Star Wars Episodio VI El retorno del Jedi (20 page)

BOOK: Star Wars Episodio VI El retorno del Jedi
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En la cuarta intersección, seis soldados de asalto Imperiales vigilaban atentamente.

No había forma de dar un rodeo; necesariamente había que cruzar por esa sección. Han y Leia se miraron encogiéndose de hombros; no cabía más solución que combatir.

Con las pistolas desenfundadas irrumpieron en el cruce. Casi como si estuvieran esperando un ataque, los guardias instantáneamente se agacharon, abriendo fuego con sus armas. Una lluvia de proyectiles láser, rebotando del suelo a las vigas del techo, inundó el corredor. Dos soldados de asalto fueron alcanzados inmediatamente. Un tercero perdió su pistola, que fue a parar tras un panel de refrigeración, y no pudo hacer nada más que aplastarse contra el suelo, protegido por el mismo panel.

Dos más se parapetaron tras una puerta de incendios y dispararon contra cualquier comando que intentara cruzar. Cuatro comandos fueron abatidos de ese modo. Los guardias eran virtualmente inexpugnables tras el escudo vulcanizado de la puerta, pero «virtualmente» no significaba nada para los Wookiees.

Chewbacca se abalanzó sobre la puerta, sacándola de sus goznes y aplastando con ella a los dos guardias.

Leia abatió al sexto guardia, que estaba a punto de disparar sobre Chewie. El soldado que se protegía oculto tras el panel de refrigeración se giró súbitamente y corrió en busca de ayuda. Han saltó tras él y le derribó, tras pocas zancadas, con un certero disparo.

Todos comprobaron las bajas y la munición restante. No les había ido mal, pero fue una lucha demasiado ruidosa. Tenían que apresurarse antes de que cundiera la alarma general. El centro de energía, que controlaba al generador del escudo, estaba ya muy cerca. Y no tendrían segundas oportunidades.

La flota Rebelde salió del hiperespacio con un tremendo rugir de motores. Entre deslumbrantes chorros de luz, batallón tras batallón surgió en perfecta formación muy cerca de la Estrella de la Muerte y la flotante Luna de Endor. Pronto la Armada entera, con el
Halcón Milenario
a la cabeza, se dirigió hacia su objetivo.

Desde el momento en que abandonaron el hiperespacio, Lando estaba preocupado. Comprobó sus pantallas y el campo de polaridad inversa sin parar de preguntar al computador.

Su copiloto también estaba perplejo.

—Zhug ahzi gugnohzh. ¡Dzhy lyhz! —exclamó.

—Pero ¿cómo es posible? —interrogó Lando—. Deberíamos obtener
algún
tipo de lectura en las pantallas sobre la actividad del escudo de energía—. ¿Quién estaba engañando a quién en ese ataque? —se preguntó Lando.

—Dzhmbo —dijo Nien Numb, señalando al panel de control, mientras denegaba con la cabeza.

—¿Interferido? ¿Cómo pueden interferirnos, si no saben que estamos llegando? —dijo el desconcertado Lando.

Dirigió una mueca a la cercana Estrella de la Muerte, al darse cuenta de las implicaciones de su observación. Éste no era un ataque sorpresa, después de todo. Era una trampa, mortal como la tela de una araña. Lando pulsó el botón de su intercomunicador e hizo un aviso general.

—¡Detened el ataque! ¡El escudo aún funciona!

La voz del Líder Rojo resonó en los micrófonos del casco.

—No leo nada en mis pantallas, ¿estás seguro?

—¡Retiraos! —ordenó Lando—. ¡Que se retiren todas las naves! —viró bruscamente a la izquierda, seguido de cerca por los cazas de la Escuadra Roja.

Algunos no lo lograron. Tres Alas-X situadas en los flancos rozaron el escudo y salieron despedidas, girando como peonzas antes de estallar, envolviendo en llamas la superficie del escudo. Ninguno de los demás perdió tiempo volviendo la vista atrás.

En el puente del Crucero Estelar Rebelde, las alarmas repiqueteaban, mientras las luces titilaban enloquecidas al intentar cambiar el mastodóntico crucero espacial su momento de inercia para variar de rumbo y evitar la inminente colisión con la barrera de energía. Los oficiales corrían de sus puestos de combate a los controles de navegación; otras naves de la flota podían verse en las pantallas de visión esparciéndose disparatadamente en todas direcciones, unas frenando y otras acelerando al máximo.

El Almirante Ackbar habló por su intercomunicador con urgencia, pero manteniendo calmo el tono de la voz: —Emprendan acciones de evasión. Grupo Verde, diríjase al sector de espera. Grupo Azul, al punto MG-7 —ordenó.

Un controlador Calamariano llamó, desde el otro lado del puente, al Almirante Ackbar con suma excitación.

—Almirante, tenemos naves enemigas en el sector RT-23 y PB-4.

La gran pantalla central se iluminó, mostrando no sólo a la Estrella de la Muerte con la luna detrás flotando solitarias en el espacio. Ahora podía verse cómo la enorme flota Imperial, volando en perfecta formación, aparecía tras la luna de Endor, dirigiéndose hacia los Rebeldes desdoblada en dos frentes, como si fueran las dos pinzas de un mortal escorpión.

