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Authors: Lois McMaster Bujold

Tags: #Novela, Ciencia ficción

Una campaña civil (6 page)

BOOK: Una campaña civil
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—¿Postre?

La bandeja de plata estaba cargada con ocho pasteles diferentes, tan alarmantemente hermosos que Ekaterin consideró que sería un crimen estético comerlos sin grabarlos primero en vid para la posteridad.

—Oh, cielos.

Después de una larga pausa, señaló uno cubierto de crema y frutas glaseadas como joyas. Vorkosigan lo sirvió en un plato, y se lo tendió. Él contempló el postre, pero Ekaterin advirtió que no seleccionaba ninguno. No estaba gordo, pensó indignada; cuando hacía de almirante Naismith debía de haber estado prácticamente en los huesos. El postre sabía tan delicioso como su aspecto indicaba, y la contribución de Ekaterin a la conversación cesó durante un ratito. Vorkosigan la observó, sonriendo con un placer morboso.

Mientras ella acababa con las últimas moléculas de nata de su plato, en el pasillo sonaron pasos, y voces de hombres. Reconoció el vozarrón de Pym, que decía:

—… no, mi señor está reunido con su nueva
diseñadora paisajística
. No creo que desee que lo molesten.

Una voz de barítono replicó:

—Sí, sí, Pym. Ni yo. Es un asunto oficial de parte de mi madre.

Una expresión de extremo malestar asomó en el rostro de Vorkosigan, y masculló una maldición demasiado ahogada para que Ekaterin pudiera entenderla. Cuando el visitante asomó a la puerta del Salón Amarillo, su expresión se volvió neutra.

El hombre a quien Pym no conseguía cerrar el paso era un joven oficial, alto y sorprendentemente guapo, un capitán con uniforme verde. Tenía el pelo oscuro, ojos pardos y risueños, y una sonrisa perezosa. Se detuvo para dirigir a Vorkosigan un burlón saludo y dijo:

—Salve, oh, lord Auditor primo. Dios mío, ¿eso que veo es el postre de Ma Kosti? Dime que no llego demasiado tarde. ¿Queda algo? ¿Puedo lamer las migajas?

Entró en el salón y miró a Ekaterin de arriba a abajo.

—¡Oh-ho! ¡Preséntame a tu diseñadora paisajística, Miles!

Lord Vorkosigan dijo, entre dientes:

—Señora Vorsoisson, le presento a mi molesto primo, el capitán Ivan Vorpatril. Ivan, la señora Vorsoisson.

Sin molestarse en lo más mínimo por la presentación, Vorpatril sonrió, hizo una reverencia sobre su mano, y la besó. Sus labios rozaron su piel un segundo de más, pero al menos eran secos y cálidos; Ekaterin no tuvo que superar el impulso de limpiarse la mano en la falda cuando por fin la soltó.

—¿Y acepta usted encargos, señora Vorsoisson?

Ekaterin no estaba segura de si debía sentirse divertida u ofendida por su alegre tono, pero parecía más seguro mostrarse divertida. Se permitió una sonrisita.

—Sólo estoy empezando.

—Ivan vive en un apartamento —intervino lord Vorkosigan—. Creo que tiene una maceta en el balcón, pero la última vez que miré, estaba vacía.

—Era
invierno
, Miles.

Un leve maullido procedente de la tapa de plata llamó su atención. La miró, alzó con cuidado un extremo y dijo:

—Ah. Uno de vosotros.

Y la volvió a soltar. Dio la vuelta a la mesa, espió el plato de postre sin usar, sonrió beatíficamente y se sirvió dos pasteles con el tenedor sobrante del plato de su primo. Regresó al asiento vacío del otro lado, soltó sus despojos, acercó una silla y se sentó entre lord Vorkosigan y Ekaterin. Se volvió hacia los maullidos de protesta que aumentaban de volumen, suspiró, soltó al prisionero felino y lo colocó en su regazo, sobre la servilleta de fino lino, y lo entretuvo con una buena porción de nata que le cubría las patas y la cara.

