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Authors: David Baldacci

Tags: #Intriga, Policíaca

Frío como el acero (38 page)

BOOK: Frío como el acero
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—Milton, tienes toda la razón. De hecho, no creo que Gray tuviera ningún problema en matar a Simpson y luego culparnos a nosotros. Pero tengo algo que quiere de verdad, y sabía que me lo pediría.

—¿Las pruebas que utilizaste para hacerle dimitir? —dijo Alex.

—Exacto. Es el único motivo por el que vendrá. Las órdenes que tenemos sólo vinculan a Simpson con los asesinatos de Andropov y Chernenko.

—O sea que Gray se presenta con su ejército y se realiza el intercambio. En cuanto tenga lo que quiere, ¿cómo vais a salir junto con David sanos y salvos? —quiso saber Annabelle.

—Hay una manera —dijo Stone—, y necesitaremos vuestra ayuda para lograrlo.

89

El equipo de Finn había preparado un camión articulado para utilizarlo en la incursión al Centro de Visitantes. El plan inicial había pasado a un segundo plano debido al incidente de Sam. No obstante, el camión estaba listo, y cuando Finn explicó a Stone las posibilidades que ofrecía, el ex Triple Seis le había dicho que fuera a buscarlo.

Y es lo que Finn había hecho; tenía las llaves del vehículo y libre acceso al almacén de seguridad donde se encontraba.

Condujo el camión articulado por el centro de la ciudad. Cuando llegó a la entrada del Centro de Visitantes vio que a su alrededor se ultimaban los preparativos para el simulacro de atentado terrorista.

Estacionó en una zona de carga y descarga y bajó. Llevaba el uniforme de rigor, la acreditación pertinente y órdenes de envío amañadas para engañar a un guardia aburrido. Le enseñó los papeles y abrió la trasera del camión. El guardia inspeccionó la carga, abriendo algunas cajas para echar un vistazo antes de volverlas a cerrar.

Finn había llegado allí a las seis y media porque sabía que los obreros de la construcción acabarían la jornada a las seis debido al simulacro de atentado. El siguiente turno llegaba a la mañana siguiente. El intercambio con Gray se realizaría a medianoche; Stone haría la llamada al cabo de dos horas. Eso les permitiría organizar su plan de huida y concedería muy poco tiempo a Gray para sus propios preparativos.

Milton estaba calle abajo, sentado en un coche y teléfono móvil en mano. Él era el mecanismo de seguridad. Si todo se iba al garete, tenía que llamar a la policía, al FBI, a los bomberos y a quien se le ocurriera. Como todos estarían cerca, el tiempo de respuesta sería muy rápido, aunque no lo suficiente. Caleb estaba en el escondrijo custodiando a Lesya y al resto de la familia Finn. Reuben y Alex se encontraban cerca, esperando instrucciones de Stone.

—Esto va a llevar lo suyo —le dijo Finn al guardia—. Además de descargar el material tengo que desempaquetarlo. Y mi ayudante se ha puesto enfermo.

—¿Cuánto rato? —preguntó el guardia.

—Probablemente hasta pasada la medianoche.

—Pues entonces mejor que empieces. —Y se marchó sin siquiera ofrecerle su ayuda.

Finn utilizó una carretilla eléctrica para descargar las cajas del aire acondicionado, ventilación y calefacción, y llevarlas al interior del edificio. Cuatro cajas tenían doble fondo. De una de ellas salió Stone, y de otra, Annabelle. De la tercera extrajeron a Simpson atado y amordazado, y de la cuarta Stone y Finn sacaron las armas, incluyendo fusiles de francotirador que Stone había utilizado en su época de Triple Seis. Finn los miró con escepticismo.

—Aún funcionan bien —le aseguró Stone—, a pesar de su edad.

—¿No disponen de mira infrarroja?

—Pues no.

—Los hombres de Gray la tendrán, de última generación —dijo Finn.

—Aja.

