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Authors: David Baldacci

Tags: #Intriga, Policíaca

Frío como el acero (40 page)

BOOK: Frío como el acero
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—Me lo pensaré, Carter. Pero mantenme informado si hay novedades al respecto.

—Una cosa más, señor.

—¿Sí?

—Me gustaría volver al trabajo. Como jefe de inteligencia. Quiero servir de nuevo a mi país.

—Bueno, como sabes, actualmente el cargo está vacante. Así que, si lo quieres, es tuyo. Dudo que el Senado ponga alguna objeción para confirmar en el cargo a un hombre galardonado con la Medalla de la Libertad.

—Lo quiero de veras, señor presidente.

El mandatario estrechó la mano de Gray.

—Agradezco la sinceridad que has tenido hoy conmigo, Carter. Eres un verdadero patriota. Ojalá tuviéramos más hombres como tú.

—Sólo cumplo con mi obligación, señor. —En realidad, Carter estaba pensando que, con Carr suelto por ahí, le convenía rodearse del mayor número posible de guardaespaldas competentes.

—¿Sabes? Creo que serías un buen presidente.

Gray soltó una risita.

—Gracias, señor, pero no creo estar cualificado —mintió con toda tranquilidad, pues se consideraba de sobra cualificado para el cargo. Además, quería disfrutar de un poder real. Lo único efectivo que un presidente podía hacer era declarar una guerra, y eso sucedía en contadas ocasiones. Aparte de eso, para el gusto de Gray se trataba de un cargo bastante impotente.

Se marchó de la Casa Blanca y subió al helicóptero. Mientras se elevaba en el aire, pensó que debía sentirse bien, victorioso. Pero no era así. De hecho, pocas veces en su vida había estado tan deprimido.

94

Oliver Stone no asistió al funeral de Milton, aunque los demás acudieron muy afligidos. Caleb estaba tan afectado por la muerte de su amigo que Alex y Annabelle tenían que mantenerlo en pie. Harry Finn había expresado su deseo de asistir, pero seguía oculto con su familia.

Alex se había presentado ante su supervisor y había comprobado que todos sus problemas se habían esfumado.

—No sé de qué coño iba todo eso —reconoció el supervisor—, y me parece que no quiero saberlo.

Al cabo de una semana se reunieron todos en el apartamento de Caleb para honrar la memoria de Milton. En esa ocasión Finn acudió con Lesya.

—Me cuesta creer que Oliver se perdiera el funeral de Milton —dijo Reuben, bajando la mirada hacia su cerveza—. No me lo puedo creer —añadió con los ojos enrojecidos.

Annabelle miró a Alex.

—¿No ha habido noticias de él?

El agente secreto meneó la cabeza.

—Harry, tú fuiste la última persona que lo vio. ¿Dijo adonde iría o qué haría?

Finn negó con la cabeza.

—Sé que se siente culpable de la muerte de Milton.

Caleb intervino con enfado:

—En el periódico pone que Carter Gray volverá a ser el jefe de la comunidad de inteligencia. Qué mundo maravilloso.

Todos sabemos lo que ha hecho pero, claro, no disponemos de pruebas. —Se dejó caer en una silla y contempló una foto de Milton que había colocado en un estante bien visible. Las lágrimas le resbalaron por las mejillas regordetas.

—Mi familia y yo tendremos que marcharnos al extranjero. Gray no parará hasta que nos atrape.

—No lo creo. Ha llegado el momento de ponerle punto final a toda esta locura.

Todas las miradas se volvieron hacia Lesya, sentada en un rincón.

Sacó algo del bolso, un objeto muy inusual para una mujer anciana: un osito de peluche.

—El querido osito de mi nieta. El osito de mi preciosa Susie, el que le regalé cuando era pequeñita.

Todos siguieron mirándola, preguntándose si acababa de perder el juicio.

