Star Wars Episodio VI El retorno del Jedi (22 page)

BOOK: Star Wars Episodio VI El retorno del Jedi
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—¡Pero jamás se ha luchado tan de cerca entre supernaves como sus Destructores y nuestros Cruceros! —Ackbar era reacio a acometer una acción tan impensable, pero sus alternativas se estaban acabando.

—¡Magnífico! —vociferó Lando, mientras pasaba casi rozando la superficie de un Destructor—. ¡Entonces estamos inventando una nueva forma de combate!

—¡No conocemos táctica alguna para semejante confrontación! —protestó Ackbar.

—¡Sabemos tanto como
ellos
! —gritó Lando—. ¡Y ellos
creerán
que sabemos más! —Echarse faroles siempre era peligroso, pero algunas veces cuando todo tu dinero está sobre la mesa, es la única forma de ganar. Y Lando nunca jugaba para perder.

—Estando tan próximos, no duraremos demasiado frente a los Destructores Imperiales. —Ackbar comenzaba a sentirse mareado por la resignación.

—¡Duraremos más de lo que haríamos frente a la Estrella de la Muerte y quizá nos llevemos a algunos con nosotros! —dijo Lando, gritando con exaltación. Una sacudida le anunció que una de sus metralletas delanteras había sido volada. Programó al
Halcón
en secuencia de caída giratoria y se precipitó en torno a la panza del leviatán Imperial.

Teniendo ya poco que perder, Ackbar decidió intentar la estrategia de Calrissian. En los minutos siguientes, docenas de Cruceros Estelares Rebeldes se movieron hasta una posición astronómicamente próxima a los Destructores Imperiales Estelares. Los colosales antagonistas empezaron a destrozarse mutuamente como tanques que se dispararan a veinte pasos de distancia, mientras que cientos de pequeños cazas corrían en torno a sus superficies, esquivando las andanadas de láser a la par que se acosaban entre sí.

Lentamente, Luke y Vader giraron en círculo. Con la espada de luz elevada por encima de su cabeza, Luke preparaba su acometida partiendo de la clásica primera posición; Vader respondía, también en forma clásica, manteniendo su arma en posición lateral. Sin previo aviso, Luke lanzó un tajo vertical y, cuando Vader se movió para interceptarlo, Luke hizo una finta y tiró una estocada por abajo. Vader contrarrestó el golpe y dejó que la fuerza del choque elevara su espada hacia la garganta de Luke..., pero Luke halló el medio de repeler el ataque y dio un paso atrás. Los primeros golpes no habían producido daño alguno. De nuevo giraron en círculo. Vader estaba impresionado por la velocidad de reacción de Luke; incluso se sentía satisfecho. Era casi una pena que no pudiera dejar que el chico matara aún al Emperador. Luke no estaba preparado emocionalmente. Todavía existía la posibilidad de que el muchacho retornara junto a sus amigos si ahora destruía al Emperador. Necesitaba una tutela más intensa primero —entrenado por Vader y Palpatine— antes que asumiera su puesto a la diestra de Vader en el gobierno de la galaxia.

Así, Vader tendría que controlar al chico durante períodos como ése, evitando que hiciera daño en los puntos erróneos... o en los correctos prematuramente.

Antes que Vader fuera más allá con sus pensamientos, Luke atacó otra vez con mucha más agresividad. Avanzó con una ráfaga de estocadas, cada una seguida por un fuerte crujido de la espada de luz de Vader. El Señor Oscuro retrocedía un paso a cada golpe y giró una vez sobre sí mismo para asestar un peligroso y truculento mandoble, pero Luke lo rechazó e hizo retroceder a Vader aún más. El Señor del Reverso Oscuro perdía momentáneamente pie en el primer peldaño de las escaleras, y cayó dando tumbos hasta quedar de rodillas.