—Y protección corporal antibalas, la mejor.

—Siempre apunto a la cabeza.

Ocultaron a Simpson detrás de un cajón de azulejos, y Finn enseñó a Stone y a Annabelle las salas interiores, muchas todavía inacabadas.

Stone se detuvo en una sala y miró hacia arriba.

—¿Una galería?

Finn asintió.

—Esto es el Gran Salón. Desde aquí se domina la zona de visitantes principal. También están el atrio, el auditorio de congresos, la galería de exposiciones, los cines y la zona de restaurantes.

—Esta sala me gusta —dijo Stone mientras observaba el murete que delimitaba la galería y llegaba a la altura de la cintura—. El terreno elevado siempre ofrece ventajas. Ahora enséñame dónde está la fuente de suministro eléctrico más cercana.

Una vez inspeccionada, Finn los condujo por una serie de puertas que desembocaban en un largo pasillo cerrado.

—Ése es el pasillo subterráneo que conduce al Capitolio. Aún está totalmente bloqueado.

—¿Y cómo saco a David de aquí? —preguntó Annabelle.

Finn señaló hacia arriba.

—Los conductos de ventilación. Serán vuestra vía de salida. Ese conducto de ahí va directo al Capitolio. He dibujado un plano. —Se lo dio y le indicó distintos puntos, señalando que el conducto desembocaba en un pequeño trastero.

»No tienes más que recorrer un pasillo corto y encontrarás una puerta de salida. No está vigilada y se abre desde dentro. Uno de mis compañeros la utilizó cuando realizamos la incursión inicial. A él le costó pasar, pero es más corpulento que tú y David. Vosotros no tendréis problema, ambos sois delgados».

Stone miró a Annabelle.

—Por eso nos venías como anillo al dedo. Reuben o Alex no pasarían por ahí ni haciendo régimen. Caleb y Milton son delgados, pero…

—Lo sé —dijo Annabelle—. Si surgen problemas yo tengo labia suficiente para salir airosa.

—Alex y Reuben estarán apostados cerca de la salida que utilizaréis. Si hace falta, Alex enseñará su placa del Servicio Secreto para que crucéis todos los controles de seguridad.

—¿Dónde quieres que me sitúe, Oliver? —preguntó Annabelle.

—Aquí mismo, al lado de la entrada de la red de conductos. Te traeremos a David.

Annabelle miró al alto y corpulento Finn y a Stone.

—Un momento. Es obvio que Harry y tú no cabéis en los conductos. ¿Cómo saldréis?

—Ya nos preocuparemos nosotros de eso, Annabelle —dijo Stone.

90

Durante las dos horas siguientes, Stone y Finn coreografiaron lo que sucedería por la noche. Finn, especializado en tareas de esa índole, al final tuvo que reconocer que, en lo atinente a establecer la mejor posición para matar y sobrevivir, Stone le superaba con creces.

Llegó el momento de no retorno. Stone hizo la llamada a Gray y luego ocuparon sus posiciones y esperaron. Stone sabía que Gray enviaría una avanzadilla para hacer un reconocimiento del lugar. Y así fue. Al cabo de dos horas aparecieron unos hombres a husmear e inspeccionar, acompañados por los guardias de seguridad, oportunamente intimidados por las placas oficiales.

Luego apareció Gray en persona. Se le veía más corpulento de lo normal. Desde su posición de francotirador, Stone adivinó por qué: protección corporal antibalas. No le importó: como había dicho a Finn, siempre apuntaba a la cabeza. Nadie sobrevivía sin cerebro, aunque pareciera que en Washington más de uno lo conseguía sin problemas.

Al lado de Gray, un hombre empujaba una carretilla que transportaba una bolsa. Bajó la cremallera de la bolsa y ayudó a salir al chico. David Finn llevaba los ojos vendados y tapones en los oídos. Se colocó tambaleando al lado de Gray, quien recorrió con la mirada el enorme Gran Salón inacabado.

