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Authors: Mike Resnick

Tags: #Ciencia Ficción

Starship: Pirata (7 page)

BOOK: Starship: Pirata
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—Estamos conectados por telepatía. No necesita órganos sensoriales porque se sirve de los míos.

—Pues la verdad es que nunca le había preguntado por esas cuestiones. Dígame, ¿usted y su simbionte discuten?

—Somos simbiontes, señor —respondió Aceitoso, como si con ello lo explicara todo.

—Bueno, ya se lo he dicho, quiero que para entonces estén dentro de la nave, para que ni el gorib ni usted sufran por culpa de las explosiones. En cuanto hayan regresado, aguarden mi señal.

—Sí, señor. ¿Tiene algo más que decirme, señor?

—No —dijo Cole. Y entonces, a continuación, se corrigió—: Sí.

—¿Señor…?

—¿Su gorib tiene algún nombre?

—Usted no podría pronunciarlo, señor.

—¿Está seguro?

—Usted no puede pronunciar mi nombre, señor, y los demás tampoco. Si quiere dirigirse a mi gorib, llámelo Aceitoso.

—Yo lo llamo Aceitoso a usted.

—Somos simbiontes.

Cole tuvo la sensación de que todo lo que discutiera acerca del gorib terminaría con la misma respuesta, y por ello dejó a Pampas y a Aceitoso, y se marchó a la cantina. Todas las mesas estaban vacías excepto dos, y se sentó en una esquina y pidió un café y un bocadillo. Otro de los que cenaban allí, alto, delgado, joven, con el cabello rubio y casi al cero, se levantó y fue hacia él. Llevaba en las manos la bebida y lo que quedaba de un postre más bien soso.

—¿Le importa que me siente con usted, señor? —preguntó Luthor Chadwick.

—El hombre que me sacó de la cárcel puede sentarse conmigo siempre que quiera —le respondió Cole.

—La nave entera le sacó de la cárcel, señor.

—Pero el vigilante del presidio que tenía el código de las cerraduras era usted. ¿Qué puedo hacer por usted, Chadwick?

—Quiero expresarle mi agradecimiento por la oportunidad que me ha brindado, señor.

—¿La oportunidad de unirse a una nave de proscritos perseguida tanto por la República como por la Federación Teroni? —dijo Cole, sonriente—. Parece que es muy fácil satisfacerle.

—No, señor —dijo Chadwick, con expresión seria—. Me refería a la oportunidad de entrar en el grupo de abordaje.

—No es un gran honor. Serán los primeros en morir si algo sale mal.

—Es que tenía la sensación de no merecerme la soldada… —empezó a decir Chadwick.

—Usted no cobra ninguna soldada —lo interrumpió Cole.

—Me refiero a mis gastos de manutención, señor —se corrigió Chadwick—. Viajamos con una tripulación de treinta y tres miembros, y el ayudante de la directora de Seguridad no tiene mucho que hacer, sobre todo cuando la coronel Blacksmith está en activo. Es tan competente y tiene un control tan grande sobre todas las cuestiones que me sentía completamente inútil, señor, y me alegro de que por fin se me confíe una tarea.

—Tal vez no piense lo mismo cuando empiecen los disparos —dijo Cole.

—Lo dudo, señor.

—Ándese con cuidado, Chadwick —dijo Cole—. Viajamos con un contingente que no llega ni a la mitad del que sería habitual. Mi nave pirata no transporta nada que valga tanto como la vida de cualquiera de ustedes. Si la situación pinta mal, si se huelen una trampa, si por un motivo u otro piensan que hemos mordido más de lo que podemos tragar, recomiendo vivamente que el grupo de abordaje abandone de inmediato la nave pirata y reserve sus vidas para luchar otro día.

Chadwick sonrió.

—Eso mismo me ha dicho el comandante Forrice hace menos de media hora, señor.

—Y eso demuestra que incluso un molario testarudo y sarcástico es capaz de aprender —dijo Cole.

