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Authors: Lois McMaster Bujold

Tags: #Novela, Ciencia ficción

Una campaña civil (2 page)

BOOK: Una campaña civil
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Esta vez, Miles (aventurero, mercenario, espía, diplomático y, ahora, auditor imperial) se embarca en una extraña «campaña civil» para conquistar el corazón de su amada, la reciente viuda Ekaterin Vorsoisson a quien conoció en Komarr, aunque para su desgracia, no parece estar solo en ese intento. Por otra parte, cercana ya la boda del emperador Gregor, las intrigas reviven en Barrayar en una época tecnológica que ofrece nuevas posibilidades hasta entonces insospechadas por los Vor
.

Mientras su hermano-clon Mark monta un nuevo y, a sus ojos, muy prometedor negocio que no deja de ser un tanto asqueroso, Miles aplica sus dotes de estratega a su lucha contra las intrigas en el consejo de Duques y a cortejar a su enamorada Ekaterin. Sin embargo, como tantos otros antes que él, Miles descubre que el amor no tiene tanto que ver con la guerra como con la confianza
.

Esta obra, tal y como su subtítulo indica, es una «novela de costumbres» que Publishers Weekly considera incluso dedicada a las hermanas Brontë, Georgétte Heyer y Dorothy Sayers. En el seno del adusto y rígido Barrayar, el amor es posible, aunque conseguirlo no resulte fácil para un pequeño monstruo teratológico (que no genético…) como Miles Vorkosigan
.

Tal vez esa mezcla de aventura e intriga romántica justifique que el Romantic Times Magazine haya calificado esta novela con una de sus más altas categorías: cuatro estrellas y media con medalla especial de oro, mucho más preciada que lo simplemente «excepcional». Es muy posible que su comentarista, Melinda Helfer, se haya rendido, como yo y tantos otros lectores, al encanto, la ironía y la riqueza de personalidades de una intriga enmarcada en un Barrayar demasiado anclado en el pasado. Estoy completamente de acuerdo con Helfer cuando dice que
UNA CAMPAÑA CIVIL
es ese «tipo de libro que todos soñamos con leer pero que se encuentra sólo muy raramente»: en los duros tiempos en que nos movemos, la inteligencia y la diversión que nacen de la simple lectura de esta novela es algo que tal vez puede reconciliarnos con una humanidad demasiadas veces ocultada
.

Estoy seguro de que la presentación de este título como una «novela romántica» no parece el mayor aliciente para el lector español de ciencia ficción, siempre un tanto misógino y renuente a aceptar las obras de las mejores autoras de la moderna ciencia ficción. Pero nadie debería preocuparse: si las aventuras militares de Miles Vorkosigan no eran solo aventuras militares, las románticas peripecias de Miles siguen siendo algo más que peripecias románticas. Es divertido constatar cómo Lois McMaster Bujold empieza a sugerir, entre otras muchas cosas, que la ingeniería genética puede llegar a dar al traste con las tradicionales y rígidas concepciones de los Vor que, no lo olvidemos, no dejan de ser las de algunos de nuestros más afamados «carcas»

Helfer comenta, como de pasada que, en
UNA CAMPAÑA CIVIL
«la histérica cena que se va al diablo puede seguramente acabar siendo uno de los momentos más inolvidables en los anales de la ficción». Puede parecer exagerado, pero a esa fiesta-cena les remito (capítulo 9). Para mí, ese divertido episodio se ha mezclado ya de forma irremediable, y guardando todas las distancias, con el recuerdo de otra mítica cena narrativa, la del
PARADISO
de José Lezama Lima, uno de esos ejemplos que nunca se olvidan como, por poner otro caso, la demorada descripción y análisis de
Las Meninas
de Velázquez que realiza Michael Foucault en
LAS PALABRAS Y LAS COSAS.

¿Exagerado?

No lo creo. Simplemente, lean
UNA CAMPAÑA CIVIL
y diviértanse con esa curiosa «comedia de biología y costumbres». No están los tiempos como para desperdiciar las ocasiones de pasarlo bien
.

Y si, además, tienen la suerte de disfrutar de un amor como el que sugiere Lois McMaster Bujold entre Miles y Ekaterin, entonces es que son muy afortunados. Enhorabuena
.

Que ustedes lo disfruten
.

MIQUEL BARCELÓ

1

El gran vehículo de tierra se detuvo con una sacudida a pocos centímetros del que lo precedida, y el soldado Pym, que conducía, maldijo entre dientes. Miles se revolvió en su asiento, y parpadeó para espantar la visión de la desagradable escena callejera de la que los habían salvado los reflejos de Pym. Se preguntó si podría haber persuadido a los molestos proles que tenían delante de que ser embestidos por detrás por un Auditor Imperial era todo un privilegio. Probablemente no. El estudiante de la Universidad de Vorbarr Sultana que cruzaba corriendo el bulevar, responsable de la rápida parada, se perdió entre la multitud sin siquiera mirar atrás. La fila de vehículos se puso una vez más en marcha.

—¿Sabe usted si el sistema de control municipal de tráfico entrará pronto en funcionamiento? —preguntó Pym, después de lo que Miles consideraba su tercer amago de colisión esa semana.

