Star Wars Episodio VI El retorno del Jedi (19 page)

BOOK: Star Wars Episodio VI El retorno del Jedi
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Leia echó un vistazo al interior. No había ningún signo de vida. Hizo un gesto perentorio a los demás y se introdujo en el bunker. Han y Chewie la siguieron cubriendo sus espaldas. Pronto el comando entero se agrupó en el desnudo corredor, dejando un centinela, vestido de explorador, en la puerta de la construcción. Han tecleó otra clave en el panel interior y la puerta se cerró tras ellos.

Leia pensó por un instante en Luke. Deseaba que pudiera contener a Vader al menos el tiempo suficiente como para destruir el generador del escudo deflector. Pero aún deseaba más que Luke pudiera evitar el enfrentamiento entre los dos porque temía que Vader fuera el más fuerte.

Furtivamente, encabezó la marcha a través del estrecho y umbrío túnel.

La lanzadera de Vader se posó sobre el muelle de embarque de la Estrella de la Muerte; asemejándose a una negra ave rapaz comedora de carroña, pareciéndose a un insecto de pesadilla, Luke y el Señor Oscuro surgieron del morro de la bestia, acompañados por una pequeña escolta de tropas de asalto, y recorrieron rápidamente la cavernosa estancia camino al ascensor del Emperador.

Los guardias reales flanqueaban el pozo bañados por un brillo carmesí. Abrieron la puerta del ascensor y Luke entró primero.

Su mente zumbaba buscando posibles vías de acción. Le conducían a presencia del Emperador. ¡El Emperador! Si Luke pudiera concentrarse, aclarar su mente para hallar alguna solución y aplicarla...

Sin embargo, un gran rumor llenaba su cabeza, un rumor como el de un viento hueco y subterráneo.

Deseaba que Leia desactivara en seguida el escudo protector y la flota destruyera la Estrella de la Muerte justo en ese momento, con ellos tres embarcados en la letal estrella, antes de que sucediera nada más. Porque cuanto más se aproximaba al Emperador, más temía que
pudieran
acontecer otras
muchas cosas.
Una negra tormenta rugía en su interior. Quería eliminar al Emperador; mas ¿luego qué? ¿Enfrentarse a Vader? ¿Y qué es lo que haría su padre? Y si Luke se encaraba primero con Vader, se enfrentaba y le destruía... La idea era tan repulsiva como atrayente. Destruir a Vader..., y luego qué. Por primera vez, Luke tuvo una lóbrega visión de sí mismo, en pie frente al cuerpo inánime de su Padre, absorbiendo su tremendo poder y sentado a la diestra del Emperador.

Cerró con fuerza sus ojos, rechazando el pensamiento, pero un helado sudor perló su entrecejo, como si la mano nívea de la muerte le hubiera rozado dejando su impronta.

La puerta del ascensor se abrió y Luke y Vader, solos, avanzaron hacia el salón del trono, cruzando la oscura antecámara y subiendo los enrejados escalones, para ir a detenerse frente al trono; padre e hijo, lado a lado, ambos vestidos de negro, uno enmascarado y el otro expuesto a la mirada fija del perverso Emperador.

Vader se inclinó frente a su Maestro. El Emperador, sin embargo, le ordenó alzarse y el Señor Oscuro siguió la voluntad de su amo y señor.

—Bienvenido, joven Skywalker. —El demoniaco ser sonrió afablemente—. Te he estado esperando.

Luke devolvió, con descaro, la mirada a la encapuchada y corcovada figura. Desafiante. La sonrisa del Emperador se hizo aún más amable, más paternal, al mirar las esposas de Luke.

—No las necesitas ya más —añadió con falsa nobleza a la par que movía lentamente un dedo, señalando a las muñecas de Luke. Al momento, las cadenas de sus manos cayeron ruidosamente al suelo.

Luke miró sus manos, libres ahora de buscar la garganta del Emperador y romper su tráquea en un instante...

