Read Una campaña civil Online

Authors: Lois McMaster Bujold

Tags: #Novela, Ciencia ficción

Una campaña civil (3 page)

BOOK: Una campaña civil
10.03Mb size Format: txt, pdf, ePub
ads

Ella se había pasado casi un año encerrada en una cúpula en Komarr.

—Lo comprendo —dijo Miles. La conversación se detuvo brevemente, mientras se sonreían el uno a la otra.

Ekaterin se recuperó primero.

—Gracias por asistir al funeral de Tien. Significó muchísimo para mí.

—Era lo menos que podía hacer, dadas las circunstancias. Sólo lamento no haber podido hacer más.

—Pero ya ha hecho mucho por Nikki y por mí… —se interrumpió ante su gesto de avergonzada negativa y dijo en cambio—: Pero ¿no quiere sentarse? ¿Tía Vorthys…?

Retiró una de las sillas de jardín.

La profesora negó con la cabeza.

—Tengo que hacer unas cuantas cosas dentro. Continuad —añadió de un modo un tanto críptico—. Lo haréis bien.

Entró en la casa. Miles se sentó frente a Ekaterin, y depositó el plano sobre la mesa a la espera de su momento estratégico. Casi se desenrolló, ansioso.

—¿Está zanjado su caso? —preguntó ella.

—Ese caso tendrá ramificaciones durante años, pero yo he acabado con él por el momento —replicó Miles—. Entregué ayer mis últimos informes, de lo contrario habría venido antes a darle la bienvenida.

Bueno, por eso y por la sensación de que tenía que dejar que la pobre mujer al menos pudiera deshacer sus maletas antes de caer sobre ella por la fuerza.

—¿Lo enviarán ahora a otra misión?

—No creo que Gregor me deje ir a otra parte hasta después de su matrimonio. Durante el próximo par de meses, me temo que todos mis deberes serán sociales.

—Estoy segura de que los cumplirá con su gracia habitual.

Dios, espero que no
.

—No creo que gracia sea lo que mi tía Vorpatril (está a cargo de todos los preparativos de la boda del Emperador) desea de mí. Más bien querrá que me calle y haga lo que me dicen. Pero hablando de papeleo, ¿cómo va el suyo? ¿Está resuelto el asunto de las propiedades de Tien? ¿Consiguió que le devolviera la custodia de Nikki ese primo suyo?

—¿Vassily Vorsoisson? Sí, gracias al cielo, no hubo problemas por ese lado.

—Así que, ah, ¿qué pasa entonces? —Miles indicó la mesa abarrotada.

—Estoy planificando mi trabajo para el próximo curso en la universidad. Llegué demasiado tarde para empezar este verano, así que comenzaré en otoño. Hay tanto donde elegir. Me siento tan ignorante…

—Educación es lo que se consigue al salir, no al entrar.

—Supongo.

—¿Y qué va a elegir?

—Oh, empezaré con lo básico: biología, química… —sonrió—. Un curso de horticultura real —indicó sus papeles—. Durante el resto del curso, voy a tratar de encontrar algún tipo de trabajo remunerado. Me gustaría no depender completamente de la caridad de mis parientes, aunque sólo sea teniendo un dinerillo para mis gastos.

Eso se parecía mucho a la oportunidad que él estaba esperando, pero Miles advirtió una maceta roja apoyada sobre las tablas de madera de un asiento que bordeaba un parterre. Del centro de la maceta brotaba un tallo rojizo, con una corona encrespada como la cresta de un gallo. Si aquello era lo que pensaba… Señaló la maceta.

—¿Eso es por casualidad su viejo skellytum bonsai? ¿Va a sobrevivir?

Ella sonrió.

—Bueno, al menos es el principio de un nuevo skellytum. La mayor parte de los brotes del antiguo murieron en el camino desde Komarr; pero ése agarró.

—Tiene usted un… con las plantas nativas de Barrayar, aunque supongo que usted no lo definiría como tener los dedos verdes, ¿no?

—No, a menos que sufran de alguna de esas enfermedades serias de las plantas.

—Hablando de jardines… —bien, ¿cómo decirlo sin babear demasiado?—. Creo que, con todo el jaleo, no he tenido tiempo de decirle lo mucho que me impresionaron los diseños de jardines que vi en su comuconsola.