Y, además, el escudo impedía el avance frontal. No tenían escapatoria.

Ackbar habló desesperadamente por el intercomunicador:

—Es una trampa. Prepárense para el ataque. La voz anónima de un piloto de caza pudo oírse en el puente de mando:

—¡Se acercan unos cazas! ¡Allá vamos!

El ataque comenzó. La batalla, al fin, tenía lugar. Los cazas TIE, mucho más rápidos que los gigantescos cruceros Imperiales, fueron los primeros en contactar con los invasores Rebeldes. Pronto las implacables luchas y persecuciones iluminaron el espacio con explosiones incandescentes como rubíes.

—Hemos aumentado la potencia del escudo frontal, Almirante —dijo un ayudante, acercándose a Ackbar.

—Bien: doblad la potencia de la batería principal y... Repentinamente, el Crucero Estelar fue zarandeado por varias explosiones termonucleares, visibles tras el ventanal de observación.

—¡La nave Ala Dorada ha sido severamente dañada! —gritó otro oficial, tambaleándose sobre el puente.

—¡Dadles protección! —ordenó Ackbar—. ¡Necesitamos más tiempo! —habló de nuevo por el intercomunicador, mientras otra explosión retumbaba en el crucero—. ¡Que todas las naves mantengan su posición! ¡Esperad mis órdenes para regresar!

Era ya demasiado tarde para que Lando y sus escuadras de combate hicieran caso de la orden. Estaban a la cabeza de la flota, a punto de entrar en contacto con los enemigos Imperiales.

Wedge Antilles, viejo compañero de Luke desde su primera campaña guerrera, dirigía las Alas-X que acompañaban al
Halcón.
Al acercarse más a los defensores imperiales, su voz brotó —tranquila y segura— por el intercomunicador:

—Disponed las Alas-X en posición de combate.

Las alas se desplegaron, confiriendo un aspecto de libélulas a los cazas, a los que permitió así aumentar la velocidad y la capacidad de maniobra.

—Que informen todas las Alas —ordenó Lando.

—Líder Rojo a la espera.

—Líder Verde a la espera.

—Líder Azul a la espera.

—Líder Gris a la espera...

La última transmisión fue interrumpida por una brillante pirotecnia que destruyó totalmente al Ala Gris.

—Aquí vienen —comentó Wedge.

—Acelerar hasta velocidad de ataque —ordenó Lando—. Evitad, mientras sea posible, que los disparos enemigos se dirijan a los cruceros.

—Toma nota, Líder Dorado —respondió Wedge—. Nos desplazamos hasta el punto tres a través del eje.

—Dos viniendo a veinte grados —avisó alguien.

—Los veo —confirmó Wedge—. Vira a la izquierda y yo me encargo del primero.

—Ten cuidado, Wedge: vienen tres por arriba.

—Vale, yo...

—Yo me encargo, Líder Rojo.

—¡Hay demasiados!

—Te están sacudiendo mucho; da la vuelta.

—¡Rojo Cuatro, estate alerta!

—¡Me han dado!

El Ala-X, dando vueltas sobre sí misma, salió disparada y ardiendo hasta perderse en el vacío.

—¡Tienes uno justo encima! —chilló Rojo Seis a Wedge.

—Mi pantalla no lo detecta. ¿Dónde está?

—Rojo Seis, una escuadrilla de cazas ha logrado pasar.

—¡Se dirigen hacia la Fragata Hospital! ¡Tras ellos!

—Adelante —acordó Lando—; yo sigo también. Hay cuatro señales en el punto tres cinco. ¡Cubridme!

—Te seguimos, Líder Dorado. Rojo Dos y Rojo Tres vamos detrás.

—Manteneos a mi cola.

—Cerrad formaciones, Grupo Azul.

—Buena caza, Rojo Dos.

—No va mal —dijo Lando—. Perseguiré a los otros tres...

Calrissian condujo al
Halcón
en vuelo invertido, mientras su tripulación disparaba a los cazas imperiales con las armas de la panza de la nave. Dos de los tiros hallaron blanco directo; el tercero deslumbró de tal modo al piloto del caza TIE, que se precipitó sobre un compañero de su escuadrilla. El cielo estaba repleto de cazas, pero el
Halcón
era el más rápido de todos los objetos volantes.

En cuestión de minutos el campo de batalla estaba teñido de rojo y repleto de pequeñas nubes de humo, proyectiles deslumbrantes, cascadas de chispas, restos de naves, explosiones estruendosas, chorros de luz, cadáveres congelados por el frío espacial, pozos de negrura y tormentas de electrones.

Era un grandioso espectáculo, macabro y dantesco, y tan sólo era el comienzo.

Nien Numb se dirigió a Lando con un comentario gutural.

—Tienes razón —contestó el piloto, frunciendo el entrecejo—; sólo están atacando sus cazas. ¿A qué esperan esos Destructores Estelares? —Parecía como si el Emperador forzara a los Rebeldes a comprarle una propiedad que no quisiera vender realmente.

