Read Una campaña civil Online

Authors: Lois McMaster Bujold

Tags: #Novela, Ciencia ficción

Una campaña civil (66 page)

BOOK: Una campaña civil
8.07Mb size Format: txt, pdf, ePub
ads

—¡Ack! —gritó Enrique, tratando de ponerse de puntillas para reducir la carnicería—. ¡Mis chicas! ¡Mis pobres chicas! ¡Miren dónde ponen los pies, asesinos despiadados!

La reina, que debido a su peso había tenido una trayectoria más corta, se escurrió debajo de la mesa.

—¿Qué son estas horribles cosas? —jadeó Muno, desde lo alto del taburete.

—Bichos venenosos —le dijo Martya con muy mala idea—. Nuevas armas secretas barrayaresas. Allá donde le toquen, la carne se le hinchará, se volverá negra y se le caerá a trozos.

Hizo el intento de introducir una cucaracha por los pantalones o el cuello de Muno, pero él la esquivó.

—¡No lo son! —negó Enrique indignado, de puntillas.

Gustioz estaba agachado, recogiendo furiosamente papeles y tratando de no tocar ni ser tocado por las cucarachas dispersas. Cuando se levantó, tenía la cara escarlata.

—¡Sargento! —gritó—. ¡Baje de ahí! ¡Tome al prisionero! Nos vamos ahora mismo.

Muno, recobrado de la sorpresa y un poco avergonzado por haber sido descubierto en retirada por su camarada, se bajó con cuidado del taburete y agarró a Enrique con un estilo más profesional de venga-conmigo. Sacó a Enrique por la puerta del laboratorio mientras Gustioz recogía los últimos papeles y los metía de cualquier manera en el clasificador.

—¿Qué hay de mi maleta! —se quejó Enrique, mientras Muno empezaba a arrastrarlo pasillo abajo.

—Le compraré un maldito cepillo de dientes en el espaciopuerto —jadeó Gustioz—. Y una muda de ropa. Lo pagaré de mi propio bolsillo. ¡Lo que sea, pero vámonos, vámonos!

Kareen y su hermana llegaron a la puerta a la vez, y tuvieron que cederse el paso. Llegaron dando tumbos al pasillo para ver cómo se llevaban a su futura fortuna biotécnica, todavía protestando y asegurando que las cucarachas mantequeras eran simbiontes inofensivos y benéficos.

—¡No podemos dejar que se lo lleven! —gritó Martya.

Varios frascos de manteca de cucaracha cayeron sobre Kareen mientras ésta recuperaba el equilibrio, y su contenido se le derramó sobre la cabeza y los hombros hasta que se estrellaron contra el suelo.

—¡Auugh!

Agarró un par de tarros de más de un kilo de peso y miró a los hombres. Apuntó a la nuca de Gustioz, sostuvo un frasco con la mano derecha y se dispuso a lanzarlo. Martya, que evitaba los frascos que caían de la otra pared, la miró con espanto, pero luego asintió y asió un proyectil similar.

—Preparadas —jadeó Kareen—. Apunten…

19

Los de SegImp no tardaron dos minutos en llegar a la residencia del lord Auditor Vorthys; tardaron casi cuatro minutos. Ekaterin, que había oído abrirse la puerta principal, se preguntó si sería grosero por su parte hacérselo notar al joven capitán de rostro adusto que subió las escaleras, seguido por un sargento grandullón y con cara de pocos amigos. No importaba: Vassily, acompañado por un Hugo cada vez más irritado, estaba todavía soltando amenazas e imprecaciones en vano a través de la puerta cerrada. En la habitación se había producido un largo silencio.

Ambos hombres se volvieron y contemplaron asombrados a los recién llegados.

—¿A quién ha llamado el niño? —murmuró Vassily.

El oficial de SegImp los ignoró a ambos, y se volvió para dirigir un educado saludo a tía Vorthys.

—Profesora Vorthys —saludó entonces a Ekaterin—. Señora Vorsoisson. Por favor, perdonen esta intrusión. Me informaron de que había un altercado aquí. Mi Señor Imperial solicita y exige que detenga a todos los presentes.