Luke permaneció de pie en la cima de las escaleras henchido con su propio poder. Ahora Vader estaba en sus manos, sabía que lo estaba: podía disponer del Señor Oscuro, de su vida, de su espada. Arrebatarle su puesto junto al Emperador. Sí, incluso eso. Esta vez, Luke no enterró el pensamiento, sino que se solazó en él. Sus juicios le ensalzaban y sentía cómo la sensación de poder hormigueaba en su espalda. La idea producía un estado de febrilidad y potenciaba su codicia en forma tal, que cualquier otra consideración se borraba de su mente.

Él tenía el poder y la elección era suya.

Y, entonces, otro pensamiento compulsivo e intenso, como una amante ardiente, surgió en su consciencia: también podía destruir al Emperador. Destruir a ambos y gobernar la galaxia. ¡Venganza y conquista!

Era un momento decisivo para Luke. Se sentía pleno de vértigo, pero sin llegar a desvanecerse, así como tampoco retroceder.

Dio un paso adelante.

Por vez primera, la idea de que su hijo le podía superar, penetró en la mente de Vader. Estaba asombrado por la fuerza que Luke había adquirido desde su último duelo en la Ciudad de las Nubes; aparte una rapidez y precisión comparables a la del pensamiento. Ésta era una circunstancia inesperada. Inesperada y mal recibida. Vader sintió cómo la humillación se agazapaba tras la cola de su primera reacción, que fue de sorpresa, y de su segunda, que fue la del temor. Y entonces la humillación subió de grado, produciendo una cólera glacial y tremenda. Todo lo que ahora quería era vengarse.

Cada faceta de las reacciones de Vader hallaron eco en el joven Jedi, que ahora se erguía sobre él. El Emperador, observando pleno de júbilo, acicateó a Luke para que revelara en él los poderes de la Oscuridad.

—¡Utiliza tus sentimientos agresivos, muchacho! ¡Sí! ¡Deja que el odio fluya a través tuyo! ¡Sé uno con él, deja que te nutra! —espoleó Palpatine.

Luke tuvo un instante de vacilación y, de pronto, advirtió todo lo que sucedía. Otra vez, repentinamente, la confusión descendió sobre él. ¿Qué es lo que quería? ¿Qué tenía que hacer? Su breve exultación, su microsegundo de tenebrosa claridad, ya había desaparecido, desvaído por la indecisión y el enigma. Era como un frío despertar tras un apasionado devaneo.

Dio un paso atrás, bajó su espada, se distendió y trató de expulsar el odio de su ser.

En aquel instante, Vader atacó. Desde la mitad de las escaleras arremetió forzando a Luke a revolverse defensivamente. Enzarzó la espada del muchacho con la suya, pero Luke se zafó y, de un salto, aterrizó en una exigua plataforma que colgaba sobre sus cabezas. Vader saltó una barandilla y quedó justo debajo de la plataforma donde se acuclillaba Luke.

—No lucharé contigo, Padre —declaró el joven Jedi.

—Serás un necio si bajas la guardia —avisó Vader. Su furia se había ya estratificado, no quería vencer si el chico no luchaba con cuerpo y alma. Pero si vencer significaba que tenía que matar a un muchacho que no quería pelear..., entonces habría de hacerlo. Solo quería que Luke fuera consciente de las consecuencias. Quería que Luke supiera que eso no era ya más un juego. Era la propia Oscuridad.

Sin embargo, Luke percibió algo más en el proceso mental de Vader.

—Tus pensamientos te delatan, Padre. Detecto el bien en ti... y un conflicto emocional. No pudiste matarme antes y no me destruirás ahora.

De hecho, Vader podía haberle matado en dos ocasiones, pero no lo hizo. Una fue en el combate aéreo de la primera Estrella de la Muerte, la segunda en el duelo con espadas de luz allá en Bespin. También dedicó un breve pensamiento a Leia; en cómo Vader la tuvo entre sus garras e incluso la torturó..., sin matarla. Hizo una mueca de dolor al pensar en la agonía de su hermana, pero desechó el pensamiento de su mente. Ahora, un determinado punto estaba claro para él: a pesar de su turbiedad, aún había alguna bondad en su Padre.

