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Authors: David Eddings

Tags: #Fantástico

El caballero del rubí (3 page)

BOOK: El caballero del rubí
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—Gracias, mi señor. Dios os bendiga.

—Se supone que no podéis verme, compadre —le recordó Sparhawk—. Ignoráis si soy un señor o un plebeyo.

—Es tarde —se excusó el pordiosero— y tengo sueño. A veces lo olvido.

—Un descuido muy peligroso —lo reprendió Sparhawk—. Poned atención en los negocios. Oh, ya que os he visto, presentadle mis respetos a Platime. —Platime era un sujeto extremadamente gordo que controlaba con puño de hierro los bajos fondos de la ciudad de Cimmura.

El mendicante se levantó la venda de los ojos, miró a Sparhawk y los ojos se le desorbitaron al reconocerlo.

—Y decidle a vuestro amigo del tejado que no se ponga nervioso —añadió Sparhawk—. En todo caso, podríais aconsejarle que mire dónde pone los pies. La última pizarra que ha desprendido casi me rompe la crisma.

—Es nuevo en el oficio —repuso el mendigo con un respingo—. Todavía le queda mucho que aprender para ser un buen ladrón.

—En efecto —acordó Sparhawk—. Tal vez podáis ayudarme, compadre. Talen me habló de una taberna adosada a la muralla oriental de la ciudad. Por lo visto tiene una buhardilla que alquila de tarde en tarde. ¿Sabéis por azar dónde está situada?

—Está en el callejón de la Cabra, sir Sparhawk. Tiene un letrero que pretende representar un racimo de uvas. Es inconfundible. —El pedigüeño entornó los ojos—. ¿Dónde ha estado Talen últimamente? Hace mucho que no lo veo.

—Su padre lo ha tomado a su cargo, por así decirlo.

—Ni siquiera sabía que Talen tuviera padre. Ese chico llegará lejos si no lo cuelgan antes. Ya es casi el mejor ladrón de Cimmura.

—Lo sé —confirmó Sparhawk—. Ya me ha vaciado los bolsillos unas cuantas veces. —Tiró un par de monedas más en la escudilla—. Agradecería que mantuvierais en secreto el hecho de que me habéis visto esta noche, compadre.

—No os he visto, sir Sparhawk —aseguró sonriendo el mendigo.

—Ni yo a vos ni a vuestro amigo del tejado.

—Entonces todos salimos ganando. Buena suerte.

—Lo mismo os deseo en la vuestra.

Sparhawk sonrió y prosiguió la marcha. Su breve contacto con el lado más sórdido de la sociedad de Cimmura había sido nuevamente productivo. Aun no siendo exactamente sus aliados, Platime y el inframundo que éste controlaba podían servir de gran ayuda. Sparhawk dobló un recodo para asegurarse de que, en caso de que el desmañado ladrón que deambulaba por el tejado fuera descubierto en el transcurso de sus actividades, la inevitable persecución que ello acarrearía no atrajera la guardia a la misma calle que él recorría.

Como siempre sucedía cuando se hallaba solo, los pensamientos de Sparhawk derivaron hacia su reina. Conocía a Ehlana desde que era una niña, si bien no la había visto durante los diez años que había permanecido exiliado en Rendor. El recuerdo de ella sentada en el trono, incrustada en un cristal tan duro como el diamante, le desgarraba el corazón. Comenzó a lamentar no haber aprovechado la oportunidad que había tenido aquella noche de matar al primado Annias. Cualquier envenenador era un ser detestable, pero el hombre que había envenenado a la reina de Sparhawk había atraído sobre sí un peligro mortal, pues Sparhawk no era persona que dejara fermentar durante demasiado tiempo antiguas afrentas.

Entonces oyó unos pasos furtivos tras él en la niebla y, retirándose hacia un recóndito zaguán, guardó una completa inmovilidad. Eran dos hombres, vestidos con ropajes no identificables.

—¿Aún lo ves? —susurró uno de ellos al otro.