—Oh —su sonrisa desapareció, pero luego Ekaterin se encogió de hombros—. No era gran cosa. Sólo por entretenerme.

Bien. Mejor no traer a colación más cosas del pasado reciente que las necesarias, hasta que el tiempo tuviera la oportunidad de quitarle el filo a la aguzada cuchilla de la memoria.

—Fue su jardín barrayarés, el que tenía todas las especies nativas, el que me llamó la atención. Nunca había visto nada parecido.

—Hay una docena de ellos alrededor. Varias de las universidades del Distrito los tienen, como bibliotecas vivientes para sus estudiantes de biología. En realidad no es una idea original.

—Bueno —perseveró él, sintiéndose como un pez que nadara corriente arriba contra el cauce del autodesprecio—. A mí me pareció muy bonito, y se merecía ser algo más que un jardín fantasmal en el holovid. Tengo un solar vacío, verá…

Desplegó el plano, que mostraba la zona ocupada por la mansión Vorkosigan. Señaló con el dedo un extremo pelado en la esquina.

—Esto era otra mansión, junto a la nuestra, que fue derribada durante la Regencia. SegImp no nos dejó construir nada más: querían que fuese una zona de seguridad. No hay más que hierbajos, y un par de árboles que lograron sobrevivir no sé cómo al entusiasmo de SegImp por las líneas de fuego despejadas. Y un montón de caminos cruzados, donde la gente hacía charcos al tomar atajos, hasta que por fin se hartaron y lo cubrieron todo de grava. Es un terreno enormemente aburrido.

Tan aburrido que él lo había ignorado por completo, hasta entonces.

Ella ladeó la cabeza, para seguir su mano mientras bloqueaba el espacio del plano. Su dedo trazó una delicada curva sobre la superficie, pero luego lo retiró tímidamente. Él se preguntó qué posibilidades acababa de imaginar ella allí.

—Pues bien, pienso —continuó con atrevimiento—, que sería espléndido plantar en este lugar un jardín barrayarés, de especies nativas exclusivamente, abierto al público. Una especie de regalo de la familia Vorkosigan a la ciudad de Vorbarr Sultana. Con adornos acuáticos, como en su diseño, y paseos y bancos y todas esas cosas civilizadas. Y esas discretitas placas con los nombres de todas las plantas, para que la gente pueda aprender cosas de la antigua ecología y todo eso.

Ahí tenía: arte, servicio público, educación. ¿Había algún cebo más que hubiera olvidado poner en el anzuelo? Ah, sí, el dinero.

—Es una feliz coincidencia que esté usted buscando un trabajito para el verano —
coincidencia, ja, mira a ver si dejo algo al azar
—, porque creo que sería la persona ideal para encargarse de esto. Diseñe y supervise la instalación del conjunto. Podría darle una ilimitada, um, generosa cantidad presupuestaria, y un salario, por supuesto. Podría usted contratar a los obreros, y traer todo lo que necesite.

Y tendría que visitar la mansión Vorkosigan prácticamente
todos los días
, y consultar
frecuentemente
con su lord residente. Y para cuando el impacto por la muerte de su marido hubiera remitido, y estuviera dispuesta a quitarse sus formales ropas de luto, y todos los solterones Vor de la capital aparecieran ante su puerta, Miles tendría ya ventaja y eso le permitiría espantar a los competidores más deslumbrantes. Era demasiado pronto para sugerir hacerle la corte a su dolido corazón: Miles lo tenía mentalmente claro, aunque su corazón aullara de frustración. Pero una amistad fundada en un negocio justo podría hacer mella en sus defensas…

Ella había alzado las cejas; se tocó con un dedo inseguro aquellos exquisitos labios, pálidos y sin pintar.

—Es exactamente el tipo de trabajo en que me gustaría formarme. No sé cómo hacerlo todavía.

—Pues fórmese sobre la marcha —respondió Miles al instante—. Aprenda con la práctica. Tiene que empezar alguna vez, ¿no? No puede hacerlo más pronto que ahora.

—Pero ¿y si cometo algún error irreparable?

—Pretendo que esto sea un proyecto continuado. Los entusiastas de este tipo de cosas siempre están remodelando sus jardines. Se aburren viendo lo mismo todo el tiempo, supongo. Si más tarde se le ocurre alguna idea mejor, siempre puede revisar el plan. Eso proporcionará variedad.