—Creo que comprendo, capitán, ah, Sphaleros, ¿no es así? —dijo la tía Vorthys débilmente.

—Sí, señora —inclinó la cabeza, y se volvió hacia Hugo y Vassily—. Identifíquense, por favor.

Hugo recuperó la voz primero.

—Me llamo Hugo Vorvayne. Soy el hermano mayor de esta señora —indicó a Ekaterin.

Vassily se puso automáticamente firmes, la mirada clavada en los ojos de Horus del cuello del capitán.

—Teniente Vassily Vorsoisson. Actualmente asignado a OrbTrafCon, río Fort Kithera. Soy el guardián de Nikki Vorsoisson. Capitán, lo siento mucho, pero me temo que ha habido una falsa alarma.

Hugo intervino, inquieto.

—Estoy seguro de que ha estado mal por su parte, pero sólo tiene nueve años, señor, y está preocupado por un asuntillo doméstico. No se trata de una verdadera emergencia. Lo obligaremos a pedir disculpas.

—Eso no es asunto mío, señor. Tengo mis órdenes.

Se volvió hacia la puerta, sacó un rollito de papel de la manga, miró la nota rápidamente garabateada, lo guardó, y dio un par de toquecitos a la madera.

—¿Señor Nikolai Vorsoisson?

—¿Quién es?

—Capitán Sphaleros, SegImp. Le pido que me acompañe.

La puerta se abrió. Nikki, con aspecto a la vez triunfante y aterrado, contempló primero al oficial y luego las armas letales que llevaba al cinto.

—Sí, señor —croó.

—Por favor, venga por aquí —indicó las escaleras; el sargento se hizo a un lado.

—¿Por qué me arrestan? —casi gimió Vassily—. ¡No he hecho nada malo!

—No está usted arrestado, señor —le explicó el capitán pacientemente—. Se le detiene para ser interrogado. —Se volvió hacia la tía Vorthys y añadió—: Usted, naturalmente, no está detenida, señora. Pero mi Señor Imperial le ruega encarecidamente que acompañe a su sobrina.

La tía Vorthys se llevó la mano a los labios, los ojos encendidos de curiosidad.

—Creo que lo haré, capitán. Gracias.

El capitán hizo un gesto al sargento, quien se apresuró a ofrecerle a la tía Vorthys el brazo para que bajara las escaleras. Nikki sorteó a Vassily y agarró la mano de Ekaterin con todas sus fuerzas.

—Pero —dijo Hugo—, pero, pero ¿
por qué
?

—No me han dicho por qué, señor —dijo el capitán, sin disculparse y sin ninguna preocupación. Se relajó lo suficiente para añadir—: Tendrá usted que preguntarlo cuando llegue, supongo.

Ekaterin y Nikki siguieron a la tía Vorthys y al sargento; Hugo y Vassily se unieron por fuerza al desfile. Al pie de las escaleras, Ekaterin vio que Nikki iba descalzo y gritó:

—¡Los zapatos! ¡Nikki!, ¿dónde están tus zapatos?

Hubo un breve retraso mientras ella rodeaba rápidamente las escaleras para encontrar un zapato bajo la comuconsola de su tía y el otro junto a la puerta de la cocina. Ekaterin los llevó en la mano mientras salían por la puerta.

Un gran aerocoche negro brillante, sin marcas, esperaba en la acera, aplastando con una esquina un pequeño lecho de margaritas y rozando con la otra un sicómoro. El sargento ayudó a las dos damas y a Nikki a subir al compartimento trasero, y se hizo a un lado para ver subir a Hugo y Vassily. El capitán se unió a ellos. El sargento se sentó en el compartimento delantero, junto al conductor, y el vehículo saltó bruscamente al aire, arrancando unas cuantas hojas y ramitas y trocitos de corteza del sicómoro. El aerocoche giró a toda velocidad, a una altitud reservada para los vehículos de emergencia, pasando mucho más cerca de la parte superior de los edificios de lo que Ekaterin estaba acostumbrada a volar.