—Ustedes dos llevan mucho tiempo juntos, ¿verdad? —preguntó Chadwick.

—En unas épocas hemos estado juntos y en otras no —dijo Cole—. Pero hace años que nos conocemos. Debe de ser el mejor amigo que tengo. A duras penas llego a entender al ochenta por ciento de los alienígenas a los que conozco, incluidos algunos de los que viajan en esta nave, pero Forrice es como un hermano. Igual que todos los molarios, ¡qué diablos! En algunos aspectos son más humanos que los propios humanos.

—Eso ya lo había notado, señor —dijo Chadwick—. Jamás he oído reír a ninguna otra criatura. Tan sólo a los humanos y a los molarios.

—Esperemos que todos los humanos y todos los molarios de la
Teddy R
. aún se rían mañana —dijo Cole.

—Pues claro que sí. Al fin y al cabo, tenemos con nosotros a Wilson Cole.

—Si llegara a creerme que ése es el verdadero motivo por el que esta tripulación está tan confiada, me volvería insoportable, incluso para ustedes —dijo Cole. Terminó de comerse el bocadillo y apuró el recipiente del café—. Voy al puente. Le recomiendo que trate de descansar. Puede que todavía tengan que pasar unas horas, e incluso un par de días hasta que aparezca alguien.

—Sí, señor —dijo Chadwick, y entonces se cuadró e hizo el saludo militar—. Y, una vez más, gracias, señor.

El joven se volvió y salió de la cantina. Cole adivinó que, en vez de dormir, se emocionaría y se pondría más tenso al pasar los minutos. Al fin, Cole se puso en pie, se dirigió al aeroascensor más cercano y subió al puente.

—¿Cuánto falta? —le preguntó a Christine Mboya.

—Tal vez unos diez minutos —dijo ella—. Wkaxgini me dice que llevamos un par de minutos frenando a velocidad sublumínica.

—No me había dado cuenta —dijo Cole.

—Y difícilmente se dará cuenta mientras sea yo quien pilote esta nave —dijo Wkaxgini desde la vaina del techo.

—Eso es lo que más me gusta en un piloto —dijo Cole—. La modestia. —Se volvió hacia Christine—. Su turno ha terminado. Puede marcharse a dormir.

—¡Pero si mi turno aún no ha terminado! —protestó ella.

—Pues como si hubiera terminado. —Se volvió hacia el intercomunicador—. Alférez Marcos, acuda al puente. —Se volvió hacia la teniente Domak—. ¿Cree que aguantará otras seis o siete horas? ¿O tiene necesidad de dormir o de comer?

—Soy perfectamente capaz de permanecer en mi puesto durante las próximas siete horas —respondió la polonoi.

—Estoy seguro de que sí… pero, de todas maneras, lo más probable es que no suceda nada. ¿Le apetecería descansar?

—¿Si me apetecería? —repitió Domak, con el ceño fruncido, como si no hubiera comprendido la palabra.

—Olvide la pregunta —le dijo Cole—. Quédese en su puesto. —De repente alzó la voz—. Seguridad, ¿está observando el puente?

—No hace falta que me grite —dijo la imagen de Sharon, que apareció al instante frente a él.

—¿Cómo marcha el grupo de abordaje? —preguntó, en el mismo momento en el que Rachel Marcos aparecía en el puente—. ¿Han seleccionado a todos sus miembros?

—A todos ellos.

—¿De cuántas razas distintas?

Domak, Christine y Rachel se volvieron de golpe, y lo miraron, intrigadas.

—De tres —respondió Sharon—. Cuatro humanos, Forrice y Jack.

—Prescinda de uno de los humanos y elija a un tripulante de otra raza.

—He elegido a los tripulantes más adecuados para esta misión —le respondió Sharon.

—No lo dudo, y no soy racista —le dijo Cole—. Pero no sabemos cuál es la raza que viajará en la nave a la que tratamos de engatusar. Lo más probable es que sean humanos, simplemente porque los humanos son lo que más abunda en la Frontera Interior. Pero, por si se tratara de otra raza, vamos a incrementar las probabilidades de que se encuentren con un colega en el grupo de abordaje. Así será más probable que dialoguen, en vez de disparar.