Sin embargo, el Emperador parecía incluso benévolo. ¿No acababa de liberar a Luke? Pero también era un ser retorcido y Luke lo sabía. «No te dejes engañar por las apariencias», le había dicho Ben. El Emperador no llevaba armas, así que aún podía atacarle, pero ¿no era la agresión parte del Reverso Oscuro? ¿No debía evitar rozarlo a toda costa? ¿O quizá pudiera utilizar juiciosamente las fuerzas tenebrosas y luego arrojarlas a un lado? Miró de nuevo sus libres manos..., podía ya haber dado fin a todo aquello justo allí mismo... ¿Podía de verdad? Tenía absoluta libertad para elegir el camino a seguir, y, sin embargo, era incapaz de elegir. La capacidad de elección: esa espada de dos filos. Podía tanto matar al Emperador como sucumbir ante sus argumentos. De nuevo esta idea parecía burlarse de él como si fuera un payaso fracasado y hubo de enclaustrarse en un lóbrego rincón de su mente.

El Emperador, sentado frente a él, sonreía. La ocasión estaba cargada de posibilidades...

El momento pasó y Luke nada hizo.

—Dime, joven Skywalker —dijo el Emperador, observando la lucha interna de Luke—: ¿quién se ha ocupado hasta ahora de entrenarte? —Su sonrisa era débil y falsa.

Luke permaneció callado. No revelaría nada.

—¡Oh! Sé que al principio era Obi-Wan Kenobi —continuó el siniestro dictador, mientras frotaba sus dedos como si tratara de recordar. Luego, haciendo una pausa, sus labios se curvaron en un gesto despectivo—. Por supuesto, estamos familiarizados con las conversaciones que Obi-Wan Kenobi solía tener cuando entrenaba a un Jedi. —Dio unas breves cabezadas en la dirección de Vader, indicando al antiguo discípulo preferido de Obi-Wan. Vader no movió un solo músculo del cuerpo.

Luke se tensó, pleno de furia, al oír cómo el Emperador difamaba a Ben, aunque, como era de esperar, eso era un elogio para el Emperador. El joven Jedi se sintió aún más picado por saber que el Emperador casi tenía razón. Trató de controlar su furia, sin embargo, ya que parecía agradar enormemente al maligno Emperador.

Palpatine advirtió la lucha emocional que se revelaba en el rostro de Luke, y rió burlonamente.

—Así que parece que en tus primeros entrenamientos seguiste el sendero de tu Padre. Pero, ¡vaya!, Obi-Wan está ahora muerto, por lo que creo. Y su primer alumno así lo vio. —De nuevo señaló a Vader con la mano—. Entonces, dime, joven Skywalker, ¿quién continuó tu preparación?

Esgrimió de nuevo una sonrisa semejante a un cuchillo. Luke se mantuvo en silencio, luchando por recuperar su compostura interna.

El Emperador jugueteó con los dedos sobre el brazo del trono, mientras recordaba.

—Existía alguien llamado... Yoda. Un anciano Maestro Jedi... ¡Ah! Veo por tu aspecto que he pulsado una cuerda, una cuerda resonante en efecto. Entonces era Yoda —afirmó el Emperador.

Luke se enfureció consigo mismo por haber revelado tanto sin habérselo propuesto. Furioso y dubitativo, se esforzó en calmarse para observarlo todo y no mostrar nada más que su propia presencia física.

—Ese Yoda —murmuró el Emperador—, ¿vive todavía?

Luke concentró su mente en el espacio vacío más allá de la ventana tras el trono del Emperador. El profundo vacío donde nada existía. Nada. Llenó su mente con esa nada tenebrosa y opaca donde sólo alguna titilante estrella brillaba débilmente a través del éter.

—¡Ah! —exclamó el Emperador Palpatine—. ¡Ya no vive! Muy bien, joven Skywalker, casi logras ocultármelo. Pero no pudiste y no podrás. Tus más recónditas vacilaciones son significativas para mí. Veo tu alma desnuda. Ésa es la primera lección que te doy —sonrió abiertamente.