Antes de que Vassily hubiera superado la hiperventilación lo suficiente para formular siquiera la pregunta
¿adónde nos llevan?
, y justo cuando Ekaterin conseguía mantener los pies de Nikki en los zapatos y apretaba firmemente las tiras de sujeción, llegaron al Castillo Vorhartung. Los jardines que lo rodeaban poseían el colorido y la exuberancia de la vegetación veraniega; el río brillaba y borboteaba, abajo, en el valle. Los estandartes de los condes, que indicaban que el Consejo celebraba sesión, ondeaban en brillantes filas en las almenas. Ekaterin miró ansiosamente por encima de la cabeza de Nikki, buscando la bandera marrón y plata. Cielos, allí estaba, el diseño plateado de la hoja y las montañas titilando al sol. Los aparcamientos estaban repletos. Soldados con medio centenar de libreas diferentes, brillantes como grandes pájaros, estaban sentados o apoyados en sus vehículos, charlando. El aerocoche de SegImp se posó limpiamente en un gran espacio milagrosamente despejado, justo al lado de una puerta lateral.

Un hombre familiar de mediana edad, ataviado con la librea del propio Gregor Vorbarra los esperaba. Un técnico pasó un escáner de seguridad por cada uno de ellos, incluso por Nikki. Seguido por el capitán, el lacayo los condujo por estrechos pasillos y ante varios guardias cuyas armas y armaduras no le debían nada a la historia y sí todo a la tecnología. Los llevó hasta una pequeña sala panelada que contenía una mesa de conferencias holovid, una comuconsola, una máquina de café y muy poco más.

El lacayo rodeó la mesa, indicando a los visitantes que se colocaran de pie detrás de las sillas.

—Usted, señor; usted, señor; usted, joven señor; usted, señora. —Acercó una silla solamente para la tía Vorthys, murmurando—: Si quiere sentarse, profesora Vorthys.

Miró el orden que había impuesto, asintió satisfecho y se perdió por una pequeña puerta de la otra pared.

—¿Dónde estamos? —le susurró Ekaterin a su tía.

—Nunca había estado en esta habitación, pero creo que no encontramos justo detrás del palco del Emperador, en la cámara de los Condes —susurró ella.

—Él ha dicho que todo esto resultaba demasiado complicado para resolverlo a través de la comuconsola —murmuró Nikki, como si se sintiera un poco culpable.

—¿Quién ha dicho eso, Nikki? —preguntó Hugo, nervioso.

Ekaterin vio que la puertecita volvía a abrirse. El emperador Gregor, también ataviado con su librea de la Casa Vorbarra, entró, le sonrió gravemente e hizo un gesto con la cabeza a Nikki.

—Por favor, no se levante, profesora —añadió en voz baja, cuando la mujer intentaba levantarse. Vassily y Hugo, completamente desconcertados, se pusieron firmes.

—Gracias, capitán Sphaleros —añadió el Emperador—. Puede regresar a su puesto.

El capitán saludó y se retiró. Ekaterin se preguntó si descubriría por qué le habían encomendado aquella extraña misión de escolta o si los acontecimientos del día serían para siempre un misterio.

El lacayo de Gregor, que le había seguido, acercó a su señor la silla de la cabecera de la mesa.

—Por favor, siéntense —dijo el Emperador a sus invitados mientras ocupaba su asiento—. Mis disculpas por su brusco traslado, pero no puedo ausentarme de aquí ahora mismo. Dejarán de arrastrar los pies en cualquier momento. Espero. —Colocó las manos sobre la mesa—. Ahora, si alguien por favor me explica por qué Nikki pensaba que estaba siendo secuestrado contra la voluntad de su madre…

—Completamente contra mi voluntad —recalcó Ekaterin.

Gregor miró a Vassily. Vassily parecía paralizado.

—Sucintamente, si es posible, teniente —añadió Gregor.

La disciplina militar rescató a Vassily de su estasis.

—Sí, señor —tartamudeó—. Me dijeron… el teniente Alexi Vormoncrief me llamó esta mañana para decirme que si lord Richars Vorrutyer obtenía hoy su condado, iba a presentar una acusación de asesinato en el Consejo contra lord Miles Vorkosigan por la muerte de mi primo Tien. Alexi dijo… Alexi temía que se produjeran disturbios de consideración en la capital. Tuve miedo por la seguridad de Nikki, y vine para llevármelo a un lugar más seguro hasta que las cosas… se tranquilizaran.