—No. Esta niebla es cada vez más espesa. Sin embargo, está justo delante de nosotros.

—¿Estás seguro de que es un pandion?

—Cuando lleves en esto tanto tiempo como yo, aprenderás a reconocerlos. Es su manera de andar y el porte de su espalda. Es un pandion, sin lugar a dudas.

—¿Qué está haciendo por la calle a estas horas de la noche?

—Eso es lo que nosotros hemos venido a averiguar. El primado quiere informes sobre todos sus movimientos.

—La idea de intentar deslizarme a escondidas tras un pandion en una noche de niebla me produce cierto nerviosismo. Todos hacen uso de la magia y pueden detectar la proximidad de alguien. No me gustaría acabar con su espada en el vientre. ¿Le has visto la cara?

—No. Iba encapuchado y tenía el rostro en sombras.

Ambos siguieron avanzando por la calle, ignorantes del hecho de que sus vidas habían estado por un momento pendientes de un hilo. Si uno de ellos hubiera visto la cara a Sparhawk, los dos habrían muerto en el acto. Sparhawk era un hombre muy pragmático en situaciones como aquélla. Aguardó hasta no oír sus pisadas y volvió sobre sus pasos hasta una encrucijada donde tomó una calle lateral.

En la taberna sólo estaba el propietario, el cual dormitaba con los pies apoyados en una mesa y las manos entrelazadas sobre la panza. Era un hombre fornido que iba sin afeitar y vestía un sucio sayo.

—Buenas noches, compadre —lo saludó tranquilamente Sparhawk al entrar.

—Buenos días sería casi más apropiado —gruñó el tabernero, abriendo un ojo.

Sparhawk miró en torno a sí. El establecimiento era un típico lugar de solaz de trabajadores, con techo de vigas manchado de humo y un mostrador al fondo. Las sillas y bancos estaban rayados y el serrín del suelo no se había barrido ni cambiado hacía meses.

—Al parecer, esta noche transcurre lentamente —señaló con su impasible voz.

—Siempre es así tan de madrugada, amigo. ¿Qué vais a tomar?

—Vino arciano…, si tenéis.

—En Arcium tienen uvas negras a rebosar. A nadie se le acaba nunca el tinto arciano. —Con un suspiro de cansancio, el tabernero se puso en pie y sirvió a Sparhawk una copa de vino—. Tardáis en ir a casa esta noche, amigo —observó, tendiendo al caballero el grasiento recipiente.

—Cosas del trabajo —repuso Sparhawk—. Un amigo mío dijo que tenéis una buhardilla arriba.

El tabernero entornó los ojos con suspicacia.

—No parecéis el tipo de individuo que tuviera un acuciante interés por las buhardillas —objetó—. ¿Tiene nombre ese amigo vuestro?

—Ninguno que le convenga propagar normalmente —replicó Sparhawk, tomando un sorbo de vino y comprobando que era de una cosecha de baja calidad.

—Amigo, no os conozco y tenéis cierto aspecto de personaje oficial. ¿Por qué no acabáis vuestro vino y os marcháis? Es decir, a menos que me proporcionéis algún nombre que pueda reconocer.

—Ese amigo mío trabaja para un hombre llamado Platime. Tal vez hayáis escuchado ese nombre.

El tabernero abrió ligeramente los ojos.

—Platime debe de estar extendiendo sus actividades. Ignoraba que mantuviera relaciones con la nobleza…, salvo para robarles.

—Me debía un favor —explicó Sparhawk, encogiéndose de hombros.

—Cualquiera podría valerse del nombre de Platime —apuntó, todavía dubitativo, el hombre de barbilla sin rasurar.

—Compadre —espetó sin reparos Sparhawk, depositando la copa en el mostrador—, esto está comenzando a fastidiarme. O subimos a ese desván o voy a llamar a la guardia. Estoy convencido de que les interesará indagar en vuestro pequeño negocio.

—Os costará media corona de plata —advirtió el posadero, con expresión hosca.

—De acuerdo.

—¿Ni siquiera vais a discutir el precio?

