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Authors: Mike Resnick

Tags: #Ciencia Ficción

Starship: Pirata (10 page)

BOOK: Starship: Pirata
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—Pues muy bien, empezaremos por las cocinas. Si estás en lo cierto, te daremos un puñado de diamantes como propina antes de dejarte donde sea.

El muchacho lo miró con curiosidad.

—¿De verdad?

—Acabo de decírtelo —le respondió Cole.

—Esteban Morales.

—¿Disculpa?

—Así es como me llamo… Esteban Morales. —Calló por unos instantes—. ¿Su oferta aún está vigente?

—¿Cuál de ellas?

—La de unirme a su tripulación —dijo Morales—. Podría llegar a serle muy útil.

—Te escucho.

—Conozco todos los lugares adonde solía ir la
Aquiles
. Todos los planetas donde podíamos refugiarnos, todas las personas con las que el capitán Windsail solía hacer tratos.

—Queda contratado, Morales —dijo Cole. Llevó la mano al comunicador que llevaba sujeto al hombro y lo tocó—. Christine, el tiroteo ha terminado. Dígale a Briggs que reúna un grupo de seis o siete y que vengan aquí.

—¿Tendrán que retirar los cadáveres, señor? —preguntó Christine Mobya.

—Retirarán los cadáveres de los nuestros —respondió Cole—. Que vengan con aerotrineos y bolsas para cadáveres. Me encargaré de la ceremonia fúnebre en cuanto los hayan llevado a la nave. Y dígale a Briggs que empiecen a buscar el tesoro en las cocinas. Tienen que encontrar diamantes en bruto, unos cuatrocientos, y también varias joyas, sobre las que no dispongo de mayor información.

—¿Cuatrocientos diamantes? —dijo ella—. No está mal para un día de trabajo.

—Además, nuestra tripulación contará con un nuevo miembro, humano, de sexo masculino. Se llama Esteban Morales. Asígnele un camarote y que Sharon se encargue de registrar su voz, huellas dactilares y retinas en el ordenador, para que pueda abrir y cerrar lo que le corresponda.

—Recibido.

—Luego busquen el planeta más cercano donde se encuentren servicios médicos, y que Sokolov se ponga al mando de una lanzadera espacial y lleve a Chadwick.

—¿Y si tiene que esperar allí? —preguntó Christine.

—Habremos vuelto todos a la
Teddy R
. antes de que Sokolov llegue al hospital, así que ordénele que contacte conmigo tan pronto como le digan algo.

—Sí, señor. ¿Algo más?

—Ahora mismo, no. Pero que Briggs y su equipo acudan lo antes posible. Lo más probable es que la
Aquiles
no fuese la única nave espacial que ha oído el SOS, y, mientras sigamos acoplados a ella, seremos vulnerables.

Interrumpió las comunicaciones y se volvió hacia Morales.

—Vamos a ver cómo están sus compañeros.

—Están todos muertos.

—Seguramente sí, pero no nos pasará nada por comprobarlo. Si alguno de ellos estuviera ligeramente vivo, lo meteríamos en esa lanzadera que llevará a mi hombre al hospital.

—Es usted un pirata muy extraño, señor.

—Me lo voy a tomar como un cumplido —dijo Cole, y se acercó a los cuerpos que yacían en el hangar y los examinó. Estaban muertos los tres. Luego, acompañado por Morales, regresó a la sala de controles. Los otros dos piratas estaban muertos. También lo estaba el alférez Anders de la
Theodore Roosevelt
.

Malcolm Briggs apareció al cabo de un momento con cinco tripulantes.

—Briggs, le presento a Morales, que acaba de unirse a nuestra tripulación. Morales, acompáñeles a la cocina —dijo Cole—. Braxite, deposite los cadáveres de nuestros compañeros en las bolsas. —Morales los guió hasta las cocinas de la
Aquiles
y luego volvió sin compañía a la sala de controles.

Al cabo de cinco minutos, Christine Mboya contactó con Cole y le dijo que la lanzadera había partido en dirección al único hospital de Sófocles, un planeta agrícola que se encontraba a nueve años luz de allí. Al cabo de otros diez minutos, Briggs lanzó un grito de triunfo. Cole supo que habían encontrado los diamantes y las joyas.

