre la casta de los guerreros, que tanto hablan de lealtad y de honor.

—Sin embargo, se comenta que el señor Shigeru es un hombre honorable. ¿Le conoces?

Shizuka nunca había visto a su tío tan incómodo. Kenji frunció el ceño y se dio unas palmadas en la pierna con ademán impaciente.

—Pues sí, le conozco. Hay algo en él... En fin, no tiene sentido hablar de ello.

—Juré al señor Otori que no le traicionaría, pero no cumplí con mi palabra —dijo Shizuka. Deseaba añadir más, si bien no era capaz de expresar sus sentimientos; en realidad, tampoco estaba segura de cuáles eran esos sentimientos. Sabía que Shigeru estaba condenado por la carta que yacía en el suelo junto a ella, y no podía evitar entristecerse. Le había agradado lo que había visto en el heredero de los Otori; la gente le elogiaba y Shizuka sabía que muchos en Yamagata y Chigawa tenían puestas en él sus esperanzas de una existencia pacífica y segura. Las vidas de esas personas serían mucho más desventuradas bajo el gobierno de los Tohan.

Shizuka había entrado en el mundo de Shigeru y le había formulado un juramento de acuerdo con los códigos que regían ese mundo. Él ignoraba que ella procedía de la Tribu, cuyos miembros desconocían los vínculos trabados por medio de juramentos y sólo respondían ante sí mismos. Su traición no era grave, tal vez; pero de todas formas la incomodaba. Había sido obediente a la Tribu, pero si hubiera podido seguir sus propias inclinaciones...

Kenji la observaba con atención.

—No te dejes seducir por los guerreros —advirtió—. Sé que sus creencias y sus vidas tienen cierto atractivo: todo ese discurso de honor y carácter, de valor físico y moral; los clanes, los antiguos linajes con sus blasones, sus sables y sus héroes. Pero la mayoría de los guerreros no son más que matones y buscabullas, por lo general cobardes; y los que carecen de cobardía están enamorados de la muerte.

—La Tribu me envió a vivir entre ellos —respondió Shizuka—. Hasta cierto punto, tengo que aceptar sus creencias.

—Tienes que "fingir" que las aceptas —corrigió Kenji—. Contamos con tu obediencia por encima de todo.

—Desde luego, tío Kenji; eso está fuera de toda duda.

—Estamos de acuerdo —repuso él—. Aún eres joven y estás en una situación peligrosa. Sé que cuentas con habilidades para sobrevivir, pero sólo si dejas a un lado tus sentimientos. —Hizo una pausa, y luego prosiguió:— Sobre todo, ahora que esperas un hijo de Arai.

A pesar de sí misma, Shizuka se sobresaltó.

—¿Tan evidente resulta? Todavía no se lo he contado a nadie, ni siquiera a él. Pensé que debía decírtelo a ti primero en caso de que...

Shizuka sabía que si no le convenía a la Tribu, la obligarían a librarse del niño, como ya había sucedido con antelación. Su tía Seiko, al igual que todas las mujeres de la organización, conocía muchas maneras de provocar un aborto. Le daría la infusión inmediatamente, y el niño habría desaparecido para la caída de la noche. Notó que los músculos del vientre se le agarrotaban de miedo.

—Normalmente, como sabes, no somos partidarios de la mezcla de sangres —dijo Kenji—; pero veo muchas ventajas en que tengas un hijo de Arai. Ciertamente, te proporcionará una relación duradera con él, incluso después de que vuestra pasión mutua desaparezca; sí, créeme, desaparecerá. Pero lo más importante es que heredará tus dotes extraordinarias, y la Tribu las necesita —Kenji exhaló un suspiro—. Da la impresión de que nos vamos extinguiendo poco a poco. Cada año nacen menos niños, y sólo un puñado de ellos muestra auténticos poderes. Están muriendo personas cuya ausencia no nos podemos permitir: tu padre, Kikuta Isamu... Isamu no tuvo hijos; tu padre y yo, sólo uno... No debemos librarnos de más niños; cualquier sangre procedente de la Tribu ha de ser conservada. Así que ten este hijo, y otros más. Arai estará encantado y la Tribu también, siempre que tengas presente dónde se encuentran tus lealtades, y a quién pertenece el niño en última instancia.

—Me das una alegría. Deseo este hijo con todas mis fuerzas.

Durante unos segundos, una expresión de afecto parpadeó en el rostro de Kenji, suavizándolo.

—¿Cuándo nacerá?

—A principios del décimo mes.

—Bueno, cuídate. Después de esta misión procuraré no pedirte nada demasiado difícil. Sólo las habituales conversaciones de cama con tu guerrero, que evidentemente no deben resultarte desagradables.

Mientras Shizuka recogía el paquete del suelo y lo introducía en el interior de su túnica, dijo:

—¿Qué le pasó a Isamu? Nadie ha vuelto a hablar de él.

—Está muerto —se limitó a responder Kenji—. No sé nada más.

Por su tono de voz, Shizuka entendió que no tenía sentido insistir. Dejó el asunto de lado, aunque no lo olvidó.

—¿Dónde tengo que entregar la carta? —preguntó.

—Puedes alojarte en Noguchi, en la posada cercana al puente; la dirige la familia Kuroda. Kuroda Shintaro se pondrá en contacto contigo allí mismo. No le des la carta a nadie más que a él. Otra terrible lástima. Shintaro, el asesino más competente de los Tres Países, tampoco tiene hijos.

Shizuka deseaba seguir formulando preguntas, por ejemplo sobre el contenido exacto de la carta; pero decidió que prefería no enterarse de la razón por la que Iida Sadamu escribía al señor Noguchi o qué le ofrecía. Obedecería a su tío y entregaría el mensaje según lo acordado, aunque no pudo evitar acordarse de los hermanos Otori y de su joven acompañante, Mori Kiyoshige; recordó sus miradas de admiración hacia ella y sintió lástima.

—¿Dónde tendrá lugar esa batalla? —preguntó.

—Casi con seguridad, en la llanura de Yaegahara.

29

Aquel año la primavera llegó con retraso a los Tres Países. Cuando por fin se produjo el deshielo, trajo consigo toda clase de inundaciones, desbordamientos de ríos y destrucción de puentes, lo que obstaculizaba el desplazamiento de los ejércitos y la comunicación entre aliados.

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