—Bueno —dijo al espacio vacío—. Aquí estamos.

Harry Finn entró en la sala con Simpson amordazado.

—Aquí lo tiene. ¡Ahora entrégueme a mi hijo!

Gray pareció ligeramente molesto por el hecho de que le hablaran de ese modo.

—Harry Finn, hijo de Lesya y Rayfield. Te pareces más a ella que a él.

—¡Devuélvame a mi hijo!

—¿Dónde están las órdenes? ¿Y dónde mi grabación?

Finn sacó unos papeles y un teléfono móvil del bolsillo de la chaqueta. Se los enseñó sin acercarse.

—Quiero a David a mi lado —dijo, y empujó a Simpson hacia Gray.

El senador se apresuró hacia Gray, quien ordenó que le quitaran la mordaza y las ataduras de la mano.

Entonces un hombre empujó a David hacia su padre. Finn abrazó a su hijo.

—Tranquilo, David, ya te tengo. —Le quitó la venda de los ojos y los tapones de los oídos.

—¡Papá! —dijo el muchacho con voz temblorosa, y lo abrazó con fuerza.

Gray estiró la mano.

—¡Dámelos ahora mismo!

Finn le lanzó lo que quería. Gray miró las órdenes.

—Cuesta creer que hayan sobrevivido todos estos años —comentó.

—Hay muchas cosas que han sobrevivido todos estos años, incluida mi madre —dijo Finn mientras colocaba a David detrás de él. Notó que los dedos de varios hombres se acercaban al gatillo de sus armas.

Gray escuchó la grabación en el teléfono móvil, luego se lo pasó a un subalterno, que lo conectó a un pequeño dispositivo electrónico y la reprodujo otra vez. Leyó el resultado que apareció en la pantalla del aparato.

—Es el original, se ha copiado una vez —informó.

Stone le había dado una copia a Gray con anterioridad.

Gray sonrió, se metió el móvil en el bolsillo y miró a Finn.

—¿Y qué tal está tu madre?

—Viuda, gracias a ti.

Gray miró alrededor.

—John, sé que estás ahí, quizás acompañado de tu variopinto regimiento. Pero para que sepas cuál es la situación del terreno de juego, te diré que el lugar está rodeado y completamente acordonado. Y la policía, el FBI, el Servicio Secreto y cualquier otra cosa que se te ocurra tienen prohibida la entrada. Seguro que sabes que ahora mismo se está realizando un simulacro de atentado terrorista ahí fuera. Probablemente por eso elegiste este sitio. Sin duda esperabas que te facilitaría la huida. Pero lo que hace es asegurar que, si se produce un tiroteo aquí dentro, no se oirá desde el exterior, y si se oye nadie se molestará en investigarlo.

En ese momento les llegaron los sonidos de las sirenas, disparos y explosiones, todo parte del simulacro.

Gray miró de nuevo a Finn.

—A lo mejor tendrías que darle las gracias a este joven, John. Mató a Bingham, a Cincetti y a Cole. Tú no lo sabes, claro, pero tus ex compañeros formaban parte del equipo enviado para matarte. Fallaron, por supuesto, pero pillaron a tu mujer. Cole se jactó de haber sido su ejecutor, pero Bingham se lo discutía. De hecho, se ofrecieron voluntarios para hacer el trabajo. Supongo que no les caías muy bien.

El silencio fue la única respuesta al dardo envenenado de Gray.

Gray esperó unos instantes antes de añadir:

—Quizá también te interese saber con quién me he encontrado mientras venía hacia aquí.

91

A Finn se le cayó el alma a los pies cuando vio aparecer a Milton escoltado por dos hombres de Gray.

Detrás del murete de cemento de la galería, Stone aflojó el dedo del gatillo. Podía cargarse a los dos hombres antes de que le hicieran daño a Milton, pero no sabía dónde estaba el resto del equipo de asalto de Gray. Necesitaba hacerlos salir.