—Yo lo dudo —dijo Sharon.

—Si quiere que le diga la verdad, yo también lo dudo —le respondió Cole—. Pero tomar esa medida no nos hará ningún daño, e incluso puede que nos reporte alguna ventaja.

—Está bien —dijo Sharon—. Voy a dejar en la nave al teniente Sokolov, por si lo necesita.

—Ahora mismo, no. Dígale que dentro de seis horas va a reemplazar a la teniente Domak. En el caso de que esté despierto, mándelo entre tanto a la sección de Artillería para que ayude a Pampas. Quiero que Toro se ponga al frente del grupo de abordaje. Si Sokolov es capaz de terminar el trabajo, que sustituya a Toro, en vez de limitarse a ayudarle. Lo mismo con Braxite. Si no hace nada de importancia vital, mándelo a ayudar a Artillería.

—De acuerdo —dijo Sharon, e interrumpió la conexión.

—Rachel, encárguese de los ordenadores —dijo Cole—. Christine, lárguese del puente y váyase a dormir.

Rachel Marcos se sentó frente a los ordenadores y Christina Mboya suspiró, hizo una mueca y demostró con todos los recursos a su alcance que estaba descontenta por tener que marcharse. Finalmente, montó en el aeroascensor y se fue a su camarote.

—Sharon, ¿Aceitoso ya tiene la visualización del puente y la compuerta? —preguntó Cole, levantando la voz.

—No hace falta que me grite —dijo la imagen de Sharon, que había aparecido una vez más—. Vigilamos el puente en todo momento, incluso en los días en los que no contamos con encontrarnos en medio de una gran batalla. Y, en respuesta a su pregunta: sí, Aceitoso está viendo todo lo que sucede en el puente y en la compuerta.

—En algún momento tendrá que salir de la nave —dijo Cole—. Quiero que, en el mismo momento en el que regrese, pueda oírme desde cualquier lugar.

—Eso no será ningún problema.

—¿Está segura?

—Sí, estoy segura.

—Está bien, pues ya puede desaparecer.

La imagen de Sharon desapareció.

Al cabo de unos pocos minutos, Wkaxgini anunció que la nave se había detenido.

—Que empiece a dar vueltas —dijo Cole. Se volvió hacia Rachel—. Empiece a enviar la señal de SOS que se ha inventado Christine… la que dice que se nos ha parado el generador, los estabilizadores externos se han dañado y estamos indefensos. Y póngame con Odom.

La imagen de Mustafá Odom apareció al instante.

—Muy bien, Odom —dijo Cole—. Nos hemos detenido y damos vueltas sobre nosotros mismos. Creo que ha llegado la hora de desactivar el impulsor y activar los generadores de mantenimiento vital de emergencia de esta nave.

—Tardaré unos tres minutos en desconectar el generador —dijo Odom.

—¿Cuánto tiempo necesitaríamos para volver a conectarlo en caso de emergencia? —preguntó Cole.

—Quizás un minuto, pero, recuerde… tenemos que dejar de girar antes de ponernos en movimiento.

—Lo sé. Desactívelo ahora mismo, Odom.

Gracias al generador de mantenimiento vital de emergencia, no se produjo ningún cambio perceptible en el interior de la
Theodore Roosevelt
. Si no se hubiera encontrado con que las imágenes de una de las pantallas lo aturdían, Cole habría jurado que aún avanzaban por la Frontera.

—¿Cuánto tiempo piensa usted que tendrá que pasar, señor? —preguntó Rachel Marcos.

Cole se encogió de hombros.

—Más de una hora, menos de un día estándar.

—Me preguntó cómo serán —se preguntó.

—Codiciosos.

—Nosotros también lo somos —dijo Domak—. No nos diferenciaremos de ellos en nada.

—Sí habrá una diferencia —dijo Cole.

—¿Cuál es, señor?