La acusación,
realmente,
enfureció a Vader. Podía tolerar muchas cosas del insolente muchacho, pero esto era excesivo. Debía darle una lección que nunca olvidara..., aunque muriera aprendiéndola.

—Otra vez más subestimas el poder del Reverso Oscuro —declaró Vader.

Vader arrojó con fuerza su centelleante espada de luz y voló a través de los soportes —cortándolos— de la plataforma para volver a la mano de su dueño. Luke cayó al suelo y rodó hasta otro nivel inferior, debajo de la inclinada plataforma, y más al fondo, protegido por las sombras de la estructura superior. Vader recorrió el perímetro del área buscando al chico, pero no quiso entrar en las espesas sombras.

—No puedes esconderte siempre, Luke.

—Tendrás que entrar y capturarme —replicó la voz sin cuerpo del muchacho.

—No te concederé esa ventaja tan fácilmente.

Vader percibió cómo la ambigüedad carcomía sus intenciones y propósitos respecto a Luke. La pureza malignidad estaba comprometiéndose. El chico era listo, en efecto; Vader sabía que debía proceder con extrema cautela.

—No deseo ventajas, Padre. No pelearé contigo. Toma..., toma mi arma.

Luke era perfectamente consciente de que ese gesto podía significar su fin, pero así habría de ser. No utilizaría Oscuridad para combatir Oscuridad. Quizá, después de todo, Leia habría de solucionar el problema y continuar la lucha sin él. Tal vez ella tuviera soluciones que él desconocía; quizá Leia averiguara cuál era el camino. Pero ahora, sin embargo, el sólo podía distinguir dos vías, y una progresaba hacia la Oscuridad y la otra no. Luke posó su espada de luz en el suelo y la hizo rodar hacia Vader. La espada se detuvo a mitad de camino entre ellos. El Señor Oscuro alzó su mano y la espada de Luke saltó hasta ella. Vader la enganchó en su cinturón y, con grave incertidumbre, penetró en la zona en tinieblas.

Vader detectaba unos sentimientos adicionales en Luke; nuevas corrientes cruzadas de dudas, remordimientos, lástima y abandono. Sombras de dolor, pero de alguna manera no estaban relacionadas con Vader, sino con otros, con... Endor. ¡Ah! Eso era. La Luna del Santuario, donde sus amigos pronto morirían. Luke iba a recibir una contundente lección: la amistad era distinta en el Reverso Oscuro. Absolutamente distinta.

—Entrégate al Reverso Oscuro, Luke —suplicó—. Es el único modo de salvar a tus amigos. Sí, tus pensamientos te traicionan, hijo. Tus sentimientos respecto a ellos son muy intensos, especialmente por... Vader se detuvo. Percibía algo más. Luke se retiró más profundamente en las sombras, intentando esconder su alma. Pero no había forma de ocultar lo que existía en su mente. Leia estaba sufriendo. Su dolor resonaba en él y su espíritu vibraba junto con el de ella. Intentó acallar el grito de dolor, pero era demasiado poderoso para sofocarlo o desentenderse; tenía que acunarlo abiertamente y proporcionar así algún consuelo.

La consciencia de Vader invadió su recinto privado.

—¡No! —gritó Luke.

Vader apenas podía dar crédito a su descubrimiento.

—¿Hermana?... ¡Hermana! —bramó—. Tus sentimientos le han traicionado a ella también... ¡Mellizos! —rugió triunfalmente—. Obi-Wan fue precavido al esconderla pero ahora su fracaso es completo. La sonrisa de Vader, pese a su máscara, pese a las sombras, a través de los reinos de la Oscuridad, era evidente para Luke.

—Si te conviertes ahora al Reverso Oscuro, quizá ella te siga.

Éste fue el punto de ruptura para Luke, porque Leia era la última e inasequible esperanza de todo el Universo. Si Vader aplicaba sus retorcidos y equívocos deseos sobre ella...

—¡Nunca! —exclamó.