—Tengo un poco de prisa. Podremos regatear la próxima vez.

—Al parecer estáis ansioso por salir de la ciudad, amigo. ¿No habréis matado a nadie con esa lanza esta noche?

—Todavía no. —La voz de Sparhawk era inexpresiva, pero el tabernero tragó saliva ante la velada amenaza.

—Mostradme el dinero —pidió.

—Desde luego, compadre. Y luego subimos a echar un vistazo al desván.

—Deberemos obrar con cautela. Con esta niebla, no podréis ver a los guardias que hacen la ronda.

—Ya me ocuparé de ello.

—Nada de asesinatos. Tengo un buen negocio suplementario con esto. Si alguien mata a uno de los guardias, habré de cerrarlo.

—No os apuréis, compadre. No creo que haya de matar a alguien esta noche.

El polvoriento desván no parecía utilizarse con frecuencia. El tabernero abrió prudentemente una ventana con gablete y atisbó entre la niebla. Tras él, Sparhawk susurró en estirio y liberó un hechizo. Sintió la proximidad de un individuo.

—Con cuidado —avisó en voz baja—. Hay un guardia que se acerca por el parapeto.

—No veo a nadie.

—Lo he oído —replicó Sparhawk, no considerando que aquél fuera momento oportuno para explicaciones.

—Tenéis buen oído, amigo.

Aguardaron en la oscuridad mientras el adormilado guardia pasaba ante ellos hasta desaparecer en la bruma.

—Echadme una mano con esto —indicó el posadero, encorvándose para levantar una punta de una pesada viga hacia el antepecho—. La apoyamos en el parapeto y luego vos camináis sobre ella. Cuando lleguéis allí, os arrojaré el cabo de esta cuerda. Está anclada aquí y podréis deslizaros por ella hasta tocar tierra.

—De acuerdo —convino Sparhawk. Dispusieron la viga a modo de puente—. Gracias, compadre —dijo el pandion. Cruzó la pasarela a horcajadas, salvando el espacio centímetro a centímetro. Ya en el parapeto, se levantó y tomó el cabo surgido entre las húmedas tinieblas y, asido a él, se precipitó en el vacío. Momentos después se hallaba en el suelo. La cuerda se deslizó hacia arriba y luego oyó el sonido de la viga que era retirada de nuevo al desván.

—Un buen sistema —murmuró Sparhawk, alejándose con cautela de la muralla—. Habré de recordar este lugar.

Aun cuando la niebla le dificultara la orientación, podía precisar su ubicación manteniendo a su izquierda los muros de la ciudad. Hollaba el terreno con cuidado, pues en el silencio de la noche una ramita quebrada hubiera resonado con estrépito.

Se detuvo de pronto, con la certidumbre instintiva de ser vigilado. Desenvainó lentamente la espada a fin de evitar el revelador sonido del roce con la funda y, con ella en la mano y la lanza de guerra en la otra, permaneció inmóvil, escrutando la niebla.

Y entonces lo vio. No era más que un tenue resplandor en la oscuridad, tan débil que hubiera pasado inadvertido a la mayoría de la gente. Al aproximarse el destello, percibió un leve matiz verde en él. Sparhawk guardó silencio, esperando.

Aunque imprecisa, era una figura lo que avanzaba en la bruma. Parecía ataviada con hábito y capucha negros, y aquel ligero brillo emanaba, según todos los indicios, de debajo del tocado. Era la silueta de alguien alto y delgado hasta extremos irreales, rayano en lo esquelético. Por alguna razón, aquello produjo un escalofrío en Sparhawk, el cual murmuró en estirio, moviendo los dedos sobre la empuñadura de la espada y el asta de la lanza para luego poner la lanza en alto y liberar el hechizo con su punta. Era un encantamiento relativamente sencillo, que tenía por único objeto identificar el demacrado semblante que velaba la niebla. Sparhawk casi jadeó al sentir las oleadas de malevolencia que emanaban de aquella forma en sombras. Fuera lo que fuere, sin duda no era humana.