—No. Hay retrasos otra vez, según informa lord Vorbohn el Joven. Debido al aumento de accidentes fatales con los voladores, se están concentrando en establecer primero el sistema automatizado aéreo.

Pym asintió, y centró su atención en la abarrotada calle. El soldado era un hombre fornido, y sus sienes grises resaltaban el uniforme marrón y plata. Había servido a los Vorkosigan como guardia desde que Miles era cadete en la Academia, y sin duda seguiría haciéndolo hasta que muriera de viejo o se matara en un accidente de tráfico.

Se acabaron los atajos. La próxima vez rodearían el campus. Miles observó a través del dosel los altos edificios de la universidad que quedaban atrás, y atravesaron las puntiagudas verjas de hierro para dirigirse a las agradables calles residenciales donde vivían los catedráticos y el personal. La pintoresca arquitectura se remontaba a la última década sin electricidad antes del final de la Era del Aislamiento. Esta zona había sido recuperada del declive en la última generación, y ahora estaba llena de verdes árboles terrestres y de macizos florales de vivos colores bajo las altas ventanas de las casas. Miles recolocó el ramillete que llevaba entre los pies. ¿Le parecería tan redundante a su destinataria?

Pym lo miró de reojo al verlo moverse y contempló las flores en el suelo.

—La dama que conoció usted en Komarr parece haberle causado una fuerte impresión, milord… —guardó silencio, invitándolo a continuar.

—Sí —dijo Miles, sin continuar nada.

—Su señora madre tenía puestas grandes esperanzas en esa atractiva capitana Quinn que trajo usted a casa otras veces.

¿Había una nota de esperanza en la voz de Pym?

—Ahora es la almirante Quinn —corrigió Miles con un suspiro—. Y yo también las tenía. Pero tomó la decisión adecuada después de todo —hizo una mueca—. He jurado que no volveré a enamorarme de mujeres galácticas para luego intentar persuadirlas de que emigren a Barrayar. He llegado a la conclusión de que mi única esperanza es encontrar a una mujer que ya pueda soportar Barrayar, y persuadirla de que le guste yo.

—¿Y a la señora Vorsoisson le gusta Barrayar?

—Tanto como a mí —sonrió, sombrío.

—Y, ah… ¿La segunda parte?

—Ya veremos, Pym.

O no, según se mire
. Al menos el espectáculo de un hombre de treinta y tantos que salía a cortejar en serio a una mujer por primera vez en la vida (la primera vez al estilo barrayarés, al menos) prometía horas de diversión para su interesado personal.

Miles resopló y sintió que su hermosa irritación escapaba por su nariz mientras Pym encontraba un sitio para aparcar cerca de la entrada de la casa del lord Auditor Vorthys, y situaba expertamente el pulido vehículo blindado dentro del estrecho espacio. Pym abrió el dosel; Miles salió y contempló el edificio de dos plantas que era el hogar de su colega.

Greorg Vorthys había sido catedrático de análisis de fallos de ingeniería en la Universidad Imperial durante treinta años. Su esposa y él habían vivido en aquella casa la mayor parte de su vida de casados, mientras educaban a tres hijos y mantenían dos carreras académicas, antes de que el emperador Gregor nombrara a Vorthys Auditor Imperial. Ninguno de los profesores Vorthys vio motivo alguno para cambiar su cómodo estilo de vida tan sólo porque un ingeniero retirado dispusiera ahora de los asombrosos poderes de la Voz del Emperador; la doctora Vorthys todavía iba caminando a sus clases todos los días.
¡Cielos, no, Miles!
, le había dicho la profesora, cuando le preguntó una vez por qué dejaban pasar esta oportunidad para relacionarse socialmente.
¿Puedes imaginarte tener que trasladar todos estos libros?
Por no mencionar el laboratorio y el taller, que ocupaban todo el sótano.

Su despreocupada inercia resultó ser una feliz oportunidad cuando invitaron a su sobrina, recientemente viuda, y a su joven hijo a vivir con ellos mientras ella completaba su educación. Había espacio de sobra, tronó el profesor jovialmente, el piso de arriba estaba muy vacío desde que los chicos se largaron. Tan cerca de las clases, señaló la profesora, siempre práctica.
¡A menos de seis kilómetros de la mansión Vorkosigan!
Miles había dado saltos mentales de alegría, añadiendo un amable murmullo de ánimo en voz alta. Y así llegó Ekaterin Nile Vorvayne Vorsoisson.
¡Ella está aquí!
¿Lo estaría mirando ahora desde las sombras de alguna ventana?

Miles contempló ansioso la excesivamente breve extensión de su cuerpo. Si su estatura enanesca le molestaba, ella no lo había demostrado hasta el momento. Bien. Pasó a los aspectos de su apariencia que podía controlar: no llevaba manchas de comida en su túnica gris, ningún desgraciado detrito callejero pegado a las plantas de sus pulidas botas. Comprobó su reflejo distorsionado en el dosel trasero del vehículo de tierra. La superficie convexa ensanchaba su cuerpo esbelto, aunque ligeramente encorvado, hasta convertirlo en algo parecido a su obeso hermano clónico Mark, una comparación que descartó de inmediato. Mark, gracias a Dios, no estaba allí.