—Eso es todo —dijo Cole—. Transportemos el tesoro y los muertos hasta la
Teddy R
.

—¿No quiere ver los diamantes? —preguntó Morales.

—Ya tendremos tiempo para admirarnos del botín cuando nos hayamos separado de la
Aquiles
—dijo Cole—. Y, además, usted tiene trabajo por hacer.

—¿Ah, sí?

Cole asintió.

—Quiero los nombres y las ubicaciones de los planetas donde podremos aterrizar sin problemas. Y, sobre todo, necesito que me diga el nombre del perista de Windsail.

—¿De su perista, señor?

—Dos miembros de nuestra tripulación han muerto, y un tercero ha acabado en el hospital por esos diamantes —dijo Cole—. Espero que saquemos de todo esto algún beneficio que nos compense por lo que hemos sacrificado.

Capítulo 8

—Ya hemos contado los diamantes, capitán —dijo Christine Mboya.

—¿Y?

—Cuatrocientos dieciséis, todos sin tallar. En su mayoría, son bastante grandes. Es como si hubieran dejado los pequeños para pasar a recogerlos cuando hubiesen crecido. —Calló por unos instantes—. También tenemos un anillo con un rubí, un par de pendientes, un collar de oro y diamantes, una diadema de oro con setenta y cinco gemas, un brazalete de oro con incrustaciones de piedras desconocidas, y un anillo con un diamante, más grande que los otros que aún no están tallados.

—Bueno, por algo se empieza —dijo Cole—. Creo que habríamos ganado más si hubiésemos asaltado una nave de carga, o incluso a uno de los grandes joyeros de la República, pero, de esta manera, no ha habido civiles inocentes que sufrieran daños colaterales, y no hemos matado a nadie que previamente no hubiese tratado de matarnos a nosotros.

—Puede que el botín más valioso haya sido Morales —dijo ella—. Rachel Marcos se ha hecho cargo de su interrogatorio y llevan dos horas de conversación. La coronel Blacksmith lo ha registrado todo en su ordenador. Una vez que haya clasificado la información, introduciré en la computadora todos los datos acerca de mundos amistosos y rutas comerciales aprovechables.

—¿Rachel Marcos? —dijo Cole sorprendido—. Sé que sólo nos queda una mínima tripulación de treinta y dos miembros… y ahora ya son veintinueve… pero Rachel Marcos debe de ocupar el vigésimo quinto puesto en el escalafón.

Christine sonrió.

—A los hombres les gusta hablar con ella. ¿No se había dado cuenta?

—A los hombres les gustaría arrojarse sobre ella —respondió secamente Cole—. No sabía que estuvieran hablando.

—Está bien protegida —le aseguró Christine—. Pampas la ha acompañado.

—Sí, con eso bastará —dijo Cole—. Siempre que no sea Pampas el primero en arrojarse sobre ella.

—No lo hará —dijo la voz de Sharon Blacksmith—. Los observo cual halcón.

—Los halcones se extinguieron hace dos mil años —dijo Cole.

—Pues muy bien —se corrigió Sharon—, los observo como la mejor directora de Seguridad del ramo. Y, desde esta mañana, nuestra tripulación cuenta sólo con veintiocho miembros. Tres han muerto y Luthor está en el hospital.

—Quiero que le proporcionen la mejor asistencia médica de la que dispongan —dijo Cole—. Es el hombre que me abrió las puertas de la celda cuando su trabajo era impedirme que escapara. Por otra parte —prosiguió—, hemos añadido a Esteban Morales a la tripulación. Con él, somos veintinueve, en una nave pensada para transportar a sesenta y cuatro.

—Esteban Morales se afeita desde hace muy poco —dijo Sharon—. Una vez que nos haya contado todo lo que sabe sobre el oficio de la piratería, ¿qué más podrá hacer?