—No dejéis que os interrumpa —añadió mientras daba el primer bocado.

—Estábamos terminando —dijo Vorkosigan—. ¿Por qué estás aquí, Ivan? —y añadió entre dientes—: ¿Y por qué no pudieron esos guardaespaldas impedirte el paso? ¿Tendré que dar órdenes para que te disparen?

—Mi fuerza es grande porque mi causa es justa —le informó Vorpatril—. Me envía mi madre con una lista de encargos para ti, larga como mi brazo. Con notas al pie.

Sacó un largo papel de su túnica, lo desenrolló y se lo tendió a su primo; el gatito se puso de espaldas y trató de agarrarlo, e Ivan se entretuvo un instante haciéndolo rabiar.

—¡Tik-tik-tik!

—Tu decisión se debe a que tienes más miedo de tu madre que de mis lacayos.

—Igual que tú. Y que tus lacayos —observó lord Vorpatril, engullendo otro bocado de postre.

Vorkosigan se tragó una risa involuntaria y luego recuperó su expresión severa.

—Ah… señora Vorsoisson, voy a tener que encargarme de esto. Será mejor que lo dejemos por hoy —le sonrió para pedirle disculpas y retiró su silla.

Lord Vorkosigan sin duda tenía importantes asuntos de seguridad que discutir con el joven oficial.

—Por supuesto. Um, encantada de conocerlo, lord Vorpatril.

Impedido por el gatito, el capitán no se levantó, pero asintió para ofrecer su más cordial despedida.

—Señora Vorsoisson, ha sido un placer. Espero que volvamos a vernos pronto.

La sonrisa de Vorkosigan desapareció; ella se levantó y él la condujo hasta el pasillo, mientras se llevaba a los labios el comunicador de muñeca y murmuraba:

—Pym, por favor trae el coche. —Hizo un gesto hacia delante, y la alcanzó en el pasillo—. Lamento lo de Ivan.

Ella no llegaba a comprender qué había que lamentar, así que ocultó su asombro encogiéndose de hombros.

—¿Entonces tenemos un trato? —continuó él—. ¿Se encargará de mi proyecto?

—Tal vez sería mejor que viera usted primero unos cuantos diseños posibles.

—Sí, por supuesto. Mañana… o puede usted llamarme cuando esté lista. ¿Tiene mi número?

—Sí, me dio varios allí en Komarr. Todavía los tengo.

—Ah. Bien.

Bajaron la gran escalera, y Miles adoptó una expresión pensativa. Al pie, la miró y añadió:

—¿Y todavía tiene ese pequeño recuerdo?

Se refería al diminuto modelo de Barrayar, colgado de una cadena, recuerdo de los sombríos acontecimientos que no podían discutir en público.

—Oh, sí.

Él se detuvo, esperanzado, y ella lamentó no poder mostrársela en el acto, pero le parecía una joya demasiado valiosa para llevarla puesta todos los días; estaba guardada, cuidadosamente envuelta, en un cajón en casa de su tía. Pasado un instante oyeron el vehículo de tierra y él la condujo hasta las puertas dobles.

—Buenos días entonces, señora Vorsoisson.

Le estrechó la mano, firmemente y sin retenerla demasiado tiempo, y la acompañó hasta el compartimento trasero del vehículo.

—Supongo que será mejor que vuelva con Ivan.

Cuando el dosel se cerró y el vehículo se marchó, se dio la vuelta. Para cuando el coche franqueó las verjas, ya había desaparecido de la vista.

Ivan depositó en el suelo uno de los platos de ensalada usados y acercó al gatito. Tenía que admitir que un animal joven de casi cualquier especie era una ayuda excelente; había advertido la forma en que la fría expresión de la señora Vorsoisson se suavizó cuando jugueteaba con la horrible criatura peluda. ¿Dónde había encontrado Miles a esa sorprendente viuda? Se acomodó en su silla, vio la lengua rosada del gatito rebañar el plato y reflexionó sombrío sobre su salida de la noche anterior.