Luke creyó, durante un instante, que se iba a desvanecer. Pero en esa misma debilidad halló nuevas fuerzas. Así le habían instruido Ben y Yoda: cuando te ataquen, déjate caer. Deja que tu oponente te golpee tal como el fuerte viento dobla las plantas. Con el tiempo se agotará y tú aún seguirás erguido.

El Emperador observaba con astucia el rostro de Luke.

—Estoy seguro que Yoda te enseñó a usar la Fuerza con gran habilidad.

La mofa del Emperador produjo sus efectos deseados y la faz de Luke se sonrojo, mientras se contraían sus músculos.

Luke observó cómo Palpatine se relamía los labios, a la vista de su reacción. Sé relamía los labios y reía desde lo más hondo de su garganta, desde el fondo de su alma.

Luke hizo una pausa porque detectó también algo más; algo que aún no había percibido en el Emperador: miedo.

Vio miedo en el poderoso Emperador, miedo de Luke. Miedo del poder de Luke; temor de que ese poder se volviera contra él —contra el Emperador—, del mismo modo que Vader se rebeló contra Obi-Wan Kenobi. Luke detectó ese miedo en Palpatine y supo, entonces, que las cartas habían cambiado levemente. Había echado un breve vistazo sobre la más oculta y desnuda intimidad del Emperador.

Con repentina y completa calma, Luke se enderezó y miró fijamente al espacio, enmarcado por la roja capucha del maligno gobernante.

Palpatine no habló durante unos instantes, devolviendo la directa mirada del Jedi y sopesando sus debilidades y recursos. Finalmente, agradado por esa última confrontación, se reclinó de nuevo en el trono.

—Me dispongo a completar tu entrenamiento, joven Skywalker. A su debido tiempo
me
llamarás Maestro.

Por vez primera, Luke se sintió lo bastante firme como para hablar:

—Estás gravemente equivocado. No me convertirás como hiciste con mi Padre.

—No, mi joven Jedi —dijo el Emperador, relamiéndose mientras se inclinaba hacia adelante—, hallarás que eres

el equivocado... respecto a muchas cosas.

Palpatine se irguió repentinamente, bajó de su trono, se acercó a Luke y clavó una odiosa mirada en los ojos del muchacho. Por fin, Luke vio por completo la faz encubierta por la capucha: unos ojos hundidos como tumbas; la carne, laxa, tras una piel ajada por violentas tormentas, arrugada por holocaustos; la sonrisa, una mueca mortal; el aliento, corrupto.

Vader extendió hacia el Emperador una enguantada mano que sostenía la espada de luz láser de Luke. El Emperador la asió con una especie de júbilo y luego cruzó la habitación hasta alcanzar la inmensa cristalera circular. La Estrella de la Muerte había dado una lenta revolución y la Luna del Santuario era visible en el margen curvo del ventanal.

Palpatine miró primero a Endor y luego a la espada de láser que sostenía en sus manos.

—¡Ah, sí! Un arma Jedi. Muy parecida a la de tu Padre —dijo, encarándose directamente con Luke—. Ya sabrás que tu Padre jamás retornará del Reverso Oscuro. Igual sucederá contigo.

«Nunca, pronto moriré y vosotros conmigo.» —Luke se aferraba a esta idea y se permitió el lujo de ser jactancioso.

El Emperador rió con vil carcajada.

—Quizá estés refiriéndote al inminente ataque de tu flota Rebelde.

Luke acusó el impacto y se tambaleó interiormente; luego, serenóse otra vez. El Emperador continuó:

—Te aseguro que aquí estamos perfectamente a salvo de tus amigos del exterior.

Vader se acercó al Emperador, poniéndose a su lado y, desde allí, observó a Luke.

Las barreras de Luke se derrumbaban por momentos, pero aún pudo retar al siniestro dúo.