—Creo que esto concluye el intercambio —dijo Finn.

Gray negó con la cabeza.

—No ha hecho más que empezar, muchacho.

Asintió hacia sus hombres mientras se retiraba con Simpson. Cuando estuvieron a salvo, detrás de una pared de ladrillos a medio levantar, Simpson dijo en voz alta:

—Por cierto, John Carr, fui yo quien ordenó tu eliminación. Nadie deja la Triple Seis de forma voluntaria. Lo único que lamento es que no acabáramos contigo entonces. Pero la paciencia tiene recompensa.

Stone escuchó las palabras del senador y por un instante se quedó desconcertado, pero al punto se recuperó. Tenía una misión que cumplir y no le afectaría nada de lo que Simpson dijera. Corrió hasta un gran cabrestante eléctrico que había preparado con anterioridad.

Al recibir la señal acordada, Finn agarró a su hijo y lo tumbó en el suelo al tiempo que sacaba una pistola de la cinturilla y lo protegía con el cuerpo. Al cabo de un instante un objeto enorme cayó del techo. Se trataba de una enorme viga de hormigón que habían alzado con anterioridad. Stone la había soltado antes de regresar a su posición de francotirador.

La viga alcanzó su objetivo cayendo a pocos centímetros de Finn y su hijo, que de inmediato se refugiaron detrás de ella.

Los dos hombres de Gray apuntaron a Milton, el blanco más fácil. Antes de que tuvieran tiempo de apretar el gatillo, Stone los abatió con dos disparos certeros.

Stone tenía a mano un mando eléctrico múltiple conectado a un largo cable eléctrico. Pulsó un botón y la sala quedó a oscuras. Entonces bajó corriendo desde la galería. Había memorizado el número de escalones y giros, por lo que la oscuridad no le entorpeció el descenso. Alcanzó una especie de patinete que habían encontrado en un trastero, del tipo que los mecánicos utilizan para deslizarse bajo un coche, y se tumbó encima. Se deslizó por el suelo del Gran Salón, en dirección a Milton. El plan original había sido sacar de allí a Finn y a su hijo de ese modo. Pero Milton era quien más peligro inmediato corría.

—¡Finn! ¡Cúbreme! —pidió.

Finn empezó a disparar.

Mientras rodaba, Stone parpadeaba con rapidez para acostumbrar los ojos a la oscuridad. Chocó contra un cadáver y le arrancó las gafas de visión nocturna del cinturón.

—¡Milton! —llamó en cuanto se las puso.

—Aquí —respondió Milton con un hilo de voz.

Stone miró a su derecha. Milton estaba allí, tumbado con las manos encima de la cabeza. El otro agente muerto le había caído encima.

—¿Estás herido? —preguntó Stone.

—No.

Stone apartó el cadáver y, encaramados los dos al patinete, se deslizaron por la sala hacia las escaleras que conducían a la galería mientras Finn vaciaba dos cargadores para cubrirles la retirada.

—Voy a llevarte con Annabelle —le dijo Stone a Milton—. Saldréis por un conducto que lleva al Capitolio. Es muy estrecho pero cabrás.

—Oliver, no puedo ir por ahí.

—¿Por qué no?

—Padezco claustrofobia.

Stone resopló.

—Bueno, entonces te marchas conmigo.

—Que no sea estrecho —rogó Milton con nerviosismo.

—Aquí todos los sitios son estrechos —espetó Stone mientras se parapetaban tras el murete de la galería—. ¿Has contado cuántos hombres traía Gray consigo?

—Una docena.

—Entonces le quedan diez.

Stone sabía que en la siguiente fase de la huida tendrían que correr por un espacio abierto. Sin duda los hombres de Gray les seguirían el rastro con las gafas de visión nocturna. De hecho, Stone contaba con ello. Esa clase de gafas eran de gran utilidad pero tenían un inconveniente.

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