—Esto lo hago con el permiso de Susie. —Extrajo una pequeña navaja del bolso y cortó las costuras del peluche. Abrió la unión, introdujo la mano y sacó una cajita.

—Un artesano de Rusia me la hizo expresamente. —Sacó una llave diminuta, abrió la caja y extrajo un dispositivo electrónico minúsculo provisto de una conexión para USB—. ¿Alguien tiene un ordenador aquí?

En la pantalla del ordenador apareció una habitación muy espartana. Había cuatro personas sentadas alrededor de una mesa de madera. En uno de los lados estaban Solomon y una joven Lesya. Al otro lado se hallaba un joven Roger Simpson, y junto a éste un hombre que no había cambiado tanto desde entonces.

—Carter Gray —dijo Alex.

Lesya asintió.

—Fue idea de Rayfield grabar esto en secreto. Es que la misión era de tal envergadura…

Observaron las imágenes en que los cuatro hablaban del asesinato. Parecía que Andropov ya había sido asesinado, y que ahora se centraban en Chernenko por considerarlo el único hombre que se interponía en el ascenso al poder de Gorbachov.

«Lo hicisteis de maravilla la primera vez, Ray y Lesya —decía Gray—. Todo el mundo creyó que Andropov murió por causas naturales.»

«Ciertos venenos no dejan rastro —comentó ella—. Y en la URSS hay unos cuantos peces gordos que no lamentaron la muerte del pobre Yuri.»

«Quizás ocurra lo mismo con Chernenko —apuntó Simpson—, ahora que lo han nombrado secretario general.»

«Esperad un poco —intervino Gray—. Al menos un año. Así tendremos tiempo de allanar el camino en casa y acallar las sospechas. Todo apunta a que Gorbachov asumirá el poder cuando Chernenko muera.»

«Si esperamos, Konstantin podría complacernos sin necesidad de veneno. No goza de buena salud», señaló Solomon.

«Pues démosle un año —repitió Gray—. Pasado ese tiempo, si sigue con vida, tú y Lesya aseguraos de que no viva mucho más.»

«¿Y el director y el presidente también están de acuerdo con esto?», preguntó Solomon.

«Totalmente —respondió Simpson—. Lo consideran esencial para la paz mundial y la destrucción de la URSS. Como ya sabéis, hay muchas personas del lado soviético que también lo quieren.»

Gray estaba exultante.

«Os convertiréis en héroes —dijo. Se dirigió a Lesya—. El hecho de que te pasaras a nuestro bando ha sido de vital importancia. Si reina la paz entre Estados Unidos y lo que queda de la Unión Soviética, será en gran medida gracias a ti. Y aunque nunca se haga público, te habrás ganado el agradecimiento eterno de tu nación adoptiva. Tú y Ray habéis arriesgado la vida infinidad de veces por este país, y de parte del presidente os digo que os da su más sincero agradecimiento por todo lo que habéis hecho por América.»

La grabación continuaba varios minutos más y luego acababa.

—Nunca he visto a nadie que mintiese tan bien como Carter Gray y Roger Simpson —dijo Lesya—. A su lado, yo era una aficionada.

—¿Por qué demonios no nos enseñaste esto antes? —preguntó Alex.

—Por ejemplo, cuando nos diste las órdenes escritas —añadió Finn.

—Hay que ser tonto para entregar todo lo que uno tiene a la primera. Siempre hay que guardarse un as en la manga. Conservé la película y la coloqué en este dispositivo antes de introducirlo en el osito que le regalé a Susie.

—Dios mío, ha muerto gente, Milton ha muerto —susurró Caleb.

—Yo no pude hacer nada al respecto —se limitó a decir Lesya—. Si les hubiéramos dado también esto, ¿habría cambiado algo? Seguiría habiendo gente muerta. Tu amigo seguiría muerto. Y no tendríamos nada.

—Pero ¿qué hacemos con esto? —preguntó Alex.

—Quiero reunirme con Carter Gray.