Al cabo de un momento, una risa metálica brotó en la noche. La figura se giró y volvió sobre sus pasos. Caminaba espasmódicamente, como si las rodillas, demasiado juntas, no se flexionaran hacia adelante. Sparhawk continuó quieto hasta que dejó de detectar la maldad que irradiaba. Fuera quien fuese aquel ser, ahora ya se había ido.

—Me pregunto si ésa era otra de las sorpresas que me reserva Martel —murmuró para sí Sparhawk.

Martel era un caballero pandion renegado que había sido expulsado de la orden. Sparhawk y él habían sido amigos en un tiempo, pero ya no lo eran. Martel trabajaba ahora para el primado Annias, y había sido él quien le había proporcionado el veneno con que el prelado había llevado a la reina a las puertas de la muerte.

Sparhawk prosiguió su camino lenta y silenciosamente, empuñando todavía la espada y la lanza. Por fin vio las antorchas que revelaban la puerta cerrada del este y se orientó a partir de ellas.

Entonces oyó el quedo sonido de un resuello tras él, semejante al que produciría un perro rastreador. Se volvió, con las armas aprestadas, y otra vez sonó aquella risa metálica. Mentalmente, rectificó la primera apreciación: no era tanto una risa como una especie de chirrido. Una vez más experimentó la misma sensación de abrumadora maldad, que de nuevo se esfumó.

Sparhawk se desvió ligeramente de la muralla y de la velada luz de las dos antorchas de la puerta. Alrededor de un cuarto de hora después, divisó la cuadrada forma del castillo de los pandion.

Se tumbó boca abajo en la hierba humedecida por la niebla y volvió a invocar el hechizo de búsqueda. Lo liberó y aguardó.

Nada.

Se levantó, desenvainó la espada y atravesó con cautela el campo que lo separaba del castillo, el cual se hallaba, como siempre, vigilado. Soldados eclesiásticos, vestidos de obreros, acampaban a corta distancia de la puerta principal, rodeados por pilas de adoquines que ostensiblemente habían colocado alrededor de sus tiendas. Sparhawk, sin embargo, dio un rodeo hasta la parte posterior de la muralla y se abrió camino hacia ella, sorteando con cuidado las estacas que erizaban el foso.

La cuerda que había utilizado para abandonar el edificio aún colgaba en el aire, escondida tras un arbusto. La agitó varias veces para asegurarse de que el gancho del extremo superior estuviera aún firmemente afianzado. Después sujetó la lanza bajo el cinto de la espada, agarró la cuerda y tiró con fuerza de ella.

Oyó cómo encima de él las puntas del gancho rechinaban al arañar las piedras de la almena. Inició rápidamente el ascenso.

—¿Quién anda ahí? —preguntó arriba una voz familiar y enérgica.

Sparhawk juró entre dientes. Luego notó un tirón en la cuerda por la que escalaba.

—Dejadla, Berit —rechinó mientras continuaba subiendo.

—¿Sir Sparhawk? —inquirió, estupefacto, el novicio.

—No mováis la cuerda —le ordenó Sparhawk—. Esas estacas del foso son muy afiladas.

—Permitid que os ayude.

—Puedo hacerlo solo. Limitaos a no desplazar ese gancho.

Exhaló un gruñido al trepar a la almena, y Berit lo agarró del brazo para ayudarlo. Sparhawk sudaba a causa del esfuerzo. Escalar colgado de una cuerda puede ser una actividad agotadora cuando uno lleva el cuerpo cubierto de malla de hierro.

Berit era un novicio pandion, una joven promesa de la orden, alto y enjuto, que llevaba cota de malla y una sencilla capa. Con una mano asía una pesada hacha de guerra. Como era bien educado, no formuló pregunta alguna, a pesar de la curiosidad que traslucía su rostro. Sparhawk bajó la mirada hacia el patio de la fortaleza, donde, a la luz de las antorchas, vio a Kurik y Kalten. Los dos iban armados y el ruido procedente del establo indicaba que alguien estaba ensillándoles los caballos.

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