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Authors: David Baldacci

Tags: #Intriga, Policíaca

Frío como el acero (32 page)

BOOK: Frío como el acero
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—¿Lo ves, lo ves? Son aliados, hijo. Trabajan juntos. Estamos en manos del enemigo.

Stone se giró hacia la anciana.

—Lesya, fuiste una de las mejores espías de la Unión Soviética. Se rumoreaba que entregaste a más agentes extranjeros que nadie.

—Soy rusa. Trabajé para mi país. Igual que tú para el tuyo, John Carr. Y tienes razón, era la mejor.

Stone hizo una pausa al ver el orgullo que teñía sus facciones demacradas. Y a continuación le habló con dureza:

—Pues empieza a comportarte como tal y deja de soltar comentarios histéricos y estúpidos. Vamos a necesitar toda tu ayuda si queremos sobrevivir. ¿Acaso vas a quedarte ahí lloriqueando y dejar morir a tu hijo?

Ella lo miró con frialdad, entornando los ojos con ira repentina. Acto seguido, su expresión se despejó. Miró a Finn y luego a Stone.

—Tienes razón —convino—. Me estoy comportando como una estúpida. —Se reclinó en el asiento—. Tenemos que urdir un plan teniendo en cuenta los grandes recursos de que dispone Gray. A veces la abundancia de recursos impide actuar con agilidad, mientras que nosotros sí podemos. Quizá descubran que tenemos una o dos artimañas que no previeron.

Finn observó a su madre por el retrovisor. Nunca había oído aquel tono ni visto aquella serena confianza. Su acento ruso había desaparecido por completo. Era como si se hubiera quitado treinta años de un plumazo. ¡Incluso se sentaba más erguida!

—Quizá no sepan que mi hijo está implicado —continuó Lesya—, por lo menos no todavía, pero no tardarán en enterarse.

—¿Cómo? —preguntó Finn.

—Comprobarán los vuelos que han llegado hoy al aeropuerto. Compararán las descripciones. Este sitio es pequeño, no tardarán demasiado.

—No he utilizado mi nombre verdadero. Tengo un documento de identidad falso.

—Pero están las cámaras de vigilancia del aeropuerto —dijo Stone—. Introducirán tu rostro en alguna base de datos. Supongo que por lo menos estará en una. —Finn asintió—. Entonces tu familia podría correr peligro.

—¡Llámales ahora mismo! —instó Lesya.

Stone advirtió la enorme presión bajo la que se encontraba el joven cuando cogió el teléfono.

Finn habló con voz temblorosa.

—Cariño, por favor, no me preguntes nada ahora. Coge a los niños y llévalos a un motel. En el cajón de mi escritorio hay un móvil seguro. Utilízalo para llamarme. Saca dinero de un cajero automático. No utilices la tarjeta de crédito ni tu nombre real en el motel. Quédate ahí. Nada de colegios, partidos de béisbol o fútbol, natación, nada. Y no se lo cuentes a nadie. Por favor, luego te lo explicaré.

Stone y Lesya oyeron la réplica desesperada de la azorada esposa.

El sudor perlaba la frente de Finn. Habló más bajo y al final su mujer se tranquilizó.

—Te quiero, cariño —añadió al final—. Todo saldrá bien. Te lo juro.

Colgó y se recostó en el asiento. Lesya le apretó el hombro.

—Lo siento, Harry. Me sabe mal hacerte esto. Yo… yo… —Se le apagó la voz. Apartó la mano y miró a Stone—. ¿Dices que Gray sabe que estás vivo, Carr? Te sacó de la tumba, por así decirlo. ¿Podría utilizar a alguien para llegar a ti? ¿Para hacerte salir a la luz? Seguro que alguien nos vio salir de la residencia y habrá dado una descripción. Él sabrá que estás con nosotros. Sabrá que tú eres la mejor manera de llegar hasta nosotros. Así pues, dime, ¿hay alguien?