Ensayó una sonrisa; en el dosel, se convirtió en una mueca retorcida y repelente. Al menos no había pelos oscuros señalando en todas direcciones.

—Tiene usted muy buen aspecto, milord —apreció Pym desde el compartimento delantero. Miles se ruborizó, y se apartó de su reflejo. Se recuperó lo suficiente para recoger la maceta y el plano enrollado que Pym le tendió con una expresión totalmente neutra, como esperaba. Equilibró la carga en sus brazos, se volvió hacia las escaleras y tomó aire.

Al cabo de un momento, Pym preguntó desde detrás:

—¿Quiere que lleve algo?

—No. Gracias.

Miles subió las escaleras y liberó un dedo para pulsar el timbre. Pym sacó una lectora y se acomodó en el vehículo de tierra para esperar a su señor.

Unos pasos sonaron en su interior de la casa, y la puerta se abrió para mostrar el rostro sonrosado y sonriente de la profesora. Llevaba el cabello gris recogido, como de costumbre, y un vestido rosa oscuro con una chaquetilla rosa clara, bordada con parras verdes al estilo de su Distrito natal. Este atuendo Vor algo formal, que indicaba que entraba o salía, se contradecía con las alpargatas que llevaba en los pies.

—Hola, Miles. Cielos, sí que eres puntual.

—Profesora. —Miles la saludó con una inclinación de cabeza, y sonrió a su vez—. ¿Están aquí? ¿Está en casa? ¿Está bien? Dijo usted que éste sería un buen momento. No llego demasiado temprano, ¿verdad? Pensé que llegaba tarde. El tráfico es horrible. Va a quedarse usted, ¿no? He traído esto. ¿Cree que le gustará?

Las flores rojas le hicieron cosquillas en la nariz cuando mostró su regalo sin soltar el mapa enrollado, que tenía la tendencia a desenrollarse y escapar cuando se descuidaba.

—Pasa, sí, todo va bien. Está aquí, está bien, y las flores son muy bonitas…

La profesora rescató el ramillete y lo hizo pasar, cerrando firmemente la puerta tras él con el pie. La casa estaba en penumbra, fresca en contraste con el calor primaveral del exterior, y tenía un fino aroma a cera para madera y libros viejos, y un toque de polvo académico.

—Parecía muy pálida y fatigada en el funeral de Tien. Rodeada de todos esos parientes. No tuvimos oportunidad de cruzar más de un par de palabras.

Lo siento y Gracias
, para ser precisos. No es que él hubiera querido hablar mucho con la familia del difunto Tien Vorsoisson.

—Creo que para ella fue una tensión inmensa —dijo la profesora juiciosamente—. Había pasado por un verdadero horror, y a excepción de Georg y yo misma (y tú), no había un alma a quien pudiera decir la verdad de lo que pasó. Naturalmente, su primera preocupación fue que Nikki no sufriera mucho. Pero aguantó sin venirse abajo de principio a fin. Me sentí muy orgullosa de ella.

—Desde luego. ¿Y está…?

Miles dobló el cuello, mirando hacia las habitaciones, más allá del vestíbulo: un estudio repleto de estanterías, y un saloncito también abarrotado de estanterías. Ninguna viuda joven.

—Por aquí.

La profesora lo condujo abajo hasta la cocina y un pequeño patio trasero urbano. Un par de altos árboles y una muralla lo convertían en un recinto privado. Más allá de un diminuto círculo de hierba verde, ante una mesa a la sombra, estaba sentada una mujer con un puñado de papeles y una lectora. Mordisqueaba suavemente el extremo de un stylus, las oscuras cejas contraídas en un gesto de concentración. Llevaba un vestido hasta las pantorrillas muy parecido al de la profesora, pero negro, con el cuello alto abotonado hasta arriba. Su chaquetilla era gris, adornada con una simple trenza bordada que le servía de ribete. Tenía el pelo oscuro recogido en un moño en la nuca. Levantó la cabeza cuando oyó abrirse la puerta; sus cejas se alzaron y sus labios esbozaron una deslumbrante sonrisa que hizo que Miles parpadeara.
Ekaterin
.

—¡Mil… milord Auditor! —ella se levantó con un revuelo de faldas; Miles se inclinó sobre su mano.

—Señora Vorsoisson. Tiene usted buen aspecto.

Estaba preciosa, aunque demasiado pálida. En parte podía deberse al severo luto, que también daba a sus ojos un brillante tono azul grisáceo.

—Bienvenida a Vorbarr Sultana. Le he traído estas… —hizo un gesto, y la profesora depositó las flores sobre la mesa—. Aunque aquí apenas hacen falta.

—Son preciosas —le aseguró Ekaterin, olisqueándolas con aprobación—. Las llevaré a mi habitación más tarde, donde serán muy bienvenidas. Ya que el clima ha mejorado, paso todo el tiempo posible aquí fuera, bajo el cielo de verdad.

BOOK: Una campaña civil
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