—No quiero malgastar su dinero.

Si alguna vez se convertía en lady Vorkosigan, tendría que cumplir eso, decidió Miles firmemente.

—No tiene que decidirlo ahora mismo —ronroneó, y se aclaró la garganta.
Cuidado con el tono, chaval. Negocios
—. ¿Por qué no viene a la mansión Vorkosigan mañana, y pasea por el lugar, y ve qué ideas se le ocurren? En realidad no se ve nada mirando este plano. Podemos almorzar después, y hablar de los problemas y las posibilidades que intuya. ¿No es lógico?

Ella parpadeó.

—Sí, mucho —su mano se arrastró curiosa hacia el plano.

—¿A qué hora puedo recogerla?

—Cuando le parezca conveniente, lord Vorkosigan. Oh, lo retiro. Si es después de las doce, mi tía habrá vuelto de las clases y Nikki podrá quedarse con ella.

—¡Excelente!

Sí, por mucho que apreciara al hijo de Ekaterin, a Miles le pareció que podía pasarse sin la ayuda de un activo niño de nueve años en aquel delicado baile.

—A las doce entonces. Considérelo un trato —sólo un poco tarde, añadió—: ¿Y le gusta Vorbarr Sultana a Nikki, por ahora?

—Parece que le gusta su habitación, y esta casa. Creo que se va a aburrir un poco si tiene que esperar a que empiece el colegio para conocer a chicos de su edad.

No estaría bien dejar a Nikolai fuera de sus cálculos.

—¿Deduzco entonces que los retrogenes prendieron, y que ya no corre peligro de desarrollar los síntomas de la distrofia de Vorzohn?

Una sonrisa de profunda satisfacción maternal suavizó el rostro de Ekaterin.

—Eso es. Estoy muy contenta. Los doctores de la clínica de Vorbarr Sultana dijeron que tenía un conjunto celular muy limpio y completo. En cuanto al desarrollo, será como si nunca hubiera heredado la mutación —lo miró—. Es como si me hubieran quitado de encima un peso de quinientos kilos. Creo que podría volar.

Anda que no
.

Nikki salió de la casa en ese instante, llevando un plato de galletas con aire de importancia, seguido por la profesora, que traía una bandeja de té y tazas. Miles y Ekaterin se apresuraron a despejar la mesa.

—Hola, Nikki —dijo Miles.

—Hola, lord Vorkosigan. ¿Ese que está ahí fuera es su vehículo de tierra?

—Sí.

—Es una tartana —hizo el comentario sin desprecio, por interés.

—Lo sé. Es una reliquia de la época de mi padre como Regente. Está blindado, por cierto… tiene un impulso masivo.

—¿Ah, sí? —el interés de Nikki aumentó—. ¿Le han disparado alguna vez?

—No creo que a ese coche en concreto le dispararan, no.

—Ah.

La última vez que Miles había visto a Nikki, el chico tenía el rostro serio y estaba pálido de concentración, pues tuvo que llevar la vela en la ofrenda funeraria de su padre, y obviamente estaba ansioso por hacer bien su parte de la ceremonia. Ahora tenia mucho mejor aspecto, los ojos marrones vivarachos y el rostro de nuevo alegre. La profesora sirvió té, y la conversación trató de otros aspectos generales durante un rato.

Poco después quedó claro que a Nikki le interesaba más la comida que la visita de su madre; rechazó una halagadora oferta adulta de té, y con permiso de su tía abuela tomó varias galletas y se fue a la casa a hacer lo que fuera que hubiese estado haciendo. Miles trató de recordar qué edad tenía cuando sus padres dejaron de parecerle parte del mobiliario. Bueno, a excepción de los militares que escoltaban a su padre, desde luego, que siempre habían atraído su atención. Pero claro, Miles estaba loco por los militares desde que aprendió a nadar. Nikki estaba loco por las naves de salto, y probablemente querría ser piloto. Tal vez Miles pudiera traer a algún piloto a casa, algún día, para deleite del chico. Un piloto felizmente casado, por supuesto, se corrigió.