—Vuestro exceso de confianza es vuestra debilidad —sentenció.

—Tú eres el que confía en sus amigos. —El Emperador esbozó una sonrisa que se esfumó al volver a hablar con voz colérica—. Todo lo que ha sucedido hasta ahora es producto de
mi
plan. Tus amigos, allá arriba en la Luna del Santuario, caminan directos a una trampa. ¡Y de igual modo la flota Rebelde!

El rostro de Luke se contrajo visiblemente. El Emperador, percatándose, pareció aumentar de estatura.

—Fui
yo
el que permitió a la Alianza conocer el emplazamiento del generador del escudo. Está bien a salvo de los ataques de tu lastimosa y pequeña pandilla: una legión completa de mis soldados aguarda su llegada.

Los ojos de Luke oscilaron rápidamente del Emperador a Vader y luego a la espada de luz en la mano del Emperador. Su mente bullía repleta de alternativas; súbitamente, todo estaba otra vez fuera de control. No podía contar con nada más que consigo mismo. Y, en esos momentos, su autocontrol era tenue.

El Emperador siguió hablando con arrogancia: —Me temo que el escudo deflector funcionará a la perfección cuando tu flota arribe. Y esto es sólo el principio de mi pequeña sorpresa, pero, por supuesto, no deseo disminuirla contándotela antes de tiempo.

Desde la perspectiva de Luke, los acontecimientos se sucedían demasiado velozmente. Su mente registraba derrota tras derrota. ¿Cuántas podría resistir? ¿Y aún quedaban más sorpresas? Parecía no haber fin en la serie de acciones que el Emperador podía llevar a cabo contra la galaxia. Lenta, infinitesimalmente, Luke alzó su mano en la dirección de la espada de luz. El Emperador continuó:

—Desde aquí, joven Skywalker, serás testigo de la destrucción final de la Alianza... y del fin de vuestra insignificante Rebelión.

Luke sufría atormentado. Alzó un poco más la mano, pero advirtió que tanto Palpatine como Vader le estaban observando. Bajó la mano y disminuyó su nivel de furia, intentando recuperar la calma previa, procurando centrarse para definir su conducta futura.

El Emperador sonrió secamente y ofreció a Luke la espada de luz.

—Quieres esto, ¿no es cierto? Estás rezumando odio. Muy bien: coge tu arma Jedi y úsala, no estoy armado. Golpéame con ella. Da rienda suelta a tu furia. Cada instante que pasa hace que seas más mi sirviente.

Su estridente risa levantó ecos como si fuera un viento putrefacto y hueco. Vader continuaba mirando a Luke.

—No, nunca —dijo Luke, intentando ocultar su agonía. Pensó desesperadamente en Ben y Yoda. Ellos eran ahora parte de la Fuerza, parte de la energía que la conformaba. ¿Les sería posible distorsionar, con su presencia, la visión del Emperador? «Nadie es infalible», le había dicho Ben, y seguramente el Emperador no podía verlo todo, conocer cada futuro, doblegar la realidad a su antojo. «Ben —pensó Luke—, si alguna vez necesité tu guía, es justo ahora. ¿Cómo puedo asumir todo esto sin desmoronarme?»

Como respondiendo a su callada pregunta, el Emperador rió impúdicamente y dejó la espada de luz sobre la silla de control, al alcance de la mano de Luke.

—Es inevitable —dijo el Emperador suavemente—. Es tu destino. Tú, junto con tu Padre, sois ahora... míos.

Luke jamás se había sentido tan perdido.

Han, Chewie, Leia y una docena de comandos descendían por los laberínticos corredores en dirección al área donde la sala del generador del escudo aparecía marcada en los planos robados. Unas luces amarillentas iluminaban las bajas vigas, arrojando largas sombras en cada intersección. En el primero de los tres recodos, todos se inmovilizaron un instante, pero no vieron indicio alguno de guardias u operarios.

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