—Ya lo descubriremos —le respondió Cole—. ¡Qué diablos! ¿Qué sabíamos hacer cualquiera de nosotros a esa edad? Si necesita que lo entrenen, yo mismo lo entrenaré.

—Podríamos encerrarlo en un camarote con Rachel y ver cuál de los dos se rinde primero.

—Podríamos mandárselo a la directora de Seguridad cuando el capitán no quiera que lo molesten —replicó Cole con una sonrisa.

—Sólo tiene dieciocho años —dijo Sharon—. Pero quizá ya sea viejo cuando llegue ese feliz día.

—Yo no tendría que oír esta conversación —dijo Christine.

—Usted es la segunda oficial —respondió Cole—. Nadie le prometió que este oficio consistiera sólo en matar a los malos y quitarles el dinero. También tiene que aprender a bregar con problemas de verdad.

Por un momento pareció que Christine iba a responder en serio. Luego recapacitó y se puso de nuevo a trabajar con sus ordenadores.

—Un minuto —dijo Sharon. Se hizo un momento de silencio—. Christine, averigüe el nombre oficial de un planeta llamado Meandro-en-el-Río, conéctelo al ordenador de navegación y dígale a Wkaxgini que ése es nuestro destino.

—¿Es allí donde se encuentra el perista de Windsail? —preguntó Cole.

—Sí —dijo Sharon—. Según Morales, ese tío no era sólo el perista de Windsail. Es el principal perista de la Frontera Interior.

—¿Tiene nombre?

—Dada su profesión, lo más probable es que se llame de veinte maneras distintas, pero Morales dice que lo conocen como la Anguila.

—¡Anda ya! —dijo Cole—. La Anguila no es ningún nombre.

—Alto —dijo Sharon—. Eso es lo mismo que dijeron Rachel y Toro. Clarificación: Windsail lo llamaba la Anguila, pero sólo cuando hablaba con su tripulación, nunca a la cara. Su nombre, por lo menos el que Morales conocía, es David Copperfield. No te rías.

—¿Qué gracia puede tener ese nombre? —preguntó Christine, al ver que Cole se esforzaba por reprimir una amplia sonrisa.

—Es un personaje de ficción.

—No lo conozco.

—Procede de un libro que se escribió más de mil años antes de la Era Galáctica —respondió Cole—. Podría ser peor. Al menos, tendremos que tratar con una persona que lee.

—¡Yo también leo, señor! —dijo Christine con vehemencia.

—Retiro lo dicho —dijo Cole—. Al menos, tendremos que tratar con un hombre que lee clásicos de cuando los seres humanos vivían en la Tierra. Y ya no quedamos muchos. ¿Así está mejor?

—Disculpe, señor. Yo no tenía ningún derecho a protestar por sus palabras —le respondió Christine.

—Ahora ya no estamos en la Armada y todavía no hemos escrito las ordenanzas para piratas.

—¿Y el código ese que decía que los piratas no son inocentes? —preguntó la voz de Sharon.

—Se aplica a todos los piratas, excepto a nosotros —respondio Cole—. Y, además, se trata de una directriz, no de una ordenanza.

—¿Señor? —dijo súbitamente Christine.

—¿Qué sucede?

—El ordenador dice que existen dos planetas llamados Meandro-en-el-Río —dijo ella, con el ceño fruncido—. Los dos son de tipo terrestre.

—Pues claro —dijo Cole—. ¿Acaso un alienígena le daría un nombre terrestre a su planeta? Está bien, conécteme con Morales por audio y vídeo.

De pronto apareció la imagen de Morales, Rachel y Pampas, sentados todos ellos en torno a una mesa pequeña.

—Siento interrumpirles —dijo Cole—, pero es que necesitamos una aclaración. Hay dos planetas que se llaman Meandroen-el-Río. ¿Podría decirnos de cuál de los dos se trata, Morales?

—El que yo digo tenía casquetes polares —le respondió Morales—. Recuerdo que los veía cada vez que nos acercábamos a él.

—¿Christine? —dijo Cole.

Christine consultó los ordenadores y luego negó con la cabeza.

—Ambos tienen casquetes polares, señor.