—Conozco personas de las que se puede aprovechar, pero ya están advertidas.

Lesya negó con la cabeza.

—Las advertencias no sirven para nada si no se actúa con habilidad. ¿Esos amigos saben cuidar de sí mismos y cumplir órdenes? —preguntó mirándolo fijamente—. No maquilles la realidad. Tenemos que saber exactamente en qué situación nos encontramos.

—Uno de ellos sí, y está con otro amigo mío. Pero hay un tercero… —«Caleb, por favor, no cometas ninguna estupidez.»—Entonces ése será el flanco que Gray explotará. Dime, ¿cuánto aprecias a ese amigo?

—Muchísimo.

—Entonces lo siento por ti y por tu amigo.

Stone se reclinó en el asiento y notó las palpitaciones del corazón. Detestaba lo que aquella mujer le decía, aun sabiendo que tenía toda la razón.

—Llegado el momento, ¿nos intercambiarías por tu amigo? —añadió ella.

Stone se volvió y se encontró con sus ojos. Nunca había visto una mirada más penetrante que la que Lesya le dirigía en ese momento. No; se equivocaba. Había visto esa mirada con anterioridad: en Rayfield Solomon, justo antes de que él lo matara.

—No —respondió—, no lo haría.

—Entonces esforcémonos por no tener que llegar a esa encrucijada, John Carr, y a lo mejor así puedes redimirte de haber matado a mi esposo. —Miró por la ventanilla antes de añadir—: Y sí que fui la mejor agente de la Unión Soviética, pero Rayfield era incluso mejor.

—¿Por qué? —preguntó Stone.

—Porque me enamoré de él, y me delató.

—¿Qué? —soltó Stone.

—¿No lo sabías? Yo trabajaba para los americanos cuando lo mataste.

76

Jerry Bagger no había dejado de telefonear desde que hablara con Paddy Conroy. El magnate de los casinos había pasado muchas horas pensando y al final había tomado una decisión. En circunstancias normales, la técnica de Bagger consistía en devolver cada golpe hasta que él o su contrincante desfallecían. Esta vez no iba a hacerlo, por diversos motivos. Uno de los más importantes era que había visto a Annabelle en acción. Sabía lo buena y convincente que podía ser. Y una vocecilla interior le recordaba a Bagger que un golpe corto era la preparación para un gancho de izquierda, puñetazo directo que había derribado a muchos contrincantes. No tenía intención de ser el blanco de esa clase de golpes demoledores.

Sin embargo, no podía dejar escapar aquella oportunidad de oro para tener en sus manos a Annabelle, si es que Paddy estaba jugando limpio. Tenía que ir a por todas. Pero siempre hay que tener un plan B, porque el plan A casi nunca sale perfecto, y a veces incluso se tuerce tanto que uno no está seguro de poder despertarse al día siguiente. Annabelle le había dado una lección valiosa al desplumarlo: la fuerza de lo imprevisible.

Primero llamó a su director financiero para ordenarle que depositara una buena suma en un paraíso fiscal seguro al que Bagger pudiera acceder al instante. El dinero lo puede todo. Mandó que su jet privado volara a Atlantic City para recoger algunas cosas, entre ellas el pasaporte, y luego aterrizara en un aeropuerto privado de Maryland.

A continuación, telefoneó a otro de sus socios, un colega de mucha confianza dotado de un talento especial para los explosivos. Bagger le dijo lo que quería y el hombre respondió que podía tenerlo listo en dos horas, entregado en casa. Bagger añadió una propina de cinco mil dólares al precio del artilugio. «Debes de estar muy necesitado», comentó el artificiero.

Era verdad, Bagger necesitaba aquella bomba desesperadamente. Lo irónico del caso era que esos dispositivos casi siempre mataban a mucha gente. Pero en este caso quizá sirviera para dejar con vida a una sola persona.

«A mí», pensó.

—Bueno —dijo Annabelle a Alex y a su padre—, tenéis que meterme en esa furgoneta.