Gregor se frotó los labios.

—¿Y eso fue idea suya, o se lo sugirió Alexi?

—Yo… —Vassily vaciló, y frunció el ceño—. La verdad es que lo sugirió Alexi.

—Ya veo. —Gregor miró a su lacayo, de pie junto a la pared, y dijo con claridad—: Gerard, toma nota. Ésta es la tercera vez este mes que el ocupado teniente Vormoncrief llama negativamente mi atención en asuntos políticos. Recuérdanos que le busquemos un puesto en algún lugar del Imperio donde esté menos ocupado.

—Sí, señor —murmuró Gerard. No anotó nada, pero Ekaterin dudó que le hiciera falta. No era necesario un chip de memoria para recordar las cosas que decía Gregor; simplemente, las recordabas.

—Teniente Vorsoisson —dijo Gregor—, me temo que los chismorreos y los rumores son típicos de la capital. Dilucidar la verdad de la mentira suministra un trabajo concienzudo y a tiempo completo a un número sorprendente de miembros de SegImp. Creo que lo hacen bien. Mis analistas de SegImp tienen la opinión profesional de que la calumnia contra lord Vorkosigan no surge de los acontecimientos de Komarr (de los que estoy plenamente informado), sino que es una invención posterior de un grupo de, um, desafectos es un nombre demasiado fuerte, hombres descontentos que comparten ciertos planes políticos que creen que podrían cumplirse si él cae en desgracia.

Gregor dejó que Vassily y Hugo digirieran esto durante un momento, y continuó:

—Su pánico es prematuro. Aunque no sé cuál va a ser el resultado de la votación de hoy. Puede estar usted seguro, teniente, de que sus parientes estarán protegidos. No se permitirá que se produzca daño alguno a los miembros de la casa del lord Auditor Vorthys. Su preocupación es encomiable, pero innecesaria —su voz se volvió un poco más fría—. Su credulidad es menos encomiable. Corríjala, por favor.

—Sí, señor —susurró Vassily. Tenía a estas alturas los ojos como platos. Nikki le sonrió tímidamente a Gregor. Gregor le respondió con algo que no llegó a ser un guiño, sino un leve abrir de ojos. Nikki se acomodó en su asiento, satisfecho.

Ekaterin dio un respingo cuando llamaron a la puerta. El lacayo fue a atenderla. Después de una breve conversación en voz baja, se hizo a un lado para admitir a otro oficial de SegImp, esta vez un mayor con uniforme verde. Gregor alzó la cabeza y le indicó que se acercara. El hombre miró a los extraños invitados de Gregor, y se inclinó para murmurar al oído del Emperador.

—Muy bien —dijo Gregor—. Muy bien. Ya era hora. Bien. Tráelo directamente aquí.

El oficial asintió y salió rápidamente.

Gregor les sonrió a todos. La profesora le devolvió alegremente la sonrisa, y Ekaterin lo hizo con timidez. Hugo sonrió también, indefenso, pero parecía desconcertado. Gregor surtía ese efecto en la gente que lo veía por primera vez, recordó Ekaterin.

—Me temo —dijo Gregor—, que voy a estar bastante ocupado durante un rato. Nikki, te aseguro que nadie te va a separar hoy de tu madre —sus ojos se volvieron hacia Ekaterin mientras lo decía, y asintió levemente sólo para ella—. Me encantaría oír más cosas tuyas después de la sesión del Consejo. El soldado os encontrará sitio en la galería; Nikki tal vez lo encuentre educativo.

BOOK: Una campaña civil
8.07Mb size Format: txt, pdf, ePub
ads

Other books

Wallace of the Secret Service by Alexander Wilson
The Saint in Trouble by Leslie Charteris
Lady of Shame by Ann Lethbridge
Finding Hope by Brenda Coulter
The Longing by Beverly Lewis
Behind the Mask by Elizabeth D. Michaels
Gillian's Do-Over by Vale, Kate