Su cita parecía una joven muy dispuesta: estudiante de la universidad, lejos de casa por primera vez, destinada a dejarse impresionar por un oficial imperial Vor. De mirada atrevida y nada tímida: ella lo había recogido a él en su volador. Ivan era experto en los usos del volador para romper las barreras psicológicas y crear el ambiente adecuado. Unos cuantos pases suaves y casi siempre podías provocar algunos de esos grititos que hacen que la joven dama se te agarre con fuerza, el pecho le suba y le baje con la respiración agitada y abra los labios cada vez más dispuestos para ser besados. Esta chica, sin embargo… no había estado tan cerca de echar hasta la primera papilla en un volador desde aquella vez en que quedó atrapado con Miles en una de sus fases maníacas en una demostración de vuelo sobre Hassadar. Ella se echó a reír, perversamente, mientras Ivan sonreía indefenso y con los dientes apretados, los nudillos blancos contra el cinturón de seguridad.

Luego, en el restaurante que ella eligió, se encontraron oh-tan-casualmente con aquel maldito estudiante graduado, y las cosas empezaron a encajar. Ella lo había estado utilizando
a él
, maldición, para poner a prueba la devoción del estudiante, y el tontorrón había picado a pies juntillas.
Cómo está usted, señor. Oh, ¿no es tu tío el que dijiste que estaba en el servicio? Usted perdone
… La educada manera en que había conseguido convertir la respetuosa oferta de una silla en un sutil insulto había sido digna de… digna del pariente más bajito de Ivan, desde luego. Ivan había escapado temprano, deseándoles en silencio que se lo pasaran bien. Que el castigo cuadre con el crimen. No sabía qué estaba pasando con las chicas barrayaresas de hoy en día. Se estaban volviendo casi… casi galácticas, como si hubieran estado tomando lecciones de la formidable amiga de Miles, Quinn. La severa recomendación de su madre para que se ciñera a las mujeres de su edad y clase casi parecía que empezaba a tener sentido.

Unos pasos ligeros resonaron en el pasillo y su primo apareció en la puerta. Ivan pensó, y lo descartó enseguida, darle a Miles una vívida descripción de la debacle de la pasada velada. Fuera cual fuese la emoción que tensaba los labios de Miles y agachaba su cabeza en aquella expresión de bulldog con los pelos de punta distaba mucho de prometer compasión.

—Oportuno como siempre, Ivan —Masculló Miles.

—¿Qué pasa, he estropeado tu
tête-a-tête
?
Diseñadora paisajística
, ¿eh? A mí también podría despertárseme de pronto el interés por los paisajes. Vaya perfil.

—Exquisito —suspiró Miles, distraído temporalmente por alguna visión interna.

—Y de cara tampoco está mal —añadió Ivan, observándolo.

Miles casi picó el cebo entonces, pero sofocó su respuesta inicial con una mueca.

—No te vuelvas ansioso. ¿No me estabas diciendo que tenías un asuntillo con esa señora de Vor-como-se-llame?

Echó atrás la silla y se desplomó en ella, cruzando los brazos y los tobillos. Miró a Ivan con ojos entornados.

—Ah. Sí. Bueno. Eso parece que no funcionó.

—Me sorprendes. ¿El marido complaciente no era tan complaciente después de todo?

—Era tan obtuso… Quiero decir que ahora están fabricando a su hijo en un replicador uterino. No es que a nadie se le ocurra aceptar a un pequeño bastardo en el árbol familiar hoy en día. En cualquier caso, ha conseguido un puesto en la administración colonial y se la lleva a Sergyar. Apenas nos dejó despedirnos de forma civilizada.