—¿Qué más podría decirnos, Morales? —preguntó Cole—. ¿Sabe el nombre de su sistema solar?

—No —dijo Morales. Agachó la cabeza, inmerso en sus esfuerzos por recordar, y luego, de pronto, volvió a levantarla—. Recuerdo que tenía cuatro satélites. ¿Eso les sirve de algo?

—Espero que sí —dijo Cole. Se volvió de nuevo hacia Christine—. ¿Nos sirve de algo?

—Sí, señor —dijo ella—. El otro Meandro-en-el-Río tiene un único satélite. El que nos interesa es Beta Gambanelli II.

—Pues muy bien. Rachel y Toro, ya vuelven a tenerlo sólo para ustedes. —Cole le hizo un gesto con la cabeza a Christine, que cortó la conexión—. Beta Gambanelli —murmuró, pensativo—. Hace varios siglos hubo un oficial del Cuerpo de Pioneros que se llamaba Gambanelli. No recuerdo qué diablos hizo, pero había una estatua de él en Spica II. Me pregunto si será el mismo.

—Puedo averiguarlo, señor.

—Da igual. Introduzca las coordenadas y dígale al piloto que nos lleve hasta allí.

—¿A la máxima velocidad, señor?

—Calcule el combustible que llevamos y decídalo usted misma. Luego, contacte con el hospital donde se encuentra Chadwick y pregúnteles cuánto tiempo va a tardar en recuperarse, y cuándo podrá salir.

—Estaba muy mal, señor —dijo Christine—. Quizá tengan que implantarle unos tímpanos nuevos… artificiales, o clonados a partir de los restos de los originales.

—Eso debe de ser caro —dijo Cole.

—Resultó herido en el cumplimiento de su deber —dijo Christine—. Me imagino que la
Teddy R
. pagará por la operación.

—La
Teddy R
. es la nave más buscada en esta galaxia del diablo —respondió Cole—. Por supuesto que pagaremos el tratamiento de Chadwick, pero no directamente. A la República no le saldría a cuenta buscarnos a ciegas por toda la Frontera Interior, pero, si saben dónde estamos, puedes apostar a que mandarán una o dos naves de guerra a perseguirnos.

—Eso no se me había ocurrido, señor —reconoció Christine. Y añadió—: ¿Quiere que, después de mandarle las coordenadas a Wkaxgini, trate de descubrir quién es realmente David Copperfield?

—¿Para qué nos vamos a molestar? —respondió Cole—. No nos importa quién fuera hace diez o veinte años. Aquí se llama David Copperfield, y ésa es la persona con quien tendremos que tratar. —Se echó a andar en dirección al aeroascensor—. Si alguien me busca, estoy en la cantina. Me voy a tomar un café.

—Podríamos ordenar que le trajeran el café al puente, señor —ofreció Christine.

Cole negó con la cabeza.

—No. Aquí no hago más que ir de un lado para otro. Vamos a ver… son las catorce horas. Eso significa que aún estamos en el turno blanco, y que aún va a estar un par de horas al mando. Vendré a relevarla cuando empiece el turno azul.

Cole bajó en aeroascensor hasta la cantina, encontró a Forrice sentado a una de las mesas —se estaba tomando un brebaje verde y burbujeante— y se sentó con él.

—¿Cómo va todo? —preguntó Cole.

—He preparado la
Aquiles
para que se autodestruya dentro de diez minutos. Ya estamos a varios años luz de distancia, por lo que ni siquiera alcanzaremos a divisar la explosión. Pero será suficiente para todas las almas bienintencionadas que vayan hacia ese punto en respuesta a nuestro SOS. Verán los restos de la nave en el lugar de donde partió el mensaje y me imagino que no se detendrán allí para examinar si se trata del
Samarcanda
, o como diablos nos llamáramos. —Calló por unos instantes—. No se les ocurrirá que hayamos sido capaces de destruir una nave que también habríamos podido vender, y sólo para que nos perdieran la pista… pero, para estar todavía más seguros, le he ordenado a Aceitoso que quitara todos los nombres, números e insignias de la
Aquiles
antes de que nos marcháramos.

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