Había lanzado el cebo y Ekaterin había picado: era hora de retirarse mientras iba ganando. Pero sabía que ella ya había rechazado una prematura oferta para volver a casarse proveniente de alguien completamente inesperado. ¿La habría encontrado ya alguno de los Vor varones que en tanto exceso poblaban Vorbarr Sultana? La capital rebosaba de jóvenes oficiales, burócratas en alza, empresarios agresivos, hombres de ambición y riqueza y rango atraídos al corazón del Imperio. Pero no rebosaba, en un promedio de casi cinco a tres, de sus hermanas. Los padres de la anterior generación habían llevado demasiado lejos las técnicas galácticas de selección de sexo en su loca pasión por tener herederos varones, y los propios hijos que tanto habían anhelado (los contemporáneos de Miles) habían heredado el caos resultante. Si acudías a cualquier fiesta formal en la Vorbarr Sultana actual, prácticamente olías la maldita testosterona en el aire, volatilizada sin duda por el alcohol.

—Así que, ah… ¿ha recibido alguna otra visita, Ekaterin?

—Sólo llegué hace una semana.

Eso no era ni un sí ni un no.

—Pensaba que los solterones la acosarían en un santiamén —espera, no pretendía recalcar eso…

—Sin duda —ella indicó su vestido negro—, esto los mantendrá a raya. Si es que tienen modales.

—Mm, no estoy tan seguro. El panorama social es bastante intenso ahora mismo.

Ella sacudió la cabeza y sonrió con tristeza.

—Para mí no hay ninguna diferencia. Soporté una década de… matrimonio. No necesito repetir la experiencia. Las otras mujeres pueden quedarse con mi parte de solterones —la convicción de su voz quedó reforzada por un característico matiz de acero en la voz—. Es un error que no voy a cometer dos veces. Nunca me volveré a casar.

Miles controló un retortijón, y consiguió responder con una sonrisa compasiva e interesada a esta confidencia.
Sólo somos amigos. No la estoy acosando, no, no. No hace falta que levante sus defensas, señora, no por mí
.

No podía llegar más lejos presionando; lo único que conseguiría sería estropearlo. Obligado a contentarse con el avance de un día, Miles terminó su té, intercambió unas cuantas galanterías con las dos mujeres y se marchó.

Pym se apresuró a abrir la puerta del vehículo de tierra mientras Miles bajaba de un salto los tres últimos escalones. Ocupó el asiento de pasajeros, y mientras Pym se ponía al volante y cerraba el dosel, hizo un gesto grandilocuente.

—A casa, Pym.

Pym salió a la calle y preguntó tímidamente:

—Salió bien, ¿no milord?

—Tal y como lo había planeado. Va a venir mañana a almorzar a la mansión Vorkosigan. En cuanto lleguemos a casa, quiero que llames al servicio de jardinería… que traigan esta noche un equipo de zapadores y le den un buen repaso al terreno. Y habla con… no, yo hablaré con Ma Kosti. El almuerzo debe de ser… exquisito, sí. Ivan siempre dice que a las mujeres les gusta la comida. Pero no demasiado pesada. Vino… ¿beberá ella vino por la mañana? Se lo ofreceré, de todas formas. Algo de los terrenos familiares. Y té si no quiere vino, sé que bebe té. Elimina el vino. Y que limpien la mansión, que retiren todas las sábanas de los muebles de la planta baja… de todos los muebles. Quiero enseñarle la casa antes de que se dé cuenta… No, espera. Me pregunto… si la casa fuera el típico piso de soltero, quizá se conmoviera. Tal vez debería ensuciarla un poco más, amontonar unos cuantos vasos estratégicamente, mondas de fruta bajo el sofá… una silenciosa llamada de
¡Ayúdame! ¡Vente a vivir aquí y ayuda a este pobre tipo…!
¿O eso acabaría de asustarla? ¿Tú qué opinas, Pym?

BOOK: Una campaña civil
10.03Mb size Format: txt, pdf, ePub
ads

Other books

Max: A Stepbrother Romance by Brother, Stephanie
Watergate by Thomas Mallon
3 Brides for 3 Bad Boys by 3 Brides for 3 Bad Boys (mf)
Eternal Temptation by T. A. Grey
Mercer's Siren by Mina Carter, J.William Mitchell
Deeper by Jane Thomson
The Reluctant First Lady by Venita Ellick
Rebecca's Tale by Sally Beauman
Persuasion Skills by Laurel Cremant