Había sido una escena desagradable con veladas amenazas de muerte, en realidad. Eso podría haber quedado mitigado por el menor signo de pesar, o incluso preocupación por la salud de Ivan por parte de ella, que se pasó en cambio todo el rato colgada del brazo de su marido y con cara de estar impresionada por sus reclamaciones territoriales. En cuanto a la adolescente terrorista del volador a quien había intentado convencer para que aliviara su corazón partido… reprimió un escalofrío.

Ivan se sacudió de la depresión que le provocaban los recuerdos y continuó:

—¡Pero una viuda, una viuda joven de verdad! ¿Sabes lo difíciles que son de encontrar hoy en día? Conozco gente en el Cuartel General que daría la mano derecha por una viuda amistosa, si no fuera porque tiene que usarla durante las noches largas y solitarias. ¿Cómo te tocó semejante lotería?

Su primo no se dignó a contestar. Al cabo de un momento, señaló los papeles, enrollados junto al plato vacío de Ivan.

—¿Qué es todo esto?

—Ah.

Ivan los desenrolló y se los tendió.

—Es la agenda para tu inminente reunión con el Emperador, la futura emperatriz y mi madre. Trae loco a Gregor con todos los detallitos sobre la boda. Como tú vas a ser el Segundo de Gregor, se requiere y exige tu presencia.

—Oh. —Miles echó un vistazo al contenido. Frunció el ceño, sorprendido, y miró de nuevo a Ivan—. No es que esto no sea importante, pero ¿no deberías estar de servicio ahora mismo?

—Ja —dijo Ivan, sombrío—. ¿Sabes lo que me han hecho esos hijos de perra?

Miles sacudió la cabeza, alzando las cejas.

—Me han destinado formalmente al servicio de mi madre, mi madre, como ayuda de cámara hasta que pase la boda. Me uní al Servicio para escapar de mi madre, maldición. ¡Y ahora de pronto es mi oficial en jefe!

La breve sonrisa de su primo carecía totalmente de simpatía.

—Hasta que Laisa esté felizmente casada con Gregor y pueda encargarse de sus deberes como anfitriona política, tu madre tal vez sea la persona más importante de Vorbarr Sultana. No la subestimes. He visto planes de invasiones planetarias menos complejos que lo que se está preparando para esta boda imperial. Harán falta todas las dotes de mando de tía Alys para que salga bien.

Ivan sacudió la cabeza.

—Sabía que tendría que haber pedido que me destinaran a algún planeta lejano mientras aún podía. Komarr, Sergyar, alguna pequeña embajada, cualquier sitio menos Vorbarr Sultana.

Miles se puso serio.

—No sé, Ivan. Descontando un ataque por sorpresa, éste es el acontecimiento político más importante de… estaba a punto de decir del año, pero creo que en realidad es de nuestra vida. Cuantos más herederos puedan poner Gregor y Laisa entre tú y yo y el Imperio, más seguros estaremos. Nosotros y nuestras familias.

—No tenemos familia todavía —señaló Ivan.
¿Así que eso es lo que tiene en en mente para la bonita viuda? Oh-oh
.

—¿Nos habríamos atrevido? Desde luego yo sí que pienso en el tema, cada vez que me acerco lo suficiente a una mujer para… no importa. Pero esta boda tiene que ir como la seda, Ivan.

—No lo discuto —dijo éste sinceramente. Extendió la mano para disuadir al gatito, que había dejado limpio el plato, de que se afilara las garras en sus pulidas botas. Unos instantes sobre su regazo enfriaron ese entusiasmo y se dedicó, ronroneando, al serio asunto de digerir y hacer crecer más pelo que soltar sobre los uniformes imperiales.

—¿Cuál dijiste que era el nombre de pila de tu viuda? —Miles todavía no había revelado esa información.

—Ekaterin —suspiró Miles. Su boca pareció acariciar las cuatro sílabas antes de despedirse de ellas.

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