—¿Qué? —exclamó Finn.

—Gray y yo tenemos que sentarnos cara a cara.

—¿Y si no quiere? —preguntó Alex.

Lesya sonrió.

—Deja que hable con él por teléfono. Entonces seguro que querrá verme.

95

—Ha pasado mucho tiempo, Lesya —dijo Gray; se encontraban en la habitación de un motel de Fredericksburg, Virginia—. Has cambiado mucho —añadió.

—Pues teniendo en cuenta los últimos acontecimientos, está claro que tú no has cambiado.

—Has dicho por teléfono que tenías algo que debía ver.

—Sé que tienes hombres fuera. Tú siempre tienes hombres fuera, Carter.

—Sí, en mi trabajo hay que tomar precauciones. ¿Qué querías enseñarme? No me sobra el tiempo.

Ella abrió el ordenador portátil que llevaba consigo y le hizo ver toda la grabación.

—¿La grabación fue idea de Rayfield? —preguntó Gray.

—Sí.

—Si sospechaba la verdad, ¿por qué cumplió con el plan?

—Era leal; tú no. Pero en realidad lo hizo para protegerme. Sabía lo vulnerable que yo sería. Él por lo menos tenía la tapadera de los americanos. Yo no tenía nada.

—Siempre he lamentado profundamente lo que os pasó a Rayfield y a ti, Lesya. En muchos sentidos, él fue el mejor amigo que he tenido jamás.

—Él confiaba en ti, Carter. Yo no, pero él sí. De quien siempre receló fue de Simpson.

—Conocía bien el carácter de las personas. —Gray se inclinó hacia delante, dispuesto aparentemente a contar por fin la verdad—. Lesya, yo no ordené su muerte. Eso fue obra de Roger. Nunca le habría hecho eso a Ray. Nunca. Me puse furioso cuando me enteré, pero no podía hacer nada. Intenté por todos los medios retirar el nombre de Ray del muro de la vergüenza de la CIA, pero Roger también preparó eso con esmero. Se inventó una historia muy convincente sobre la traición de Ray. Y una vez muerto e incapaz de defenderse a sí mismo, yo no podía hacer nada.

—No me interesan tus explicaciones, Carter. Lo hecho, hecho está. Nada me devolverá a mi marido.

—Pero el resultado fue positivo. Precisamente tú entiendes mejor que nadie lo que significó para el mundo. Ray lo habría comprendido.

—Oh, sí, claro. Pero mi esposo murió. Y su nombre ahora es sinónimo de traidor en su país. Murió por su patria y lo llaman traidor. No puedo soportarlo.

—Si hubiera podido hacer algo al respecto, lo habría hecho. Pero tenía las manos atadas. Si sacaba a la luz lo que había hecho Roger, me habría descubierto a mí mismo. Él lo sabía. Quizá sea deshonesto, pero no es tonto.

—¿O sea que no estabas dispuesto a descubrirte para salvar la reputación de tu «mejor» amigo? ¿A renunciar a tu carrera para hacerlo? Rayfield quizá fuera tu mejor amigo, pero está claro que tú no eras su mejor amigo.

—Reconozco que fui débil y egoísta al no entregarme para salvar a Ray.

—Exacto —dijo ella sin rodeos—. ¿O sea que los asesinatos no estaban autorizados por tu Gobierno? Fuisteis tú, Simpson y algunos más, pero ningún cargo político importante. Sé que no responderás a mi pregunta, pero es la verdad. He pensado en el tema durante todos estos años. —Se recostó en el asiento y lo miró de hito en hito.

La habitual seguridad de Gray se había desvanecido considerablemente.

—Roger temía que si Ray descubría que el plan no estaba autorizado, le delataría —explicó—. Y lo cierto es que lo habría hecho sin importarle el daño que le hubiera causado.

—Ya. Mi marido era un hombre honrado. Y aun así fue asesinado y Roger Simpson se ha forjado una buena carrera como senador de este país.