Paddy se levantó y meneó la cabeza.

—Me temo que no, Annie.

—¿Qué quieres decir? —repuso ella mirando con severidad a Alex. El parecía tan sorprendido como ella.

—Tú no irás en esa furgoneta. Iré yo —afirmó Paddy.

—Eso no forma parte del plan. Jerry me quiere a mí, no a ti.

—Le diré que me has tomado el pelo. Se lo creerá. Sabe perfectamente lo buena que eres.

—Paddy, no voy a permitir que Jerry se te acerque.

—Tú tienes toda la vida por delante, Annie. Si algo sale mal y yo pago el pato, ¿qué más da?

—¿Por qué no me lo dijiste antes?

—Porque sabía que no lo aceptarías, por eso. Ahora hemos llegado demasiado lejos para echarnos atrás.

—Alex, habla con él.

—Bueno, lo que dice tiene sentido, Annabelle.

—Metedme en la furgoneta —continuó Paddy—. Ganaré algo de tiempo contándole a Jerry cómo me engañaste, pero le diré que todavía puedo pescarte si me da otra oportunidad.

—Papá, te matará en cuanto te vea.

—Conozco a Jerry desde hace mucho más tiempo que tú. Sé cómo camelármelo. Confía en mí.

—No voy a permitir que…

—Tengo que hacerlo. Por muchos motivos.

Annabelle miró a Alex y otra vez a Paddy.

—¿Y si algo sale mal?

—Pues habrá salido mal —repuso Paddy—. Ahora que empiece el espectáculo. No tengo tiempo que perder. —Señaló a Alex con un dedo—. Pero una cosa: que no aparezca la caballería hasta que el cabrón reconozca que mató a Tammy.

La llamada se produjo a las once y proporcionó la dirección. A medianoche los hombres de Bagger entraron en el parking y encontraron la furgoneta blanca en la segunda planta. En la parte trasera, bien envuelta en una alfombra enrollada, había una persona.

—¡Mierda! —exclamó Mike Manson cuando dirigió su linterna a la cabeza de la persona—. ¡Es un viejo!

Desenrollaron la alfombra y allí estaba Paddy Conroy. Parecía tan débil que tuvieron que ayudarlo a levantarse.

Manson le puso la pistola contra una mejilla sudorosa.

—¿Qué coño pasa aquí? ¿Quién cono eres?

—La cabrona de mi hija me ha engañado —masculló Paddy.

Manson esbozó una sonrisa.

—¿Eres Paddy Conroy?

—No, soy el rey de Irlanda, imbécil.

Manson lo llevó a empujones por el lado de la furgoneta, pero Paddy se golpeó con el flanco y se cayó. Manson telefoneó a Bagger para informarlo.

El magnate de los casinos se alegró de echarle el guante a su vieja bestia negra, pero receló de ese cambio tan drástico. No, no le gustaba en absoluto, porque eso significaba que Annabelle estaba suelta por ahí.

—Traedle —ordenó a Mike.

Manson colgó.

—Ahora nos vamos de excursión. Pero antes…

Los dos hombres cachearon a Paddy hábilmente para ver si llevaba algún dispositivo de vigilancia.

Al cabo de unos instantes la furgoneta blanca salió del parking, giró a la izquierda bruscamente, bajó por un callejón, dobló a la derecha y se paró derrapando detrás de tres monovolúmenes negros aparcados en fila.

Mike Manson introdujo a Paddy sin miramientos en el del medio. Los tres vehículos se pusieron en marcha y salieron a toda prisa del callejón. Uno giró a la izquierda, otro a la derecha y el tercero continuó recto.

Los vehículos llegaron a calles concurridas y el plan de Bagger enseguida resultó evidente. Por todas partes había monovolúmenes negros que transportaban a los asistentes al congreso del Banco Mundial a los distintos actos. Los tres monovolúmenes de Bagger se fundieron rápidamente en aquella aglomeración de dignatarios y burócratas.