El sable de luz voló del cinturón de Vader a la mano de Luke, encendiéndose durante el trayecto. Luke se abalanzó sobre su padre con un frenesí desconocido hasta entonces, tanto para él como para Vader. Los gladiadores batallaron ferozmente, las chispas saltando a cada choque de sus radiantes armas, pero pronto fue evidente que toda la ventaja era de Luke. Y la empleaba a fondo. Engancharon sus espadas en lucha cuerpo a cuerpo. Cuando Luke empujó a Vader para zafarse de su abrazo, el Señor Oscuro golpeó su cabeza contra una viga que sobresalía en el exiguo espacio. Tambaleándose, se retiró más allá de la zona en penumbra y de bajo techo, mientras Luke le perseguía incansable.

Golpe tras golpe, Luke forzó la retirada de Vader a través del puente que cruzaba el enorme —y aparentemente sin fondo— pozo que conducía al corazón energético de la Estrella de la Muerte. Cada mandoble, cada estocada de la espada de luz de Luke, sacudían a Vader como si fueran acusaciones, gritos, fragmentos de un odio mortal.

El Señor Oscuro se vio forzado a postrarse de rodillas. Alzó su mano para detener otra furiosa acometida y Luke, de un tajo, cortó limpiamente la mano de Vader a la altura de la muñeca.

La mano, junto con trozos de metal, cables e ingenios electrónicos, cayó a un lado, resonante e inútil. El sable de luz de Vader rodó hasta el borde del puente, para caer, sin dejar rastro, por el interminable pozo.

Luke miró fijamente a la retorcida y averiada mano mecánica y, luego, a su propia y enguantada prótesis artificial. De pronto advirtió cuan semejante a su Padre había llegado a ser. Semejante al hombre a quien odiaba.

Presa de un súbito temblor, se irguió sobre su Padre con la punta de su sable casi rozando la garganta del Señor Oscuro. Deseaba destruir definitivamente a ese ser fruto de la Oscuridad, esa cosa que fue antes su Padre esa cosa que era... él.

De repente, el Emperador apareció a su lado observando y riéndose con incontrolable y satisfecha agitación.

—¡Bien! ¡Mátalo! ¡Tu odio te ha hecho poderoso! ¡Ahora has de completar tu sino y tomar el puesto de tu Padre junto a mí!

Luke miró a su Padre, luego al Emperador y, nuevo, a Vader. Esto era Oscuridad, y era la Oscuridad lo que él odiaba. No a su Padre, ni siquiera al Emperador. Si no a la Oscuridad
en
ellos. En ellos... y en él mismo.

Y la única vía posible para destruir la Oscuridad consistía en renunciar a ella. Por el bien de todo. Se plantó frente al Emperador, con súbita firmeza, y tomó la decisión que le había llevado toda una vida de preparación y entrenamiento. Arrojando lejos de sí la espada de luz, exclamó:

—¡Nunca! ¡Nunca me convertiré al Reverso Oscuro! Has fallado, Palpatine. Yo soy un Jedi, como antes de mí lo fue mi Padre.

El júbilo del Emperador se tornó en áspera rabia.

—Entonces sé un Jedi; si no te conviertes, serás destruido.

Palpatine alzó sus huesudos brazos en la dirección a Luke. Cegadores rayos de blanca energía brotaron de sus dedos, cruzaron la habitación como luces hechiceras y comenzaron a desgarrar las entrañas de Luke, buscando el contacto con masa. El joven Jedi sintió una instantánea y agónica confusión. Nunca antes había oído hablar de tal corrupción de la Fuerza, y mucho menos la había experimentado.

Pero si esos rayos estaban generados por la Fuerza podrían ser repelidos por la Fuerza. Luke alzó sus brazos para desviar los rayos. Al principio tuvo éxito y la luz rebotó de sus puños, yendo a chocar, inerte, contra las paredes. Sin embargo, pronto las oleadas surgieron con tal velocidad y poder, envolviéndole y penetrando en él, que comenzó a encogerse ante ellas, convulsionando por el dolor, las rodillas doblándose y sus poderes en reflujo.

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