—Dzhng zhng —avisó el copiloto al ver cómo otra escuadrilla de cazas TIE se abatía desde arriba.

—Los veo. Ahora estamos en medio del fregado. —Lando dirigió una segunda ojeada a la luna de Endor, que flotaba pacíficamente a su derecha—. Venga, Han, viejo compañero: no me abandones.

Han pulsó el botón de su unidad de muñeca y se cubrió la cabeza. La puerta blindada que protegía al control principal voló en pedacitos. La escuadra Rebelde se lanzó como un rayo a través de la humeante oquedad.

Las tropas de asalto del interior de la sala parecieron ser tomadas por completa sorpresa. Unos pocos estaban heridos por la explosión de la puerta, y el resto no tuvo tiempo de reaccionar, mientras los Rebeldes, pistola en mano, los rodeaban. Han tomó la delantera, seguido por Leia y Chewie, que protegía la retaguardia.

Apelotonaron al personal en un rincón del bunker y tres comandos los vigilaron, mientras otros tres cubrían las salidas. Los demás comenzaron a emplazar las cargas explosivas.

Leia estudió una de las pantallas del panel de control.

—¡Rápido, Han: mira! ¡La flota está siendo atacada! —exclamó.

Solo miró a la pantalla y profirió un exabrupto.

—¡Maldita sea! Con el escudo aún funcionando están acorralados contra la pared.

—Eso es correcto —dijo una voz a sus espaldas desde el fondo de la sala—. Exactamente como lo estáis
vosotros.

Han y Leia giraron rápidamente sobre sus talones, para encontrar docenas de armas Imperiales apuntándolos; una legión entera se había escondido en unos compartimentos ocultos en las paredes del bunker. En un instante, los Rebeldes fueron rodeados, sin posibilidad de intentar la huida, por un número demasiado alto de guardias de asalto como para luchar contra ellos. Completamente rodeados.

Más tropas Imperiales penetraron por la puerta y desarmaron con rudeza a los aturdidos comandos.

Han, Chewie y Leia intercambiaron sendas miradas de desolación y desespero. Ellos constituían la última oportunidad del Imperio... y habían fallado.

A cierta distancia de la zona principal de combate, volando sin peligro en el centro del piélago de naves que formaban la flota Imperial, estaba la nave insignia: el Superdestructor Estelar. En el puente del Destructor, el Almirante Piett observaba la batalla —a través del enorme ventanal de observación— con amable curiosidad, como si presenciara una elaborada demostración o algún espectáculo luminoso.

Dos capitanes de flota aguardaban tras él en respetuoso silencio; enterándose de cuáles eran los majestuosos designios de su Emperador.

—Mantengan a la flota estacionada aquí —ordenó el Almirante Piett.

El primer capitán salió corriendo a cumplir la orden. El segundo se aproximó al ventanal, deteniéndose junto al Almirante.

—¿No vamos a atacar?

—Tengo órdenes del propio Emperador —sonrió Piett con satisfacción—. Tiene planeado algo muy especial para esta escoria Rebelde —recalcó la palabra «especial», haciendo una pausa para que el inquisitivo capitán la paladeara en toda su extensión—. Estamos aquí sólo para evitar que se escapen.

El Emperador, lord Vader y Luke observaban cómo la batalla arreciaba desde la seguridad del salón del trono de la Estrella de la Muerte.

Era una escena caótica y demencial. Cientos de explosiones cristalinas y silenciosas, rodeadas por aureolas verdes, violetas o magentas. Grandes trozos de metal fundido flotaban grácilmente entre carámbanos de líquidos congelados que muy bien podían ser sangre.

Luke miraba horrorizado cómo otra nave Rebelde chocaba contra el invisible escudo deflector, produciendo al estallar una conmoción brutal.

Vader observaba a Luke. Su chico era poderoso, más fuerte de lo que había imaginado. Y todavía era maleable. Aún no estaba perdido; bien para el mareante lado débil de la Fuerza —que había de mendigar cada cosa que recibía— o bien para el Emperador, que temía a Luke con razón.

Aún estaban a tiempo de que Luke decidiera por sí mismo, y así él lo recuperara. A tiempo de que se uniera a su oscura majestuosidad. Para gobernar juntos la galaxia. Sólo haría falta un poco de paciencia y de hechicería para mostrar a Luke las exquisitas satisfacciones del Reverso Oscuro y liberarle del molesto entrometimiento del Emperador.

Vader sabía que Luke también había percibido el miedo en el Emperador. «Era un chico listo, el joven Luke —pensó Vader, sonriendo inexorable, para sí—. Era el hijo de su padre.»

El Emperador interrumpió la contemplación de Vader con un satisfecho cloqueo.

—Como puedes ver, mi joven aprendiz, el escudo deflector está aún en su sitio. ¡Tus amigos han fallado! Y ahora... —alzó su huesuda mano por encima de su cabeza para resaltar ese momento— serás testigo del poder de esta estación de combate plenamente armada y completamente operacional.

Se dirigió hasta el intercomunicador y habló con un susurro grave y bien modulado, casi como si hablara a una amante.

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