A las diez y media de la noche Bagger salió del hotel con sus hombres. Fueron hasta un almacén abandonado que los hombres de Bagger habían localizado en una decadente zona industrial de Virginia. Esperaron allí hasta que el monovolumen negro con Paddy Conroy y Mike Manson llegó.

En cuanto Bagger vio a Paddy, se acercó a él y le dio un buen bofetón en la boca. Paddy cayó hacia atrás contra el vehículo, pero se rehízo y trató de atacar a Bagger, aunque los esbirros lo sujetaron.

—Por los diez mil dólares que me birlaste. Llevo mucho tiempo esperando vengarme por eso.

Paddy escupió sangre por la boca.

—Los mejores diez mil pavos que he birlado en mi vida.

—Ya veremos qué piensas al respecto dentro de un rato. ¿Sabes?, el hecho de que Annabelle no esté aquí significa que mi promesa de olvidarme de ti es nula y sin valor, como dicen los picapleitos. —Observó las facciones cenicientas y demacradas de Paddy y su ropa raída—. Parece que la vida te ha tratado muy bien. ¿Estás enfermo, eres pobre o ambas cosas?

—¿A ti qué más te da?

—Me siento insultado. Tú ni siquiera cuando estás en plenas facultades eres suficientemente bueno. ¿Te parece inteligente venir a por mí vestido con harapos y con cara de muerto viviente?

Paddy miró a los hombres armados que lo rodeaban.

—Pues ahora mismo no me parece inteligente, no.

Bagger se sentó en un cajón de embalaje sin apartar la mirada de Paddy.

—¿Así que Annabelle ha sido más astuta que tú? ¿Cómo se lo montó, Paddy?

—Como te he dicho, supongo que le enseñé demasiado bien.

—¿Estás seguro?

—¿Qué quieres decir?

—A lo mejor padre e hija se aliaron para joderme. ¿Qué te parece esa teoría?

—Mi hija me odia.

—Eso dices tú.

—Si no te lo crees, ¿por qué aceptaste el trato?

—Ya sabes por qué. Pero ahora estás tú aquí. ¿Dónde está ella?

—No tengo ni idea.

Bagger se levantó lentamente.

—Me parece que podrías esforzarte un poco más. Así que tú y yo vamos a charlar un poco.

—No me apetece charlar.

Bagger sacó una navaja dentada del bolsillo de la americana y se enfundó un guante de plástico.

—Puedo resultar muy convincente. —Miró a sus hombres y asintió.

Al cabo de un momento, Paddy estaba sin pantalones ni calzoncillos y Bagger le estaba calibrando las partes pudendas para cortárselas.

—Utilicé esta técnica con un capullo llamado Tony Wallace en Portugal después de «charlar» con el personal que había contratado para ocuparse de su mansión con mi dinero. ¿Y sabes qué? Habló largo y tendido justo antes de que le machacáramos el cerebro. De hecho, así fue como le seguí el rastro a tu hija. Y ahora tú vas a hacer lo mismo, viejo. Sabes dónde está Annabelle y vas a decírmelo. Y cuando me lo digas, te mataré rápido y sin dolor. ¿Y si no me lo dices? Pues seguro que esa opción no te gustará, créeme.

Paddy forcejeó con sus captores, pero eran demasiado fuertes. Mientras la navaja se acercaba cada vez más al lugar en que ningún hombre desea un instrumento afilado, Paddy exclamó:

—¡Por el amor de Dios, no sigas! ¡Pégame un tiro y ya está!

—Dime dónde está Annabelle y prometo que te mataré rápido. Es el único trato posible en este momento. Si realmente odias a tu hija, no debería suponerte ningún problema decirme dónde está, ¿verdad?

—Si lo supiera, ¿crees que estaría aquí, imbécil?

Bagger le cruzó la cara de un bofetón.

—Un poco de respeto.

—Aquí tienes mi respeto. —Paddy le escupió en la cara—. Esto es por Tammy.

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