—Lesya, ya sabes cómo eran las cosas por entonces…

Ella le interrumpió con un gesto de la mano.

—Las cosas por entonces eran exactamente igual que ahora. No ha cambiado nada, sólo las personas. Y las personas que se dedican a estos juegos son todas iguales. Hablan de hacer el bien, de convertir el mundo en un lugar mejor. Todo eso son gilipolleces. Lo que les interesa es el poder y proteger sus intereses. Y los intereses son siempre los mismos. ¡Siempre!

Gray se reclinó en el asiento.

—Entonces, ¿qué quieres? Estoy seguro de que también lo has pensado durante todos estos años.

—Oh, sí, claro que lo he pensado. Y sé exactamente lo que quiero. Hace treinta años que quiero decírtelo, hijo de puta. Así que quédate ahí sentado a escuchar y luego harás exactamente lo que te diga.

Cuando Lesya hubo terminado, Gray se levantó para marcharse.

—¿Puedo confiar en tener el original de esa grabación y todas las copias a cambio de lo que has pedido?

—No, no puedes. Sólo tienes mi palabra de que me lo llevaré a la tumba. Y tú y Simpson deberíais consideraros afortunados. Podría destruiros a los dos. Nada me haría más feliz, pero soy una persona que piensa en algo más que en la felicidad personal. Y eso es lo único que os ha salvado a ti y al desgraciado de Simpson. Ahora déjame en paz. No quiero volver a verte. Oh, pero puedes decirle una cosa al bueno del senador de mi parte.

—¿Qué es?

—He oído decir que quiere ser presidente.

—Sí, tiene intención de presentarse como candidato.

—Pues dile que se lo piense mejor, salvo que quiera explicar al pueblo americano el contenido de esa grabación. Eso es lo que quiero que le digas.

—Se lo diré. Adiós, Lesya. Y aunque no sirva de mucho, lo lamento.

Con otro gesto de la mano, Lesya despreció al hombre que en breve volvería a dirigir la inteligencia estadounidense.

La foto de Rayfield Solomon fue retirada del muro de la vergüenza. Su historial se revisó aduciendo errores de interpretación, y se ocultó bajo el título «Aparición de nuevas pruebas». Y luego la CIA clasificó las pruebas como secretas. Los estudiosos podrán acceder a ellas dentro de unos cien años. A continuación, Solomon recibió a título póstumo la condecoración más importante de la CIA por su labor sobre el terreno. Su nombre no volvería a ser pronunciado jamás junto a la palabra «traidor».

Lesya Solomon recibió la Medalla de la Libertad, que por primera vez se concedía a una ex espía rusa. Las razones de esta condecoración también eran secretas, pero aun así salió en las noticias. Incluso concedió una entrevista alabando los progresos realizados en las relaciones ruso-americanas. Acabó diciendo que le hubiera gustado que su heroico marido, que tanto hizo por el fin de la guerra fría, hubiera vivido para verlo. Se negó a conceder más entrevistas y desapareció de nuevo.

Como era de esperar, el nombramiento de Gray como jefe de los organismos de inteligencia se aprobó sin obstáculos en el Senado. Un helicóptero lo trasladaba todos los días desde su retiro de Maryland, blindado con estrictas medidas de seguridad, a su despacho de Virginia. Su vida volvió a llenarse de actividades clandestinas y decisiones difíciles que tenían repercusión en todo el mundo. Se decía que una palabra de Carter Gray era capaz de hacer temblar a varias naciones. El hombre estaba de nuevo en su salsa.

Sin embargo, para quienes le conocían bien había cambiado. La personalidad amedrentadora, la intolerancia ante el menor error y la soberbia de la que había hecho gala tantos años habían mermado. A veces se lo encontraban sentado en su despacho mirando la pared, con una vieja foto entre las manos. Nadie había visto de qué foto se trataba porque la guardaba en una caja fuerte.

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