—Si nosotros viéramos una nave que da vueltas en el espacio, indefensa —respondió Cole—, una nave que estuviera enviando un SOS, los ayudaríamos. Ellos vendrán a saquearnos.

—Entonces, es que no somos unos piratas muy eficientes —concluyó Domak, sin que en su fiero rostro se dibujara expresión alguna.

—Somos nuevos en este juego —le respondió Cole con desenfado—. Todavía estamos aprendiendo. —Calló por unos instantes y luego prosiguió, más en serio—: Pero si algún día llegáramos al punto de atacar y saquear una nave que ha enviado un SOS, no seríamos mejores que los piratas a los que queremos desvalijar. Y ese día esta nave podrá buscarse un nuevo capitán.

Domak calló, Rachel volvió a sus ordenadores, Wkaxgini permaneció en la cómoda distancia que lo separaba de todo lo demás, salvo del ordenador de navegación conectado con cables a su cerebro, y, al cabo de unos minutos, Cole se decidió a marcharse a la pequeña sala de estar para oficiales y relajarse. Solicitó un espectáculo musical, y debía de haber visto hasta la mitad cuando los cantantes y bailarines desaparecieron de pronto y los reemplazó el holograma de Sharon Blacksmith.

—¿El señor capitán tendría algún problema en venir cagando leches hasta el puente? —dijo.

—¿Qué sucede? —preguntó Cole.

—Que tenemos visita.

Capítulo 6

Las primeras palabras de Cole al salir al puente fueron:

—¿De qué clase de nave se trata?

—Clase LJD, señor —respondió Rachel.

—¿Armamento?

—El LJD es un yate espacial de lujo, señor. No lleva ninguna arma de por sí, pero han montado dos cañones de plasma en los costados del morro.

—¿Tienen movimiento rotatorio?

—Estoy segura de que podrán disparar en abanico —respondió Rachel—. Pero si lo que quiere usted saber es si pueden girar ciento ochenta grados, tengo que decirle que no lo sé.

—¿Y únicamente tienen dos cañones? —preguntó Cole—. ¿Estás segura?

—Sí, señor.

—¿Un yate de lujo? Les gustan las comodidades, eso está claro —dijo Cole—. Yo, en su lugar, habría acudido a una potencia derrotada como los sett, les habría comprado una nave militar con armamento pesado y blindaje, y la habría adaptado a las necesidades de mi tripulación. —Se volvió hacia Domak—. ¿Tenemos indicios de la clase de tripulación que transportan?

—Los sensores han detectado catorce formas de vida —respondió la polonoi—. Pero todavía no sé si… ¡un momento! Respiran oxígeno.

—¿Son humanos?

Domak se encogió de hombros.

—Bípedos. No voy a saber a qué raza pertenecen hasta que se hayan acercado un poco más.

—¿Sus cañones están a punto para disparar?

—Sí, señor.

De pronto, Christine Mboya apareció en el puente.

—He visto que habían llegado, señor. Solicito permiso para ocupar mi puesto de combate.

—Usted no tiene ningún puesto de combate —dijo Cole—. Es la segunda oficial, ¿se acuerda?

—Solicito permiso para ocupar mi antiguo puesto de combate —se corrigió Christine.

Cole calló durante unos segundos mientras se lo pensaba. Luego asintió con la cabeza.

—Puede marcharse, Rachel.

—Pero, señor… —protestó Rachel.

—No tengo tiempo para ponerme diplomático —dijo Cole—. Christine es la mejor en su especialidad, y ahora mismo nuestras vidas corren peligro. Ya nos ayudará de otra manera. Aceitoso tiene que bajar materiales a la bodega de las lanzaderas. Échele una mano. —Rachel lo miró como si estuviera a punto de llorar, y eso era lo último que le convenía a Cole en ese momento—. Este trabajo que le asigno ahora no es ordinario —le aseguró—. Si algo se le escapara de las manos, los piratas no tendrían ninguna necesidad de destruirnos. Lo habríamos hecho nosotros por ellos.

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